Un viajero de hamburgo por Venezuela

Un viajero de hamburgo por Venezuela

POR AQUÍ PASARON

Un viajero de hamburgo por Venezuela

     “Viaje por Venezuela en el año de 1868” fue el resultado de la travesía por algunos lugares de Venezuela llevada a cabo por Friedrich Gerstacker, quien desde la edad de 21 años se dedicó a viajar y escribir acerca de su experiencia como viajante. Fue una práctica que inició a partir del año de 1827 y lo hizo por varios lugares del mundo. Visitó los Estados Unidos de Norteamérica, América del Sur, Australia, las Indias Neerlandesas y algunos espacios territoriales del norte de África. Su narrativa se caracterizó por exhibir un estilo basado en la crónica y con una tesitura novelesca. Algunos de sus relatos fueron: Los piratas del Misisipi (1848), Oro. La vida en California (1858) y En México (1871). La narración que estructuró acerca de Venezuela se editaría cien años después de su visita a esta comarca, en 1968, bajo los auspicios de la Universidad Central de Venezuela y con traducción de Ana Gathmann. Gerstacker visitó La Guaira, Caracas, los Valles de Aragua y los llanos de Apure. Hizo lo propio por las aguas del Orinoco desde donde alcanzó tierras de Ciudad Bolívar y de aquí llegar a Trinidad y partir, luego, a Europa.

     Gerstacker dejó escrito, en las primeras páginas de su texto, haber imaginado Caracas rodeada y adornada de una rica y abundante vegetación, así como que, por ser una antigua ciudad española, estaría compuesta de casas bajas y achatadas, con calles amplias, pero al estar en ella constató lo apócrifa de su figuración y lo que sus ojos observaban. Más bien, las calles eran angostas y las casas, aunque bajas, no contaban con azoteas planas a la usanza española. Eran casas con techos inclinados cubiertos de tejas. Sin embargo, se sorprendió al ver faroles alumbrados con gas.

Friedrich Gerstacker, autor de Viaje por Venezuela en el año de 1868

     Expresó que Caracas estaba edificada de “una manera particular”. Subrayó que en ella se apreciaba el antiguo estilo hispano, pero que sus habitantes le habían estampado un matiz de acuerdo con “el carácter” de sus habitantes. Llamó la atención el que las casas, “al menos las mejores”, se asentaran en un “cuadrado” que bordeaba un pequeño patio cubierto de flores, al frente de cada una de ellas. Esto lo indujo a expresar que “el venezolano” amaba el verdor y los adornos florales. En las casas observó la existencia de unas argollas utilizadas para amarrar caballos, “una necesidad de transporte en la ciudad”.
Las casas que visitó las describió como unos espacios en que los dormitorios se hallaban a los lados laterales. Cerca de la puerta de entrada se ubicaban otras partes como el salón de estar y otra para la recepción de los visitantes, con la característica de tener la misma altura de las casas. De las ventanas dejó asentado que eran de hierro “elegantemente” trabajado. De éstas subrayó que eran muy cómodas para visualizar el exterior desde dentro de las casas. Aunque resultaban un estorbo por la modalidad con la que fueron construidas en la parte de afuera de las casas. Quien caminara por la acera se veía constreñido a lanzarse a la calle para no tropezar con ellas y así no sufrir un golpe innecesario.
     De los alemanes, que conoció en Caracas, dejó asentado que no había imaginado encontrar tantos de ellos en la capital de Venezuela. Los calificó como “una magnífica sociedad de todas las clases” y quienes estaban dedicados a distintas ramas comerciales.
Se mostró sorprendido que tanto en La Guaira como en Caracas los provenientes de Alemania, y permanentes en estos lugares, prefiriesen contraer nupcias con damas nacidas en el país de padres o abuelos españoles y quienes llevaban la más “feliz vida matrimonial”. 

     De la descendencia de estas coyundas agregó que no había conseguido en ningún otro país “tantos muchachos bonitos como en Venezuela”. Al comparar al “elemento alemán” en Venezuela, respecto a los alemanes que habitaban en los Estados Unidos de Norteamérica, dijo que en la nación suramericana ellos se imponían, mientras en la del norte los mismos se diluían.

     Destacó que la gran mayoría de los residentes alemanes en el país fuesen notorios comerciantes, entre quienes eran evidentes los casos de artesanos y boticarios, sin embargo, se mostró sorprendido que sólo hubiese un médico. De éste recordó que residía en La Guaira y quien no se reunía con otros alemanes, por ello razonó que no podía considerarse alemán porque tenía escaso trato con sus coterráneos.

     Uno de los aspectos que hizo notar su preocupación en los tratos de la sociedad, y que visualizó en su recorrido por Caracas, fue el de la vida militar y quienes la integraban. Muy parecido a lo que otros visitantes y viajeros ponderaron fue el paseo por lugares considerados de “gran belleza”, tal como lo destacó al pasar frente a grandes cafetales y distintas haciendas, rodeadas de viejos árboles “realmente suntuosos”. Sin embargo, esto contrastaba con las acciones y actitud que observó en el “general negro Colina”, conocido bajo el remoquete de El Cólera. De éste y sus acompañantes expresó que a “él mismo le sangraba el corazón” al ver como un gobierno “deplorable e inconsciente” maltrataba, chupaba y pisoteaba “este bello país”. Observó que la belleza de juncos, árboles y tierras de gran fertilidad contrastara con el borde de éstas porque “todo era desolación”, como si una plaga de langostas hubiese pasado por campos de maíz.

     Recordó que a lo largo del recorrido se había topado con grupos compuestos de tres o cuatro soldados dedicados al robo y la pillería. Al no obtener paga por sus servicios se dedicaban a despojar a los otros de sus escasas posesiones, a delinquir y pedir limosna que, si no eran satisfechos sus pedimentos, los compensaban con el robo y el pillaje. Los poblados por los que había transitado observó casas abandonadas y desocupadas que los mismos soldados las utilizaban como refugio y escondite. En este orden, agregó que por cada tres soldados había un general. Sin medias tintas indicó que el general Falcón había creado un ejército de cuatro mil integrantes. De ellos, dos mil rangos fueron ratificados para reconocer generales, aunque se tratase “generalmente de populacho grosero”. No obstante, concluyó que el objetivo de Falcón era sostener hombres vinculados con la vida de las armas para él mantenerse con el poder del Estado.

     Recordó que Falcón había logrado hacerse del poder cobijado en los llamados liberales, y contra los godos y aristócratas, “en estos países siempre las clases decentes”. Indicó que Falcón se hizo de una gran fortuna y consiguió una pequeña isla cerca de Curazao donde se dedicó a atesorar bienes conseguidos con un proceder poco ético. Aspectos como los mencionados le sirvieron de marco para comparar la idea de patria que él y sus coterráneos tenían como algo sagrado, frente a quienes, como en Venezuela, la utilizaban en provecho propio y de sus seguidores. La ambición personalista, convertida en revolución, servía a “los vampiros de toda república americana”, de la que no excluyó a Norteamérica y sus cazadores de cargos, que pedían cuatro años de gestión para luego, de haber recibido sueldos pírricos, retirarse como grandes rentistas, con independencia de pertenecer a algún partido de oposición o de gobierno. Nada más culminar un período de gobierno, comenzaban a tramar revoluciones para continuar con las exacciones y los abusos.

     De acuerdo con lo visto en la experiencia política de Venezuela hubo una frase que llamó su atención: “Venezuela está insurrecta”. Esta locución la asoció con lo acontecido en otras repúblicas de Suramérica e incluso España. Explicó no haber experimentado una actitud de repulsión ante tal realidad. Pero, “le duele a uno el alma” el hecho de que un país que atesoraba tantas bellezas naturales, fuese presa de unos pocos ambiciosos y ávidos de dinero que “llevan la sangre y la ruina a un paraíso”. Lo más dramático, según sus ideaciones, era que las querellas en este orden fuesen constantes, porque no había terminado un enfrentamiento cuando otro volvía a la esfera pública. Por tal razón, expresó: “¡Pobre país! Tan rico, tan sobreabundantemente dotado por la naturaleza, y sin embargo, nunca en paz, nunca en calma”. Al contrario, sostuvo que cualquier ser humano encontraría en esta comarca, a cuenta de poco esfuerzo, lo necesario para llevar una “feliz existencia”. Por otro lado, acotó que el pueblo era explotado y maltratado por bribones a pesar de ser bueno y apacible, se le constreñía a incorporarse en uno de los bandos que luchaban por hacerse del poder. Con un dejo de decepción, indicó como querellas de este tenor eran frecuentes en otros lugares de la América española. La solución, para él, se hallaba en que “un día alguna otra raza tome las riendas en la mano”.

     Confesó que le provocó risa lo que en Caracas se denominaba ferrocarril. Igualmente, experimentó asombro cuando a lo lejos observó una locomotora y vagones de pasajeros estacionados en un andén. Al acercarse al lugar donde se encontraban, “descubrí algo que nunca hubiera creído posible”. Sin embargo, lo imposible dejó de serlo al constatar que uno de los vagones estaba techado con “ladrillos rojos”.  Manifestó haber reído cuando vio en Arkansas algo muy parecido, pero cubierto con tejas. Para él resultó un “espectáculo” plagado de comicidad, un vagón recubierto de ladrillos rojos que, más bien, parecía un establo o un lavandero. Quienes fungían como trabajadores del lugar le habían informado que los vagones eran utilizados como lugar de descanso o dormitorio. 

     Escribió que amigos de La Guaira le habían recomendado pasar por Caracas, en días de la Semana Mayor, para que apreciara las prácticas religiosas de sus habitantes. Según su testimonio sólo había estado en un evento similar en la Misión Dolores en California. La primera que vio en Suramérica fue la de Caracas. De ella dejó redactado algunas líneas que, es válido decir, coinciden con la de otros visitantes y viajeros que observaron más ostentación que misticismo en ellas. En su relato recordó que el día lunes, con el sonido de las campanas, se anunciaba el comienzo de la festividad. Por las calles vio caminar damas con “sus mejores galas”. Ellas se dirigían a las distintas iglesias, en especial a la catedral. Ya, a las cinco de la tarde, empezaba la primera procesión que pasaba por el frente del palacio arzobispal y continuaba su recorrido por distintas calles de la capital. Por ser la primera vez que apreciaba este tipo de celebración en tierras de Suramérica la observó “con bastante interés”.

     Estuvo presente en la celebración religiosa, pero sin mostrar mayor devoción porque profesaba otro culto o creencia. En este sentido, advirtió que no miraba con desdén asuntos de la fe y de un credo diferente al que él practicaba. “Déjese a cada quien su fe, siempre que se adhiera a ella con fidelidad y de todo corazón”. No obstante, se interrogó, por la forma como acá se practicaba una festividad religiosa, si era una auténtica demostración de fe “cuando sólo la pompa externa parece ser lo primordial”. Llamó su atención que las damas capitalinas estrenaran “diariamente” un vestido. En días que el cristiano debería expresar pesar y tristeza, aquí se desplegaban las mayores galas posibles. Por esto aseveró que se debería dejar a cada uno arreglárselas con su Dios y su conciencia. Acerca de los fieles que vio asistir a los tres últimos días de procesión expresó sus dudas en torno a su devoción, porque la gente parecía ir a la iglesia por razones “muy distintas a las de rezar”. En las iglesias vio a todas las “razas” representadas. Las “señoras negras” llevaban trajes más sencillos y sin mayor pomposidad, “cosa que difícilmente pueda atribuirse a devoción”. Para él ello encontraba explicación en que no contaban con medios para ataviarse con indumentarias de mayor lujo, tal como las señoras de “sociedad”.

Un profesor de geografía de visita en Caracas

Un profesor de geografía de visita en Caracas

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Un profesor de geografía de visita en Caracas

     Al amparo de la Sociedad Geográfica de Hamburgo, Wilhelm Sievers viajó y exploró el territorio venezolano durante los años de 1884 y 1885. Una segunda visita la realizó durante 1892 cuando pasó diez meses en Venezuela. Como resultado de lo registrado en sus apuntes se editaron, en Hamburgo, dos obras, a saber: Venezuela (1888) y Segundo viaje a Venezuela (1896). En la obra La mirada del otro preparada por los historiadores Elías Pino y Pedro Calzadilla, se dice que el autor, quien fue profesor de geografía en la universidad de Giessen, hizo pública su oposición al bloqueo a las costas venezolanas, durante el año de 1902, de la que Alemania fue uno de sus artífices. 

     Una disposición muy frecuente entre viajeros, visitantes y exploradores de territorios distintos a su lugar de origen resulta de la comparación de lo observado con sus propios hábitos, costumbres y experiencia vital. En el texto titulado Venezuela reseñó un aspecto que llamó su atención y fue el hecho que se denominara “peón” a los trabajadores en esta comarca, en cambio, para el caso de su experiencia entre los alemanes se prefería el uso de “señor” o “mi asistente”. De igual modo, mostró su incomodidad al momento cuando quiso lustrar sus botas y no encontrar un limpiabotas, por tal razón debió hacerlo él mismo.

     En cuanto a la indumentaria y su uso en algunos lugares de Venezuela indicó que entre la “clase acomodada” era usual el corte y estilo europeo. También, el uso de colores oscuros era más utilizado en zonas montañosas, mientras el blanco era usual en las zonas bajas. Del uso del sombrero contó que estaba muy generalizado, tanto así que era frecuente ver niños desnudos sin el infaltable tricornio. Contó que, en cierta ocasión, observó quinceañeros “ya en edad casamentera”, hembras y varones, despojados de ropa, lo que lo indujo a expresar: “de aversión a la ropa, o si se quiere, de economía materna”. En este sentido, agregó que, al contrario de este comportamiento, generalizado en algunos lugares de Venezuela, las niñas menores de seis años y los varones menores de doce iban ataviados con un vestido o una camisa. En cuanto a los hombres sólo “suelen despojarse de sus ropas durante el paso de un río”. En cambio, las mujeres usaban vestidos que les cubrían gran parte de su cuerpo y se cuidaban de no mostrar el cuello o la parte superior de los senos, “ejemplo este que deberían seguir las habitantes del estado colombiano de Magdalena”.

Al arribar a Maiquetía, Kennedy fue recibido por su anfitrión, el presidente Rómulo Betancourt

     Llamó su atención el respeto de los venezolanos hacia los curas, aunque también señaló que no atesoraban grandes fortunas y “muchos curas están llenos de hijos naturales”. Sin embargo, el pueblo no daba mucha importancia a estos aspectos de la vida íntima de quienes profesaban las enseñanzas bíblicas. Es necesario destacar que el viajero o explorador escribía para una tercera persona, en la que media su personal visión de las cosas y otro que se muestra como objeto de observación. Lo redactado y que llegaba al taller de imprenta resultaba ser lo que se consideraba lleno de exotismo y curiosidad, además que con su difusión aparecía la creencia de una afirmación de lo que se creyó, durante un tiempo, expresión natural y orgánica del pueblo, en especial, a lo largo del 1800.

     Los opíparos desayunos que vio servir en Caracas y otros lugares de Venezuela lo llevó a concluir que parecían almuerzos, de acuerdo con la costumbre y experiencia alemana. Describió que se desayunaba a las once, o entre once y doce. La costumbre de los sectores más adinerados se presentaba con “grandes cantidades de comida”. Se comenzaba con el “inevitable caldo” y la carne hervida a la que se agregaba un gran plato cargado de vegetales. Se había enterado que estos deberían ser nueve, entre tubérculos y frutos distintos, en especial, en la comida correspondiente a la hora señalada, entre los más conocidos mencionó el plátano, la yuca, el ñame, el apio, el tomate, la papa y la mazorca de maíz. Entre los más pobres de la sociedad esta lista se reducía al plátano, la yuca y, en algunos casos, la papa. Le seguía a este plato la carne servida con arroz, huevos y plátano frito en tajadas que es “lo más hermoso que encontré en Venezuela en lo que se refiere a alimentos, fritos en azúcar y mantequilla”. Al final se servía una torta, dulces o frutas de todo tipo, en especial los “delicados” cambures, mangos, melones, piñas y lechosas. Respecto al almuerzo se ofrecía entre las cuatro o cinco de la tarde. Los componentes eran los mismos del desayuno sin sopa ni frutas. Estas últimas no se servían en esta comida para eludir malestares estomacales.

     En cuanto a la ingesta de alimentos y el modo de ser servido en lo que llamó “casas particulares” no mostró mayor simpatía, más bien cierta repulsión. Escribió que la dueña de la casa le hacía entrega del plato al invitado y éste lo debía colocar en el puesto de la “ama en señal de que ella es la persona más digna de la mesa”, o más bien, la demostración de que ella asumía el servicio de la comida, “cosa que es considerada aún más fina y delicada que la primera”. A este respecto indicó que tal costumbre no podía ser considerada con simpatía, “ya que ceremonias tan grandilocuentes sólo humillan más al viajero cansado y maltratado por el sol, el polvo y la lluvia”. 

     Destacó que el venezolano mostraba de manera pronunciada “cualidades nacionales del español”. Así, describió el fundamento del carácter serio, junto con la vivacidad, y, en la esfera política, la inestabilidad, la inclinación hacia la desmembración en “cantidades de fracciones aisladas, opuestas unas a otras”. Sin embargo, no dejó de añadir un “rasgo destacado”, la hospitalidad que, para él, serían insuficientes las palabras de halago, “sin negar algunas tristes excepciones en ese aspecto”.

     Otro asunto que no dejó de ser aludido por parte de la mayoría de los viajeros fue la necesidad de los individuos por tener relaciones estrechas con el Estado, y que los razonamientos de Sievers al respecto parecen reiterados y una constante social. Al hacer alusión de la gran cantidad de médicos y abogados que vio en esta comarca concluyó que era consecuencia del “deseo general de pasar de un cargo menor a altos especialmente si son del Estado”. Anotó que este tipo de rotación era comprensible, no así una gran cantidad de profesionales sin demanda de sus servicios. Ello llevaría a muchos médicos y abogados a grandes insatisfacciones por los escasos ingresos que percibían y perjudicaba un funcionamiento sano del Estado, concluyó.

     Anotó que, en Caracas, y lugares que él visitó de Venezuela, contaban con una variedad de pulperías. Lugares donde la población masculina las visitaban en sus horas libres. Dijo que ellas eran “tabernas situadas en los caminos o cerca de ellos; en las ciudades hay más de una en cada calle”. En ellas se abastecían los lugareños de productos para su subsistencia como: queso, azúcar, guarapo, anisado, aguardiente, pan, frutas y nada de carne. Según su percepción, la gran cantidad de pulperías favorecían el alcoholismo, “nada extraño en Venezuela”. Con un dejo de preocupación señaló que, no sólo la “clase baja” porque había integrantes de la “clase alta”, caían con frecuencia en este flagelo. Escribió que una forma de combatir el consumo de brandy o aguardiente se pudiera lograr con la “humilde cerveza”, por ser ligera, sentaba bien y era barata su elaboración. Otro de los vicios que llamaron su atención eran las apuestas en las peleas de gallo y en “un correcto juego de azar”, como el juego de naipes, muy generalizado entre la “clase baja”.

     Sin embargo, llamó la atención al decir que en Venezuela no predominaban más vicios que en otros países. Los atracos y robos eran poco frecuentes. Lo que si no le pareció digno de alabanza fueron las penas aplicadas frente a crímenes que merecían la pena de muerte. Le pareció insuficiente una pena máxima de diez años para quienes habían cometido un asesinato, asunto que lo llevó a concluir que la justicia era muy indulgente. Del ejército expresó que no resultaba una agrupación para crear seguridad interna. No sólo por el escaso número de efectivos sino por depender más del gobierno regional que del nacional. 

     Ante el flagelo de la lepra y la sífilis, cuya generalización en Caracas y Valencia le llamó la atención en todas las capas de la población, recomendó, a los alemanes residentes en el país, casarse pronto como su posición se lo permitiera o, como era usual en esta comarca, buscar una “querida” que como toda mujer venezolana le guardará fidelidad, “aunque dicha relación sea considerada como inmoral”, pero se alejaría de una posible promiscuidad y la infección inevitable. En cuanto a la actitud pecaminosa de la mujer venezolana, o sudamericana, se distanció de lo que otros viajeros habían censurado severamente. En este sentido, advirtió que relaciones extramaritales como la figura de la “querida” no era excepcional en este lado del mundo, solo había que proceder con imparcialidad. Además, muchos poblados se encontraban alejados de las parroquias eclesiásticas a lo que se unía los altos costos de las ceremonias matrimoniales, lo que permitía establecer relaciones extramaritales y las no bendecidas por la santa iglesia.

     Su estadía en Caracas coincidió con las exequias de Antonio Leocadio Guzmán, el 13 de noviembre de 1884. Recordó que, al ser el padre del presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco, revistió gran interés para él y, además, mostró una faceta de la vida de Venezuela que no se veía con frecuencia, en consecuencia, era importante hacer una descripción de ella. Dos días después del fallecimiento, el cadáver fue embalsamado y expuesto en la capilla del Palacio Federal para que el pueblo le diera el último adiós. Acá permaneció durante tres días. La ciudad de Caracas guardó un duelo oficial de ocho días. La universidad cerró durante diez días, las escuelas públicas cerraron y las privadas continuaron con sus actividades habituales. Ante las vacaciones inesperadas escuchó decir a varios estudiantes de la universidad: “ojalá que muera todos los días un prócer”. Por su descripción, toda la sociedad caraqueña se volcó a participar en el acto en el que no estuvo presente el presidente de la república por estar de viaje. 

     Otro de los aspectos que no dejó de destacar fue el de la supuesta belleza de las mujeres criollas, porque escribió haber sentido decepción en este orden. Expresó que en Caracas había presenciado algunos cuerpos atractivos en que lo más resaltante era el ritmo y movimiento inusuales que exhibían. Aunque se mostró atraído por sus rasgos faciales bien proporcionados, sus ojos negros y cabellos espléndidos. La comparó con las de Mérida y La Grita, “un tipo de mujer que a mí personalmente me gustó más”. La atracción fue porque al contrario de la voluptuosidad de la criolla española caraqueña, entre aquéllas predominaban las “figuras torneadas dulcemente, con caras más alemanas, mejillas rosadas, piel de blancura deslumbrante, formas graciosas pero de pelo negro y ojos negros”. Aseguró que estas pobladoras de las montañas “me gustaron bastante”. 

     En este sentido, narró que rara vez observó entre las clases más pobres belleza alguna, quizá sí, una “figura moderadamente atractiva”. Explicó que, era perturbador “el sucio adherido al cuerpo de los de baja clase”. Por un lado, el cigarro en la boca y, por otro, “los rasgos desfigurados por las frecuentes prácticas sexuales a temprana edad y el exceso de trabajo, envejecidos y sin frescura”. Concluyó que todas las mujeres que ejercían el oficio de criadas o trabajadoras en haciendas, hijas de la clase pobre, eran poco o nada hermosas “en relación con los jóvenes entre los cuales encontramos, de vez en cuando, figuras sobresalientemente hermosas y a la vez viriles”.

La sociedad económica de amigos del país

La sociedad económica de amigos del país

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La sociedad económica de amigos del país

     El asiento principal de la Sociedad Económica de Amigos del País fue la Provincia de Caracas donde tuvo un destacado papel durante el período comprendido entre 1830 -1840. Aunque los propósitos por los que fue establecida eran nacionales. Este tipo de asociación se habían extendido en distintos espacios territoriales de América con la finalidad de informar e ilustrar a la población y al gobierno, acerca de ideas orientadas al mejoramiento de la situación del país. De igual manera, tenía la intención de colaborar en las acciones públicas y privadas indispensables para que los resultados de mejoramiento fuesen eficaces.

     Las gestiones de la Sociedad de Amigos… fueron de gran vigor en los primeros cuatro años de su existencia, aunque no se disolvió de modo formal, ya para 1841 apenas se la mencionó al dar a conocer un posible repunte que nunca cristalizó. Si bien la decisión de su establecimiento fue una iniciativa de elites económicas y culturales de Caracas, su creación se presentó mediante un decreto establecido por José Antonio Páez, el 26 de octubre de 1829. En Europa este tipo de asociación se había generalizado a lo largo del 1700. Su motivación se concentró en la difusión de inventos, la necesaria transformación de valores e ideas para alcanzar el progreso, incrementar las riquezas de las naciones. Fue un servicio enmarcado en la nueva concepción acerca de la razón como facultad humana propicia para la instrucción y nuevos saberes de lo que se estimaba como ciencia moderna.

     Fue una asociación que se llevó a cabo de modo tardío con respecto a otros países latinoamericanos cuya existencia data del 1700. Las condiciones sociales y económicas del país eran bastante precarias, en especial, en lo que respecta al aparato productivo, infraestructura deficiente, vías de comunicación escasas, con una población poco numerosa y con una instrucción pública casi inexistente. Los primeros cuatro años de existencia de la Sociedad de Amigos… fueron de estrecha relación con el gobierno paecista. Es natural que haya sido así porque muchos de sus miembros fundadores ejercían cargos públicos, entre quienes se destacaban: José María Vargas, Carlos Soublette, Francisco Javier Yánez, Pedro Quintero, Miguel Peña y Manuel Felipe Tovar, entre otros.

     Aunque la Sociedad… no presentó un cuerpo de ideas definidas para su funcionamiento, sus integrantes estuvieron de acuerdo en lo atinente a las fórmulas políticas, sociales y económicas para el progreso nacional. 

El médico y político José María Vargas fue uno de los fundadores de la Sociedad Económica del País

     En las Memorias de la Sociedad de Amigos del País, aparecieron algunos discursos de sus miembros que dan cuenta del tono ideológico de varios de ellos. En 1833 José María Vargas preparó una disertación en que abordó el papel del Estado en la sociedad moderna. En ella subrayó que el Estado debía ofrecer condiciones para la creación y fortalecimiento del trabajo individual, por medio de leyes y sanciones en asociación con particulares, encargadas de ofrecer las fuentes de trabajo e industria.

     En este sentido, la Sociedad… se asumió como un intermediario. Al ser creada por gestión gubernamental, su propósito axial se concentraba en colaborar con el gobierno para el establecimiento de condiciones que promovieran las actividades económicas particulares. Otro propósito era el de evitar la amplificación de un espíritu competitivo, al poder expresarse por un afán de riqueza desmedido. Por tal razón, era preciso proporcionar un trabajo equilibrado que aportara una remuneración justa y una estabilidad para el trabajador.

Santos Michelena, propuso en 1836 que el rol del Estado era el de facilitar y hacer viable la acción individual

     Entre los años de 1830 y 1834 las relaciones entre la Sociedad… y la administración estatal fueron de avenimientos mutuos. Una de ellas se centró en la necesidad de estimular estudios en torno a la situación productiva del país, creación y reforma de leyes y el establecimiento de políticas tributarias y fiscales. Así, la Sociedad… presentó un proyecto de Ley Mercantil y un proyecto para el establecimiento de un banco con el cual llevar a cabo actividades de financiamiento y créditos. En lo referente a las reformas fiscales se pidió la reducción de los censos al dos y medio por ciento, la depreciación de derechos de exportación al café y la dispensa de derechos al trigo. A su vez, desde el Ejecutivo se elevaron peticiones a la Sociedad… entre los que se encontraban: la elaboración de un proyecto para la creación de una casa de beneficencia, un informe en el que se informara acerca del Reglamento de Policía de la Provincia de Caracas y prestar auxilio para llevar a cabo un censo en esta última.

     Uno de los aspectos de mayor atención fue la agricultura como base y baluarte del progreso nacional. La intención fundamental fue la de alcanzar un espacio territorial que lograra satisfacer sus necesidades básicas, que no dependiera de bienes provenientes del extranjero. Entre las propuestas que surgieron desde su seno estuvo el apoyo técnico y tecnológico para incrementar la calidad de los cultivos con la incorporación de maquinaria y tecnificación para el cultivo. Bajo este marco se publicaron cartillas agrícolas junto con la creación de escuelas y la instrucción para el mejoramiento agrícola. Asimismo, se discutió la importancia de establecer un Banco Nacional. Se convino en estimular una inmigración de países con mayor desarrollo tecnológico con originarios del norte de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica. Como parte de una política que ofrecía soluciones globales, se insistió en la necesidad de construir vías de comunicación para facilitar el intercambio de bienes y con ello disminuir el costo de los productos.

     En la década del treinta se discutió, con cierta intensidad, la necesidad de extender el cultivo del trigo en la Provincia de Caracas. Por esto se instó al Ejecutivo para que estableciera fórmulas para estimular su producción con la aplicación de impuestos civiles y eclesiásticos preferenciales, al lado de premiaciones para quienes alcanzaran altos promedios productivos en la Provincia. Entre las cartillas publicadas por la Sociedad… una de ellas fue dedicada a los tópicos propios de la siembra del trigo. En lo referente al trigo se informaba acerca del clima y tierras apropiadas para su producción, preparación de la tierra y cómo usar las semillas, su conservación en los graneros y el procesamiento y mantenimiento de la harina de trigo. Se redactaron cartillas del mismo talante para el arroz, añil, cochinilla, caña de azúcar, maíz, tabaco y yuca. Por otro lado, la Sociedad… se encargó de distribuir semillas de trigo que había importado desde España.

     Gracias al papel jugado por la Sociedad…, en favor del trigo, se discutió en el Congreso un proyecto de ley donde se pedía al Ejecutivo la exoneración del pago de impuestos, civiles y eclesiásticos, por un período de seis años. Después de largas discusiones se aprobó esta propuesta elaborada entre la Sociedad… y la Diputación Provincial de Caracas. Esta Diputación fue muy receptiva a las propuestas provenientes de la Sociedad de Amigos del País. En este sentido, se aprobó otorgar premios a los agricultores que lograran cosechar trigo en cantidad importante y para quienes introdujeran mejoras para alcanzar fines productivos.

     Otra de las recomendaciones que ella extendió a las autoridades competentes fue el establecimiento de un banco mercantil. Este serviría para el financiamiento de los productores con una carga impositiva tolerable para las partes. Fue un proyecto que circuló por los pasillos del Congreso. También, se hicieron públicas las reflexiones a su alrededor para intentar disminuir los temores existentes, entre la población, de crear una institución de este tipo a la que se veía con desconfianza. La Diputación Provincial de Caracas fue bastante receptiva en este orden. Desde su seno se estableció una ordenanza para establecer un banco en la Provincia de Caracas.

     Hubo proposiciones para hacer viable el orden público y la seguridad de los individuos. Una de las mayores denuncias fue la relacionada con el contrabando y los perjuicios que causaba al comercio y al erario público. El Reglamento General de Policía fue discutido en el seno de la Diputación Provincial de Caracas. Algunos aspectos del Reglamento se relacionaron con el apresamiento y procesamiento a los infractores de las leyes, los posibles integrantes de este cuerpo del orden, quienes debían estar bien remunerados y debían contar con una fuerza armada para sus labores.

     Resulta necesario agregar que quienes hicieron estas propuestas las formularon a partir de su condición de ciudadanos e integrantes de la elite social de la capital de la república. Se sabe que la base política de este grupo fue la Constitución de 1830 y con la que anhelaban establecer instituciones nuevas en un país dentro del cual vivían esclavos y hombres libres. Igualmente, en una denominada república en la cual los derechos ciudadanos eran prerrogativas de los que sabían leer y escribir, dueños de infraestructuras y negocios productivos, poseedores de diplomas universitarios o con salarios elevados.

     Al amparo de la guerra por la emancipación emergieron los privilegios de la nueva realidad social frente a la importancia que había tenido el título nobiliario y religioso durante el Antiguo Régimen.

     Quizás, sean las palabras delineadas por el Ministro de Interior y Justicia, Antonio Leocadio Guzmán, en 1831 con las que se pueda resumir la situación, experiencia y expectativas presentes en la mentalidad del grupo con mayores privilegios de la sociedad y quienes pretendían un acomodo social y económico bajo el influjo liberal. En su memoria como Ministro, Guzmán, habló acerca de un “misterioso país”, en que apenas se contaba con bienes para vivir, en medio de una naturaleza frondosa en todas las estaciones y con una gigantesca vegetación. Recordó, en esta ocasión, que la guerra había empobrecido al país, por tanto, era necesario “activar el interés particular y multiplicarlo”.

     Tal como lo había esbozado Guzmán, en 1833 Vargas propuso el papel del Estado y la promoción del trabajo productivo, al lado de las limitaciones a las “ganancias excesivas”. Domingo Briceño, miembro de la Sociedad de Amigos del País estableció la necesidad de estimular la formación de un grupo empresarial consagrado al bien social. En un discurso fechado el 30 de marzo de 1834 expresó el requerimiento de una Venezuela “unida y animada por el espíritu de empresa”. Según sus palabras, de este modo Venezuela abriría nuevos caminos hacia el patriotismo gracias a los caudales particulares que se colocarían en obras públicas, limpiar los puertos, formar los muelles, construir acueductos, allanar caminos, establecer bancos y abrir bazares. Sería la vía utilitarista según la cual el bien procurado para uno sería, por mampuesto, el disfrute para todos.

     La catadura exclusivista de los miembros de la Sociedad de Amigos, se puede constatar en lo expresado por Tomás Lander hacia 1835. Para éste un punto de relevante importancia era el de ser ciudadano cultivador y padre de familia, porque eran estas cualidades las que garantizaban el amor a la patria y el interés por la conservación de las instituciones. Santos Michelena a quien se tiene como un teórico de la economía y quien ocupó la cartera de Hacienda, propuso que el rol del Estado era el de facilitar y hacer viable la acción individual. La prosperidad pública, según su concepción, se explayaría por las condiciones materiales provistas desde la autoridad pública, con el propósito de hacer posible el intercambio de los patrimonios particulares.

     Se intentó desplegar un hacer social en que cada sector de la sociedad tenía que dirigir sus maniobras hacia la modernización. En este orden, la Iglesia y su papel bajo estos principios fue objeto de análisis tal cual se puede ratificar en algunas líneas esbozadas por Tomás Lander. En 1835, Lander recordó que las obras pías habían sido una invención para aminorar las fortunas. Llegó a decir que desde temprana edad ella controlaba la conducta hasta el punto de entremeterse en los testamentos y así escamotear valores considerables a las familias de Venezuela. Por esto indicó que los legados para caridad eran sólo un invento sacerdotal con los que, amparados en obras pías, se enriquecían algunos miembros de la Iglesia. En los primeros tiempos de construcción republicana los miembros del grupo de mayores privilegios económicos, en especial, comerciales y agrícolas pretendieron extender un tipo de sociedad según el modelo funcional existente en Occidente.

Sembrar el petróleo

Sembrar el petróleo

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Sembrar el petróleo

El destino nos alcanzó 

     El martes 14 de julio de 1936, el diario caraqueño Ahora, en su primera página, publicó un editorial titulado «Sembrar el Petróleo», que plantea la necesidad de invertir los recursos provenientes de la renta petrolera en el sector no petrolero de la economía nacional, con miras al desarrollo integral del país. El autor del escrito es el entonces joven universitario de 30 años, Arturo Uslar Pietri

     El significado de la frase «Sembrar el petróleo» quizá se pueda resumir en este párrafo del editorial: 

     «Urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva para crear las bases sanas y amplias y coordinadas de esa futura economía progresiva que será nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales. Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales.»

 

Sembrar el petróleo

Por Arturo Uslar Pietri

      “Cuando se considera con algún detenimiento el panorama económico y financiero de Venezuela se hace angustiosa la noción de la gran parte de economía destructiva que hay en la producción de nuestra riqueza, es decir, de aquella que consume sin preocuparse de mantener ni de reconstituir las cantidades existentes de materia y energía. En otras palabras, la economía destructiva es aquella que sacrifica el futuro al presente, la que llevando las cosas a los términos del fabulista se asemeja a la cigarra y no a la hormiga.

     En efecto, en un presupuesto de efectivos ingresos rentísticos de 180 millones, las minas figuran con 58 millones, o sea casi la tercera parte del ingreso total, sin numerosas formas hacer estimación de otras numerosas formas indirectas e importantes de contribución que pueden imputarse igualmente a las minas.

Editorial Sembrar El Petróleo, publicado en el diario caraqueño Ahora, el 14 de julio de 1936

     La riqueza pública venezolana reposa en la actualidad, en más de un tercio, sobre el aprovechamiento destructor de los yacimientos del subsuelo, cuya vida no es solamente limitada por razones naturales, sino cuya productividad depende por entero de factores y voluntades ajenos a la economía nacional. Esta gran proporción de riqueza de origen destructivo crecerá sin duda alguna el día en que los impuestos mineros se hagan más justos y remunerativos, hasta acercarse al sueño suicida de algunos ingenuos que ven como el ideal de la hacienda venezolana llegar a pagar la totalidad del Presupuesto con la sola renta de minas, lo que habría de traducir más simplemente así: llegar a hacer de Venezuela un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia momentánea y corruptora y abocado a una catástrofe inminente e inevitable.

     Pero no sólo llega a esta grave proporción el carácter destructivo de nuestra economía, sino que va aún más lejos alcanzando magnitud trágica. La riqueza del suelo entre nosotros no sólo no aumenta, sino tiende a desaparecer. Nuestra producción agrícola decae en cantidad y calidad de modo alarmante. Nuestros escasos frutos de exportación se han visto arrebatar el sitio en los mercados internacionales por competidores más activos y hábiles. Nuestra ganadería degenera y empobrece con las epizootias, la garrapata y la falta de cruce adecuado. Se esterilizan las tierras sin abonos, se cultiva con los métodos más anticuados, se destruyen bosques enormes sin replantarlos para ser convertidos en leña y carbón vegetal. De un libro recién publicado tomamos este dato ejemplar: «En la región del Cuyuní trabajaban más o menos tres mil hombres que tumbaban por término medio nueve mil árboles por día, que totalizaban en el mes 270 mil, y en los siete meses, inclusive los Nortes, un millón ochocientos noventa mil árboles. Multiplicando esta última suma por el número de años que se trabajó el balatá, se obtendrá una cantidad exorbitante de árboles derribados y se formará una idea de lo lejos que está el purguo». Estas frases son el brutal epitafio del balatá, que, bajo otros procedimientos, hubiera podido ser una de las mayores riquezas venezolanas.

     La lección de este cuadro amenazador es simple: urge crear sólidamente en Venezuela una economía reproductiva y progresiva. Urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva para crear las bases sanas y amplias y coordinadas de esa futura economía progresiva que será nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales. Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales.

     La parte que en nuestros presupuestos actuales se dedica a este verdadero fomento y creación de riquezas es todavía pequeña y acaso no pase de la séptima parte del monto total de los gastos. Es necesario que estos egresos destinados a crear y garantizar el desarrollo inicial de una economía progresiva alcance por lo menos hasta concurrencia de la renta minera.

     La única política económica sabia y salvadora que debemos practicar, es la de transformar la renta minera en crédito agrícola, estimular la agricultura científica y moderna, importar sementales y pastos, repoblar los bosques, construir todas las represas y canalizaciones necesarias para regularizar la irrigación y el defectuoso régimen de las aguas, mecanizar e industrializar el campo, crear cooperativas para ciertos cultivos y pequeños propietarios para otros.

     Esa sería la verdadera acción de construcción nacional, el verdadero aprovechamiento de la riqueza patria y tal debe ser el empeño de todos los venezolanos conscientes.

     Si hubiéramos de proponer una divisa para nuestra política económica lanzaríamos la siguiente, que nos parece resumir dramáticamente esa necesidad de invertir la riqueza producida por el sistema destructivo de la mina, en crear riqueza agrícola, reproductiva y progresiva: sembrar el petróleo”.

Arturo Uslar Pietri escribió el editorial Sembrar el Petróleo cuando apenas contaba con 30 años

Circo metropolitano escenario para el cine y boxeo – Parte II

Circo metropolitano escenario para el cine y boxeo – Parte II

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Circo metropolitano escenario para el cine y boxeo – Parte II

     En cuanto al “Metropolitano” agregaremos que como la temporada de toros no duraba sino algunos meses, en el intervalo era necesario no dar tregua al Circo a fin de lograr siquiera un módico rédito del capital invertido. Por ello, algún tiempo después de concluido el “Circo Metropolitano”, se acudió a la actividad cinematográfica bajo el comando de Carlos Badaracco, hermano de doña Matilde, la gentil esposa de D. Pedro Salas y, después de la muerte de éste, Marquesa de Lestan Parada.

     A impulsos de una intensa propaganda llevada a cabo en la prensa y en cartelones y programas impresos, en los cuales se indicaba no haber entradas de favor, y a los acordes de una pequeña orquesta que alternaba piezas clásicas con valses y sones de sabor criollísimo, desfilaban por la pantalla circense las siluetas de Francesca Bertini, de las hermanas Costanza y Norma Talmadge, Gabriela Robine, Tina Meniquelli, Mary Pickford, Gloria Swanson, Charlie Chaplin, Pola Negri, Perla White, Jacky Coogan y otros próceres del silente cine.

     Como las películas entonces eran de corta duración, la empresa pasaba otra en calidad de ñapa, generalmente cómica. La costumbre bien pronto se hizo ley y, así, al terminar la película anunciada en el programa, el público comenzaba a gritar entre palmas y rechiflas: “¡la cómica, Badaraco, Badaraquito!, ¡la cómica! la cómica!” Y el soberano era complacido a base de películas interpretadas por Polidoro, Max Linder, Charlie Chaplin y otros virtuosos de la risa.

     Posteriormente el “Metropolitano” fue tomado en arrendamiento para los mismos fines, por la “Sociedad de Cines y Espectáculos”, de la cual era propulsor, cerebro y nervio el caraqueñísimo Manuel Madriz.

     Con amigos en todos los sectores y con una amplia pupila respecto de aquella actividad, eran seguras las utilidades porque, ciertamente, para sus copartícipes, él constituía el negocio en realidad. Espíritu cultísimo y con un corazón abierto a todos los caminos del aprecio y de la simpatía, Manuel Madriz, como buen filósofo que es, ha sabido sacarle provecho espiritual a los mejores años de su vida. Entre la música, el amor y otros delicados sentimientos se han deslizado con altura por los predios del placer. ¿No lleva acaso por el lado materno el Travieso en su genealogía? Y, en realidad, ha sido bien travieso este vernáculo Epicuro! Como alto empleado de la Compañía Anónima Teléfonos de Venezuela rindió años más tarde una brillantísima labor, retirado definitivamente del cambiante mundo de los intereses materiales, hoy, entre los rascacielos neoyorquinos y el bullanguero ambiente caraqueño, goza de la paz interior a que dan derecho la rectitud y el patriotismo. Y si todavía se engalla ante una copa o una falda, no lo hace sino para que digan, porque a la verdad, pertenece todo entero a Hilda, su gentilísima consorte y a su hija la preciosa Luisa Helena, fin y razón de ser de su existencia.

     Por lo demás, con el tiempo, otro circo fue construido y el “Metropolitano” como centro taurino pasó a segundo término, si bien se efectuaban en él algunas corridas. Pero siguió siendo sede para la exhibición de películas y de otros espectáculos como los circos de caballitos y acrobacias; el famoso encuentro entre un rugiente tigre y un temible toro; y la función ideada por el recordado “gringo” Míster Simmerman a base de una lucha entre un caimán y un toro, después de la película de ley. Y es de hacer memoria de cómo por entonces el caimán estaba derrengado y medio muerto. Míster Simmerman, con mañas de prestidigitador, hacía mover al formidable saurio por medio de cordeles invisibles. No son muy claras las noticias que hemos logrado recoger en el particular, pero sospechamos que en la jugarreta metía también la mano don Manuel Madriz.

     Más tarde, el “ring” se instaló en el “Metropolitano”. Allí se dieron cita boxeadores de categorías diferentes y se combinaron halagadores encuentros. 

     Los días de la década comprendida entre 19390 y 1940 fueron épocas estelares para Armando Best , para Simón Chávez, El Pollo de la Palmita, para Enrique Chafardet y para otros boxeadores criollos enfrentados a rivales de cartel, como el terrible Peter Martin y tantos más que hemos olvidado.

     Si no estamos equivocados, en realidad el boxeo comenzó en el “Metropolitano” por allá en el año de 1925. Fueron los primeros empresarios los señores Alfredo de la Sota y Urbaneja y José Antonio Borges Villegas, cordialísimos amigos, incansables luchadores en el campo del trabajo y muy jóvenes para la época a que nos referimos.

     Ante la escasez de púgiles, comenzaron la tarea con bastante ingenio. En uno de los pocos garajes que por entonces existían en la ciudad, antecesores de las modernas y lujosas estaciones de servicio, de la Sota y Urbaneja y Borges Villegas localizaron a un mozo venezolano, color de ébano, lavador de carros, quien gozaba en exhibir su formidable musculatura cuando se daba a la faena de montar y desmontar neumáticos a los carros de los clientes del garaje.

     Enseguida los indicados empresarios, con el propósito de conquistarlo para las labores del “ring”, entraron en tratos con el criollo y musculoso atleta. Aceptada por éste la propuesta y después del consiguiente entrenamiento y de recibir algunas clases e instrucciones en el arte de dar y de recibir puñetazos con enguantada mano, se resolvió concertar una pelea para presentarlo en público. 

Aviso Boxeo en el Circo Metropolitano de Caracas

     Con el fin de imprimirle novedad al encuentro y atraer a los aficionados, la empresa urdió una novela o leyenda. En cartelones y programas presentaban al fornido compatriota con el nombre de Battling Hamley y lo anunciaban como el gran campeón antillano. La pelea la cazaron con el italiano Vittorio Carreta, quien a pesar de dárselas de experto boxeador, la noche del estreno fue víctima de los terribles puños del temible caraqueño, hasta el punto de quedar completamente destrozado.

     Animados por el éxito de taquilla alcanzado mediante la actuación del falsificado Battling Hamley, los  empresarios contrataron al conocido Armando Best, hombre laborioso y honesto. Era entonces joven, dotado de fuerte contextura y con bastantes conocimientos en las cuestiones y peripecias del “ring”. En aquellos días figuraba también entre los noveles púgiles, el señor Rafael Carabaño, dotado igualmente de vigorosa naturaleza física, fraguada en el  constante ejercitar en trapecios, argollas y paralelas; mozo de muchos amigos por su ingénita simpatía; de marcada vocación revolucionaria y peleador de barrio, actividad esa en la cual sobresalía por la agilidad con que lanzaba cabezazos al cuerpo del contrario.

     Se concertó la pelea entre Carabaño y Best. Si mal no recordamos, sirvió de “referee” Jesús Corao, veterano deportista, meritorio industrial, rebelde en política a los dictados de la fuerza y leal en la amistad, como lo fue también otro “referee” de aquellos días, el gran caballero Alexis Pietri Ibarra, infortunadamente desaparecido hoy. En medio de los gritos de los partidarios de uno y otro boxeador, la función se desarrolló en forma favorable para Armando best, quien desbarató a su contrario. De allí surgió el estribillo: Carabaño, mis golpes te han hecho daño, aprovechado por la empresa como eslogan  para su propaganda.

     Consagrado Armando Best, hubo que buscarle contendor en las plazas extranjeras y fue así importado el argentino Godin, para más señas, tuerto y agilísimo para el esguince y para el juego de cuerdas. La verdad es que Godin deterioró bastante el bien ganado prestigio del meritorio Armando Best, quien sufrió también el castigo de los terribles golpes del norteamericano Peter Martin, cuando ya la empresa estaba en otras manos con Roberto Santana Llamozas como principal capitalista.

     Por aquellos tiempos llegó a La Guaira un buque de guerra yanqui y entre la tripulación figuraba un joven y fornido “musiú” a quien conquistaron para el tablado del “Metropolitano”. Lamentablemente para el rubio “gringo”, Godin acabó con él la primera noche de su actuación, ante la sorpresa de sus compañeros de marinería. Nuevos púgiles aparecieron posteriormente en el horizonte caraqueño, entre ellos el chileno Víctor Vásquez y luego los boxeadores antillanos. Estos, en la punta de sus guantes, se llevaron enredada la fama del nombrado Vásquez, de Godin y de otros líderes del “ring” de entonces.

     Por lo demás, en el implacable discurrir del tiempo, los altibajos en la vida del “Metropolitano” desembocaron inevitablemente en su completa desaparición.

     La Compañía Anónima “Metropolitana”, constituida por los doctores Pablo y Emilio Fernández y por los señores Ilio Ulivi, Dionisio Bolívar y Cipriano Jiménez Macías, se encargó  ̶ hablando en términos taurinos ̶ de darle la puntilla.

     Pero después de haber sido límpido fanal que por varias décadas marcó el rumbo al entusiasmo caraqueño, él no podía morir oscuramente. Y fue así como el año de 1952, bajo el comando de aquellos distinguidos e importantes factores de la economía nacional, reforzados los primitivos cimientos sobre los cuales descansó el pesado casco o armadura, se levantó allí un amplio y lujoso teatro de arquitectura modernísima, más un edificio de ocho pisos, a un costo de ocho millones de bolívares, y en el cual están instaladas casi todas las empresas que trabajan en Caracas en el ramo de películas. Y para honrar, sin duda, la memoria del antiguo coso de D. Pedro Salas Camacho, al hermoso teatro se le dio el nombre de “TEATRO METROPOLITANO”.

     Pero recordemos que, desde 1919, otro circo había salido a disputarle al “Metropolitano” el afecto de los caraqueños.

     En efecto, primero bajo la dirección del arquitecto Luis Muñoz Tébar y luego bajo la del también arquitecto Alejandro Chataing, por haber fallecido aquél, víctima de la gripe española, se construyó el llamado “NUEVO CIRCO DE CARACAS”, más amplio que el “Metropolitano” y con estilo arquitectónico distinto.

 

Información tomada de: Parra Márquez, Héctor. Sitios, sucesos y personajes caraqueños. Caracas: Empresa El Cojo S.A., 1967; páginas 220-229

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