Carpentier desarrolló en Venezuela gran parte de su obra literaria
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Carpentier desarrolló en Venezuela gran parte de su obra literaria
Alejo Carpentier, escritor cubano nacido en Suiza en 1904 fallecido en Francia en 1980, vivió exiliado en Venezuela junto con su esposa Lilia durante 14 años (1945-1959).
Al arribar a Caracas en 1945 contaba con 35 años de edad, originalmente llegó a trabajar en la agencia de publicidad ARS, animado por su amigo Carlos Eduardo Frías.
Durante su permanencia en nuestro país desarrolló una de las etapas más fecundas de su vida intelectual; ejerció como periodista, crítico musical y editor de cuentos. Escribió en diarios y revistas. En el periódico caraqueño El Nacional mantuvo durante muchos años una muy leída columna titulada “Letra y Solfa”, en la cual dio a conocer importantes estudios musicales, costumbres, folklore, arte popular, expresando su admiración por la capacidad creadora del venezolano.
En Caracas, en marzo de 1948, termina de escribir, luego de quince años, su primera gran novela: El reino de este mundo, la cual será publicada en México, en 1949. En el prólogo de esta excelente obra literaria, Carpentier ensaya por primera vez su teoría de lo real maravilloso, considerado como el antecedente del realismo mágico del colombiano Gabriel García Márquez
Carpentier desarrolló en Venezuela una de las etapas más fecundas de su vida intelectual
Alejo Carpentier, escritor cubano nacido en Suiza en 1904 fallecido en Francia en 1980, vivió exiliado en Venezuela junto con su esposa Lilia durante 14 años (1945-1959).
Al arribar a Caracas en 1945 contaba con 35 años de edad, originalmente llegó a trabajar en la agencia de publicidad ARS, animado por su amigo Carlos Eduardo Frías.
Durante su permanencia en nuestro país desarrolló una de las etapas más fecundas de su vida intelectual; ejerció como periodista, crítico musical y editor de cuentos. Escribió en diarios y revistas. En el periódico caraqueño El Nacional mantuvo durante muchos años una muy leída columna titulada “Letra y Solfa”, en la cual dio a conocer importantes estudios musicales, costumbres, folklore, arte popular, expresando su admiración por la capacidad creadora del venezolano.
Carpentier escribió en Venezuela una de sus grandes obras, Los pasos perdidos, 1952
En Caracas, en marzo de 1948, termina de escribir, luego de quince años, su primera gran novela: El reino de este mundo, la cual será publicada en México, en 1949. En el prólogo de esta excelente obra literaria, Carpentier ensaya por primera vez su teoría de lo real maravilloso, considerado como el antecedente del realismo mágico del colombiano Gabriel García Márquez.
También como residente de la capital venezolana creó otras de sus tres grandes obras: Los pasos perdidos, 1952, inspirada en la geografía venezolana; El acoso, 1956 y El siglo de las luces, que terminó en 1958, pero fue publicada en 1962.
A lo largo de su estancia en Venezuela publicó más de dos mil trabajos en sus columnas de El Nacional, al tiempo que tomó parte activísima en la vida intelectual del país. Junto a Miguel Otero Silva y Arturo Uslar Pietri, integró el jurado del concurso de cuentos patrocinado por este diario desde 1952 y participó en la organización de las primeras ediciones del Festival de Música Latinoamericana de Caracas. También fue conferencista y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
A mediados de 1959, tras el triunfo de la revolución comunista cubana, liderada por Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, regresa a su país y ocupa altos cargos en el sector cultural hasta que es nombrado embajador en Francia, en 1966, cargo que desempeña hasta su desaparición física.
En 1978, un par de años antes de su muerte, le conceden el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas, en reconocimiento a su significativo aporte a la literatura latinoamericana.
Una muestra elocuente del conocimiento que tuvo sobre la realidad cultural venezolana lo constituye el siguiente escrito, publicado en El Nacional, en la edición del viernes 14 de diciembre de 1951.
AGUINALDOS Y PARRANDAS
Por Alejo Carpentier
Venezuela es el País que puede mostrarse orgulloso de haber conservado, con sorprendente vitalidad y carácter propio, la tradición encantadora de los villancicos, aguinaldos y parrandas, que en un tiempo acompañaron, en todo el mundo cristiano, las festividades pascuales. Y digo que “en un tiempo acompañaron…”, porque sorprende, en verdad, que una costumbre tan grata, fuente de la más tierna invención melódica, propiciadora de las coplas y pastorelas de una deliciosa poesía, haya desaparecido tan completamente de ciertos países donde esa tradición existió hasta fines del siglo pasado. No hablemos ya de muchas naciones europeas donde el villancico se ha vuelto una cosa erudita, remozada cada año con gran trabajo, sobre manuscritos nada dicen ya al pueblo. (Debe reconocerse que los ingleses, en cambio, fueron excepcionalmente hábiles en conservar y hacer cantar, como una suerte de rito pascual colectivo, sus “ChristmasCarol´s). Lo raro es que ciertos países de nuestro continente, que recibieron el villancico de mano de los conquistadores y escucharon coplas de Juan del Encina en los tempranos días de la colonización, hayan perdido, de modo tan absoluto, la tradición de los aguinaldos y parrandas. Es inexplicable, por ejemplo, que, en un país como Cuba, tan rico en fuerzas creadoras de música popular, el villancico haya desaparecido totalmente, sin dejar rastro. Es probable que algún sacerdote músico haga cantar coplas pascuales en algún templo en la Habana o en alguna vieja iglesia colonial, en noche de Navidad. Pero no encuentra ecos realmente en la memoria del hombre de la calle, ni haya resonancia en el holgorio arrabalero de lechón asado y plátano verde. Y, sin embargo, mis investigaciones realizadas en la catedral de Santiago me pusieron sobre la pista de una serie de manuscritos maravillosos, de villancicos compuestos, a mediados del siglo XVIII, por el maestro de la capilla de música que era criollo. Lo que demuestra que allí la tradición fue tan observada como en México o Venezuela. ¿Por qué se perdió,entonces?… ¿Y por qué se perdió en tantos otros países de nuestra América? …
– ¡Tun, tun!
– ¿Quién es?
– ¡Gente de Paz!
Para que un furruco empiece a sonar no se sabe dónde y en un coro salido del norte, sur, añada a compás, y en la melodía exacta:
-Ábrannos la puerta
Que ya es Navidad.
El escritor cubano Alejo Carpentier vivió exiliado en Venezuela durante 14 años
La conservación, anotación, difusión, de los aguinaldos, villancicos, y cantos pascuales, donde todavía perdura su tradición en América, es labor que incumbe a los músicos de nuestro continente- Labor en la que el maestro Sojo ha dado orientaciones y ejemplos fecundos. Aún los espíritus más irreligiosos conocen la emoción del canto pascual, que es una de las manifestaciones más auténticas y puras del alma popular (“Villancico” era, originalmente, “Villanela”, canción “a lo villano”, campestre, rústica).
Suerte tiene, pues, Venezuela, de conservar una tradición que le viene de muy lejos, y haber tenido músicos que a tiempo se aplicaron a anotar, armonizar, editar, lo que el debilitamiento de una tradición oral ha dejado de perderse, irremisiblemente, en otros países.
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