La Caracas de Guzmán Blanco

La Caracas de Guzmán Blanco

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

     En uno de los apartes del libro Venezuela la tierra donde siempre es verano, escrito a finales del siglo XIX por el periodista estadounidense, William Eleroy Curtis (1850-1911), éste llamó la atención de la cantidad de epitafios con los que se rendía honores a los hombres públicos de la República. Por eso escribió que pocos de sus gobernantes pudieron haber vivido o muerto en paz entre los suyos.

     “Mientras la capital de su país está decorada con sus monumentos, los edificios públicos embellecidos con sus retratos y el Museo Nacional lleno de sus reliquias y recordatorio de sus carreras, casi todos han muerto en el exilio o la prisión”.

     Bajo este marco anotó que en el Museo de Caracas existía un salón separado dedicado a Simón Bolívar, “como el del santo entre los santos, para la conservación y exhibición de sus reliquias, reunidas con gran sacrificio en todas partes del mundo”. Así, se había logrado recopilar correspondencia, incluyendo algunas originales, conseguidas en Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, de los Estados Unidos y Europa.

     Añadió que habían aparecido publicaciones relacionadas con la figura de él como cartas firmadas, edictos, leyes y decretos con el propósito de dar a conocer sus realizaciones, así como un medio para inspirar los sentimientos patrióticos que su imagen representaba entre los venezolanos.

     Reseñó las efigies, dedicadas al Libertador, que observó en lugares públicos, plazas y espacios gubernamentales. Además, indicó que en los edificios públicos había retratos. “Su busto en mármol, bronce o yeso se ve en todas partes y las litografías de su rostro cuelgan en casi todas las tiendas y casas. Como su rostro aparece impreso en todos los billetes y acuñado en todas las monedas, resulta muy familiar”. Luego de estas consideraciones se dedicó a elaborar una breve semblanza del Libertador como sus amoríos y visita a Europa.

     Por otro lado, resulta de gran interés seguir al pie de la letra la descripción que tramó respecto a los espacios públicos de Caracas y “los muchos monumentos de Guzmán Blanco”. En este orden, señaló que en una “hermosa” plaza, cerca del mercado, estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán. De inmediato, Curtis anotó la inscripción que acompañaba la representación del padre de Antonio Guzmán Blanco. A renglón seguido indicó: “Nadie reprueba la devoción filial que indujo a Guzmán Blanco a erigir un monumento en memoria de su padre, quien durante su larga y memorable vida fue uno de los políticos más distinguidos y hábiles del país”.

     Agregó, en este sentido, que la línea que recibió mayores críticas era aquella con la que pretendió acreditarle a su padre una porción de la gloria representada por Bolívar. Curtis hizo alusión a una de las líneas que acompañaba al monumento y que rezaba “El congreso nacional de 1822 expresando los deseos del pueblo erigió este monumento”. A Curtis le pareció algo exagerado porque, según escribió, si bien Antonio Leocadio Guzmán había sido secretario de Bolívar, lo había traicionado y además había firmado la orden en la que se pedía la expulsión del Libertador del territorio venezolano.

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

     Luego de hacer referencia acerca de algunos hombres públicos de Venezuela como el caso de Páez y los hermanos Monagas, y finalizar con Guzmán Blanco de quien escribió que no era modesto, aunque éste “era quizá el menor de sus pecados”, pasó a reseñar algunos pormenores de la vida política en Venezuela. De la elección de los presidentes expresó que se hacía de “manera muy curiosa”. Al hacer alusión a la oficialidad y altos mandos del ejército le llamó la atención que fueran, por lo general, “jóvenes apuestos de las mejores familias, que se alistan de buena gana en el servicio militar y lo disfrutan. Andan siempre bien vestidos en sus uniformes, se comportan con buenos modales y son casi siempre egresados de la Universidad”.

     En lo que se refiere a las monedas, fuesen de oro o plata, no servían de patrón para un circulante general ya que en ellas no se estampaban el valor de lo que representaban cada una. Contó que en Caracas había sólo dos bancos siendo, uno de ellos, el Banco de Venezuela el centro de pago y de depósito para la secretaría del tesoro.

     Páginas más adelante hizo referencia al pueblo caraqueño y venezolano del que expresó que era “muy musical”. En su relató añadió que en el Teatro Municipal, ubicado en Caracas, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año. En algunas oportunidades se presentaban obras con compañías extranjeras. De las que llegaban a Caracas, y donde eran invitadas el gobierno éste sufragaba los gastos para presentar diversiones públicas.

     Recordó que el Teatro Municipal había sido edificado a instancias de Guzmán Blanco y era “uno de los edificios más vistosos de la ciudad”. Describió que la platea o patio, poseía butacas similares a las instaladas en los Estados Unidos en las que solo se sentaban los hombres. Las mujeres “preferían” la parte baja del teatro, según escribió.

     De igual manera, reseñó que las personas que ocupaban los palcos vestían de forma elegante. En el segundo y el tercer piso, expuso en su relato, había dos lujosos salones de descanso. En éstos las personas se ubicaban o daban vueltas durante los entreactos, aquí se servían helados, dulces, vinos y coñac entre otros productos. De las funciones dijo que eran largas y que, por lo general, comenzaban a las ocho de la noche y se podían extender más allá de las dos de la mañana.

     En lo referente a las inquietudes artísticas y musicales que apreció lo llevó a decir que había mucho talento, tanto en la composición como en la ejecución musical. Añadió que existían varios conservatorios de música, así como la presencia de pianos en casi todas las casas. “Los barrios residenciales de la ciudad recuerdan a cualquier hora del día, excepto aquellas dedicadas a la siesta, los corredores de los internados de señoritas, porque a través de las ventanas abiertas de casi todas las casas fluyen los inconfundibles sonidos de una diligente y enérgica práctica”.

     Contó que a horas de la noche, los días jueves y domingo, una banda musical perteneciente a la comandancia del ejército ejecutaba distintas piezas musicales en la Plaza Bolívar, desde las ocho hasta las once de la noche. Según observó, en ella se agolpaban multitud de personas quienes paseaban por los bulevares que mostraban buena iluminación o se sentaban en círculo para conversar. En la misma plaza unas señoras ofrecían en alquiler sillas por unos cuantos centavos y algunos jóvenes ofrecían bebidas, helados y dulces.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

     En lo que denominó uno de los lugares más vistosos y concurridos de la ciudad como lo era Puente Hierro le llamó la atención que en él también se reunían personas. El lado sur de la ciudad que pasó a describir no sólo fue el puente que había mandado a construir Guzmán Blanco durante su mandato. Puso a la vista de los lectores la exhibición de palmeras imponentes a lo largo de la avenida, además de una estación del ferrocarril, una alameda de mangos, “varios botiquines más o menos respetables, e innumerables diversiones baratas”.

     En esta parte sur de Caracas había visto a varias personas que se reunían entre las cinco y siete de la tarde. “Pero los días sábados al atardecer y casi hasta la medianoche es cuando, con la música de fondo de alguna banda militar de la ciudad, se reúne un conglomerado de las clases media y baja que se dedica a jugar, comer, beber y divertirse. Las señoras de la aristocracia permanecen vigilantes en sus carruajes junto a la alameda, siguiendo con cuidado las situaciones que son siempre graciosas y hasta, muchas veces, cómicas, mientras los hombres y, en particular, los jóvenes, se mezclan entre la multitud y se pavonean ante alguna muchacha del pueblo, de entre las que, por cierto, las hay muy guapas”.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

     En su descripción acotó “Caracas es como una París de un solo piso”. De acuerdo con la perspectiva de su mirada, las tiendas mostraban productos provenientes de la capital francesa. Además, los que administraban y atendían en ellas eran originarios de esta comarca de Francia. “Nada tiene de extraño ver a todas las damas en vestidos importados durante una comida, y cuando salen de paseo, aquellas que pueden permitírselo, llevan puesto un sombrero de París, como lo harían sus hermanas y primas en algunas latitudes más al norte”. Puso a la vista de sus potenciales lectores que, cuando las damas iban a misa no exhibían trajes o sombreros nuevos. “Cuando atienden al servicio de la mañana, la mayoría de ellas, las señoras de Caracas van vestidas, por lo general, con un sencillo traje negro con un lazo blanco o negro anudado a la cabeza. Algunas de las matronas anticuadas llevan simplemente un chal negro que hace las veces de una mantilla española”.

     De inmediato pasó a describir algunas características de las casas que observó en Caracas. De las ventanas agregó que eran amplias, que estaban protegidas con rejas o barrotes que sobresalían hacia las aceras. Por lo general, tenían un antepecho donde se sentaban las damas, en especial jóvenes, que desde esa posición entablaban conversación “con el primer conocido que pase. Si se pasea una tarde por las elegantes calles residenciales es casi seguro que uno descubra todas las ventanas ocupadas por una o más señoras luciendo sus más atractivos vestidos, y son muchos los amoríos y galanteos que se hacen de esta manera”.

     Más adelante destacó la extrañeza que experimentó por los nombres que se utilizaban en estos territorios y los que se exhibían en centros de moda, lugares de trabajo, casas y personas. Destacó el nombre de una “modistería” de la ciudad que combinaba el inglés, el francés y el español. El cartel de este establecimiento decía así: “High life parisien salón para modes y confections”. De lo que denominó “nombres extravagantes” lo ostentaban algunas casas de campo como “La Rosa de Sharon”, “La Esmeralda” un comercio atractivo para él, mientras “La Fuente del Placer” y “La Gracia de Dios” eran nombres de pulperías o botiquines.

     Bajo este mismo marco, hizo referencia a los nombres que eran utilizados para bautizar a los niños. “Por lo general, se les da el nombre del santo cuyo aniversario esté más cerca del día de su nacimiento y todo niño que nazca en vísperas de la navidad, se llama Jesús”, aunque añadió que el nombre más común era Salvador. En cuanto a las niñas evidenció que los nombres que se les daba se relacionaban con algún episodio de la vida de la Virgen Santísima o en las de los santos como Concepción, Anunciación, Asunción o Trinidad.

     Llamó la atención de sus potenciales lectores que cada niño tuviera un “protector” denominado Padrino y una “protectora” llamada Madrina, “de quienes se espera que cumplan literalmente con los juramentos que hicieran ante la fuente bautismal, y que, por lo general, lo hacen”. 

     Pasó de inmediato a reseñar el papel que ambos debían cumplir al faltar uno de los progenitores del niño o la niña. Por ser costumbre que ambas figuras atendieran las necesidades espirituales de sus ahijados, así como las económicas la tendencia era a buscar personas pudientes. “Es por esta razón que los hombres adinerados y los políticos se ven siempre tan solicitados por sus ambiciosos e indigentes amigos; aunque generalmente limitan sus favores a sus parientes y aquellos por los que sienten un especial interés”.

27 años de pesadilla: Juan Vicente Gómez en el poder, 1908-1935

27 años de pesadilla: Juan Vicente Gómez en el poder, 1908-1935

Dos meses después de la muerte del general Gómez, el diario El Heraldo, en su edición del 12 de febrero de 1936, reprodujo, tal y como aparece en la revista quincenal chilena “Ercila”, un reportaje acerca del actual momento venezolano. “No hemos querido enmendar ni una sílaba a esta página que, en cierto sentido, refleja lo que de nosotros se piensa en el exterior y a la cual hemos procurado conservar hasta su fisonomía tipográfica, indicó el mencionado diario caraqueño

En 1908, cuando Cipriano Castro se marchó a Berlín, para tratarse su delicado estado de salud, dejó a su compadre, Juan Vicente Gómez, al frente de la primera magistratura.

En 1908, cuando Cipriano Castro se marchó a Berlín, para tratarse su delicado estado de salud, dejó a su compadre, Juan Vicente Gómez, al frente de la primera magistratura.

     “El final de la tiranía de Juan Vicente Gómez, en Venezuela, por el medio natural de la muerte, ha puesto sobre el tapete el debatido tópico de la clase de su gobierno, y han vuelto a la memoria del público aspectos total o parcialmente olvidados de su paso por el poder.

     A fuerza de leer informaciones oficiales, se había llegado a pensar que no era exacto el estado de fuerza de Venezuela, y que el número de desterrados, presos, perseguidos y muertos no era otra cosa que una ficción de escritores apasionados. Muchos periodistas cayeron en el garlito de encomiar la “labor nacionalista” de Gómez, el “desarrollo material” de Venezuela y otras cosas. La realidad permite, ahora, revaluarlo todo, y a eso se concreta este artículo objetivo, de mera información.

Ascenso y golpe

     Juan Vicente Gómez pertenecía a los “andinos”. Cooperó activamente con Cipriano Castro y pronto se destacó entre sus tenientes más esforzados. Cipriano Castro era un presidente con ocurrencias de Roses, con respecto a los europeos. También a él lo atacaron las potencias y él solía sonreír de todo ello.

     Tipo de neurótico, especia de Calígula tropical, se cuentan de Castro anécdotas innumerables. Su lascivia no conocía dique. Refieren que se hacía llevar a su habitación a las mujeres que eran de su agrado sin averiguar más. Un día que hubo un fuerte temblor de tierra en Caracas, saltó por el balcón de la Casa Amarilla (Ministerio de Relaciones Exteriores) y se quebró una pierna. Dicen que en plena “juma”, o sea, borrachera, se bañaba a veces desnudo en la fuente pública de una plaza caraqueña.

Promesas y halagos 

     El propio general Gómez refería que cuando subió al poder quiso dar un viraje a la política venezolana, pero que los “malucos” se lo impidieron. Uno de sus consejeros de entonces fue cierto político venezolano Bautista, con quien enseguida se peleó. El escritor Rufino Blanco Fombona corrió igual suerte. Quien desee pormenores de esta etapa de la vida venezolana puede recurrir al prólogo de los poemas de Fombona, a “Con la mitra en la mano”, o a “Judas Capitolino” de José María Vargas Vila. También puede recurrir a “Vidas oscuras” de José Rafael Pocaterra.

 

Un relato trágico

     Fombona fue recluido en la cárcel. Refiere que tuvo ceñido al pie los grillos de sesenta kilos. Un compañero suyo permaneció unido por los grillos a su camarada de celda, quien había muerto, y así tuvo que soportar el hedor varios días.

     Exasperado Fombona, mató con una varilla de catre a uno de sus guardianes. Más tarde, logró fugarse. Y anduvo por el mundo, ejerciendo diversos oficios, hasta llegar a París, y, luego, a Madrid.

     “El hombre de oro” y “El hombre de hierro” encierran dos relatos gráficos de la situación venezolana de entonces.

Para disfrazar el estadazo de miseria en la que se encontraba el país, Gómez propugnó una política de reconstrucción material, sobre todo de carreteras, hechas, muchas de ellas, con trabajos forzados de los presos políticos.

Para disfrazar el estadazo de miseria en la que se encontraba el país, Gómez propugnó una política de reconstrucción material, sobre todo de carreteras, hechas, muchas de ellas, con trabajos forzados de los presos políticos.

La “inteligencia” gomecista

     Naturalmente, hubo un gran sector de intelectuales que se sometieron a Gómez. Y escritores de primera fila, seducidos por el confort y atados por el temor, no trepidaron en prestarle sus servicios, aunque no siempre su elogio público. Entre ellos figuran, José Gil Fortoul, César Zumeta, Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, Diego Carbonell, Manuel Díaz Rodríguez, Vicente Lecuna y otros más.

     El conductor de todo ello era Vallenilla Lanz, director de “El Nuevo Diario”, que acaba de ser destruido por el pueblo en represalia por la forma cómo apoyó y aún más, sugirió todos los desmanes de la tiranía. Vallenilla Lanz fue el autor de la teoría del “Gendarme necesario” en “Cesarismo Democrático”, teoría de la que se jacta Arcaya, que se la disputa a Vallenilla.

     “El Universal”, otro diario caraqueño, dirigido por el poeta Andrés Mata, también se distinguió, aunque menos que el anterior, en el apoyo de Gómez. Mata murió en 1931, como Díaz Rodríguez, en 1927. En la intimidad, casi todos, excepto los más enconados, manifestaban su “descontento” espiritual con el régimen.

El caso de Tito Salas

     Tito Salas es uno de los grandes pintores americanos. Premiado en París, muy joven y después de cosechar grandes triunfos, fue contratado por el gobierno de Gómez para decorar la Casa Natal del Libertador.

     Ahí permaneció hasta hoy. En 1924, el gobierno de Perú le invitó, pero prácticamente no se le dejó salir porque se tenía la seguridad de que no volvería. Tito Salas ha vivido en cárcel de oro, sin pintar casi, muerto de hastío, quemándose en alcohol su genio evidente.

     Y como Tito hay tantos con cárcel de oro.

El general Juan Vicente Gómez estuvo 27 años en el poder (1908-1935).

El general Juan Vicente Gómez estuvo 27 años en el poder (1908-1935).

Entre 1908 y 1935, hubo un sector de intelectuales que se sometieron a Gómez, entre ellos, escritores de primera fila como José Gil Fortoul.

Entre 1908 y 1935, hubo un sector de intelectuales que se sometieron a Gómez, entre ellos, escritores de primera fila como José Gil Fortoul.

La obra material

     Para disfrazar este estado de cosas, Gómez propugnó una política de reconstrucción material y, sobre todo, la política vial, cuya clave es estratégica, a fin de facilitar el develamiento de cualquier sedición.

     Los caminos fueron hechos con trabajos forzados de los presos políticos. Los estudiantes tenían que trabajar bajo el sol canicular permanente y sin salario o salario de hambre, sometidos al palo del caporal. Así se hicieron los caminos de Venezuela, pero no se incrementó su producción. La fortuna pública creció en cuantía y en monopolio. No se distribuyó nada. Unas cuantas familias fueron las dueñas de todo.

     La fortuna personal de Gómez se calcula en más de 200 millones de dólares, o sea 1.000 millones de bolívares. Y al entrar al Gobierno, no tenía nada. Sus familiares poseen tierras, ganado, negocios enormes.

     Se inició la explotación del petróleo, especialmente en Zulia. El origen del incremento de esta industria, está vinculado a México. Cuando este país, por medio de su legislación petrolera, redujo las liberalidades que se tenía para con el imperialismo, Venezuela abrió las puertas. El capital imperialista prefirió un país en el que no era controlado al contralor mexicano, y México pasó a ocupar un puesto inferior en la escala de producción petrolera, subiendo el de Venezuela.

     El gobierno impresionó pagando la deuda externa, pero lo hizo sin previsión, cuando más alta era la moneda extranjera. Por otra parte, trató de cautivar a los ingenuos atesorando dinero improductivo en el Banco de la Nación. Cada año, el mensaje presidencial asentaba: tenemos tantos millones más guardados que el año anterior. Lo económico habría sido invertir esos millones en obras públicas, en las provincias, favorecer un gran adelanto agrícola, industrial, sanitario, levantar el standard de vida del ciudadano común. Pero eso no se hacía. Y se atesoraba en vez de invertir.

El general Eleazar López Contreras, ministro de Guerra y Marina, asumió el poder luego de la muerte de Gómez.

El general Eleazar López Contreras, ministro de Guerra y Marina, asumió el poder luego de la muerte de Gómez.

 Año del colapso

     En 1923, fue asesinado misteriosamente Juancho Gómez, hermano del dictador. Desde entonces, el Gobierno aumentó su severidad.

     En 1927, los estudiantes insurgieron en manifestaciones públicas, pidiendo más libertad, ayudados por las damas de Caracas. Estudiantes y mujeres fueron a la cárcel, sufriendo mil torturas. Gonzalo Carnevali y Rómulo Betancourt han referido las que vieron y sufrieron: colgados de los órganos viriles sufrían interrogatorios y flagelamientos; se les bañaba a medianoche; se les sometía al suplicio de no dejarles dormir, interrumpiéndoles el sueño a cada rato; se les colgaba de los dedos; se les tenía atados a grillos pesados, sin permitirles aire ni ninguna comodidad humana. . .

 

Los desterrados

     Quien haya viajado por el norte del continente, sabe cómo son de numerosos los desterrados venezolanos. En Barranquilla y en la frontera colombo venezolana hay varias decenas de millares. Hoy el cable habla de millares de desterrados que están en Barranquilla. En Panamá no bajan de varios centenares. En Ecuador igualmente. En Puerto Rico, Costa Rica, Santo Domingo. Curazao son numerosísimos. Los desterrados en Nueva York son una verdadera colonia.

     Entre los desterrados han tratado de ejercer comando los generales Rafel Arévalo Cedeño y Simón Urbina, pero los grupos jóvenes tienen hoy predominio.

 

La herencia de Gómez

     El general Eleazar López Contreras ha recogido la herencia de Gómez. El apresuramiento porque el Congreso elija antes de cumplirse el “período” de Juan Vicente Gómez, que es en abril de 1936, indica que se teme a la maduración democrática de cuatro meses.

     Seguramente, Venezuela pide hoy elecciones populares en vez de la elección por el Congreso. Esta nueva etapa o nuevo aspecto de la conciencia ciudadana tendrá que conjurarlo el general López Contreras, tanto más difícilmente cuando que, habiendo salido los presos de las cárceles –y son varios militares– y regresando los desterrados, y perdido el temor los amordazados, resulta que un sector considerable de la ciudadanía venezolana se encuentra en situación beligerante y atenta a la política.

     Los desórdenes en las petroleras de Maracaibo, indican que el movimiento antiimperialista es agudo. La fuga de los Gómez anuncia que el gobierno o no ha querido o no ha podido protegerlos contra la ira de sus víctimas de antaño.

     En todo caso, la situación venezolana es una incógnita, y plantea una crisis más en la serie de crisis que aquejan al continente americano”.

Historia de la iglesia de Altagracia

Historia de la iglesia de Altagracia

Por: José Canalejas

     “Empezó la construcción del templo de Altagracia en 1654 a iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia, cuyos miembros estaban obligados por sus estatutos a asistir a los condenados a muerte desde su entrada a la capilla hasta su sepultura. Fue comprado entonces un solar a Doña Inés del Toro para el traslado de la Cofradía que había sido fundada en 1614 y que tenía su sede en el convento de Dominicos en San Jacinto. Un cementerio quedaba anexo al templo.

Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

En 1654, se inició la construcción del templo de Altagracia, por iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia.

En 1654, se inició la construcción del templo de Altagracia, por iniciativa de los hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora De Altagracia.

     En 1676, era erigida en Vice parroquia por el Ilmo. Sr. Dr. Fray Antonio Gómez de Acuña, de acuerdo con el gobernador Francisco Dávila Orejón Gastón. El 5 de agosto de dicho año fue trasladado el Santísimo desde la Catedral. En 1750, y por el aumento de feligresía, la iglesia fue erigida en parroquia, siendo obispo el Ilmo. Sr. Manuel Machado y Luna. El terremoto del 21 de octubre de 1766, derribó completamente la iglesia. En 1772 se hallaba en reconstrucción.

     La torre primitiva constaba de tres cuerpos, pero cuando se reconstruía, las Madres Carmelitas, cuyo convento estaba al lado, se quejaron de que la gente las veía desde las ventanas de la torre, lo que iba en contra de la disciplina de la comunidad.

     El Obispo ordenó dejar la torre como estaba, con dos cuerpos y tapiar las ventanas del campanario. En 1797, las obras no estaban aún concluidas. Era en aquel momento Capitán General don Manuel Pedro de Carbonell y se han encontrado pruebas entre los papeles de los preparativos de la Independencia que la parte sin consagrar de la parroquia servía entonces para celebrar reuniones de los patriotas.

     En 1810, la iglesia estaba abierta al público y el 3 de noviembre del mismo año se celebraron solemnes funerales a cargo del pueblo caraqueño patriota de Caracas por las víctimas del 2 de agosto a manos de los españoles en Quito.

El Altar Mayor fue un regalo del Don José Ignacio Elizalde.

El Altar Mayor fue un regalo del Don José Ignacio Elizalde.

     Altagracia sirvió de cementerio a los ejecutados por ambos bandos durante la guerra y los cuerpos eran rescatados y enterrados por la Cofradía.

     Durante el tercer terremoto de 1812, se vino abajo la fachada y el segundo cuerpo de la torre. La fachada fue rehecha según dibujo de don Fermín Toro. En 1825, el cementerio fue clausurado. La reconstrucción del templo tuvo lugar a iniciativa del Pbro. Dr. Hilario Boset, continuada por el Pbro. Don José Ignacio Elizalde que regaló el altar Mayor. La nueva fachada fue terminada en 1857.

     En 1866, durante la refacción de la Metropolitana, la iglesia de Altagracia sirvió de Catedral. Al ser derribado San Jacinto en 1875, fue trasladada a Altagracia la imagen de Nuestra Señora Del Rosario, con todas sus alhajas y su Cofradía con sus privilegios. De 1879 a 1884 se fabricaron las alamedas, la fachada sur por el ingeniero Roberto García, y el Pasaje de Altagracia. En 1900, el terremoto dejó a la iglesia fuera de servicio corto tiempo.

     En 1904, fue expuesto en la iglesia el cadáver del arzobispo, Críspulo Uzcátegui.

     En la iglesia han sido bautizados grandes hombres como Andrés Bello, Antonio Leocadio Guzmán, Fermín Toro. De ella han salido curas para el Obispado como Mons. Riera Aguinagalde, Mons. Uzcátegui, Mons. Arteaga.

     En su interior vemos un altar con el Misterio del nacimiento de N. S. J., otros dedicados a Jesús en la columna, La Sagrada Familia, San Antonio de Padua, las Ánimas del Purgatorio, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de los Remedios, N. S. J. Crucificado, Santa Rita, San Juan Evangelista y el Cristo del Bollo de Pan. El Cuadro de las Ánimas, como el del Bautismo del Salvador se deben a los pinceles de Antonio Herrera Toro”.

     Esta histórica iglesia, de estilo neoclásico y neogótico, está situada en el centro de la ciudad, a un costado de la sede del Banco Central de Venezuela.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, N° 527, 19 de octubre de 1935

Excursión por el Este de Caracas

Excursión por el Este de Caracas

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

Petare era una aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas.

     En 1863, tras la culminación de la Guerra Federal, el nuevo gobierno se encontró con un país en la bancarrota, por lo que tenía la apremiante necesidad de resolver la situación fiscal, la deuda pública y cumplir con las obligaciones internacionales vencidas y por vencerse. Ante esto, el vicepresidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, inició gestiones para conseguir para conseguir un empréstito. Con esa misión viajó a Inglaterra donde firmó un convenio con la Compañía General de Crédito y Finanzas de Londres, que de inmediato envió a Venezuela un representante para que se encargara de conseguir las garantías necesarias para dicho préstamo. Es así como, en octubre de 1864, llega al país Edward Eastwick (1814-1883), quien visitará La Guaira, Caracas, Puerto Cabello y Valencia. Sus impresiones de ese viaje fueron publicadas originalmente en la revista literaria londinense All the Year Round, en 1866. Posteriormente, en 1868, se publicarían en forma de libro bajo el título: Sketches of Life in a South American Republic (Bosquejos de la vida en una República sudamericana).

     Allí, luego de escribir sus impresiones acerca de lo que vio como manifestaciones de devoción religiosa, observación a partir de la cual puso en duda la sinceridad de las damas que participaban en el acto litúrgico, Eastwick presentó una comparación de lo visto en Caracas frente a lo visualizado por él en regiones de la India. Al respecto señaló: “me acordaba yo de la India y de las procesiones de Durga y Krishnah. En realidad, los yátrostsavahs del Indostán y las fiestas de la América del Sur, presentan un origen común”.

     De acuerdo con su particular visión, estas fiestas constituían el desahogo de “un pueblo perezoso, y sirven de pretexto para ostentar lujosos atavíos, holgazanear y entregarse al juego y al amor”. De igual manera, escribió haber sido informado que en Santiago las chicas enviaban cartas a la Virgen, “algunas piden maridos y novios, y otras trajes de baile y pianos; y, por increíble que parezca, las peticiones son contestadas y aun atendidas en aquellos casos en que se considera político hacerlo”.

     Más adelante, escribió que el paraje sobre el cual se sostenía Caracas “merecería la predilección de un monarca oriental”. La comparación a la que recurrió fue la de Teherán, capital de Persia, hoy Irán, además de lo expresado con anterioridad, por mostrar otra semejanza relacionada con las vías de acceso desde otros lugares del país. A lo que de inmediato agregó, “unas cuantas baterías certeramente emplazadas, podría impedirse por completo que ningún enemigo procedente de la costa se acercara a Caracas”. En cuanto a esta aseveración sumó que sólo los ingleses podrían romper esa barrera, tal como había sucedido en el siglo XVI con Francis Drake.

     Luego de relatar algunos pormenores del pirata inglés en Caracas, aseveró que Caracas era de acceso difícil, en especial si se entraba desde La Guaira y el mar que le sirve de lindero. En cambio, desde la parte sur el ingreso a ella era menos tortuoso. Rememoró que algunos autores criticaran el que Caracas se hubiese edificado en el lugar actual y no en los lados que daban hacia el Este, cercano al “villorrio” de Chacao. Uno de los que se había preguntado por qué razón la capital de Venezuela se había emplazado en el terreno que ocupaba, desde el siglo XVI, y no hacia los lados de Chacao donde los terrenos eran más planos y con cercanía lacustre que podía permitir el despliegue de una ciudad en ellos, fue Alejandro de Humboldt. De éste, Eastwick citó una de sus aseveraciones respecto a las desventajas de Caracas frente al interior del país. “A causa de la situación de las otras provincias, Caracas no podrá ejercer nunca una poderosa influencia política sobre las regiones de que es la capital”.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

A Eastwick le cautivó el “Ferrocarril del Este”, que estaba situado a una corta distancia del centro de la ciudad.

     Contó que había conocido Caracas y sus alrededores gracias a las nuevas cabalgaduras que a diario le ofrecían “para que saliese a pasear por la mañana y por la tarde”. De los caballos que montó en Caracas expresó que eran briosos y de buena anatomía, pero pequeños, y los comparó con jacas o yegua de poca altura, “a no ser por sus pretensiones y airecillo altanero que – preciso es reconocerlo – saben justificar a veces con brillantes hazañas, pues demuestran gran valentía cuando se trata de conducir a su jinete a la batalla, o cuando se les utiliza para dar muerte a toros embravecidos y de corpulencia dos veces superior a la de ellos”.

     En su relató indicó que su primer paseo por la ciudad fue hacia el lado este, para Petare, “aldea de cierta importancia situada a unas siete millas de Caracas”. El trayecto que transitó lo describió como sigue. Al salir del hotel donde se hospedaba, el Saint Amande, se encontró con la Gran plaza, “donde hay mercado todos los días”. De los edificios que observó a su alrededor llegó a decir que eran de baja altura. No así el palacio de gobierno y la Catedral. De esta última añadió que no encontró nada digno de ser destacado, “a no ser la tumba de Bolívar, que es de mármol blanco, y esculpida con muy buen gusto”.

     De esta última señaló “El Libertador aparece de pie, en su uniforme de general, y a sus plantas se ven tres figuras femeninas que representan – según creo – las tres naciones que a él deben su libertad”. En este sentido indicó que al contemplar el monumento, erigido en honor a Bolívar, le estimuló el recuerdo de palabras estampadas en las Sagradas Escrituras: “Pidió pan, y le dieron una piedra. En efecto, Bolívar – cuyas cenizas son tan veneradas en la capital de su ciudad nativa – murió en el destierro, muy lejos de aquí y en medio de la mayor miseria”.

     En su paseo por la ciudad, a pocos metros de la catedral, encontró un teatro. A propósito de esta experiencia anotó que las cosas habían cambiado algo después de la visita de Humboldt y de sus anotaciones acerca de Caracas. 

     El teatro que vio el naturalista alemán estaba desprovisto de un techo, ahora, el que observó Eastwick, había dejado de estar a la intemperie. “Durante mi permanencia allí, no había compañía de ópera; y las piezas que se representaban eran, por lo general, tediosas tragedias en las que todos los personajes iban siendo asesinados uno tras otro, lo que al parecer causaba gran satisfacción entre los espectadores”.

     Más lejos de la catedral, al cruzar un puente, observó dos “excelentes” plantaciones de café. Se mostró maravillado por el paisaje que estaba frente a sus ojos, al mirar un valle con campos bien labrados. Sin embargo, lo que más cautivó su mirada fue el “Ferrocarril del Este”, el que estaba situado a una corta distancia del puente que había cruzado. “Me bajé del caballo para inspeccionar la estación, pero como ésta se hallaba completamente desierta, tuve que trepar por una cerca de quince pies de altura para entrar en ella”. Anotó que los rieles se encontraban cubiertos de maleza, así como las locomotoras y los vagones, “tristes emblemas del sopor en que ha caído la empresa, y del cual parece dudoso que pueda despertar alguna vez”.

     Ya en Petare llegó a una posada que estaba ocupada por bastantes personas, allí observó a la gente que fumaba y jugaba billar, el villorrio, como calificó a esta localidad ofrecía una dinámica de prosperidad mayor a la que él se había imaginado. “Hay unas quinientas casas en la aldea, y muy bellas fincas en sus inmediaciones. Sin embargo, jamás podría contarse con el tráfico suficiente para resarcirse del desembolso que ocasionaría la construcción de un ferrocarril, a menos que la línea fuese continuada hasta Valencia”.

     Su otra excursión fue para el lado norte, en las faldas del cerro Ávila. Describió una ciudad, visualizada desde este lugar, en forma de cuadrado con largas calles paralelas que se cruzaban de norte a sur, y con una plaza principal, lugar éste donde funcionaba el mercado justo en la parte del centro. Se sorprendió, al estar situado en la parte noreste, de los estragos que había causado el terremoto de 1812. “Ni una sola casa parece haber escapado, y aunque algunas han sido restauradas, las señales del desastre son aparentes por donde quiera, y todavía se ven sin remover muchas hileras de escombros”.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

Para 1864, Petare contaba con unas quinientas casas y muy bellas fincas en sus inmediaciones.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

El Cementerio de los Hijos de Dios está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Tiene casilleros gigantescos, donde cada compartimiento se utiliza para depositar en ellos los ataúdes.

     Puso a la vista de sus potenciales lectores lo que le había relatado un Mayor del ejército de aquel año y que aún estaba con vida. Luego de describir el evento telúrico agregó que las personas quedaron aterrorizadas y que no pudieron regresar a sus actividades habituales, se dedicaron a la oración y al ejercicio de ceremonias religiosas. “Muchas parejas que venían llevando vida concubinaria, se casaron a toda prisa, y quienes habían cometido fraude restituyeron lo mal habido, sobrecogidos por los horrores de aquel espantoso día, y temerosos de que se repitieran”.

     En su excursión al cerro el Ávila llegó a observar algunas casas, en especial una denominada El Paraíso que había sido propiedad de un representante del gobierno británico. Indicó que le llamó la atención el cementerio católico del que se decía era el más hermoso de Suramérica. “Está situado en una elevación de terreno, y es espléndido el panorama que desde allí se domina. Su característica más singular es que los altos muros están revestidos en su parte interior, por una especie de casillero gigantesco. Cada compartimiento… se utiliza para depositar en ellos los ataúdes. A todo el que pueda pagar los derechos respectivos, montantes a treinta y cinco pesos, se le concede el privilegio de colocar la urna del pariente muerto en uno de estos receptáculos durante tres años… Al cumplirse los tres años, se sacan los ataúdes; y, en caso que así lo desee la familia, se la entregan a ésta los restos del difunto. De lo contrario, los arrojan a una gran fosa, llamada el carnero”.

     Unos kilómetros más allá de este cementerio se acercó a un terreno en el que se encontraban sepultados cadáveres de personas que habían muerto a causa de un brote de cólera. De acuerdo con información recabada escribió que había sido tal la cantidad de fallecidos que hubo la necesidad de utilizar este terreno para darles cristiana sepultura a las víctimas de esta epidemia. “Tanto el cementerio inglés como el alemán se encuentran ubicados en las inmediaciones de la ciudad, en la parte sur, y son sitios de mísero aspecto en comparación con el camposanto católico”.

     De la parte norte de la ciudad agregó que lo que había llamado su atención era la denominada “La Toma”, reservorio desde el cual se abastecía de agua a la ciudad capital. “Se halla situada en un barranco cubierto de espeso boscaje… En este paraje se requiere andar con mucha cautela, pues a causa de lo denso de la espesura y de lo escasamente frecuentado del lugar, las culebras abundan en cantidades increíbles. Me aseguraron que, en una pequeña terraza rocosa, desnuda de vegetación, se podían ver algunas veces cuarenta o cincuenta serpientes de cascabel y de otras especies tomando el sol. Con semejantes protectores, parece que fuese innecesaria la presencia de guardianes humanos”.

     Sin embargo cerca de la caja de agua vivía un inspector y su familia. La esposa de éste, junto a una hija, confeccionaba sandalias. Ella le informó a Eastwick que podía terminar dos docenas al cabo de un día. También le dijo que por dos docenas le pagaban seis pesos y medio, es decir una libra esterlina aproximadamente. “Este es apenas un ejemplo, entre los muchos que vi, de los precios enormemente altos a que se paga el trabajo en Venezuela”.

     En su excursión decidió no trasladarse al lado oeste de Caracas, por donde ya había pasado cuando llegó a La Guaira. No obstante, resolvió practicar una caminata por el cerro El Calvario. De este lugar destacó su importancia como valor histórico por haber sido escenario de una batalla en 1821.

     Del lado sur de la ciudad escribió que existía un excelente camino, construido por un ingeniero europeo, que conducía al pueblo de Los Teques. Lugar del que recordó la existencia de minas de oro y que atrajeron la atención de los conquistadores españoles.

Tesoros de la Plaza Bolívar

Tesoros de la Plaza Bolívar

La estatua de la plaza Bolívar, en Caracas, es una copia de la que se encuentra en la Plaza de la Constitución, enfrente del edificio del Congreso, en Lima, Perú.

La estatua de la plaza Bolívar, en Caracas, es una copia de la que se encuentra en la Plaza de la Constitución, enfrente del edificio del Congreso, en Lima, Perú.

     “Debajo de la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar, en la Plaza que lleva su nombre, en Caracas, hay valiosos tesoros, no por su precio en metálico, sino por lo que representa como acervo cívico y cultural. Aunque si de metálico se trata, es muy posible que valga una fortuna, por su trascendencia histórica.

     Este hermoso monumento tan fotografiado por los turistas de todo el mundo, con el correr del tiempo, se ha convertido en el símbolo característico de Caracas.

     Como se sabe, este monumento es obra del escultor italiano Adamo Tadolini (1788-1863), fundido en Múnich, Alemania (1874), bajo la dirección de los expertos Alsatian Bartoldi y Fernando van Müller. Fue copiado de la estatua ecuestre original (c1855) que se encuentra en la Plaza de la Constitución, enfrente del edificio del Congreso, en Lima, Perú.

     Sobre la génesis de la Plaza Bolívar y su famosa estatua, se han escrito muchos libros y crónicas. Uno de los trabajos más documentados es el que publicó Carlos Eduardo Misle en su libro sobre la Plaza Bolívar de Caracas, donde, además, realiza una compilación de toda la literatura sobre el origen y el crecimiento de la actual metrópoli venezolana, desde aquellos lejanos días en que la Plaza Mayor, denominada después Plaza de Catedral, servía de estrado judicial, de alegre mercado y paredón para fusilamientos.

No tenían fe en su futuro

     Para entrar en detalles sobre la Plaza Bolívar y los tesoros, ocultos debajo de la estatua ecuestre, es importante conocer antes algunos aspectos del pasado de la ciudad. Según Carlos Manuel Moller, ni el emprendedor Francisco Fajardo ni el bizarro Diego de Losada, tenían fe en el futuro de la ciudad. No creían que un día podía ser una gran metrópoli.

     Juan Rodríguez Suárez, otro conquistador español, tampoco se mostró optimista con el porvenir de Caracas. Los historiadores relatan al respecto que basta ver el plano más antiguo que se conserva en el Archivo de Indias, enviado por el Gobernador Juan de Pimentel, en 1578, para darse una idea de la poca perspectiva urbana que tenía la ciudad, con una Plaza Mayor que no sobrepasaba en tamaño a la más pequeña de las manzanas.

     En 1764, según Carlos Eduardo Misle, que cita a Joseph Luis de Cisneros, autor del libro “Descripción exacta de la Provincia de Venezuela”, Caracas ya era una “ciudad bastante grande, con sus calles muy estrechas de diez varas de ancho”. La Plaza que servía de mercado, tenía una arquería bien delineada, con dos fuentes por sus lados, adornada de pórticos primorosamente trabajados.

     Por su parte, el alemán Alejandro Humboldt, quien como se sabe estuvo de paso en Caracas, en 1800, escribe en sus memorias que La Pastora estaba a 37 toesas por encima de la Plaza de La Trinidad, y que la Plaza Mayor se encontraba a 32 toesas por encima del rio Guaire. Comentaba también que el declive del terreno no impedía que rodaran los carruajes, “aunque sus habitantes hacen raramente usos de ellos” (La toesa era una unidad francesa de casi dos metros de largo).

     Humboldt, como se ve, tampoco pudo imaginar que esa Caracas de pocos carruajes sería más tarde una ciudad moderna de imponentes autopistas y viaductos con interminables torrentes de automotores.

 

Sangriento escenario

     Siempre remitiéndonos a los informes de Carlos Eduardo Misle, a través de los tiempos, la Plaza Bolívar fue una “charca de sangre y halo de gloria”, o sea que fue escenario de sangrientas represiones y de épicas gestas en favor de la libertad. Haciendo referencia al pasado de esa Plaza, afirma el médico e historiador caraqueño, Arístides Rojas, que fue lugar de patíbulos y de escarnio.

     Por su parte, Fermín Toro escribió que el 8 de mayo de 1799, el Capitán General Manuel Guevara y Vasconcelos, condenó a muerte a José María España, quien altivo, atravesó entre soldados y frailes, hacia el cadalso levantado en un extremo de la Plaza. Entre la gente presa de temor, un niño de aspecto enfermizo miraba con los ojos arrasados por las lágrimas, los detalles de la ejecución. Era Pedro Gual, sobrino y amigo entrañable del sentenciado.

     Arístides Rojas, siempre haciendo reminiscencias de la Plaza Mayor, hoy Bolívar, escribió que “han pasado las generaciones de tres siglos, los magnates de lo pasado, los adalides de la guerra magna, los defensores del realismo. En ella ha flameado la bandera de Castilla y la de Colombia y Venezuela”.

El 7 de noviembre de 1874 fue inaugurada en Caracas la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar.

El 7 de noviembre de 1874 fue inaugurada en Caracas la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar.

Bolívar en otra plaza

     Si el decreto de la Municipalidad de Caracas, del 1° de marzo de 1825, se hubiera cumplido, de acuerdo con lo que sostiene el conocido cronista Enrique Bernardo Núñez, la estatua ecuestre del Libertador estaría en la actual Plaza de San Jacinto, que por ese entonces era un desordenado y pintoresco mercado.

     Al recibirse las buenas nuevas de la Batalla de Ayacucho, que acabó con el dominio español en el Perú, los concejales eufóricos dispusieron que  “la estatua sería ecuestre, de bronce, sobre una columna de mármol. En lo sucesivo la Plaza de San Jacinto se denominará de Bolívar, de esta manera, estará en el solar que lo vio nacer, el Primer Presidente de la República, el Libertador de tres Estados y el Padre de la Patria misma, señalando con mudo, pero elocuente lenguaje, aun a las generaciones más distantes, las verdades y seguras sendas que conducen a la gloria”.

     Siempre basándonos en lo que relata Enrique Bernardo Núñez, en diciembre de 1842, mientras se traían desde Santa Marta, Colombia, los restos de Bolívar, la diputación provincial dispuso por medio de una ordenanza que la Plaza llamada de Catedral, se denomina en adelante de Bolívar y se coloque en ella sobre un pedestal de mármol, una estatua ecuestre del Libertador. Lamentablemente, tampoco se cumplió ese buen deseo. El homenaje a Bolívar tuvo que postergarse por varios años más.

La estatua

     Siendo presidente de la República el general Antonio Guzmán Blanco, en la gaceta Oficial del 18 de noviembre de 1872, salió publicado el decreto que ordenaba se levante en la Plaza Bolívar una estatua ecuestre digna de las glorias del Libertador.

     La primera piedra del monumento fue colocada el 11 de octubre de 1874, cuando se confirmaron las noticias de que estaba en viaje a La Guaira, el barco que transportaba desde Alemania la estatua fundida en bronce.

     El general Guzmán Blanco fue un gran bolivariano, que no ocultó su decisión de hacer de la Plaza Bolívar un hermoso lugar. Con ese propósito mandó a embellecer los jardines y colocar el barandado que luce actualmente, preparando un escenario adecuado para recibir dignamente al monumento que perennice la gratitud de los venezolanos al Padre de la Patria. Modernizada la Plaza con vergeles, fuentes artificiales y una tribuna para la orquesta, firmó el decreto autorizando la erección de la estatua, no por suscripción popular, como lo habían intentado vanamente otros gobiernos, sino costeado con fondos del Tesoro Nacional.

     Fernando Müller, hijo del fundidor de la estatua, vino expresamente desde Alemania para dirigir los trabajos de colocación del monumento, que venía a bordo del bergantín “Thora”, el cual encalló en Los Roques, causando preocupación y alarma a los caraqueños. Para las operaciones de salvamento fue enviada desde La Guaira la goleta “Cisne”, a bordo de la cual viajó una comisión integrada por Francisco Michelena Rojas, Vicente Ibarra, Tomás R. Olivares y los generales Adolfo Ferrero y Alejandro Ibarra.

Debajo de la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar hay valiosos tesoros, no por su precio en metálico, sino por lo que representa como acervo cívico y cultural.

Debajo de la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar hay valiosos tesoros, no por su precio en metálico, sino por lo que representa como acervo cívico y cultural.

Los tesoros ocultos

De acuerdo con lo que refiere Carlos Eduardo Misle y con la información que apareció en el periódico “La Opinión Nacional”, de fecha 11 de octubre de 1874, en una ceremonia especial fueron enterrados bajo la piedra fundamental de la estatua ecuestre, interesantes objetos de valor histórico y sentimental. Para el efecto fue construida una bóveda especial donde se colocaron cajas metálicas herméticamente selladas, conteniendo numerosos recuerdos y documentos, que son enumerados en el Acta Oficial. La lista de los objetos enterrados es la siguiente:

  • Una colección de periódicos de los Estados y otra de Caracas
  • Una pieza de plata, correspondiente a un bolívar
  • Una pieza de cincuenta céntimos
  • Una pieza de diez céntimos
  • Una pieza de cinco céntimos
  • Una medalla conmemorativa del Libertador
  • Dos medallas del Capitolio
  • Ejemplares de la Geografía de Venezuela, de Agustín Codazzi; y de la historia de Rafael
  • María Baralt y Ramón Díaz
  • Leyes y decretos de los Congresos de Venezuela desde 1810 a 1850
  • El Mensaje y documentos de la cuenta de 1873
  • El primer censo de la República
  • Un retrato, litografía, del Ilustre Americano
  • Una fotografía del mismo
  • Un plano de la ciudad de Caracas
  • Una copia del Acta de la Independencia
  • Las Constituciones de 1857, 1858 y 1874
El presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, ordenó en 1872 erigir, en la Plaza Bolívar de Caracas, una estatua ecuestre digna de las glorias del Libertador.

El presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, ordenó en 1872 erigir, en la Plaza Bolívar de Caracas, una estatua ecuestre digna de las glorias del Libertador.

  • Ejemplares de los periódicos del 10 de octubre de ese año: “Gaceta Oficial “,” La Opinión Nacional”, “El Diario de Avisos”
  • Una colección de periódicos de los Estados, y otra de los escritos de Antonio Leocadio Guzmán sobre Bolívar

     Una vez sepultados todos estos documentos y recuerdos, se colocó sobre la bóveda la piedra fundamental.

 

La inauguración

     La estatua ecuestre del Libertador fue inaugurada oficialmente el sábado 7 de noviembre de 1874. La ceremonia fue multitudinaria, con salvas de artillería, fuegos artificiales e iluminación especial de la Plaza. El imponente acto fue presidido por el general Antonio Guzmán Blanco, con el uniforme de gala, acompañado de su familia y del gabinete en pleno, con la asistencia de los representantes de los países bolivarianos y de otras naciones amigas.

     Guzmán Blanco, quien también tuvo el acierto de poner a la moneda venezolana el nombre de “Bolívar”, en el emotivo instante en el que se descorría el velo para descubrir la estatua, dijo estas históricas palabras: “En nombre de la gratitud de Venezuela y de la gloria de la América, queda inaugurada la estatua de Simón Bolívar, Libertador de Colombia, Perú y fundador de Bolivia, Héroe de América del Sur y Hombre más grande que ha producido la humanidad desde Jesucristo. Que todos los venezolanos, de generación en generación seamos dignos de tan grande e ilustre Padre”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Castellón, Hello. El tesoro de la Plaza Bolívar. Elite. Caracas, 1° de diciembre de 1972; Págs. 20-22
  • Misle, Carlos Eduardo. Plaza Mayor-Plaza Bolívar. Corazón, pulso y huella de Caracas. Caracas: Secretaría General, 1967; 118 p
Loading
Abrir chat
1
Contacta a nuestro equipo.
Escanea el código
Contacta a nuestro equipo para aclarar tus dudas o solicitar información.