Sociedad caraqueña

Sociedad caraqueña

Para el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, el presidente de la República, Joaquín Crespo, y su señora esposa, Jacinta Parejo de Crespo, son una clara muestra del venezolano mestizo, descendientes de la mezcolanza entre españoles e indios.

Para el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, el presidente de la República, Joaquín Crespo, y su señora esposa, Jacinta Parejo de Crespo, son una clara muestra del venezolano mestizo, descendientes de la mezcolanza entre españoles e indios.

     En su libro titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, el periodista estadounidense William Eleroy Curtis resaltó que las por él denominadas barreras de color, entre los pobladores del territorio venezolano, no habían sido superadas, pero “no están tan estrictamente delimitadas como en los Estados Unidos”. Situación que corroboró al ver que descendientes de africanos, u hombres de color tal como él los denominó, no estaban privados de honores sociales, profesionales ni políticos. Expuso ante sus potenciales lectores el ejemplo de Joaquín Crespo (1841-1898), presidente de la República (1884-1886 y 1892-1898) y el de su cónyuge, Jacinta Parejo de Crespo al destacar su tipo mestizo o descendientes de grupos españoles e indios.

     En este orden de ideas sumó a sus consideraciones que, la mezcla entre los diversos grupos sociales se mostraba con mayor prominencia entre los conjuntos sociales menos favorecidos económica y socialmente. 

     “Es muy corriente ver que una mujer blanca tenga por esposo a un tercerón o, incluso un mulato, y hasta más corriente todavía resulta ver a un hombre blanco con una Venus de media tinta por esposa”. Presenció que, en reuniones, ágapes, bailes públicos, hoteles, lugares de diversión y encuentros públicos las “tres razas, española, negra e india” se apreciaban y mezclaban sin mayores distinciones.

     Según lo redactado por Curtis, era un verdadero y común espectáculo observar rostros negros y blancos lado a lado en las mesas de los hoteles, restaurantes, escuelas y colegios, lo que “no supone ninguna diferencia en su posición o en su trato”. No conforme con estas consideraciones sumó haber presenciado que abogados eminentes, juristas destacados y publicistas reconocidos “son de sangre negra”. De igual manera, apreció que entre los integrantes del clero tampoco la distinción basada en el color de la piel tenía mayor peso en lo que respecta a las exclusiones.

     Precisó haber visto por las calles a algunos estudiantes de teología negros caminar de brazos con un condiscípulo blanco, “y para el nombramiento de sacerdote para cada parroquia, el Obispo nunca piensa en prejuicio racial alguno”. Por momentos Curtis no deja de mostrar cierta ingenuidad y confianza en los comentarios que al respecto escuchaba, por eso es frecuente leer en su escrito aseveraciones como la siguiente: “Se dice que el actual Obispo tiene sangre india y negra en sus venas. Un domingo por la mañana me reuní con una congregación de fieles en una de las iglesias más elegantes y descubrí que un sacerdote negro oficiaba la misa. No pude distinguir a una sola persona de color entre los fieles, y todos los acólitos asistentes eran blancos”.

     Ratificó estas consideraciones con aseveraciones relacionadas con lo que había observado e información de testigos presenciales que habitaban en la comarca. Asentó que varios de los acaudalados hacendados en Venezuela eran de origen negro, aunque muy pocos de ellos se dedicaban a las actividades comerciales. Éstas más bien estaban en manos de extranjeros, en especial el comercio al por mayor, de lo que se puede colegir que el comercio al detal o de menudeo si contaba con presencia de nativos.

     Un aspecto de la sociedad venezolana que llamó la atención de viajeros, como el caso de Curtis, era que muchos de los habitantes caraqueños de posición social desahogada prefirieran las llamadas actividades liberales o, en su defecto, cargos dentro del Estado. También, que prefirieran dejar en manos de extranjeros el comercio de grandes proporciones entre el país y el extranjero.

Durante el gobierno del general Antonio Guzmán Blanco se inició el embellecimiento de Caracas.

Durante el gobierno del general Antonio Guzmán Blanco se inició el embellecimiento de Caracas.

     En lo que se refiere a la abolición de la esclavitud, señaló que las autoridades políticas venezolanas se habían adelantado a las de los Estados Unidos, “y si a Simón Bolívar se le hubiese permitido gobernar el país, la esclavitud habría sido abolida poco después de la guerra de independencia”. Para dar fuerza a esta aseveración recordó que a Bolívar se le había otorgado un obsequio de un millón de dólares en honor a su desprendimiento, lo utilizó para comprar la libertad de mil esclavos. De inmediato pasó a reseñar el decreto de abolición de la esclavitud del año de 1854, durante el mandato de los Monagas, y recordó que quien había firmado el decreto había pasado los últimos años de su vida en una cárcel.

     Entre sus elucubraciones no dejó de reseñar algunas características de Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) y lo que denominó el embellecimiento de la ciudad ejecutado por este último. 

     Uno de los aspectos de su gobierno que destacó tuvo que ver con las distintas estatuas edificadas, durante su gestión gubernamental, de “todos los hombres famosos en la historia de la República – con la sola excepción del general José Antonio Páez, a quien nunca le perdonó haber sentenciado a muerte a su padre, Antonio Leocadio Guzmán”.

     Una de las efigies que destacó fue la esculpida en honor al Libertador en la plaza central de Caracas. Según sus apreciaciones este tipo de acciones eran propias de la personalidad de Guzmán Blanco quien, al honrar a otros, “se honraba a él mismo, literalmente”. De igual manera expuso ante los lectores que Guzmán no mostraba disposición ni tolerancia frente a quienes preguntaban por el que había mostrado la iniciativa de disponer las estatuas, con la justificación de homenajes. Expuso que Guzmán siempre que llevaba a cabo el desarrollo de una obra, lo fuera un puente, un poste de luz o reja de hierro, le colocaban un anuncio que indicaba cuándo y por quien había sido edificado, “y el nombre del Ilustre Americano aparece en letras de grandes tamaños en la inscripción de todos los numerosos monumentos que erigió en la ciudad para conmemorar los acontecimientos notables o perpetuar la memoria de los hombres igualmente notables”.

     Luego de esta digresión volvió a hacer referencia a los descendientes de africanos en el territorio de Venezuela. Pero esta vez para establecer diferenciaciones con otros grupos de la sociedad caraqueña y, por extensión, de la venezolana. De este grupo étnico ponderó que poseían una mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios, así como que mostraban voluntad y ambición, un mayor grado de instrucción y una posición social y económica distinto al grupo étnico integrado por el indio. “Estos parecen predestinados al peonaje perpetuo” fueron las palabras que delineó en su escrito.

     De inmediato pasó a plantear un conjunto de consideraciones relacionadas con la vida social y económica de los habitantes de la comarca. Indicó que, aunque los gobernantes venezolanos nunca habían elaborado una legislación sobre el peonaje, la relación entre los hacendados y los jornaleros, en especial fuera de la ciudad capital, era equivalente a relaciones de trabajo esclavo, aceptadas como algo natural entre patrono y empleado debido a las precarias condiciones socio económico de unos y la riqueza de otros.

     En lo que se refiere a los distintos estratos sociales existentes, o clases, o castas exhibían una gran variedad al interior del territorio nacional. Pasó a reseñar el mestizaje proveniente de español con indígena y de español con africano o mulato y los zambos de origen africano con los pueblos originarios. “El negro de sangre pura, así como el indio de sangre pura, raras veces tiene más suerte que la de ser peón, y el zambo es la extracción más baja de todos ellos; pero los blancos segundones poseen la inteligencia y la ambición de sus antepasados españoles, llegan a hacer fortuna, a conquistar posiciones sociales e influencia política”.

    Curtis ofreció ejemplos de estas combinaciones originadas de coyundas diversas. Puso a la vista de sus potenciales lectores el caso del ejército venezolano de la época. La tropa o los soldados estaban constituido por negros, indios y zambos, “mientras que los oficiales son, o bien blancos o, al menos, tienen sangre blanca en sus venas”.

Para Curtis, los africanos en el territorio de Venezuela poseían mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios.

Para Curtis, los africanos en el territorio de Venezuela poseían mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios.

     Como parte inherente a su estilo de narración agregaba indicaciones de talante moralista y convencimiento personal. Una de ellas está referida a su consideración según la cual no era una desgracia tener sangre mezclada en “las venas”. Tampoco ser fruto de una unión ilegítima. Esto lo expresó al enterarse de la cantidad de hijos ilegítimos que apreció en la comarca. Las ¿razones? De acuerdo con su conocimiento esto tenía su razón de ser en dos situaciones. Una, se podría explicar por los honorarios que hasta hacía poco cobraban los sacerdotes para celebrar y bendecir el matrimonio. Otra, la imposibilidad para los campesinos o cualquier persona de escasos recursos económicos reunir la cifra monetaria exigida para celebrar el acto matrimonial.

     A pesar de haberse promulgado leyes para disminuir relaciones ilegales y el nacimiento de hijo ilegítimos el problema persistía. 

     Otro factor que contribuía con esta situación era que, “entre las clases media y alta la costumbre de mantener queridas de una extracción inferior es bastante generalizada y no es siquiera motivo de chisme. Es una cosa natural y esperada que no sólo un soltero tenga una querida y una familia de hijos, sino que los hombres casados que puedan costearlo, generalmente mantengan dos hogares en los que sus ocupantes parecen tener conocimiento de la existencia del otro”.

     De los trabajadores y clases populares (negros, zambos, indios) en general dejó asentado que eran honestos. Además, mostraban ser obedientes, trabajadores que no rehuían al esfuerzo y que eran joviales. Aunque advirtió que no mostraban la misma energía de los individuos de similar fuerza de las zonas templadas y que no rendían más de un tercio de lo que estos rendían en la misma cantidad de tiempo. A lo largo de su narración señaló, de manera reiterada, que los trabajadores de este territorio preferían depender de la fuerza de sus brazos y piernas antes que utilizar técnicas o instrumentos que aliviaran su faena diaria. Tampoco este uso de la fuerza humana dejaba de ser reiterativo, ya que no vio entre los trabajadores disposición alguna de simplificar sus precarios métodos con el uso de instrumentos o herramientas modernas. Para Curtis, preferían hacer las cosas de manera más difícil y, en cierto modo, con torpeza.

     Respecto a esta aserción, tal cual lo muestra a lo largo del texto, ilustraba al lector con ejemplos que había presenciado durante su estadía. Escribió: “Una mañana me detuve a ver cómo una cuadrilla de peones movía un tubo de agua o de cañería. La habían traído desde algún almacén hasta este punto de la calle a lomo de burro, pero tan inseguramente atado al animal, que se cayó a menos de dos tercios de la cuadra de su destino. Un irlandés o un yanqui lo habría rodado por la calle, pero se necesitó que acudiera media docena de hombres que estaban cavando una cuneta para ayudar a asegurarlo de nuevo al lomo del animal”. Lo que le sorprendió a Curtis fue el número de personas que se utilizaron para el traslado y, mayor aún, que otros individuos, que estaban trabajando en una actividad diferente, a los que trasladaban la tubería, tuviesen que interrumpir su tarea para auxiliarlos.

     Lo cierto del caso, a pesar de lo odioso que pueda parecer al lector de hoy la comparación con irlandeses o estadounidenses, la lectura debe transitar por la diferencia frente a un otro. En este orden no se debe decir de Curtis que sus elucubraciones estaban plagadas de discriminación, sino de una diferencia marcada por la experiencia cultural. Experiencia que, para este caso en concreto, se concentraba en el uso de tecnologías que para el estadounidense promedio eran naturales y lógicas, y no de una forma de asumir labores diarias enmarcadas en una superioridad proveniente de herencias étnicas. En todo caso, es necesaria e imprescindible una lectura desde la esfera cultural.

La Guaira y Caracas 1800

La Guaira y Caracas 1800

Según William Duane, los mayores daños del terremoto de 1812 fueron ocasionados por el material con el que estaban construidas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra.

Según William Duane, los mayores daños del terremoto de 1812 fueron ocasionados por el material con el que estaban construidas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra.

     De su visita a la República de Colombia, a principios de la década del veinte del 1800, el coronel estadounidense William Duane redactó sus impresiones en un texto que fue publicado en Filadelfia el año de 1826. El título del mismo fue “Una visita a Colombia entre los años de 1822 y 1823”. Aunque cita a autores del canon de la época sus argumentaciones fueron configuradas a partir de sus propias observaciones y redactadas con un estilo periodístico.

     Entre algunas de sus observaciones se puede recordar los señalamientos respecto al terremoto de 1812. Del que se puede decir que fue una suerte de hito para quienes visitaron Venezuela a lo largo del 1800, Duane no fue la excepción. En las líneas redactadas por este coronel del ejército estadounidense de la época no dejó de ponderar y, a la vez, corregir los señalamientos dispuestos por el naturalista alemán Alejandro de Humboldt. Uno de ellos tuvo que ver con la mortandad que se produjo en la comarca con aquel movimiento telúrico.

     En referencia con este asunto señaló que su intención no era corregir las cifras y números ofrecidos por el ilustrado alemán. “Mi primera impresión fue que los mayores daños del sismo fueron ocasionados por el material con el que están construidas casi todas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra”. Para dar fuerza a su reflexión puso a la vista de los lectores el ejemplo de La Guaira y la casa que ocupaba un anterior cónsul del gobierno estadounidense. Escribió que la parte que se había derrumbado de ella era la que se había edificado con tapia y tierra., mientras que la parte edificada con piedras había permanecido en pie.

     Por otra parte, hizo referencia a los miembros del ejército que conoció por primera vez. De los oficiales expresó que le causaron buena impresión, “pues era evidente que procedían y pensaban como verdaderos militares”. En cambio, en lo atinente a la tropa dejó anotado “en cuanto a los soldados rasos, mi opinión no fue al principio tan satisfactoria”. No obstante, agregó que luego de una mirada y reflexiones configuradas con mayor cuidado, “pude comprobar que había sido errónea la apresurada opinión que me formé en el primer momento en mi condición de recién llegado; y que un incidente pasajero me había impulsado a separarme del sistema que empleo habitualmente para formarme un criterio, o sea eliminando los factores adversos, después de haber sopesado los favorables”.

     El “incidente” al que hacía referencia fue el encuentro con un par de centinelas y uno de ellos le había pedido “un real”. “En la súplica no se traslucía en absoluto la insolencia de la mendicidad, sino más bien cierto airecillo de confiada persuasión, la cual revelaba que no se sentían avergonzados de pedir, y que consideraban más bien que sería una vergüenza para el señor negarse a conceder un donativo tan pequeño como un real”. Ante esta circunstancia contó que no le quedó más que sonreír ante un evento poco usual para él. Al respecto escribió “las diversas ideas que cruzaron mi mente me trajeron el recuerdo de una brigada de Rohillans y Patans, también hombres de tez muy diversa, pero a quienes el servicio de sastrería y la fábrica que suministra los aprestos militares les permiten mostrar la irreprochable limpieza y elegancia que se requiere para llevar con distinción armas y uniformes, cuyo perfecto orden queda asegurado por la diaria inspección a que están sometidos”.

El arrojo de los soldados venezolanos era admirable, pues, eran hombres que, sin el auxilio de cañones, se enfrentaban al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo.

El arrojo de los soldados venezolanos era admirable, pues, eran hombres que, sin el auxilio de cañones, se enfrentaban al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo.

     Bajo este marco dio rienda suelta a sus recuerdos para llevar a cabo comparaciones con los combatientes de la República de Colombia que tuvo al frente. En este sentido vale la pena citar de modo íntegro su descripción del soldado gran colombiano. Su representación fue como sigue: “fornidos, carirredondos, de anchos hombros, musculosa contextura, rostro oval, y pies descalzos; con sus pantalones y guerreras de dril, cuya calidad sólo podía inferirse a través de las manchas dejadas por lo vivaques, o de la suciedad producida por su único lecho sobre la desnuda tierra: el cuero de res sobre el cual están acostumbrados a tenderse para dormir, cuando disponen de alguno, lo que consideran un lujo; con sus cuellos, puños y pecheras de color amarillo, azul o rojo, donde faltaban muchos botones que se habían despedido sin licencia; sus gorras de cuero, su pelo negro y lacio, cortado casi al rape, con el cuello de la camisa abierto, que probablemente había sido lavada en tiempos muy remotos; con toda la indumentaria cubierta de polvo, y con fusiles y correas que en otra época debieron tener un color definido”.

     Dejó escrito que esta impresión lo llevó a recordar los soldados de las campañas de los espahíes en Massur. Pero sus divagaciones fueron interrumpidas por un toque en su hombro. En ese preciso momento uno de los soldados le recordó lo del real. En su relato contó que les había reprochado que era indigno pedir limosnas por parte de cualquier soldado, a la vez que les intentaba estimular la importancia de la dignidad y de lo que de sí mismos se debían. Agregó que la respuesta que recibió fue de uno de los soldados, quien le preguntó de manera conciliatoria y suave, ¿cómo era posible que un caballero de tan respetable presencia vacilara otorgar un real a unos soldados que habían luchado en las batallas colombianas y que, además, llevaban seis meses sin obtener ninguna compensación monetaria, todo ello debido a que el tesoro público había quedado exhausto por haber sido invertido el dinero en la expulsión del país de los godos?

     Ante esta interrogación a la que Duane calificó como una lógica natural y que hasta un profesor de lógica no hubiera podido exponer sus ideas con tan prístina claridad, añadió que no podía explicar la situación, ya lo fuera por su mala pronunciación del castellano o lo fuera por su expresión desembozada, que produjo en el soldado que le pedía una moneda una leve sonrisa. Según escribió ambos se distanciaron con una mejor opinión acerca del uno con el otro. De nuevo recordó su experiencia y conocimiento de soldados de otros lugares del mundo que había conocido y llegó a otro entendimiento.

     Indicó que luego de un momento de sosiego y en búsqueda de otras explicaciones, para determinar el porqué de lo que había observado, confesó “al contemplar una vez más aquellos rostros ovalados, alegres, satisfechos y mofletudos, así como la hermosa simetría de sus cuerpos que no lograban ocultar del todo sus gastados y desvaídos uniformes, recordé a su vez que, apenas doce años atrás, habían sido llamados desde sus plantaciones de cacao o de maíz para ocupar fortalezas y llanuras, donde la detonación de un fusil debía resonar en sus oídos tan terrífica como un trueno; los volví a ver cómo, a pesar de carecer de formación marcial, y sin jefes de suficiente experiencia para entrenarlos, constituyeron batallones, realizando marchas de tal magnitud que hacían reducir a simples operaciones militares las de Aníbal y Alejandro”.

     Con tono de admiración alcanzó a describir a estos soldados que habían combatido a avezados hombres de armas, como lo eran los españoles. Soldados que sin tener el auxilio de cañones o contar con una moderna estrategia de guerra peleaban cuerpo a cuerpo con sus contendientes y los vencieron. “Fueron estos hombres, y otros iguales a ellos, creados por la libertad y la revolución, a quienes se amenazó con el exterminio – amenazas que se llevaban a la práctica, cada vez que era posible, contra los infortunados cautivos – y después de una lucha que se prolongó durante doce años, han vencido, destruido o expulsado a 43.000 veteranos españoles, que habían tratado de intimidarlos con la destrucción total”. Agregó que logró conocer, en Valencia, a soldados de estirpe militar.

Al viajero Duane le pareció Maiquetía un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía.

Al viajero Duane le pareció Maiquetía un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía.

     Bajo estas consideraciones escribió creer que subsanaba sus primeras impresiones respecto a los soldados que había conocido en La Guaira. Agregó que se había dejado llevar por una actitud poco reflexiva y algo apresurada por encontrar que el lugar de entrada a una linda ciudad no contara con una mayor y confiable autoridad militar. Dejó en claro que tanto los espacios territoriales ocupados por La Guaira como los caminos que conducían a Caracas podían ser mejorados con un “desembolso prácticamente insignificante”. Pero invertir en mejoras no era la política de la Corona española, de acuerdo con la opinión de Duane.

     Según lo escrito por este coronel estadounidense, Cartagena, Puerto Cabello, La Guaira, Porto Bello o San Juan de Ulúa no eran más que la entrada o la puerta que representaban las portezuelas de una cárcel, “a través de las cuales debía mantenerse un monopolio mediante la fuerza y el terror”. 

     En el territorio venezolano estas mejoras en los puertos llevarían al aumento de los precios de las distintas propiedades, además de incrementar la seguridad frente a las aún amenazas de invasión española.

     Describió que la vía que llevaba a Caracas estaba en la parte meridional de Maiquetía. Acerca de esta localidad escribió que mostraba un paisaje muy agradable y que por su ubicación y dinamismo llegaría a ser un lugar de prosperidad. Asentó que el viajero se sentía sorprendido al corroborar que la ubicación de Maiquetía, tan idónea para la fundación de una ciudad, no hubiese sido tomada en consideración por parte de los pobladores que decidieron trasladarse a Caraballeda y no aprovechar las potencialidades que ofrecía aquella localidad.

     Por lo demás, escribió que era un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía. En uno de esos días, contó en su relato, él junto al teniente Bache se habían quedado contemplando el paisaje nocturno cuando escucharon una alegre música que llamó su atención. Decidieron ir en dirección al lugar donde se escuchaba la melodía, una pequeña casa, cobijada por grandes palmeras. Al pasar por el frente de ella, estampó Duane en su relato, fueron invitados a pasar a la parte de adentro. En la misma observaron varias mujeres y algunos niños de distinto sexo. Agregó que de inmediato de tomar asiento, una de las damas tomó la lira y continuó su ejecución del instrumento musical.

     Por la descripción que proporcionó Duane, se trataba de la ejecución de un arpa que, según su descripción, del instrumento musical, era muy parecido al arpa irlandesa. Contó que, al cabo de un momento, un grupo de jóvenes comenzó a bailar, “y nos causó especial agrado, conjuntamente con la agilidad y gallardía de los danzantes, el novedoso estilo de sus pasos; era una especie de danza pantomímica, sin ágiles saltos, figuras ni piruetas con los pies, sino a base de movimientos en que se avanzaba y retrocedía de modo cadencioso”. Llamaron también su atención otras danzas ejecutadas por los más jóvenes que integraban la velada por el ritmo cadencioso y el compás equilibrado.

     Resaltó la entonación de coplas y “las habituales canciones patrióticas, en las que no dejaban de figurar las alusiones a Bolívar”. Indicó que una de las jóvenes se retiró un momento para luego aparecer con refrescos y frutas variadas para las visitantes desconocidas. Al ver tan esplendoroso recibimiento ofreció unas monedas como forma de compensar la velada que habían disfrutado él y Bache. Gesto que no fue aceptado por las jóvenes que interpretaban melodías cadenciosas para el baile. Dejó anotado que, “Sea cual fuere la superioridad de los estudios profesionales frente a la formación de estos músicos por naturaleza, confieso que mi placer fue tan completo y agradable como el que haya podido producirme en cualquier época la orquesta mejor combinada. Quizás la buena predisposición en que nos encontrábamos, la hora, el paraje e incluso lo inesperado del acontecimiento, contribuyeron a hacer más vivo el efecto y a intensificar nuestro deleite”.

La Caracas de Guzmán Blanco

La Caracas de Guzmán Blanco

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

     En uno de los apartes del libro Venezuela la tierra donde siempre es verano, escrito a finales del siglo XIX por el periodista estadounidense, William Eleroy Curtis (1850-1911), éste llamó la atención de la cantidad de epitafios con los que se rendía honores a los hombres públicos de la República. Por eso escribió que pocos de sus gobernantes pudieron haber vivido o muerto en paz entre los suyos.

     “Mientras la capital de su país está decorada con sus monumentos, los edificios públicos embellecidos con sus retratos y el Museo Nacional lleno de sus reliquias y recordatorio de sus carreras, casi todos han muerto en el exilio o la prisión”.

     Bajo este marco anotó que en el Museo de Caracas existía un salón separado dedicado a Simón Bolívar, “como el del santo entre los santos, para la conservación y exhibición de sus reliquias, reunidas con gran sacrificio en todas partes del mundo”. Así, se había logrado recopilar correspondencia, incluyendo algunas originales, conseguidas en Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, de los Estados Unidos y Europa.

     Añadió que habían aparecido publicaciones relacionadas con la figura de él como cartas firmadas, edictos, leyes y decretos con el propósito de dar a conocer sus realizaciones, así como un medio para inspirar los sentimientos patrióticos que su imagen representaba entre los venezolanos.

     Reseñó las efigies, dedicadas al Libertador, que observó en lugares públicos, plazas y espacios gubernamentales. Además, indicó que en los edificios públicos había retratos. “Su busto en mármol, bronce o yeso se ve en todas partes y las litografías de su rostro cuelgan en casi todas las tiendas y casas. Como su rostro aparece impreso en todos los billetes y acuñado en todas las monedas, resulta muy familiar”. Luego de estas consideraciones se dedicó a elaborar una breve semblanza del Libertador como sus amoríos y visita a Europa.

     Por otro lado, resulta de gran interés seguir al pie de la letra la descripción que tramó respecto a los espacios públicos de Caracas y “los muchos monumentos de Guzmán Blanco”. En este orden, señaló que en una “hermosa” plaza, cerca del mercado, estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán. De inmediato, Curtis anotó la inscripción que acompañaba la representación del padre de Antonio Guzmán Blanco. A renglón seguido indicó: “Nadie reprueba la devoción filial que indujo a Guzmán Blanco a erigir un monumento en memoria de su padre, quien durante su larga y memorable vida fue uno de los políticos más distinguidos y hábiles del país”.

     Agregó, en este sentido, que la línea que recibió mayores críticas era aquella con la que pretendió acreditarle a su padre una porción de la gloria representada por Bolívar. Curtis hizo alusión a una de las líneas que acompañaba al monumento y que rezaba “El congreso nacional de 1822 expresando los deseos del pueblo erigió este monumento”. A Curtis le pareció algo exagerado porque, según escribió, si bien Antonio Leocadio Guzmán había sido secretario de Bolívar, lo había traicionado y además había firmado la orden en la que se pedía la expulsión del Libertador del territorio venezolano.

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

     Luego de hacer referencia acerca de algunos hombres públicos de Venezuela como el caso de Páez y los hermanos Monagas, y finalizar con Guzmán Blanco de quien escribió que no era modesto, aunque éste “era quizá el menor de sus pecados”, pasó a reseñar algunos pormenores de la vida política en Venezuela. De la elección de los presidentes expresó que se hacía de “manera muy curiosa”. Al hacer alusión a la oficialidad y altos mandos del ejército le llamó la atención que fueran, por lo general, “jóvenes apuestos de las mejores familias, que se alistan de buena gana en el servicio militar y lo disfrutan. Andan siempre bien vestidos en sus uniformes, se comportan con buenos modales y son casi siempre egresados de la Universidad”.

     En lo que se refiere a las monedas, fuesen de oro o plata, no servían de patrón para un circulante general ya que en ellas no se estampaban el valor de lo que representaban cada una. Contó que en Caracas había sólo dos bancos siendo, uno de ellos, el Banco de Venezuela el centro de pago y de depósito para la secretaría del tesoro.

     Páginas más adelante hizo referencia al pueblo caraqueño y venezolano del que expresó que era “muy musical”. En su relató añadió que en el Teatro Municipal, ubicado en Caracas, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año. En algunas oportunidades se presentaban obras con compañías extranjeras. De las que llegaban a Caracas, y donde eran invitadas el gobierno éste sufragaba los gastos para presentar diversiones públicas.

     Recordó que el Teatro Municipal había sido edificado a instancias de Guzmán Blanco y era “uno de los edificios más vistosos de la ciudad”. Describió que la platea o patio, poseía butacas similares a las instaladas en los Estados Unidos en las que solo se sentaban los hombres. Las mujeres “preferían” la parte baja del teatro, según escribió.

     De igual manera, reseñó que las personas que ocupaban los palcos vestían de forma elegante. En el segundo y el tercer piso, expuso en su relato, había dos lujosos salones de descanso. En éstos las personas se ubicaban o daban vueltas durante los entreactos, aquí se servían helados, dulces, vinos y coñac entre otros productos. De las funciones dijo que eran largas y que, por lo general, comenzaban a las ocho de la noche y se podían extender más allá de las dos de la mañana.

     En lo referente a las inquietudes artísticas y musicales que apreció lo llevó a decir que había mucho talento, tanto en la composición como en la ejecución musical. Añadió que existían varios conservatorios de música, así como la presencia de pianos en casi todas las casas. “Los barrios residenciales de la ciudad recuerdan a cualquier hora del día, excepto aquellas dedicadas a la siesta, los corredores de los internados de señoritas, porque a través de las ventanas abiertas de casi todas las casas fluyen los inconfundibles sonidos de una diligente y enérgica práctica”.

     Contó que a horas de la noche, los días jueves y domingo, una banda musical perteneciente a la comandancia del ejército ejecutaba distintas piezas musicales en la Plaza Bolívar, desde las ocho hasta las once de la noche. Según observó, en ella se agolpaban multitud de personas quienes paseaban por los bulevares que mostraban buena iluminación o se sentaban en círculo para conversar. En la misma plaza unas señoras ofrecían en alquiler sillas por unos cuantos centavos y algunos jóvenes ofrecían bebidas, helados y dulces.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

     En lo que denominó uno de los lugares más vistosos y concurridos de la ciudad como lo era Puente Hierro le llamó la atención que en él también se reunían personas. El lado sur de la ciudad que pasó a describir no sólo fue el puente que había mandado a construir Guzmán Blanco durante su mandato. Puso a la vista de los lectores la exhibición de palmeras imponentes a lo largo de la avenida, además de una estación del ferrocarril, una alameda de mangos, “varios botiquines más o menos respetables, e innumerables diversiones baratas”.

     En esta parte sur de Caracas había visto a varias personas que se reunían entre las cinco y siete de la tarde. “Pero los días sábados al atardecer y casi hasta la medianoche es cuando, con la música de fondo de alguna banda militar de la ciudad, se reúne un conglomerado de las clases media y baja que se dedica a jugar, comer, beber y divertirse. Las señoras de la aristocracia permanecen vigilantes en sus carruajes junto a la alameda, siguiendo con cuidado las situaciones que son siempre graciosas y hasta, muchas veces, cómicas, mientras los hombres y, en particular, los jóvenes, se mezclan entre la multitud y se pavonean ante alguna muchacha del pueblo, de entre las que, por cierto, las hay muy guapas”.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

     En su descripción acotó “Caracas es como una París de un solo piso”. De acuerdo con la perspectiva de su mirada, las tiendas mostraban productos provenientes de la capital francesa. Además, los que administraban y atendían en ellas eran originarios de esta comarca de Francia. “Nada tiene de extraño ver a todas las damas en vestidos importados durante una comida, y cuando salen de paseo, aquellas que pueden permitírselo, llevan puesto un sombrero de París, como lo harían sus hermanas y primas en algunas latitudes más al norte”. Puso a la vista de sus potenciales lectores que, cuando las damas iban a misa no exhibían trajes o sombreros nuevos. “Cuando atienden al servicio de la mañana, la mayoría de ellas, las señoras de Caracas van vestidas, por lo general, con un sencillo traje negro con un lazo blanco o negro anudado a la cabeza. Algunas de las matronas anticuadas llevan simplemente un chal negro que hace las veces de una mantilla española”.

     De inmediato pasó a describir algunas características de las casas que observó en Caracas. De las ventanas agregó que eran amplias, que estaban protegidas con rejas o barrotes que sobresalían hacia las aceras. Por lo general, tenían un antepecho donde se sentaban las damas, en especial jóvenes, que desde esa posición entablaban conversación “con el primer conocido que pase. Si se pasea una tarde por las elegantes calles residenciales es casi seguro que uno descubra todas las ventanas ocupadas por una o más señoras luciendo sus más atractivos vestidos, y son muchos los amoríos y galanteos que se hacen de esta manera”.

     Más adelante destacó la extrañeza que experimentó por los nombres que se utilizaban en estos territorios y los que se exhibían en centros de moda, lugares de trabajo, casas y personas. Destacó el nombre de una “modistería” de la ciudad que combinaba el inglés, el francés y el español. El cartel de este establecimiento decía así: “High life parisien salón para modes y confections”. De lo que denominó “nombres extravagantes” lo ostentaban algunas casas de campo como “La Rosa de Sharon”, “La Esmeralda” un comercio atractivo para él, mientras “La Fuente del Placer” y “La Gracia de Dios” eran nombres de pulperías o botiquines.

     Bajo este mismo marco, hizo referencia a los nombres que eran utilizados para bautizar a los niños. “Por lo general, se les da el nombre del santo cuyo aniversario esté más cerca del día de su nacimiento y todo niño que nazca en vísperas de la navidad, se llama Jesús”, aunque añadió que el nombre más común era Salvador. En cuanto a las niñas evidenció que los nombres que se les daba se relacionaban con algún episodio de la vida de la Virgen Santísima o en las de los santos como Concepción, Anunciación, Asunción o Trinidad.

     Llamó la atención de sus potenciales lectores que cada niño tuviera un “protector” denominado Padrino y una “protectora” llamada Madrina, “de quienes se espera que cumplan literalmente con los juramentos que hicieran ante la fuente bautismal, y que, por lo general, lo hacen”. 

     Pasó de inmediato a reseñar el papel que ambos debían cumplir al faltar uno de los progenitores del niño o la niña. Por ser costumbre que ambas figuras atendieran las necesidades espirituales de sus ahijados, así como las económicas la tendencia era a buscar personas pudientes. “Es por esta razón que los hombres adinerados y los políticos se ven siempre tan solicitados por sus ambiciosos e indigentes amigos; aunque generalmente limitan sus favores a sus parientes y aquellos por los que sienten un especial interés”.

Excursión por el Este de Caracas

Excursión por el Este de Caracas

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

     En 1863, tras la culminación de la Guerra Federal, el nuevo gobierno se encontró con un país en la bancarrota, por lo que tenía la apremiante necesidad de resolver la situación fiscal, la deuda pública y cumplir con las obligaciones internacionales vencidas y por vencerse. Ante esto, el vicepresidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, inició gestiones para conseguir para conseguir un empréstito. Con esa misión viajó a Inglaterra donde firmó un convenio con la Compañía General de Crédito y Finanzas de Londres, que de inmediato envió a Venezuela un representante para que se encargara de conseguir las garantías necesarias para dicho préstamo. Es así como, en octubre de 1864, llega al país Edward Eastwick (1814-1883), quien visitará La Guaira, Caracas, Puerto Cabello y Valencia. Sus impresiones de ese viaje fueron publicadas originalmente en la revista literaria londinense All the Year Round, en 1866. Posteriormente, en 1868, se publicarían en forma de libro bajo el título: Sketches of Life in a South American Republic (Bosquejos de la vida en una República sudamericana).

     Allí, luego de escribir sus impresiones acerca de lo que vio como manifestaciones de devoción religiosa, observación a partir de la cual puso en duda la sinceridad de las damas que participaban en el acto litúrgico, Eastwick presentó una comparación de lo visto en Caracas frente a lo visualizado por él en regiones de la India. Al respecto señaló: “me acordaba yo de la India y de las procesiones de Durga y Krishnah. En realidad, los yátrostsavahs del Indostán y las fiestas de la América del Sur, presentan un origen común”.

     De acuerdo con su particular visión, estas fiestas constituían el desahogo de “un pueblo perezoso, y sirven de pretexto para ostentar lujosos atavíos, holgazanear y entregarse al juego y al amor”. De igual manera, escribió haber sido informado que en Santiago las chicas enviaban cartas a la Virgen, “algunas piden maridos y novios, y otras trajes de baile y pianos; y, por increíble que parezca, las peticiones son contestadas y aun atendidas en aquellos casos en que se considera político hacerlo”.

     Más adelante, escribió que el paraje sobre el cual se sostenía Caracas “merecería la predilección de un monarca oriental”. La comparación a la que recurrió fue la de Teherán, capital de Persia, hoy Irán, además de lo expresado con anterioridad, por mostrar otra semejanza relacionada con las vías de acceso desde otros lugares del país. A lo que de inmediato agregó, “unas cuantas baterías certeramente emplazadas, podría impedirse por completo que ningún enemigo procedente de la costa se acercara a Caracas”. En cuanto a esta aseveración sumó que sólo los ingleses podrían romper esa barrera, tal como había sucedido en el siglo XVI con Francis Drake.

     Luego de relatar algunos pormenores del pirata inglés en Caracas, aseveró que Caracas era de acceso difícil, en especial si se entraba desde La Guaira y el mar que le sirve de lindero. En cambio, desde la parte sur el ingreso a ella era menos tortuoso. Rememoró que algunos autores criticaran el que Caracas se hubiese edificado en el lugar actual y no en los lados que daban hacia el Este, cercano al “villorrio” de Chacao. Uno de los que se había preguntado por qué razón la capital de Venezuela se había emplazado en el terreno que ocupaba, desde el siglo XVI, y no hacia los lados de Chacao donde los terrenos eran más planos y con cercanía lacustre que podía permitir el despliegue de una ciudad en ellos, fue Alejandro de Humboldt. De éste, Eastwick citó una de sus aseveraciones respecto a las desventajas de Caracas frente al interior del país. “A causa de la situación de las otras provincias, Caracas no podrá ejercer nunca una poderosa influencia política sobre las regiones de que es la capital”.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

     Contó que había conocido Caracas y sus alrededores gracias a las nuevas cabalgaduras que a diario le ofrecían “para que saliese a pasear por la mañana y por la tarde”. De los caballos que montó en Caracas expresó que eran briosos y de buena anatomía, pero pequeños, y los comparó con jacas o yegua de poca altura, “a no ser por sus pretensiones y airecillo altanero que – preciso es reconocerlo – saben justificar a veces con brillantes hazañas, pues demuestran gran valentía cuando se trata de conducir a su jinete a la batalla, o cuando se les utiliza para dar muerte a toros embravecidos y de corpulencia dos veces superior a la de ellos”.

     En su relató indicó que su primer paseo por la ciudad fue hacia el lado este, para Petare, “aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas”. El trayecto que transitó lo describió como sigue. Al salir del hotel donde se hospedaba, el Saint Amande, se encontró con la Gran plaza, “donde hay mercado todos los días”. De los edificios que observó a su alrededor llegó a decir que eran de baja altura. No así el palacio de gobierno y la Catedral. De esta última añadió que no encontró nada digno de ser destacado, “a no ser la tumba de Bolívar, que es de mármol blanco, y esculpida con muy buen gusto”.

     De esta última señaló “El Libertador aparece de pie, en su uniforme de general, y a sus plantas se ven tres figuras femeninas que representan – según creo – las tres naciones que a él deben su libertad”. En este sentido indicó que al contemplar el monumento, erigido en honor a Bolívar, le estimuló el recuerdo de palabras estampadas en las Sagradas Escrituras: “Pidió pan, y le dieron una piedra. En efecto, Bolívar – cuyas cenizas son tan veneradas en la capital de su ciudad nativa – murió en el destierro, muy lejos de aquí y en medio de la mayor miseria”.

     En su paseo por la ciudad, a pocos metros de la catedral, encontró un teatro. A propósito de esta experiencia anotó que las cosas habían cambiado algo después de la visita de Humboldt y de sus anotaciones acerca de Caracas. 

     El teatro que vio el naturalista alemán estaba desprovisto de un techo, ahora, el que observó Eastwick, había dejado de estar a la intemperie. “Durante mi permanencia allí, no había compañía de ópera; y las piezas que se representaban eran, por lo general, tediosas tragedias en las que todos los personajes iban siendo asesinados uno tras otro, lo que al parecer causaba gran satisfacción entre los espectadores”.

     Más lejos de la catedral, al cruzar un puente, observó dos “excelentes” plantaciones de café. Se mostró maravillado por el paisaje que estaba frente a sus ojos, al mirar un valle con campos bien labrados. Sin embargo, lo que más cautivó su mirada fue el “Ferrocarril del Este”, el que estaba situado a una corta distancia del puente que había cruzado. “Me bajé del caballo para inspeccionar la estación, pero como ésta se hallaba completamente desierta, tuve que trepar por una cerca de quince pies de altura para entrar en ella”. Anotó que los rieles se encontraban cubiertos de maleza, así como las locomotoras y los vagones, “tristes emblemas del sopor en que ha caído la empresa, y del cual parece dudoso que pueda despertar alguna vez”.

     Ya en Petare llegó a una posada que estaba ocupada por bastantes personas, allí observó a la gente que fumaba y jugaba billar, el villorrio, como calificó a esta localidad ofrecía una dinámica de prosperidad mayor a la que él se había imaginado. “Hay unas quinientas casas en la aldea, y muy bellas fincas en sus inmediaciones. Sin embargo, jamás podría contarse con el tráfico suficiente para resarcirse del desembolso que ocasionaría la construcción de un ferrocarril, a menos que la línea fuese continuada hasta Valencia”.

     Su otra excursión fue para el lado norte, en las faldas del cerro Ávila. Describió una ciudad, visualizada desde este lugar, en forma de cuadrado con largas calles paralelas que se cruzaban de norte a sur, y con una plaza principal, lugar éste donde funcionaba el mercado justo en la parte del centro. Se sorprendió, al estar situado en la parte noreste, de los estragos que había causado el terremoto de 1812. “Ni una sola casa parece haber escapado, y aunque algunas han sido restauradas, las señales del desastre son aparentes por donde quiera, y todavía se ven sin remover muchas hileras de escombros”.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

     Puso a la vista de sus potenciales lectores lo que le había relatado un Mayor del ejército de aquel año y que aún estaba con vida. Luego de describir el evento telúrico agregó que las personas quedaron aterrorizadas y que no pudieron regresar a sus actividades habituales, se dedicaron a la oración y al ejercicio de ceremonias religiosas. “Muchas parejas que venían llevando vida concubinaria, se casaron a toda prisa, y quienes habían cometido fraude restituyeron lo mal habido, sobrecogidos por los horrores de aquel espantoso día, y temerosos de que se repitieran”.

     En su excursión al cerro el Ávila llegó a observar algunas casas, en especial una denominada El Paraíso que había sido propiedad de un representante del gobierno británico. Indicó que le llamó la atención el cementerio católico del que se decía era el más hermoso de Suramérica. “Está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Su característica más singular es que los altos muros están revestidos en su parte interior, por una especie de casillero gigantesco. Cada compartimiento… se utiliza para depositar en ellos los ataúdes. A todo el que pueda pagar los derechos respectivos, montantes a treinta y cinco pesos, se le concede el privilegio de colocar la urna del pariente muerto en uno de estos receptáculos durante tres años… Al cumplirse los tres años, se sacan los ataúdes; y, en caso que así lo desee la familia, se la entregan a ésta los restos del difunto. De lo contrario, los arrojan a una gran fosa, llamada el carnero”.

     Unos kilómetros más allá de este cementerio se acercó a un terreno en el que se encontraban sepultados cadáveres de personas que habían muerto a causa de un brote de cólera. De acuerdo con información recabada escribió que había sido tal la cantidad de fallecidos que hubo la necesidad de utilizar este terreno para darles cristiana sepultura a las víctimas de esta epidemia. “Tanto el cementerio inglés como el alemán se encuentran ubicados en las inmediaciones de la ciudad, en la parte sur, y son sitios de mísero aspecto en comparación con el camposanto católico”.

     De la parte norte de la ciudad agregó que lo que había llamado su atención era la denominada “La Toma”, reservorio desde el cual se abastecía de agua a la ciudad capital. “Se halla situada en un barranco cubierto de espeso boscaje… En este paraje se requiere andar con mucha cautela, pues a causa de lo denso de la espesura y de lo escasamente frecuentado del lugar, las culebras abundan en cantidades increíbles. Me aseguraron que, en una pequeña terraza rocosa, desnuda de vegetación, se podían ver algunas veces cuarenta o cincuenta serpientes de cascabel y de otras especies tomando el sol. Con semejantes protectores, parece que fuese innecesaria la presencia de guardianes humanos”.

     Sin embargo cerca de la caja de agua vivía un inspector y su familia. La esposa de éste, junto a una hija, confeccionaba sandalias. Ella le informó a Eastwick que podía terminar dos docenas al cabo de un día. También le dijo que por dos docenas le pagaban seis pesos y medio, es decir una libra esterlina aproximadamente. “Este es apenas un ejemplo, entre los muchos que vi, de los precios enormemente altos a que se paga el trabajo en Venezuela”.

     En su excursión decidió no trasladarse al lado oeste de Caracas, por donde ya había pasado cuando llegó a La Guaira. No obstante, resolvió practicar una caminata por el cerro El Calvario. De este lugar destacó su importancia como valor histórico por haber sido escenario de una batalla en 1821.

     Del lado sur de la ciudad escribió que existía un excelente camino, construido por un ingeniero europeo, que conducía al pueblo de Los Teques. Lugar del que recordó la existencia de minas de oro y que atrajeron la atención de los conquistadores españoles.

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Caracas y La Guaira, vida y costumbres (1822-1823)

Las mulas eran el principal medio de transporte.

Las mulas eran el principal medio de transporte.

     El coronel William Duane (1760-1835) fue un periodista y editor estadounidense que visitó Venezuela y Colombia entre los años de 1822 y 1823. De su recorrido por estos países elaboró un texto que llevó por título “Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823”, el cual fue impreso en Filadelfia, en 1826, por parte del editor Thomas H. Palmer, aunque Duane también era impresor, oficio que había aprendido en Irlanda, dejó en manos de este último el trabajo, para dar a conocer sus impresiones de unos territorios que recién se habían separado de la corona española.

     Durante su visita estuvo acompañado de su hija Isabel y de su hijastro Richard Bache (1784-1848) quien también escribió un libro denominado “La República de Colombia en los años 1822-23. Notas de viaje”, igualmente impreso en Filadelfia, pero en la imprenta de H. C. Carey, en 1827. Duane escribió que había venido a Venezuela con la tarea de encontrar solución a notas de crédito que se encontraban insolventes desde los tiempos de la guerra. Sin embargo, le dio mayor relieve al deseo que abrigaba, desde hacía unos treinta años, de conocer a quienes había acompañado espiritualmente en su lucha. 

     Esta relación había despertado en él la curiosidad por indagar en la historia, la geografía y el posible destino de los países que habían llevado a buen puerto una Revolución en la América del Sur. Duane había defendido con afán la causa suramericana desde las páginas del periódico “Aurora”. De sus acciones defendió el hecho de haber coincidido con las políticas de libertad de prensa de la que se gozaba en su país. Por esto afirmó que una prensa libre le dio la oportunidad de dar a conocer sus pronósticos y conceptos, labor que no dejó de cultivar a pesar de las censuras que le dirigían colegas y algunas personas que se mostraban escépticos respecto a lo que sucedía al sur del territorio estadounidense.

     En el preámbulo de su libro, de 632 páginas, dejó escrito que no había podido incluir ni la mitad de lo que hubiera querido exponer en su obra. En cambio, el texto de su hijastro fue menos voluminoso, pero no menos interesante que el de su padrastro. Ambos libros muestran la preocupación de los viajeros que visitaron estas tierras después de 1821. Luego de este año, los temas de mayor relieve relacionados con el conflicto bélico fueron desplazados por otros asuntos orientados en la organización y bases del orden republicano que se intentaba desplegar.

     En este orden, es importante recordar que varios integrantes de la sociedad letrada de Filadelfia prestaron gran atención a lo que sucedía en la América española en los tiempos de emancipación. Filadelfia, llamada entonces la capital financiera de los Estados Unidos, jugó un papel de gran importancia en la divulgación la causa de los repúblicos suramericanos. Entre los años de 1810 y 1818 fueron varios los personajes que llevaron a cabo actividades a favor de la Independencia desde esa ciudad. Entre ellos, Telésforo de Orea, Juan Vicente Bolívar, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga, Pedro Gual, Juan Germán Roscio, Mariano Montilla, Lino de Clemente y Juan Paz del Castillo, entre otros.

     Filadelfia era tierra habitada por filósofos, escritores y tratadistas enterados de las nuevas vertientes del pensamiento europeo. También fue un centro editorial y de talleres de impresión de textos. De este último se puede rememorar el caso del inmigrante irlandés Mathew Carey (1760-1839) quien reeditó el texto de Thomas Paine (1737-1809), “Common Sense” (1776), a instancias de Manuel García de Sena y escritos del neogranadino Manuel Torres (1767-1822), al igual que la segunda edición (1821) del libro de Juan Germán Roscio (1763-1821) “El triunfo de la libertad sobre el despotismo”.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

Las calles de La Guaira eran estrechas.

     Una de las primeras observaciones de Duane, estaba relacionada con los medios de transporte utilizados en Venezuela. A este respecto indicó que las mulas cumplían las labores que en otros lugares se ejecutaban con la ayuda de carretas, carros, coches, sillas de posta e incluso de las carretillas. De igual manera, describió que para el ingreso a Caracas había tres puertas. La puerta más utilizada, y la que él y sus acompañantes traspasaron, era la que daba directamente al mar. Al ser atravesada observó la estación aduanera, un cuerpo de guardianes y en una parte más alta se encontraba la residencia del comandante. La calle real de la localidad, anotó en su escrito, estaba ocupada, casi en su totalidad, por almacenes comerciales, “y se asemejan con bastante exactitud a los godowns de las ciudades asiáticas; largos, espaciosos y de un solo piso, la luz solo entre en ellos a través de las puertas batientes de la fachada; sin embargo, también hay muchas casas de dos pisos a este lado, cuyo estilo de construcción impresiona favorablemente”.

Lo que observó en La Guaira en relación con las edificaciones dedicadas al comercio y sus características le sirvió para llevar a cabo comparaciones de lo observado en otros lugares de Venezuela. Expresó que los criterios que sirvieron para la construcción de lugares dedicados al comercio resultaban un estilo generalizado en el territorio. Así, caracterizó una parte del urbanismo: calles estrechas, portales y patios pavimentados, con corredores en contorno, de escaleras amplias, confeccionadas con tramo doble, pero de tosca construcción. Otras semejanzas con el “mundo oriental” las constató al ver salones altos y oblongos u ovalados, aposentos angostos y retirados, muebles pesados y burdos, paredes desnudas y pisos de ladrillos.

     “No deja de ser un hecho bastante curioso, al tratar de determinar la influencia de las costumbres y el espíritu de imitación, que estos aspectos hayan subsistido casi incólumes durante tantos siglos en relación con sus prototipos asiáticos en España, los cuales conservan todavía las mismas características”.

     De su primera estadía en La Guaira anotó haber comido muy bien mientras estuvo alojado en un hospedaje regentado por un francés. Además, agregó no haber sido molestado ni por zancudos ni moscas tal como le sucedió al visitar el Magdalena y Cartagena de Indias. En lo referente al mobiliario que llamó su atención, al llegar a tierras suramericanas, destacó que al interior del país no fuese de tan buena textura como el de La Guaira. Para él esto se explicaba por la proximidad al mar y las posibilidades de importar cualquier mueble y, además, por la incomodidad que significaba transportar en medio de transportes tan limitados artefactos de cierto tamaño y peso. “En consecuencia, tanto si se trata de una cómoda o de un aparador, de un amplio sofá o un piano, sólo pueden ser trasladados sobre la cabeza y las espaldas de mozos de cordel. Tal es el motivo de que algunos muebles de esta clase no hayan pasado de La Guaira, pues los gastos serían mayores que el desembolso realizado para adquirirlos”.

     De acuerdo con su mirada, la carencia de coches o carros de ruedas podía estimular una sensación de deficiencia, “sin poder determinar en qué consiste”. Pero los caminos trazados no parecían ser los apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos. De acuerdo con información que había recopilado acerca de este tema de las vías de comunicación, anotó que hacía un tiempo se había proyectado la construcción de una vía, con menos declives, entre Caracas y La Guaira a través de la quebrada el Tipe. Aunque, al momento de la visita de Duane, se había completado un corto trayecto faltaba aún por hacer. Recordó también los proyectos de instalación de una vía férrea, pero de acuerdo con Duane, era un sistema de transporte adecuado para cortas distancias, de alta densidad poblacional y adelantos técnicos de los que Venezuela era muy deficiente.

     Para Duane la mejoría dependía de una mayor aplicación de técnicas y del mejoramiento de la producción con las que fuese posible requerir otros medios de transporte distintos a lo usual. Aunque un poblador de Petare había experimentado con la importación de medios de transporte más modernos. “Mr. Alderson, quien reside en Petare, ha inaugurado el uso de varias excelentes carretas construidas por encargo en Filadelfia, y las ha utilizado en sus propias plantaciones y negocios, pero seguramente habrá de transcurrir algún tiempo antes de que tenga imitadores”.

     Los diseños arquitectónicos que observó, en especial una iglesia de grandes dimensiones en La Guaira, le estimularon a escribir que no ofrecía ninguna característica notable.

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

Los caminos entre Caracas y La Guaira no eran apropiados para un medio de transporte distintos al realizado con mulas o caballos (Acuarela de Ferdinand Bellermann, 1844).

     En lo atinente a las fuentes de aguas disponibles en la ciudad escribió, “mana con abundancia un agua muy diáfana, que contribuye a la limpieza y a la salubridad; y cuya disponibilidad procuraron asegurarse previsoramente, desde el propio momento de su fundación, muchas ciudades importantes como Caracas”. Indicó haber apreciado como en Trujillo, San Carlos, Bogotá y Mérida las aguas que corrían por las calles, en canales construidos para el recorrido del vital líquido, no sólo servían para el consumo humano sino también para mantener limpias las vías en la ciudad.

     De acuerdo con su percepción lo redactado por el alemán Alejandro von Humboldt fue de gran importancia, al contrario de otros viajeros que hasta el momento visitaron las tierras americanas. Sin embargo, mostró una actitud crítica ante algunas de sus aseveraciones. Uno de los juicios que emitió frente a lo redactado por Humboldt tuvo que ver con sus aseveraciones negativas respecto a la ciudad de La Guaira. En este orden aseveró, que el naturalista había permanecido en esta localidad sólo unas pocas horas y que su opinión acerca del clima en ella lo había obtenido por medio de informantes y no por mediciones propias. En cambio, Duane aseguró que permaneció tres días en La Guaira y apertrechado con medidores de temperatura lo llevaron a concluir que Humboldt estaba equivocado.

     Para el momento de su visita a Venezuela, La Guaira estaba bajo la jurisdicción de Caracas. En uno de los párrafos de su escrito hizo referencia a las rencillas existentes entre los comerciantes y las artimañas de las que hacían gala para desprestigiar a zonas económicas desarrolladas en Puerto Cabello y en La Guaira. Una de ellas tenía que ver con los brotes de fiebre amarilla que, según los comerciantes de Puerto Cabello frente a los de La Guaira, o viceversa, difundían noticias relacionadas con epidemias, con el propósito de perjudicar a sus rivales comerciantes.

     A este respecto, señaló que Humboldt se vio envuelto en estas falsas noticias, lo que lo condujo, según Duane, a conclusiones dudosas. A partir de estas correcciones dedicó unas líneas de recomendación para los viajeros que llegaran a estos lugares. Bajo este marco puso de relieve que todo viajero debía poner especial atención en consumir alimentos que contribuyeran a un funcionamiento intestinal idóneo. Por eso advirtió la necesidad de evitar el consumo de bebidas que estimularan el calor corporal, así como que se debía evitar comer en exceso. Cerró esta idea así: “en los climas cálidos, la secreción de bilis es mayor que la ordinaria, originando dolores de cabeza, que desaparecen por lo general, con el uso de laxantes suaves, y que un emético hará eliminar del todo; además, la costumbre de bañarse frecuentemente, especialmente con agua templada, es deliciosa y mantiene la salud en buen estado”.

La Caracas de 1700

La Caracas de 1700

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

     De acuerdo con la información expuesta en el Diccionario de Historia de Venezuela (Caracas: Fundación Polar, 2da Edición, 1997) Joseph Luis de Cisneros fue un agente comercial, viajero y escritor de mediados del 1700. El único libro que parece haber escrito fue “Descripción exacta de la provincia de Benezuela”, cuya publicación fue en el año de 1764. Acerca de referencias sobre su vida es poco lo que se sabe, tal cual sucede con el lugar donde nació. Gracias a su relación comercial con la Compañía Guipuzcoana, recorrió la provincia de Venezuela, así como Maracaibo, Santa Marta y otros lugares de la Nueva Granada. De igual modo, navegó por el Orinoco y alcanzó a llegar a las colonias holandesas de Surinam. Su libro fue publicado por una imprenta que algunos adjudicaron haber funcionado en territorio venezolano.

     Sin embargo, la confusión proviene por el pie de imprenta en el que aparece como lugar de impresión un poblado denominado Valencia. Localidad situada en Guipúzcoa (España), en la ciudad de San Sebastián. Los asuntos que trató en su libro se concentraron en el ámbito de la agricultura, la ganadería y del comercio. En lo que sigue presentamos una sinopsis de la ciudad de Caracas, según Cisneros, de gran importancia porque permiten establecer el consumo y las formas de intercambio de bienes durante el siglo XVIII. Sin embargo, es de hacer notar que sus acotaciones abarcaron lugares más allá de esta ciudad por estar situada en la Provincia que, por uso común, hacía referencia a un espacio mucho más extenso durante el período colonial.

     Para esta nota utilizamos la edición de 1912, publicada en Madrid por la Librería General de Victoriano Suárez. En las primeras páginas aparece una Advertencia preliminar en la que se estampó que esta obra de Cisneros era uno de los libros “más raros de América”. Sin embargo, a pesar de saberse poco del personaje, Cisneros en algunas de las líneas de su escrito dejó sentado que era oriundo de Venezuela. De seguida, una sinopsis de lo que redactó Cisneros sobre la provincia de Venezuela. De ella escribió que existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar, así como que en el interior de ellas existían ingenios de azúcar o “trapiches de grandes fondos”. En ellos se fabricaba azúcar blanca y “prieta”. 

     De igual manera, anotó que existía, en la Provincia, un gran consumo de azúcar, “por no hacerse Comercio para la Europa”. También hizo referencia a los “fértiles, alegres y hermosas Arboledas de cacao, que es el principal fruto, y de más estimación que produce esta Provincia”.

     Hizo referencia, asimismo, a la siembra del tabaco, “de que se hace grandes sementeras, y se labra de diverso modo, porque en todos los valles de Yagua, Aragua, La Victoria, Petare, Guarenas y Guatire labran el tabaco de Curanegra”. De este tipo de tabaco agregó que era muy parecido al que se cultivaba en el Río de la Plata y la ciudad de San Faustino. El tabaco que comerciaba La Real Compañía Guipuzcoana era el denominado Curaseca.

     Refirió el caso del maíz que era sembrado en la Provincia y el que, según los cálculos que presentó, era muy lucrativo. De la yuca escribió que se producía en abundancia y era la base a partir de la cual se preparaba el casabe, “que es un pan muy sano, y que suple por el Bizcocho”. Dejó escrito que en toda la Provincia había producción de trigo en casi toda la comarca, “y la harina es de la mejor calidad, en especial la de los Valles de Aragua en un terreno que llaman Cagua”.

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

Otro tanto era la gran recolección, de acuerdo con Cisneros, de “infinitas raíces” que se producían durante todo el año entre las que mencionó ñame, mapuey, ocumos, batatas, patatas, apios. Entre las frutas mencionó el plátano, cambures, aguacates, piñas, chirimoyas, guayabas, papayas, mameyes, nísperos, membrillos, manzanas, higos, habas, cocos, hicacos y sapotes, entre otros.

En cuanto al café indicó que era de excelente calidad. Dentro de la misma Provincia, pero del lado sur oriental se encontraba la que llamó tierra llana, de gran extensión y que alcanzaba los márgenes del Orinoco. Los llanos que ocupaba la Provincia contaban con condiciones climáticas de constitución secas y cálidas, aunque de aire fresco gracias a las continuas brisas provenientes del nordeste. “Es el temperamento muy sano, sin experimentarse en todo él enfermedades agudas, por la mucha transpiración que tienen los cuerpos”. Estas tierras de las llanuras, hizo notar, producían en gran cantidad pastos para el ganado, “y son tan viciosos y fértiles, que con la altura de sus hierbas se cubre un hombre a caballo”.

     Según su percepción, la extensión territorial de estas llanuras hacía necesario la utilización de la brújula para no perderse en tan grande extensión. En su descripción hizo notar que existía en sus tierras gran cantidad de ganado vacuno y que sus dueños tenían entre diez y veinte mil reses, “y mucho que se cría en aquellos despoblados, sin sujeción; esto es, levantado, sin que puedan los dueños sujetarlo y hacerlo venir a rodeo”.

     Igualmente, en los hatos instalados en estas tierras había criadero de yeguas y que había una importante producción de mulas. Los hatos de mayor dimensión contaban con quinientos caballos y en ellos se producía una prominente cantidad de ganado caballuno. Muchos de estos animales, según su relato, merodeaban sin control por estos parajes. “Es difícil sujetar este ganado, porque es sumamente altanero; y de ordinario se matan huyendo”.

     De los caballos resaltó que los había de mucha hermosura y fortaleza. Cuando se les lograba domesticar eran excelentes corredores de caminos. De acuerdo con sus palabras estas tierras llaneras estaban dedicadas para la cría de estos animales. Aunque sus pobladores cultivaban plátanos, maíz y yuca, “que son el pan cotidiano de su consumo”.

     El agua que se consumía en estos espacios territoriales provenía de ríos y riachuelos cercanos. Destacó la existencia de lagunas, “tan hermosas, que desde lejos parecen mares, pobladas de diferentes aves, y habitadas por innumerables cuadrúpedos; y es el común asilo de los ganados de los hatos que hay por aquellos contornos”.

     Al ser tierras “muy bajas” se inundaban en períodos de lluvia. Por tanto, era preciso navegar por las campiñas anegadas. Contó que en más de una ocasión había tenido que navegar por estos lugares y que, un día, se vio en la necesidad de amarrar las canoas en un roble, “y volviendo a aquel paraje, por el verano, conocí el árbol con más de tres estados en alto”. Relató que las inundaciones duraban entre cuatro y cinco meses del año. Al cesar la inundación se comenzaba la caza de animales silvestres.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

     Le pareció maravilloso observar en los árboles grandes contingentes de aves de rapiña que se apiñaban para consumir las entrañas de los animales muertos por la inundación, al igual cuando, en verano, se provocaban incendios que va “devorando cuantos animales encuentra”. Entre éstos mencionó cachicamos, morrocoyes, sabandijas, culebras, algunas de ellas de seis o siete varas de largo y tan gruesas como el hombre mismo cuyos cadáveres alimentan a aquellas aves carroñeras.

     Puso a la vista que algunos naturalistas y especialistas en el estudio de minerales habían concluido que existían minas con una potencial riqueza en su interior. A partir de esto asentó que no era escasa en la Provincia, como en el pueblo de Baruta, de minas con importantes quilates. Escribió: “Al presente los indios del pueblo, y muchos pobres de su vecindario, sacan granos bien gruesos; y yo he comprado algunos, y es tan suave, y de superior excelencia, que los plateros lo solicitan con bastante anhelo para dorar diferentes piezas”.

     Del mismo modo, recordó el caso de San Sebastián de los Reyes, localidad bastante alejada de la de Baruta, en la que existieron en un tiempo personas dedicadas a la extracción de material aurífero. Pero un conflicto con los indios del lugar hizo desistir a los mineros de continuar con las labores de extracción áurea.

     Expuso que en la Nueva Segovia de Barquisimeto existían minas de cobre, “tan dulce, y excelente, que dicen los meteoristas que se puede aquilatar un metal de superior calidad”. Para el momento de redactar sus líneas no estaba en funcionamiento esta mina, aunque recordó haber visitado el lugar cuando un genovés de nombre Juan Baptista de la Cruz, extrajo cobre para elaborar clavijas que servirían de soporte a las puertas de una iglesia, para la ciudad del Tocuyo. Aún algunos pobladores extraían de ellas material que servía de soporte en los trapiches del lugar, según su escrito.

     Como lo moldeó en su narración no se tenían noticias de otras minas de metales en funcionamiento, “porque la impericia, y pocos fondos, que tienen los moradores de esta Provincia, junto con la desidia y falta de aplicación, les ha hecho carecer de su escrutinio, y solo se aplican a las labores de cacao, caña y tabaco, de cuyo fruto ven la utilidad en poco tiempo”.

     Expuso que, en otras localidades, cerca de San Felipe, en Cocorote, estaba una mina de jaspe blanco. Aseveró que en Carora se conseguía alcaparrosa, así como tierra apropiada para preparar tinta. Dio cuenta de la existencia de cerros de talco, del que se extraían tablas que servían de mesa. También enumeró el tipo de árboles para fabricar madera que era posible extraer de los bosques de la Provincia. Las maderas que mencionó en su escrito eran caoba, cedro, granadillo, jarillo, cartan, sándalo blanco, dividive, gateado, chacaranday y nazareno que era un palo de color magenta, así como el manzanillo de color amarillo, guayacanes y quiebra hachas.

     En cuanto a los árboles y plantas medicinales puso a la vista de sus potenciales lectores los siguientes: los de un bálsamo con una fragancia refrescante y a la vez medicinal, había otros, cerca de la montaña la Escalona, de textura medulosa y color amarillento. Otros como la denominada goma de cedro. Enumeró la existencia de algunos árboles como el algarrobo de los que se podía obtener una resina cristalina muy colorida, semejante al incienso, según su descripción, y el cual servía para “soldar huesos quebrados”, y que, al combinarlo con la goma de cedro, aceite de palo y espíritu de vino se obtenía un brillante barniz de larga duración.

     En su narración también destacó la existencia de un palo llamado Viz, que contenía una goma que servía para curar heridas. Otros arbustos como la Sangre de Drago en ingentes cantidades. De igual manera, hizo notar la existencia de árboles de los que se extraía una resina blancuzca y olorosa llamada Tacamajaca de uso medicinal. Destacó la presencia de vainillas grandes, jugosas, “y más olorosas que las de Nueva España”.

     Presenció la existencia de onoto, pero que los pobladores no aprovechaban todo su potencial y que sólo lo utilizaban para guisar en vez de usar azafrán. En cuanto al añil solo era utilizado para teñir el hilo de algodón que servía para fabricar las hamacas, de gran uso en la Provincia.

     Cercano a las costas, entre las haciendas de cacao, puso de relieve la existencia de un árbol que llevaba por nombre Cola que echaba una suerte de mazorca, en cuyo interior nacía un grano sólido de un tamaño mayor que el del cacao, “la que es muy refrigerante para el hígado, echado en el agua de beber”.

     Destacó la existencia de algunos animales silvestres como la danta, los chigüiros, báquiros, monos de variadas especies, conejos, lapas, lechones de pequeño tamaño, perros de agua, cuya piel era muy apetecida por los españoles, armadillos o cachicamos, morrocoyes, así como otros que el calificó de dañinos, gatos monteses, cunaguaros, zorros y rabopelados. También había mapurites, perezas, aves como la guacamaya, loros multicolores, cotorras, periquitos, palomas grandes como del “tamaño de una buena perdiz”, codornices en abundancia, aves de rapiña y variedad de anfibios, roedores y lagartos, entre otros.

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