El siniestro que conmovió a Caracas
La noche del diez de junio de 1927 un incendio seguido de tremenda explosión, estremeció el centro de la ciudad, el casco de lo que todavía era un apacible poblado, y ese suceso causó conmoción en todo el país. El siniestro tuvo lugar entre las esquinas de Sociedad y Traposos, a una cuadra de la Plaza Bolívar, y se produjo en los Almacenes de Quincalla y Ferretería de los señores Eduardo y Antonio Santana A., resultandos dañados otros establecimientos comerciales contiguos, muertas algunas personas y lesionadas muchas más. Entonces no existía un cuerpo de bomberos. Los incendios eran atendidos por la policía, que guardaba en su sede un viejo camión cisterna llamado “La Benemérita”.
Por Raúl S. Esteves
Una de las primeras víctimas fue el oficial de la policía, Víctor Ramón Pérez, quien falleció por contusiones y quemaduras
La urbe de entonces
“Caracas era entonces una urbe de ambiente muy sosegado. Sus calles eran angostas, los edificios no sobresalían con altura mayores a los 4 pisos y el tránsito automotor iniciaba tímidamente el desplazamiento del que era movido por tracción animal. El tranvía eléctrico apareció como una conquista moderna y los automóviles de lujo no costaban más de cuatro mil bolívares.
Los diarios de aquel día, escuálidos de avisos y atiborrados de artículos y de comentarios, traían unas cuantas noticias que debieron ser de mucho interés: Laureano Vallenilla Lanz, director del periódico oficial “El Nuevo Diario”, viajaba hacia Europa con pasaporte diplomático en el vapor inglés “Toloa” y fue objeto de un magnífico recibimiento por la plana directiva del “Diario de la Marina”, cuando el buque hizo escala en La Habana. El pintor Rafael Monasterios exponía obras suyas en los jardines del Club Venezuela y prorrogó la muestra hasta el día diecinueve. La Agencia de Lotería “El Sol” anunció que había dado el tercer premio con el número 7088, y el aviso lo firmaba el propietario de la agencia, señor Alberto Fontes.
El presbítero Salvador Montes de Oca había sido elegido Obispo de Valencia; sesionaban el Congreso Nacional y el Concejo Municipal. En lo internacional, Albania había roto relaciones con Yugoslavia.
Gómez estaba en el poder.
Era viernes y buena parte de los habitantes de Caracas plenaban, para matar el nocturno aburrimiento, las tres más importantes salas de exhibición cinematográfica. Quienes habían ido al “Rialto” veían “Casado y con Suegra”, y “El Doctor Jack”, con Harold Lloyd como el protagonista principal. En el “Ayacucho” proyectaban ̶ Noche Extraordinaria de Gala ̶ una cinta con Norma Talmadge y Eugene O’Brien, titulada “La Princesa de Granstark”, y los asistentes a la sala del “Rívoli” pasaban un rato entretenido con “El Boticario Rural, de W. C. Field y Luise Brooks, cuyas actuaciones humorísticas estaban de moda en el ambiente cinematográfico. Con todo y esos excelentes programas de cine, el precio de las entradas oscilaba entre real y medio y cinco bolívares.
Policías armados con rolos que sus manos inquietas convertían en objetos volátiles, agentes del orden con negros morriones sobre sus cabezas, cumplían turnos de ronda por el centro comercial de la ciudad. A intervalos pasaba un coche, trepidaba un tranvía que “iba a guardar” o cruzaba una limousine de ronroneante motor que a esa hora y por aquella zona, no podía “correr a sesenta”, a menos que tuviera sobre sus placas el leoncito gomero que era símbolo de poder.
La voz de alarma
Poco después de las diez un “número” llegó a su cuartel policial que estaba entre las esquinas de Monjas a San Francisco, y con voz jadeante, dio la voz de alarma: ̶ De Sociedad a Traposos hay un gran incendio!!
Dice uno de los cronistas periodísticos que “se inició activamente la lucha contra el fuego, acudiendo en el acto un fuerte contingente del cuerpo de seguridad, a cuyo frente estuvieron atendiendo el salvamento, el señor gobernador del Distrito Federal, su secretario general, su secretario privado, el señor prefecto del Departamento, el coronel Pedro l. García, jefe de la policía, el jefe civil de Catedral y otras personalidades y funcionarios públicos. . .”.
Asegura el cronista que ya estaba al cabo de heroicos esfuerzos, localizado el fuego en el almacén de la ferretería y poco faltaba para dar fin a la ardua tarea de extinguirlo, cuando una formidable explosión causó la mayor catástrofe, ocasionando varias víctimas, al tiempo que avivaba las llamas. La lucha contra el voraz elemento tuvo que ser intensificada, hasta convertirse en una tarea titánica que conllevó al no menos terrible del salvamento de las víctimas.
Muertos y heridos
Dice igualmente la información periodística que durante aquella dolorosa circunstancia fueron recogidos en el primer momento dos cadáveres. Llevados al Hospital Vargas quedó identificado uno de ellos como de Don José de la Torre, distinguido y honorable elemento de la colonia española, dueño de la Confitería “Venezuela”, instalada en la esquina de Las Madrices. Este señor, al tener conocimiento de lo que sucedía, había salido de su negocio y cuando cruzaba la calle cerca de la esquina de Los Traposos, se produjo la explosión y recibió de lleno un pesado artefacto metálico que le ocasionó espantosa herida en la parte posterior del cráneo, con pérdida de masa encefálica.
El otro cadáver fue el de un agente de apellido Solórzano, chapa número 274, quien cumplía labores de salvamento y pereció al ser sepultado por una pared caída casi a la entrada misma del local incendiado. En el Hospital Vargas fueron recibidos más de treinta heridos, algunos de gravedad y casi todos quedaron bajo vigilancia médica. Era la inicial remesa de un lamentable saldo dejado por la destructora fuerza producida quizá por la chispa de un corto circuito.
Entre los primeros heridos y contusos que fueron conducidos al centro asistencial situado en la parroquia San José, estuvieron Juan López A., alto empleado de la Casa Santana, quien presentó fractura en un brazo y heridas en el cuello; José Pacheco, empleado de la Sanidad; Marcos Sergio Navarro, policía N° 20, y Luis Mendoza. Quedaron hospitalizadas diecinueve personas.
Interior del comercio donde se inició el incendio que conmovió a Caracas, en 1927
Recibieron atención médica y pudieron regresar, Mauricio Sajourné, caballero francés que era empleado del Teatro Ayacucho. Este señor fue auxiliado por Elías Bernard, redactor de
“El Nuevo Diario”, y conducido en un auto hasta el Hospital Vargas, donde también habían recibido atención médica Francisco Bertorelli, repórter del mismo periódico; Gustavo Moreno Hidalgo, empleado de la Imprenta Nacional; Luis Hernández Gómez, empleado de la Jefatura de Catedral y el oficial de policía Luis Puig Ros.
En clínicas particulares fueron curados algunos de los que recibieron lesiones, entre ellos, el señor Roberto Santana, factor importante de la firma que resultó ser la más seriamente afectada.
Dice una crónica que “. . . el señor ministro de Relaciones Interiores, doctor Pedro Manuel Arcaya, se trasladó al Hospital Vargas para conocer personalmente del estado de los heridos que recibían atención de internos y externos de ese instituto convocados de urgencia, los cuales cumplieron gran actividad. El Dr. López Viloria, Inspector de los Hospitales, dirigió el auxilio en los diferentes salones, acompañado por el doctor Toledo Trujillo, y también el Padre García, Capellán del Hospital, prestó solícitos cuidados a los lesionados.
En las primeras horas de la noche falleció en la clínica del doctor Virgilio González Lugo el caballero alemán Hans Günter Strack, joven llegado de Hamburgo días antes para perfeccionar sus estudios del idioma español y desempeñaba labores como empleado de la empresa Lünning y Cía, una de las que resultó afectada. Hans murió como consecuencia de fuertes contusiones generalizadas y quemaduras sufridas cuando colaboraba en las labores de extinción del fuego. También murió al día siguiente en el Hospital Vargas, Pedro Vicente García, empleado de la Sanidad, de 23 años, natural de Barcelona.
Se tenía la certeza de que entre los escombros había más cadáveres y por ello las comisiones de salvamento, incrementadas con la inclusión de colaboradores particulares, removían los despojos humeantes y buscaban entre otros, los cuerpos sin vida de un peón de Sanidad que manejaba una bomba de agua junto con el agente de policía N° 274, Solórzano, ingresado muerto al Hospital Vargas poco antes. El peón desaparecido era Modesto Rodríguez, natural de Barquisimeto, de quien se dijo había sido visto cuando caía bajo el peso de una pared, junto con los agentes policiales Carlos José Rojas, N° 25, y Víctor R. Páez, N° 217.
Los señores Mauricio Sajourné y José María Sanglade, amigos de Roberto Santana, ayudaban a este último en el rescate de algunos objetos de valor, cuando se produjo la explosión. Quedaron prácticamente enterrados por escombros de aproximadamente cuatro metros de altura y afortunadamente fueron sacados a tiempo. El señor Sajourné, pese a que estaba herido, ayudó a salir a Sanglade, quien se encontraba casi asfixiado.
También recibieron atención médica en el Vargas, José Manuel Kiensler, agente N° 280; Cecilio Oropeza, obrero del Aseo Urbano; José Pacheco, obrero de Sanidad; Luis Mendoza; Víctor M. Abad, agente N° 23; Adán Flores, agente N° 151; Marcos Sergio Navarro. Agente N° 20; Froilán Hernández, oficial de policía; Pedro Vicente García, obrero de Sanidad, quien murió; Marcos Maraoquín, Jesús María Ascanio, Salvador Blanco, José Rafael López y siete lesionados más cuyos nombres no pudo conseguir el cronista.
Víctor Araujo, un hombre del pueblo, carretillero, vecino de Caño Amarillo, encontró la muerte en el incendio. En el sitio de la tragedia fueron hallados posteriormente los cadáveres de un joven y de un niño, los cuales no pudieron ser identificados. El primero era como de dieciséis a veinte años y el otro, como de doce a catorce años. Respecto a este último, un cronista de “El Universal” que estuvo en el interior de la casa incendiada cuando se produjo la explosión ̶ y cuyo nombre no dan en la información del diario ̶, asegura que se trataba de un limpiabotas que no se sabe cómo se metió en el lugar y que él lo vio danzando entre objetos dispersos, poco antes del estallido.
El señor Cristóbal Chitty, empleado de la casa Santana, resultó con aporreos y contusiones, al igual que el coronel P. Saines, jefe Civil de Candelaria; José Manuel Quiles, el coronel Gámez, el joven Alfredo Quintana Llamozas, Guillermo Anderson, empleado del Banco de Venezuela; Pedro Jam, Rafael Cosmos, Daniel Albornoz, oficial de policía, Ramón Luigi, Gustavo Moreno, Cecilio Terife, Luis Hernández Gómez, secretario de la Jefatura Civil de Catedral y el maestro Carlos Bonett.
Trágica muerte de dos hermanitas de la caridad
Un hecho que causó profunda consternación fue el de las muertes, en horribles circunstancias, de dos hermanitas de la caridad pertenecientes a la congregación que atendía el colegio para niñas Santa Rosa de Lima, instalado en una casa situada de Camejo a Colón, cuyo fondo era contiguo a la Casa Santana.
Sor Josefina de la Madre de Dios, de treinta y seis años, llamada Naqueda Ruiz en la vida privada, y Sor Concepción de Santa Rosa de Lima, (Itos Dona E.), de treinta y siete años, ambas nacidas en Granada, España, ponían a salvo bordados, libros y vestidos de las alumnas cuando se vinieron abajo las paredes y quedaron sepultadas. Sus cadáveres fueron extraídos a las once y cuarto de la mañana, el día siguiente.
La noche del diez de junio de 1927, un incendio seguido de tremenda explosión, estremeció el centro de la ciudad
Establecimientos dañados
Las firmas comerciales que sufrieron daños de mayor consideración fueron: Eduardo Santana Sucs., Almacén de Drogas de Lünning y Cía.; Agencia de Billetes La Estrella Roja, Lucca e Hijos, Sombrerería Musso, Papelería García, Quincalla “La Japonesa”, Tipografía Moderna, de C. Terife; Royal Bank of Canadá, Papelería Ray, Fotografía Balda, Santana y Cía. Sucs., Mueblería Padrón, Salón de Ventas del Radio, Sastrería Solaguier, Zapatería El Águila.
Pasó apreciable tiempo antes de que pudiera ser estimado el monto de las pérdidas, pero se calculó que las mismas fueron superiores a varios millares de bolívares. Muchas de las firmas afectadas tenían póliza de seguro.
Los daños pueden ser apreciados solo con decir que la explosión fue sentida hasta en los más apartados lugares de la ciudad. Un gran depósito de ácido se estrelló contra una pared en la cuadra entre Cruz Verde y Zamuro, y varios fragmentos cayeron en casas situadas de Maderero a Miranda.
Los vitrales del templo de Santa Teresa resultaron rotos y el reloj de la casa Pádula, ubicada entre Gradillas y Sociedad, quedó inmovilizado. Otros establecimientos afectados fueron la Joyería Americana, el Avio del Sastre, la Casa J. M. Correa y El Escándalo.
Una tijera quedó clavada del aviso de la Joyería Americana, en tanto que en las azoteas del teatro Ayacucho y de la Sastrería Cubría, se produjeron incendios por la caída de pedazos de materias diversas todavía en llamas.
El costo de la mercancía que fue destruida quedó estimado en unos cinco millones de bolívares, y la fuerza explosiva se dice que desplazó una potencia de doscientas atmósferas, contándose que no fue mayor debido a que las cuadrillas de salvamento habían sacado poco antes trece cuñetes de pólvora.
El Dr. Elías Rodríguez había dejado estacionado su auto frente a la Universidad, en la Plaza de la ley, y vidrios caídos sobre la capota del mismo, la dejaron inservible.
A las cuatro de la tarde del día siguiente fue sacada la caja fuerte de la Casa Santana y en otra de caudales perteneciente a una empresa vecina, fueron encontradas varias morocotas fundidas.
El doctor Chacín Itriago, director de Salud Nacional, estaba en Maracay. Recibió la noticia del siniestro a las once de la noche, poco antes de las dos de la mañana ya había llegado a Caracas.
Un fuerte destacamento de la Guarnición de Caracas formó, después de la explosión, un cordón de aislamiento alrededor de la manzana. Esa fuerza estaba comandada por el general Eleazar López Contreras, quien era jefe de dicha Guarnición.
Un contingente al mando del general Rafael María Velasco, gobernador del Distrito Federal, junto con sesenta obreros de Sanidad, bajo la dirección de los coroneles Joaquín Espejo, jefe de la Desinfección; C. Casanova, jefe del Drenaje, y Enrique Cabeza, colaboraron en las labores de búsqueda entre los escombros.
Duelo general
La Cámara de Diputados, la Iglesia y todas las instituciones públicas y privadas, decretaron duelos y los espectáculos fueron suspendidos, incluypendose las retretas de la Plaza Bolívar.
Lee Lowa, una actriz que se presentaba en Caracas, sugirió que se hiciese una colecta pública en favor de los damnificados sin recursos económicos y pocos días después ya se había recogido una suma superior a los treinta mil bolívares.
Casas distribuidoras de productos, tales como bombas para extinción de incendios, cajas fuertes y vidrios de seguridad, publicaron avisos en los diarios, haciendo referencia a lo ocurrido, y sacaban partido publicitario a la mercancía que ponían a la disposición de los comerciantes, “para que se previniesen”
Después del incendio ¡¡Asegurarse!!
El origen del incendio no quedó esclarecido, pero el de la tremenda explosión, sí: en el depósito de la Casa Santana había una gran cantidad de pólvora asignada a la sección de objetos de cacería y, según una crónica publicada en “El Universal”, ello no estaba del todo de acuerdo con la ley.
Lo cierto es que poco después el señor Roberto Santana contrajo matrimonio con Belén Gómez, hija del Benemérito. La gracia popular innata en el caraqueño, sacó partido a ese hecho social con dicho que circuló profusamente en la ciudad: -Después del incendio, ¡¡hay que asegurarse!!
Casa con historia
El inmueble donde estuvo la casa comercial de los Santana había pertenecido al prócer José Félix Ribas y años antes también había sido destruida por un incendio cuando allí operaba la firma de Juan Benzo”.
FUENTES CONSULTADAS
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Esteves, Raúl S. El Incendio de la casa Santana. Elite. Caracas, 28 de mayo de 1966
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