Impresiones de la Caracas de 1878-1881

Impresiones de la Caracas de 1878-1881

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Impresiones de la Caracas de 1878-1881

Las mujeres caraqueñas son muy hermosas y los hombres lucen muy elegantes con esos sombreros de copa alta
Las mujeres caraqueñas son muy hermosas y los hombres lucen muy elegantes con esos sombreros de copa alta

     En anteriores oportunidades, desde este mismo espacio, se ha hecho referencia a la obra Recuerdos de Venezuela dado a conocer en París para el año de 1884 y a su autora Jenny de Tallenay. En esta ocasión el énfasis se centrará en sus descripciones de los lugares y aspectos generales de la población y la ciudad de Caracas, durante el itinerario que llevó a cabo entre 1878 y 1881. En esta oportunidad, haremos mención de sus primeras impresiones acerca de la ciudad que visitó entre estos años. Resulta de gran interés llevar el hilo de sus descripciones plagadas de consideraciones éticas y estéticas. Descripciones que pudieran resultar al lector de hoy chocantes. Sin embargo, no deja de ser importante rememorar la visión de un otro relacionada con formas de ser, hábitos o costumbres que para ella resultaban extraños y, por momentos, repulsivos, porque indican algunos atributos que para la historia y el historiador son representaciones retadoras en su verificación y verosimilitud. De ahí la importancia de las páginas escritas por viajeros que pernoctaron en tierra venezolana durante un período de tiempo, como lo es el caso que compete en las siguientes líneas.

     Refirió que a su llegada a Caracas fue alojada en el Gran Hotel y donde le fue servida “una gran variedad de manjares”, de los cuales expresó ya eran conocidos para ella y sus acompañantes. De quienes cumplían labores de atención para los que se alojaban en sus habitaciones expresó que eran cuatro o cinco negros, cuyas vestimentas eran vistosas y limpias. Del jefe de ellos expresó que había sido el encargado de atenderles, de nombre Sánchez quien conocía algunas palabras del idioma francés. 

     “No nos perdía de vista, riendo a carcajadas y enseñando sus dientes blancos al alargarnos los platos”. Escribió que mientras degustaban un café algunos venezolanos, “todos generales o doctores”, les habían sido presentados. De ellos afirmó que sólo hablaban español y que era un idioma de poco dominio para ella y sus acompañantes. Para su primera incursión a algunos lugares de Caracas se había ofrecido para acompañarles, en su travesía, el general Joaquín Díaz, ministro de hacienda, quien vivía en el Gran Hotel.

     Dejó escrito que, desde este hospedaje se divisaban las casas que eran de un solo piso y que el paisaje que se divisaba era bastante pintoresco. Hacia el norte describió la Sierra del Ávila que, según sus palabras, formaba una magnífica línea de barrancos, masas de árboles, torrentes, declives herbosos, rocas desnudas, “todo de un color de oro viejo” y que se teñía de púrpura a ciertas horas. Hacia el sur precisó otra cadena de montañas menos imponente que la del norte, con montículos, y al pie de la cual corría un impetuoso río, el Guaire, rodeado de cultivos y pastos.

     Entre estos dos cortes naturales y de este a oeste, se extendía el valle de Chacao. Éste mostraba varios declives que estaban surcados por tres ríos tributarios del Guaire. En los declives observó el levantamiento de casas blancas y en las que se veían grandes penachos de algunas palmeras o las formas espléndidas de grandes sauces, muy comunes en el valle, cuyo aspecto le pareció de rara elegancia.

La francesa Jenny Tallenay llegó a Venezuela en 1881 y se alojó en el Gran Hotel, donde le servían “una gran variedad de manjares”
La francesa Jenny Tallenay llegó a Venezuela en 1881 y se alojó en el Gran Hotel, donde le servían “una gran variedad de manjares”
Caracas, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para 1881, contaba con 8.194 casas y 55.638 habitantes
Caracas, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para 1881, contaba con 8.194 casas y 55.638 habitantes

     Agregó que la ciudad, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para el momento de su visita la ciudad ocupaba tres millones seiscientos mil metros cuadrados, con 8194 casas y 55.638 ocupantes. Añadió que las lluvias eran frecuentes, en especial de mayo a noviembre. Indicó, en vísperas del inicio del paseo que había tomado una taza de cacao, acompañada de una rebanada de pan y untada con mantequilla de coco.

     Al salir, en horas de la mañana, destacó haber experimentado una fresca brisa proveniente del cercano litoral. Al ser domingo, la ciudad se mostraba alegre y con ánimo. Al transitar por algunos lugares de la ciudad se topó con unas negras trajeadas con ropas de algodón y señoritas en mantilla que se dirigían a la iglesia de la que se escuchaba el repique de las campanas. A quienes identificó como europeos llevaban sombrero de copa alta y levita. El indio, “con color de bronce”, vestía con pantalón de cutí y camisa de color. Observó a mulatas que conversaban y llevaban sobre sus hombros mantones negros.

     Al llegar al “corazón de la ciudad”, es decir a La Plaza Bolívar, la describió como un lugar dedicado a los héroes de la Independencia. Según sus palabras, estaba rodeada por hermosos caobos cuyos troncos florecían en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo. Observó que la plaza tenía una forma cuadrada. Estaba acompañada de fuentes en las cuatro esquinas y que en el centro de la plaza se había levantado la estatua ecuestre de Bolívar. La calificó de ser una hermosa obra, elaborada en Múnich y encargada por Antonio Guzmán Blanco, que había sido inaugurada en 1874. Según anotó, era de bronce y “aunque un poco exagerada en algunos de sus detalles”, mostraba un conjunto imponente.

     En su relato expresó que de la plaza Bolívar partían cuatro calles principales o avenidas, identificadas de acuerdo con los cuatro puntos cardinales y “formando una cruz perfecta”. Las calles intermedias eran indicadas con números precedidos de las palabras norte, sur, este y oeste. Mientras todas las calles situadas hacia el norte estaban identificadas con números impares comenzando por el 1, las del sur lo estaban con números impares y comenzaban con el número 2. Según su relato, esta forma de organización urbana era muy usual en la América española, aunque para los extranjeros era complicada. 

     Los lugares ocupados por las casas formaban espacios cuadrados o cuadras. Sin embargo, no dejó de hacer notar que para ubicarse en una dirección específica hacía falta estar familiarizado con Caracas. Esto lo corroboró al decir que, el lugar en que cuatro cuadras constituían los ángulos de dos calles que se cruzaban en una esquina, tenían un nombre específico, para ella completamente arbitrario porque no tenía ninguna relación con el sistema urbano establecido.

     Observó que las casas eran solo de una planta baja. El interior de ellas era muy parecido a las de España con un corredor que daba acceso a dos patios rodeados de una galería con columnas, a los cuales daban las puertas de los cuartos, luego otro corredor en dirección hacia donde estaban la cocina, la despensa y los cuartos de los sirvientes. Los patios lucían plantas, poblados de pájaros y “engalanados a menudo con un surtidor de estilo morisco”.

     Contó que, luego de la cena volvió a la plaza para escuchar algo de música ejecutada por una orquesta. Sin embargo, se encontró que quienes amenizaban el acto musical eran “pobres negros, sin uniforme, apenas vestidos, que llevaban lastimosamente sus instrumentos en los cuales soplaban con aire atontado”. Vio a lo lejos a Francisco Linares Alcántara, sentado en su balcón junto con su esposa, quienes desde allí observaban el concierto. Aunque, expresó que no lo divisiva claramente debido a la “luz vacilante” proporcionada por las lámparas de petróleo que iluminaban de modo tenue la calle.

La Plaza Bolívar es el “corazón de la ciudad” y está rodeada por hermosos caobos en cuyos troncos floren en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo
La Plaza Bolívar es el “corazón de la ciudad” y está rodeada por hermosos caobos en cuyos troncos floren en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo

     No obstante, ponderó la magnificencia de las noches caraqueñas, al contemplar “millares de estrellas que centellaban en el cielo, y un viento suave y tibio nos traía de paso el perfume de las flores”. Describió una plaza Bolívar, colmada de personas, cuya característica era una mezcla de “razas”, tipos y vestidos “muy extraños”. Observó a las señoritas llevar trajes vistosos, con la cara enmarcada en una bonita mantilla “graciosamente levantada sobre la nuca”, caminaban en grupos de tres o cuatro charlando entre sí y juntas con los brazos. “Casi todas eran de estatura media y tenían los rasgos delicados y regulares animados por bellos ojos negros llenos de viveza y dulzura”. No obstante, le causó le produjo una sensación de extrañeza y repulsión la cantidad de maquillaje con el que cubrían sus rostros.

     En su descripción hizo notar que, los bancos de piedra, colocados debajo de los árboles, los ocupaban negros desharrapados. Sumó a su descripción que jóvenes de pie e inmóviles se formaban en hilera para ver pasar a las señoritas y, en ocasiones, les lanzaban palabras de admiración. 

     “Algunos políticos graves y reservados platicaban misteriosamente en la sombra, y por encima de los ruidos de pasos y voces se oían por momentos las notas jadeantes de la banda que tocaba por deber y con toda conciencia de la disciplina”. Apreció que entre la multitud de los “elegantes” se veían, de vez en cuando, entre los sombreros de fieltro y panamá, algunos sombreros europeos de copa alta. De acuerdo con sus palabras y conocimiento, en Venezuela estos sombreros de estilo europeo se habían extendido desde hacía veinte años y que habían causado buena impresión desde un inicio. Recordó que se había introducido el sombrero de resortes. “De modo que los negritos persiguieron en las calles a los que se atrevieron primero a llevarlos, gritando a voz en cuello: ¡Pum – Pá! ¡Pum – Pá!, por alusión al ruido que resulta de la tensión repentina de la tela del sombrero desplazada por los resortes”. De acuerdo con ella, el nombre se habría popularizado y generalizado y para el momento de su visita una de las grandes tiendas de sombreros de Caracas llevaba por nombre: “La Rosa y el Pum – Pá”.

     Otro de los aspectos que reseñó fue luego de su visita a la Casa Amarilla ocupada, para el momento, por el presidente Francisco Linares Alcántara. 

La Casa Amarilla es la residencia presidencial. Tiene un solo piso, con una estructura regular y sus doce ventanas que dan hacia la plaza Bolívar
La Casa Amarilla es la residencia presidencial. Tiene un solo piso, con una estructura regular y sus doce ventanas que dan hacia la plaza Bolívar

     Como contexto de su narración reflexionó que en Suramérica los cambios “repentinos de fortuna” que permitían a personas de condición muy humilde alcanzar rangos de alta investidura, eran muy usuales. Del presidente expresó que era uno de los cazadores más atrevidos del país, insensible a la fatiga y las privaciones. Había sido cestero en su vida juvenil y su madre era de origen africano, aunque se equivoca al determinar su supuesto origen humilde. Destacó la autora que, gracias a su participación en guerras civiles había alcanzado notoriedad como el de asumir la presidencia de la República.

     Señaló que lo había conocido dos días después de llegar a Caracas. De la residencia presidencial expresó que era una hermosa casa de un solo piso, con una estructura regular y que sus doce ventanas daban hacia la plaza Bolívar. Las seis ventanas superiores estaban adornadas de balcones de hierro y coronadas por una cornisa sobre la cual, en la parte del centro, se levantaba un medio punto en forma de concha que portaba las armas de Venezuela. Al igual que otras casas de la ciudad, tenía el patio orlado con un surtidor, sombreado de plátanos espléndidos, según su opinión. “Nada hay más gracioso, más fresco y más verde”. Refirió que fueron recibidos, ella y sus acompañantes, en un pequeño salón del primer piso, “amueblado con bastante lujo, pero sin demasiado buen gusto”. Del presidente Linares Alcántara comentó: que estaba en uniforme y que le acompañaban dos edecanes, quienes se ubicaron uno en cada lado del presidente. “Era un hombre joven aún, de estatura elevada; aunque mulato, tenía las facciones finas y regulares”. Indicó, además, que el pelo “un poco crespo” revelaba sus raíces africanas, de lo contrario se le pudiera atribuir un origen indio, subrayó. De su esposa expresó que era una mujer joven y encantadora, cuyo origen se remontaba a las antiguas familias españolas que se habían asentado en el país. Por sus bellezas y encantos se distinguía entre otras de su género. 

     Como queda dicho, en las palabras esbozadas a partir de sus iniciales apreciaciones, es posible corroborar una percepción particular y no ajena de valoraciones éticas y estéticas frente a otro, distinto, pero atractivo en la medida que permite esbozar una realidad llena de exotismo, extrañeza y encanto.

Palabras del Presidente de La Cámara de Comercio, Industria y los Servicios de Caracas En el acto central de celebración del 75º Aniversario de la Bolsa de Valores de Caracas

Palabras del Presidente de La Cámara de Comercio, Industria y los Servicios de Caracas En el acto central de celebración del 75º Aniversario de la Bolsa de Valores de Caracas

Palabras del Presidente de La Cámara de Comercio, Industria y los Servicios de Caracas En el acto central de celebración del 75º Aniversario de la Bolsa de Valores de Caracas

     Hoy, y con la venia de estilo del Presidente de la Bolsa de Valores de Caracas, sus directores y del público asistente, voy permitirme, a partir de un breve relato personal, comenzar esta intervención, que más que protocolar tiene impreso el deseo de dejar constancia de afecto y cercanía institucional, entre la joven septuagenaria institución en la que nos encontramos y la supercentenaria Cámara que represento, vinculadas por la historia y por el compromiso con el país, que desde hace algunos años nos genera admiración y cada día empeñan nuestra actuación.

     Corría el año de 1986, y quien les habla, siendo un joven profesional, con el motor a su máxima potencia, afanado en aprender y cargado de las ilusiones orientadas en el desarrollo profesional, tuve la oportunidad de entrar, por primera vez, en contacto con la entonces Cámara de Comercio de Caracas, en esa oportunidad como Director de Inspección y Fiscalización de Rentas del extinto Concejo Municipal del Distrito Sucre.

     Pasaron los años, y estando en el ministerio de Hacienda, acompañé al entonces titular del Despacho Pedro Rosas Bravo, en mi condición de Coordinador Legal de la Reforma Tributaria a efectuar una presentación del Plan Maestro de Reforma Tributaria, inserto en el Plan de ajustes económicos, conocidos como el «Gran Viraje». Este fue mi segundo contacto con la Cámara de Comercio de Caracas.

Un paseo por el norte de Caracas

Un paseo por el norte de Caracas

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Un paseo por el norte de Caracas

Jenny de Tallenay dejó sus impresiones de viaje por el país (1878-1881) en su libro “Souvenirs du Venezuela”

     Al igual que otros viajeros provenientes del continente europeo, Jenny de Tallenay mostró asombro y emoción ante el espectáculo de la naturaleza en las tierras que ocupa Venezuela. No perdió tiempo para hacer comentarios de plantas, flores, frutas, animales e insectos que encontró en sus excursiones a zonas más verdes a las afueras de la ciudad. Y esto se debe a que ella no limitó su tiempo en Venezuela a estar solo en la capital, por el contrario, como ya habían hecho otros visitantes europeos, se trasladó fuera de ella para el encuentro de otros paisajes y nuevas experiencias. En su recorrido anduvo por el litoral, conoció Puerto Cabello y su Cumbre, hasta llegar a las minas de Aroa en el actual estado Yaracuy, para retornar a la capital del país por la vía de Valencia y Maracay. Se debe agregar que, a sus consideraciones acerca de una naturaleza pródiga y exótica, sumó observaciones sobre hábitos y costumbres de los caraqueños, así como de otros habitantes de los lugares que visitó. Asunto, este último que, por lo general, se suele soslayar por parte de quienes reseñan su texto.

     En continuidad con lo expresado por parte de Jenny de Tallenay en su diario de viaje cuyo título fue Recuerdos de Venezuela que, como lo hemos expresado en anteriores oportunidades, ofrece una valiosa información acerca de la Caracas de finales del 1800. 

     Sin embargo, se debe recordar que no todo lo anotado por esta dama de origen francés puede ser asumido al pie de la letra, no sólo por evidentes yerros históricos y geográficos, así como por la cantidad de juicios de valor emitidos, los que son importantes a tomar en consideración al momento de utilizar el texto como un testimonio valido en toda la extensión de la palabra.

     Junto con el secretario de la Legación de España en Caracas, Tallenay y sus acompañantes, comenzaron una excursión hacia los lados de Catuche y el río del mismo nombre que cruzaba el lugar. La dirección que tomaron fue hacia lo alto de la ciudad para presenciar la naturaleza que se ofrecía espléndida. De acuerdo con su narración mientras se adentraban al lugar de destino se toparon con una pared de adobe de un metro de ancho por dos de largo e indicó “aquí, la ciudad; más allá, el campo”, según su valoración, era el traslado sin transición de la animación a la soledad. En un lugar “edificios apretados”, en el otro una “llanura inculta” cubierta de matorrales, de plantas entremezcladas de espinos y manojos de flores.

     Anotó que los alrededores de Caracas estaban henchidos de barrancos y que los terremotos habían agrietado el suelo arcilloso del valle, así como que las aguas habían contribuido a ensancharlo más. El mismo proceso natural había formado grandes precipicios, anchos en proporción y que se extendían en grandes surcos o quebradas, a grandes distancias. Ella los llamó “vallecitos” que se desplegaban hasta la ciudad capital, adonde se podían apreciar, al lado de calles concurridas, hundimientos repentinos, llenos de una vegetación exuberante.

     El camino que siguieron los llevó a la cima de uno de los precipicios. Observaron en su caminata un amplio terreno cercado y rodeado de murallas. La primera impresión que tuvieron del mismo, cuenta Tallenay, era la de un cementerio, pero al cabo de un momento apareció una persona que les abrió la puerta. Al traspasarla observaron una “bella sabana de agua cuya superficie, brillante de luz, estaba levemente rizada por la brisa matinal”. De este modo constataron que se trataba de un depósito de agua o toma de agua, cuyo propósito era abastecer del importante líquido a uno de los lugares cercanos a la ciudad. Según sus palabras se trataba de un “trabajo hermoso” encargado por el general Antonio Guzmán Blanco. Sus aguas provenían del río Catuche, eran muy claras y transparentes. Eran aguas que se tenían como de efecto muy higiénico. Efecto atribuido a que en su recorrido lo hacían sobre raíces de zarzaparrilla y por ello eran las preferidas de los caraqueños.

El agua que se consume en Caracas, en gran proporción proviene del río Catuche; “son aguas muy claras y transparentes”

     En su incursión atravesaron el río Catuche para incorporarse al bosque. Contó que el contraste del paisaje era “violento”, porque una suerte de oscuridad sucedía a los vivos resplandores de la llanura, una humedad fría y penetrante se experimentaba con los ardores del sol. Advirtió sobre la presencia de grandes árboles con gruesas ramas cargadas de orquídeas y flores de gran variedad que, a su vez, estaban acompañadas de floridas lianas y rodeados de extensos matorrales. Su sorpresa ante el impresionante bosque la expresó de esta manera: “! Cómo describir este mundo de vegetales, este asalto al espacio por estas masas de vegetación, estos insectos zumbantes, estos pájaros de alegre plumaje, esta maraña de cosas vivas siempre en acción subiendo del suelo hacia el cielo azul ¡”

     No dejó de mostrar su admiración y rememorar tiempos de encanto infantil y juvenil cuando comenzó a experimentar los prodigios de la naturaleza. A medida que avanzaban en su expedición, observaba gruesas matas floridas, rocas, troncos que interrumpían el paso hacia el bosque. 

     Al cabo de un rato se encontraron de nuevo con el río Catuche, pero en las alturas lucía un torrente impetuoso. Anotó que entre las raras plantas que consiguieron estaba el Guaco, utilizado como antídoto entre los pobladores que hacen vida en los alrededores del Orinoco y del Cauca contra el veneno de cierto tipo de serpientes. Indicó que entre algunos pobladores del país era utilizado de manera preventiva, al recordar que los “indios llegan a inocularse en la muñeca algunas gotas y se pretende que pueden arrostrar por lo menos durante un tiempo, a consecuencia de esta operación, los colmillos acerados del más terrible crótalo”.

     En su travesía observaron árboles de dimensiones medias de Onoto “que da un hermoso color de grana”. Narró que la tintura se obtenía de una especie de bayas del tamaño de un hueso de cereza. Su recolección era por temporadas y que para obtener la tintura se les debía pasar por agua hirviente. Al pasar por agua hirviente se abrían y se espesaban poco a poco y de ahí resultaba un hermoso matiz rojizo y listo para utilizar. Según su opinión, se utilizaban para teñir cobijas y mantos. “Los indios del interior tiñen con onoto las plumas de su tocado y lo emplean para tatuarse el cuerpo. Las mujeres caribes fabrican con él brazaletes para adornar sus brazos y tobillos”.

     En su recorrido pararon para almorzar en un lugar llamado los Mecedores, cuyo nombre se debió a que los árboles estaban entrelazados unos con otros por grandes lianas, “algunas de las cuales forman columpios naturales, lo cual valió a esta localidad la denominación que le fue dada”. Mientras degustaban su almuerzo se apareció una culebra de un metro y medio de tamaño. Sus acompañantes hombres le aplastaron la cabeza y luego la expusieron ante sus ojos. Tallenay puso en evidencia que era un crótalo “adolescente aún porque no tenía sino tres cascabeles al extremo de la cola”.

     A propósito de este inoportuno encuentro rememoró que en algunos lugares se rezaban oraciones a San Pablo luego de la mordedura de una serpiente, con lo que aseguró, llena de ingenuidad, “que basta llevar con uno para estar asegurado de una protección eficaz contra todo peligro”. Argumentó que existían algunos individuos que tenían el privilegio de curar por medio de rezos y con ello neutralizar los efectos del veneno. “Estos curanderos son muy venerados entre sus compatriotas y pronto su fama se extiende de un pueblo a otro”. En este orden, narró que, si a algún peón lo mordía una serpiente, enviaba de inmediato a un mensajero para traer al curandero más cercano y recitar la “Oración mágica”. Agregó que parecían haber casos de curación, aunque se usaban cataplasmas no se sabía que era lo más efectivo, si esta aplicación o la oración mágica.

Hermoso grabado tomado del libro de Tallenay

     Gracias a la sorpresiva presencia del inoportuno reptil habían descubierto una flor denominada Rosa de la Montaña, cuya forma y tamaño era similar a tres alcachofas juntas. La describió como una planta de una gran belleza, contaba con matices que iban desde el color rosado pálido a la púrpura más intensa y con una exquisita armonía. De acuerdo con su conocimiento, parecía ser una planta muy rara de encontrar en el país porque no volvió a ver otras de la misma especie en los lugares que visitó. Sería en las cercanías de Puerto Cabello en donde un cazador se la había mostrado como una planta curiosa e interesante.

      Contó que, a las cinco de la tarde decidieron volver al lugar donde se hospedaban y que había sido la repentina aparición en el firmamento de nubarrones negruzcos, los que estimularon el afán de regresar. Al tomar el camino de regreso se volvieron a topar con el guardián de la toma de agua. Se mostró sorprendida al ver que en una de sus manos sostenía un gran insecto bastante largo, delgado y que movía las patas de forma desesperada. Lo llamaban Caballito del Diablo, muy común en América de acuerdo con su percepción, “cuyas formas tan extrañas parecen casi incompatibles con una organización vital regular”.
     Al entrar a Caracas indicó que caía una fuerte lluvia. “Es necesario haberse encontrado bajo un chaparrón tropical para formarse una idea de él”. Comparó este gran chaparrón con un diluvio y que a medida que caía el agua se formaban a su paso torrentes y cataratas, la comparó con una tromba acuosa que barría todo a su paso. Contó que, mojados hasta los huesos, en medio de las calles transformadas en ríos, no les quedó otra posibilidad que refugiarse en la primera casa que encontraron. 

     Según indicó, la casualidad los condujo a la morada de una “honrada familia” inglesa que se había radicado en estas tierras desde hacía bastante tiempo. Según escribió, fueron atendidos con gran amabilidad y cordialidad por parte de esta familia asentada en Venezuela.

      Al día siguiente, fueron invitados a una corrida de toros que se celebraría al domingo siguiente. La invitación fue por parte de los miembros del cuerpo diplomático acreditado en el país. Estableció que en Venezuela era muy común que las esposas y señoras ocuparan las ventanas, para apreciar actos como el mencionado, mientras los hombres ocupaban el centro del salón y conversando entre ellos. Agregó, además, que las damas se colocaban en dos círculos, uno correspondiente a las mujeres casadas, otro con las jóvenes solteras. Los hombres se situaban en distintas partes ya lo fuera en el patio, o en un reducido salón anejo a la sala de recepción o de pie en las puertas. Para ella esta costumbre no posibilitaba un verdadero diálogo entre los integrantes de la sociedad. Lo que para ella mostraba la poca atención que se prestaban los unos a los otros.

      En la “fiesta”, tal como la denominó, se presentaron algunos hombres a caballo, en mangas de camisa, quienes perseguían con voces altisonantes a unos “apacibles rumiantes” que eran estimulados por otros hombres y que a poco lanzaban cornadas y perseguían a sus incitadores. Para los caballeros la actividad consistía en tomar por la cola a uno de los toros y con un rápido movimiento y torsión derribar al animal. “Una pandilla de negritos que chillaban, silbaban, sacudían sus harapos, seguía el grupo ecuestre, blandiendo largas hojas de plátanos a manera de estandartes”. Para ella, el espectáculo se mostraba con alegría, con la calle orlada con las banderas de Venezuela y de otros países, combinadas con guirnaldas. Era una fiesta de gran colorido que, “bajo este cielo azul, deslumbraba la vista”. 

La joven Jenny de Tallenay, hija de Henry de Tallenay, encargado de negocios y Cónsul general de Francia en Venezuela, llegó al país en 1878 y desde entonces se dedicó a recorrer algunas partes del país. Sus impresiones de esas incursiones que les dejaría su estancia de tres años por estas tierras, las publicaría en un libro titulado “Souvenirs du Venezuela”, acompañado de ilustraciones de Saint-Elme Gautier y editado en París por la editorial Plon en 1884.

Presidente de la Cámara de Caracas exhorta a un Pacto Fiscal

Presidente de la Cámara de Caracas exhorta a un Pacto Fiscal

Presidente de la Cámara de Caracas exhorta a un Pacto Fiscal

     La aprobación en la Asamblea Nacional de la Reforma de la Ley del Impuesto a los Grandes Patrimonios, en opinión de Leonardo Palacios, presidente de la Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas, terminó de derrumbar el sistema tributario venezolano, que ya había implosionado por graves distorsiones como por ejemplo la múltiple imposición o el manejo de la figura de contribuyentes especiales sin tomar en cuenta la verdadera capacidad económica.

     Palacios plantea que es urgente diseñar un sistema nacional tributario democratico, que conlleve la coherencia necesaria entre la política tributaria con las políticas económica y monetaria. Alerta que la omisión de un verdadero Plan Maestro de Reforma Tributaria implosiona la estructura de impuestos en perjuicio de la economía, las empresas y el ciudadano. “Es necesario construir bases consensuales para celebrar un Pacto Fiscal que permita la recuperación y crecimiento económico”.

     El dirigente gremial propuso este debate durante la realización del evento “Análisis legal y económico del Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras”, organizado por la Cámara de Caracas en alianza con la Academia Nacional de Ciencias Económicas y la Asamblea de Ciencias Políticas y Sociales.

     En esta actividad participó el economista Leonardo Vera, miembro de la ANCE, quien explicó los efectos negativos del IGTF para las personas naturales y pequeños contribuyentes. De acuerdo a lo que se ha conocido de la reforma, Vera señala que una persona que gane 33 dólares al año así como una empresa produzca 133 dólares anuales serían contribuyentes especiales.

     Por este tipo distorsiones concluye que con la reforma el IGTF deja de ser un tributo a las grandes transacciones financieras para convertirse en un impuesto a cualquier transacción financiera o no, y no necesariamente grandes. “El contenido de la reforma transgrede la filosofía de la ley, y como tal debe ser anulada”.

     Los académicos Juan Cristóbal Carmona y Luis Zambrano Sequín fueron los encargados de comentar las ponencias de los profesores Palacios y Vera. Zambrano presentó estimaciones de la recaudación del IGTF al cierre de 2022.

     En el canal de Youtube de la Cámara de Caracas está disponible el “Análisis legal y económico del Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras”.

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