Ya en tierra, el ataúd fue cubierto con las banderas de Venezuela y de los Estados Unidos de Norteamérica. Como tributo fue provista de una guirnalda de siemprevivas, coronas de flores y laurel, y distintas pertenencias de próceres de Venezuela. En el muelle ondeaban banderas de Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Venezuela, junto con unos escudos de laurel con los nombres de las batallas ganadas por Páez. Luego, un numeroso cortejo condujo sus restos funerarios hacia el tren Caracas–La Guaira.
Fueron veintidós jóvenes guaireños los encargados de trasladar la urna hacia el vagón del ferrocarril. Seis niñas, con vestimentas a la usanza romana, con túnicas rojas y medias rosadas, la frente ceñida por una corona de laurel, llevaban sobre los hombros la bandera de la nación que representaban, iban regando flores recogidas de un canastillo colgado de su brazo. A la vera de cada jovencita marchaba un general enarbolando una bandera del país que representaba. El traslado desde el muelle hasta el ferrocarril tardó cerca de dos horas. Próximo al mediodía se pudo colocar el ataúd en el lugar al que estaba destinado inicialmente. Ya en el ferrocarril sobre la urna las seis niñas colocaron las banderas del país que representaban. De inmediato, quien presidió el acto, administrador de la aduana, Juan Bautista Arismendi invitó a la comitiva a un banquete en el salón principal de la aduana. En el salón estaban exhibidos un busto de Páez y retratos de los presidentes estadounidenses Washington, Lincoln, Grant y Garfiel en medio de banderas de Venezuela y los Estados Unidos.
Luego de haber concluido el banquete la comitiva abordó el ferrocarril con la caja fúnebre. El tren arribó a la estación central de Caño Amarillo en la capital de la república cerca de las seis de la tarde. El presidente López y su tren ejecutivo fueron los encargados de recibir la comitiva y el ataúd, ante la espectral mirada de algunos lugareños. Al son de marchas fúnebres la urna fue transportada en procesión. El féretro fue llevado a la capilla ardiente instalada en el adoratorio de Lourdes, en la cima de El Calvario. A las nueve de la noche fue colocado allí entre los días 9 y 17 de abril.
En horas de la mañana del 17 de abril el cajón mortuorio fue transportado a un arco de triunfo efímero en la estación de Caño Amarillo. Este arco fue descrito por Vallenillla Lanz como sigue. Al este del arco se apreciaba la figura de Páez, rodeada de armas y de escudos de Venezuela y otras repúblicas, y el león de España, herido, bajo la bandera de Colombia. Dos ángeles se inclinaban sobre el féretro, en posición de colocar en él las coronas de laurel. En un lado estaban las estatuas de la Libertad y la Justicia, y en el otro las de la Paz y la Ley. La bóveda del arco estaba cubierta de luto y el pavimento alfombrado. En el ángulo sureste del monumento, y como a dos metros de su base, flameaba el estandarte de la república, de dimensiones colosales, enarbolado sobre un mástil al nivel de la cúspide de la colina.
El mismo día 17, a las cuatro de la tarde, estaban en la estación del ferrocarril el presidente de la república, autoridades civiles y militares, gremios científicos, industriales y comerciales, integrantes de la universidad, periodistas, académicos, colegiados, representantes de legaciones extranjeras, sociedades de beneficencia y varias personas. De inmediato, varios escuadrones de soldados tomaron posición, al igual que el cuerpo de matemáticos, la guardia de honor de la infantería y la guardia del presidente, todos vestidos con uniforme de gala, junto con todos estos se encontraban con hábitos de ceremonia, portando cruces ceremoniales, el clero y seminaristas quienes hacían coro al arzobispo de Caracas, enfundado de pontifical. El ataúd fue situado en un carro de guerra formado con cañones y banderas, adornado con trofeos y escudos de armas de Venezuela y de Estados Unidos de Norteamérica, del que halaban seis caballos cubiertos con mantillas de tul negra y guarnecidas con flecos de plata.
Desde las cuatro de la tarde, la procesión, encabezada por la caballería, transitó por una calle sembrada de cipreses naturales, el paso por el puente de Caño Amarillo estaba adornado con palmas, cipreses, follaje y pendones en el que se levantaba un segundo arco triunfal compuesto por columnas de gran altura y rematadas con banderas y símbolos de guerra, el recorrido continuó hasta la esquina de Solís donde había otro arco de triunfo. Las calles fueron ataviadas con estandartes, cortinas y pendones, en sus aceras, puertas y ventanas podían verse el nombre de Páez y los escudos de Venezuela y los Estados Unidos entre guirnaldas de flores o laurel.
El ornato utilizado para esta ocasión era en esencia bélico. En la esquina de Padre Sierra se estableció un arco a la usanza del Renacimiento, rojo escarlata, con molduras de oro, en cuyos perfiles brillaban escudos decorados de Venezuela y Norteamérica. En el llamado boulevard del Norte se apreciaban altos cipreses de flores de colorido diverso en recipientes blancos de un metro de alto, asentados sobre columnatas de mármol, enlazados unos con otros por anchas cintas de tela que fingían los colores de la luz. Otro arco cubría la esquina de la Municipalidad. Uno de estilo árabe de diez metros de altura, en las Gradillas. Entre los dos estaba el de las Queseras del Medio el que había sido conformado con ciento cincuenta lanzas, en alegoría de los ciento cincuenta héroes presentes en la batalla, cada cual, con una bandera tricolor, y en ella inscrito el nombre de los vencedores.
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