El Presidente de la Cámara de Caracas, Leonardo Palacios Márquez comenta acerca de las tarifas de los servicios públicos

El Presidente de la Cámara de Caracas, Leonardo Palacios Márquez comenta acerca de las tarifas de los servicios públicos

     La Cámara de Comercio de Caracas señala que el considerable aumento del costo de los servicios públicos en la ciudad capital son el resultado de una «poca continuidad» y a una fórmula «discriminada» por parte de los diferentes municipios de la entidad.

El presidente de la cámara, Leonardo Palacios, señaló que estas tarifas son fijadas por los municipios y no por las empresas prestadoras del servicio.

«La carga la fija el municipio de forma discriminada en lugar de establecer una fórmula universal y esto hace que el mayor peso se lo llevan las empresas prestadoras y no los residentes», declaró Palacios durante una entrevista para Unión Radio.

Fuente: Unión Radio

Aventuras del secuestro del barco Anzoátegui

Aventuras del secuestro del barco Anzoátegui

En 1963, cuatro operaciones de alto impacto, puso en práctica el movimiento guerrillero venezolano, por intermedio de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), con el apoyo del régimen comunista cubano de Fidel Castro, contra el gobierno democrático de Rómulo Betancourt. El robo de cinco importantes obras de artes (enero), el secuestro de un barco (febrero), la retención por casi tres días del famoso futbolista argentino del club español Real Madrid, Alfredo Di Stéfano (agosto), y el ataque al tren de El Encanto (septiembre) fueron las cuatro acciones más notables de la guerrilla venezolana en ese año 1963.

El cabecilla del grupo de guerrillero que secuestró al carguero de la CVN, Wismar Medina Rojas, alias “Comandante Simón”, era un soltero de 29 años, dado más a las conquistas famosas que a la política
El cabecilla del grupo de guerrillero que secuestró al carguero de la CVN, Wismar Medina Rojas, alias “Comandante Simón”, era un soltero de 29 años, dado más a las conquistas famosas que a la política

     En febrero, un grupo de subversivos, capturó el buque “Anzoátegui”, perteneciente a la flota de la Compañía Anónima Venezolana de Navegación (C.A.V.N.), poco después de zarpar del puerto de La Guaira, iniciando así una aventura que durante más de una semana cautivó la atención de medios nacionales e internacionales, hasta que, acosados por la armada de Estados Unidos, los secuestradores lograron conducir la nave hasta Brasil, donde recibieron asilo y entregaron el carguero para ser devuelto a las autoridades de Venezuela. Al barco lo tomaron el día de la Juventud, pero solo avisaron un día después, cuando el presidente de la República, Rómulo Betancourt, celebraba el cuarto año de su gobierno.

     Cuba y Brasil les ofrecieron asilo. Los cabecillas del movimiento guerrillero eran: Wismar Medina Rojas, “Comandante Simón”, era un soltero de 29 años, dado más a las conquistas famosas que a la política; y José Rómulo Niño, el segundo comandante, era estudiante de arquitectura y a sus amigos les dijo: “Este carnaval lo pasaré en Brasil”. Otro guerrillero que tuvo notable participación fue Paul del Río (Máximo Canales), el mismo que, seis meses más tarde, secuestro al astro del fútbol, Alfredo Di Stéfano.

     El misterio es cómo ocho polizones pudieron entrar al muelle, aunque en la puerta no es difícil pasar sin salvoconducto. La captura del “Anzoátegui” opacó el aniversario gubernamental, pero no hizo desistir al Presidente de su viaje al exterior.

     Una extraordinaria crónica sobre este suceso fue escrita por el periodista Víctor Manuel Reinoso, en la edición de la revista Elite del 23 de febrero de 1963, cuya transcripción ofrecemos a continuación.

LA AVENTURA DEL ANZOÁTEGUI

Por Víctor Manuel Reinoso

     “A las 6 de la mañana del sábado 16 de febrero, el “Anzoátegui” fue avistado por un avión norteamericano a 180 millas de la Guayana Holandesa y el lunes 18 atracaba frente a una isla brasileña. En ese instante comenzó la etapa final de la aventura que habían iniciado 8 miembros del FALN a las 5 de la tarde del martes 12. Ese martes era el día de la juventud y los estudiantes lo celebraban en las ciudades más importantes de Venezuela. El 13 era el aniversario del cuarto año del presidente Betancourt en Miraflores. Caracas empezó a llenarse de volantes desde muy temprano. Al anochecer, el presidente se dirigía al país en cadena de radio y TV. Todavía  no terminaba su discurso cuando todos los diarios de Caracas y las agencias internacionales empezaban a recibir llamadas telefónicas: “Les hablamos del Frente Armado de Liberación Nacional. En el pipote de basura de la puerta de su periódico hay una correspondencia muy importante para ustedes. Se trata de la toma del mercante venezolano “Anzoátegui”. Un grupo del FALN lo tomó ayer, poco después de zarpar de La Guaira”. Los jefes de redacción se quedaron de una pieza. Los últimos días el FALN había ocupado la primera plana de todas las publicaciones.

     En Antímano, todavía salía humo de lo que fue el depósito de la Sears, en Barquisimeto habían sido dinamitados 3 puentes. La reacción de un jefe de información fue: “Yo no hago caso a las llamadas anónimas”. Del otro lado del hilo también se molestaron: “Le acabo de decir quiénes somos. Tome un lápiz y escriba. Nuestros nombres se lo iremos a decir cuando llegue la oportunidad”.

     Así se supo el secuestro del “Anzoátegui”. La Compañía Venezolana de Navegación, que tiene otros 9 barcos y 46 años de existencia, no creyó la noticia al principio. La Marina no estaba más enterada. El Contralmirante Sosa Ríos, su comandante general, acababa de volver ese día de los Estados Unidos. El Contralmirante Daniel Gómez Calcaño al frente de la Comandancia solo vino a certificar la toma del “Anzoátegui” al filo de la medianoche.

     Las radios daban la noticia del secuestro del barco, sin confirmarla. En la quinta “Isamar” de Catia La Mar, Isabel Acosta de Pereira fue despertada por sus familiares. Ya no pudo dormir más. Oscar Pereira, capitán del “Anzoátegui”, es su marido. En Caracas, en el aparamento 2 del edificio Pel, en Bello Monte, la madre del protagonista principal del buque tomado, Juana Rojas de Medina, solo supo la novedad cuando leyó los periódicos del jueves.

 

Cables breves

     La toma del “Anzoátegui” trajo enseguida a la memoria de todos, la aventura del “Santa María”, el trasatlántico portugués tomado hace dos años por el capitán Enrique Galvao, enemigo del dictador Oliveira Salazar. Los internacionalistas dijeron que se trataba de un delito político. El gobierno calificó el acto de piratería. Los insurgentes, después de un día de silencio, la noche del miércoles 13, mandaron su primer mensaje. Decía: 

     “En el día de ayer 12 de febrero de 1963, día de la juventud venezolana, una unidad de guerra a bordo, tomó en alta mar sin acto de violencia, el buque “Anzoátegui” con el fin patriótico de denunciar ante la opinión mundial, en el cuarto aniversario del gobierno dictatorial que padece nuestra patria”. Firmaba el grupo Rudas Mezones, encabezado por el segundo piloto Wismar Medina Rojas. “Comandante Simón” en la operación; José Rómulo Niño, “Comandante Rafael”, el jefe de escuadra Máximo Canales y los combatientes Juan H. Montilla, José Mario Peláez, Antonio López Sandoval. Tomas Pereira, Carlos Gil Palma y Carlos Hidalgo. De los 37 tripulantes del buque que había salido hacia Nueva Orleans, solo se supo lo que dijo un cable firmado por el secuestrado capitán Pereira: “Oficiales y tripulación bien. Avisen familiares”. El director de Telecomunicaciones insistió en otro cable: “¿Cómo se encuentra la tripulación y posición del buque?”. Los ocupantes del “Anzoátegui” no querían hablar mucho, para que no fuera descubierta su posición. Contestaron: “Buque en poder del FALN. Tripulación sin novedad” 

El 12 de febrero de 1963, Día de la Juventud, fue secuestrado en alta mar, por un grupo de guerrilleros, el barco “Anzoátegui”, perteneciente a la Compañía Venezolana de Navegación (CVN)
El 12 de febrero de 1963, Día de la Juventud, fue secuestrado en alta mar, por un grupo de guerrilleros, el barco “Anzoátegui”, perteneciente a la Compañía Venezolana de Navegación (CVN)

El jueves fue un día de nerviosismo. El “Almirante Clemente” se hizo a la mar a las 4 de la madrugada; el resto de la flota estaba en Puerto Cabello. Se dijo que el Ministerio de Comunicaciones mandaría un avión de reconocimiento y un enjambre de periodistas voló a Maiquetía para asistir a la recuperación del carguero. Al mediodía esas esperanzas se desvanecieron. Se dijo que el “Sucre”, un gemelo del “Anzoátegui”, lo habían avistado a 150 millas de las costas cubanas. El gobierno venezolano pidió ayuda al de USA y a todos los del Caribe. Barcos y aviones de guerra norteamericanos se dedicaron a la búsqueda del mercante capturado, mientras se creía que éste podía alcanzar Santiago de Cuba al final de ese día. Pero lo del “Sucre” era falso. Este buque había salido el día anterior de Mobile y solo iba a llegar a La Guaira el 19. No podía avistar nada al sur de Puerto Rico.

El último viaje

     Las noticias seguían siendo escasas. En la C. A. Venezolana de Navegación únicamente podían hablar de las características del “Anzoátegui”, que había sido construido en los astilleros de Roterdam, Holanda, en 1955 y es gemelo del “Mérida”, “Sucre” y “Yaracuy”. Había sido traído a Venezuela por el capitán Víctor González, el mismo que ahora está pegado a la radio de la compañía gritando sin cesar: “¡Atención “Anzoátegui”! “¡Atención “Anzoátegui!” “¡Atención “Anzoátegui!”, sin escuchar respuesta.

     El buque de 5 mil toneladas había costado unos 7 millones de bolívares y ahora valía 5 millones, estaba asegurado por esa suma en dos compañías de seguros, tenía un gasto diario de 4.287 bolívares, entre tripulación y combustible y una depreciación de 946 bolívares.

     Las biografías del capitán Oscar Pereira, a quien le quitaron el mando a unas 5 millas de la salida de La Guaira, no era mayor. Se trataba de un margariteño de 32 años, casado desde hacía 5 con Isabel Acosta, sin hijos. A la C.A. V. N.  había ingresado el 8 de septiembre del 53, como primer oficial del “Ciudad de Barquisimeto”, pasando después a comandar el “Ciudad de Cumaná”. Al “Anzoátegui” había pasado hacía solo 4 meses, hacía viajes al Golfo de México y cuando llegaba a La Guaira, se dirigía a su casa y permanecía allí hasta que solo le quedaban dos horas para zarpar de nuevo. El martes 12 de febrero no fue distinto. Estuvo en la quinta “Isamar” hasta las 3 de la tarde. Había llegado la noche del domingo de Puerto Cabello, donde su buque había descargado 336 mil toneladas de mercaderías para el comercio local. Allí cargó 50 barriles vacíos destinados a Nueva Orleans. En La Guaira solo iba a embarcar unas 600 bolsas de correspondencia. El capitán Román Parra, encargado de la oficina de la C.A.V. N. de La Guaira, supervisó ese día los trámites de rigor; le mandó primero una correspondencia al Administrador de Aduanas, diciéndole que el “Anzoátegui” saldría pronto, y otra correspondencia al Capitán de Puerto. Este mandó los remolcadores y prácticos. Como la operación se hizo dentro de las horas hábiles, el costo de la salida no tuvo recargos: los prácticos costaron 60 bolívares y el servicio de los remolcadores 250. Neptalí Marcano, el despachador de carga de la compañía que trabaja para ella desde hace 9 años, vio al “Anzoátegui” en el muelle 12 y no advirtió nada anormal. A las 5 y 5 minutos de la tarde el buque salió. De que iban 8 polizones que en un rato más iban a ayudarle a Medina Rojas a tomarse el barco, solo vinieron a saberlo al día siguiente.

El guerrillero José Rómulo Niño, segundo jefe de abordo, era estudiante de arquitectura en la UCV; “tenía más facha de pavito que de revolucionario”
El guerrillero José Rómulo Niño, segundo jefe de abordo, era estudiante de arquitectura en la UCV; “tenía más facha de pavito que de revolucionario”

Un rebelde foco político

     Galvao no usó mucho la radio cuando tomó el “Santa María”. Medina Rojas y sus 8 compañeros, la usaron menos, los radioaficionados de Venezuela, con su presidente José Gregorio Sánchez a la cabeza, trataban de comunicarse con el “Anzoátegui”, igual que todos los radioaficionados del mundo, pero sus captores preferían dar noticias por cables.

     Una agencia norteamericana le preguntó desde Puerto Rico a Medina por qué había tomado el barco, quién era él y su grupo, qué armas tenía, y cuál era su lider político. Wismar Medina Rojas contestó: “Confirmo FALN. Destacamento Rudas Mezones. Confirmo buque tomado patriotas venezolanos. Fin anunciar crímenes dictadura Betancourt. Tripulación bien”. Cuando le preguntaban por la posición del barco, contestaba: “No puedo dar posición”.

     El Contralmirante Sosa Ríos se había trasladado la tarde del jueves a Puerto Cabello a dirigir las operaciones. Cuando volvió el “Almirante Clemente”, se hizo a la mar el destructor “Nueva Esparta”. Se suponía que el “Anzoátegui” se hallaba en las cercanías de República Dominicana, pero nada era seguro. Del amotinado segundo piloto los directivos de la C.A.V.N. solo sabían que se trataba de un muchacho de 29 años, nacido en Caracas el 8 de septiembre de 1934; vivía en la avenida Caroní, en Bello Monte, había ingresado a la compañía el 14 de marzo de 1957, tenía segundo año de bachillerato; ahora era segundo piloto y como tal ganaba 1.100 bolívares mensuales, más sobretiempos. 

     Wismar Medina Rojas servía en el “Ciudad de Barquisimeto”, y el lunes 11 cuando se subió al “Anzoátegui”, para viajar en él por primera vez, volvía de sus vacaciones. Sus compañeros nunca lo vieron interesarse más por la política que por las muchachas, pero allí estaba, de repente, convertido en comandante insurrecto. Hasta sus dos hermanos y 3 hermanas se sorprendieron  al saber la noticia. Su madre se enfermó de terror y no habló con los periodistas. “Ëlite” estuvo dos veces en su casa y la que respondía las llamadas, sin abrir la puerta, era la criada. Ella se encargó de decir que el hijo de su patrona era soltero, buen hijo. Su hermano Silvio sentenció: “El es mayorcito ya para saber lo que le conviene”. Los diarios dijeron al comienzo que se trataba de un hermano del capitán de Fragata Pedro Medina Silva, uno de los jefes del “porteñazo”, eso fue desmentido, pero sí se dijo que era medio hermano del teniente de Navío Wallis Medina Parra, quien también intervino en el alzamiento de Puerto Cabello, por lo cual fue condenado a 25 años de prisión.

     Antes que finalizara el jueves, Medina Rojas se dirigió por primera vez  al senador Arturo Uslar Pietri. La compañía propietaria de la nave tomada logró captar el mensaje cuando estaba siendo enviado a Arrecife. El jefe de los rebeldes pedía al senador independiente que informara a la opinión nacional que el único responsable de la “acción Rudas Mezones” era él y que el capitán y los oficiales y tripulantes estaban bien y que agradecía que evitaran tergiversar noticias.

 

Rumbo hacia el sur

     El viernes por la mañana ya se decía que 1.600 infantes de marina buscaban el “Anzoátegui”. Cuba, por su lado, ofrecía asilo a los secuestradores y prometía entregar la nave al Secretario General de la ONU, si llegaba a algún puerto suyo. Esa mañana el telegrafista del “Anzoátegui”, Gary Arias Lugo, dirigió un mensaje a Andrés Arias, jefe de máquinas del “Mérida”, su padre, que se hallaba en ese momento en Nueva Orleans. Decía: “Estamos bien, bajo coacción, pero bien. Apagamos la radio”. Después de eso las informaciones dieron un vuelco. Se hacían conjeturas que el barco avanzaba con destino a Europa, porque sus captores no iban a caer en la trampa de acercarse a Cuba, donde le iban a salir al paso todas las unidades de la base de Guantánamo y la de Puerto Rico. “Ellos van por la ruta por la que vienen a Cuba los barcos de Europa” –se dijo–. Cuando encuentren uno trasbordarán y dejarán el buque en libertad. El objetivo era la publicidad y esa ya a consiguieron”. Esa teoría tenía muchas posibilidades, pero entonces líderes miristas de Venezuela dijeron que el “Anzoátegui” se dirigía hacia las costas de Brasil. Iban a repetir la aventura del “Santa María” desde el comienzo hasta el final. La operación se llama Rudas Mezones en homenaje al estudiante muerto en 1961, cuya conmemoraciópn del primer aniversario de su asesinato, causó el del profesor Ramírez Labrador. Los miembros del FALN en Caracas, a todo ésto, no perdían el tiempo. Sirviéndose del teléfono y de los pipotes de basura dejaban nuevos sobres con más informaciones, esta vez con fotografías de los captores del barco. Sus informaciones ponían a José Rómulo Niño como primer comandante de la operación. Niño es un estudiante de arquitectura alocado, que les reveló indirectamente a sus amigos su participación en la aventura con esta frase: “Este carnaval de Brasil no me lo pierdo. Acuérdense de que cuando llegue el carnaval, yo estaré allá”. De sus otros compañeros se sabían escasamente los nombres que ellos mismos habían dado. La excepción era Carlos Gil Palma, que trabajó como tercer piloto en el “Ciudad de Barquisimeto” hasta abril de 1958.

    El gobierno venezolano solicitó ayuda al gobierno de Estados Unidos, que envió aviones de la armada que localizaron al barco mercante secuestrado
    El gobierno venezolano solicitó ayuda al gobierno de Estados Unidos, que envió aviones de la armada que localizaron al barco mercante secuestrado

    Un cable de “Élite”

         En Caracas se seguían haciendo conjeturas acerca de cómo los 8 polizones habían podido burlar la vigilancia portuaria. Para pasar hasta los muelles los trabajadores marítimos tienen que llevar una tarjeta rosada, mientras que a los visitantes se los provee de una tarjeta celeste.

         Si hubo cómplices para que los miembros de la organización clandestina pasaran al muelle, es algo que se sabrá después. Lo que los reporteros de “Élite” pudieron comprobar que no es imposible pasar sin salvoconducto. Nosotros atravesamos el túnel de la plaza Vargas y salimos hacia los muelles. Un par de guardias nacionales apostados allí no nos pidieron ningún tipo de documento. Los miembros del FALN  pudieron hacer lo mismo.

         El “Anzoátegui”, que tiene 832 pies de largo y puede desarrollar una velocidad de 15 millas por hora, ese día seguía sin ser ubicado. Los famiiares de la tripulación se acercaban a las oficinas de la compañía que ocupa todo el segundo piso del edificio central, en la avenida Urdaneta; preguntaban cuánto duraría el combustible y se decorazonaban al saber que el barco tenía para navegar 15 días; entonces preguntaban por el abastecimiento y eran informados que también había comida para 15 días que, racionada, podía alcanzar para 20 días. Fuera de eso, el buque llevaba 50 mil bolívares para comprar lo que fuera necesario.

         El viernes al anochecer, “Élite” cablegrafió al “Anzoátegui. Les dijimos: “Interésanos reportaje aventura ustedes. Favor contestar objetivo acción, destino motonave, estado tripulación, situación a bordo, país donde se asilarán, etcétera. Gracias. Casi al amanecer, un radioaficionado nos hizo saber que recibiríamos respuesta. Poco después se supo que un avión P2V de la base de Jacksonville, USA, lo había avistado a 180 millas de la costa de Surinán, cuando avanzaba en dirección sur-sureste, posición 9 grados, 9 minutos, latitud norte; 54 grados, 14 minutos, longitud oeste, curso 150 grados.

     

    El mutismo del “Anzoategui”

         En las oficinas centrales del presidente de la C.A.V.N. el Dr. Alfonso Márquez Añez, se puso la corbata para darle la noticia a los periodistas. Pronto salieron de Ciudad Bolívar 3 aviones de las Fuerzas Aéreas Venezolanas y sobrevolaron el “Anzoátegui”. El destructor “Nueva Esparta”, al mando del capitán de Corbeta García Ibarra, que se hallaba la mañana del sábado nevegando en aguas internacionales en las inmediaciones de Cuba, recibió órdenes de dirigirse hacia las costas de Brasil, para que tratara de interceptar la ruta de los rebeldes. Desde ese momento el destructor de la Marina venezolana se puso a navegar a su máxima velocidad, 24 millas por hora, pero las esperanzas de alcanzar al carguero no eran muchas. En la central de la empresa naviera venezolana se escuchó antes del mediodía del sábado una transmisión de 3 minutos de Medina Rojas. El capitán Marcel Antonorsi, jefe de producción que estaba en ese momento a la radio, puso su dictáfono con la esperanza de conservar el mensaje, pero Medina hablaba un poco en clave y se le oía bastante mal. Decía que 4 aviones norteamericanosm estaban sobrevolando la nave como si tuvieran intenciones de ametrallarla “Eso demuestra –decía el “Comandante Simón”–, la interferencia de los Estados Unidos, en los asuntos venezolanos”. En Nueva York escucharon el mismo mensaje de esta manera: “La Papagua avisa al papago que va para Baracoa”. Haciendo una interpretación muy especial,una agencia noticiosa dijo que Papagua podría ser “Anzoátegui” y Baracoa, Belem. O Sea, el barco secuestrado iba para Belem, el puerto brasilero en la desembocadura del Amazonas, el más cercano, desde su posición de ese momento.

       Antes de que anocheciera, el gobierno de Joao Goulart hizo saber que si los rebeldes venezolanos llegaban al puerto brasilero, se les concedería asilo político y el barco sería devuelto a Venezuela. En Caracas, los miembros del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL), que capturó el “Santa María”, felicitaba a la tripulación por la captura del “Anzoátegui”, diciéndoles: “En estos momentos todos los hombres libres están con vosotros”. Sin embargo, en Sao Paulo, el capitán Galvao, quien dirigió la “operación Dulcinea”, decía que la captura del barco venezolano no podía compararse con la del portugués, porque el “Santa Marta” no había sido tomado por comunistas. Los aviones norteamericanos que vigilaron durante todo el sábado la navegación del “Anzoátegui”, le transmitieron las instrucciones del Almirante Robert L. Dennison, Comandante de la Flota del Atlántico, de que se dirigiera a Puerto Rico. Medina Rojas y sus hombres se hacían los sordos. No contestaron. Ya era de noche cuando uno de los aviones disparó cohetes en la ruta del “Anzoátegui”, pero la nave calificada de pirata por el gobierno venezolano, continuó imperturbable su camino.

       En Caracas se pensaba que los captores del carguero venezolano, bien podrían elegir Georgetown, el puerto capital de la Guayana Británica, gobernada por el filocomuista Jagan, para atracar. El domingo en la noche la incógnita seguía. Varias unidades de la marina brasilera habían salido con la esperanza de llevar hacia uno de sus puertos el barco de la aventura. El “Anzoátegui” se hallaba entonces a unas 85 millas de la Guayana Francesa. Como el puerto más cercano seguía siendo Belem, se calculó que el carguero llegaría a puerto brasilero el martes en la noche. El destructor “Nueva Esparta” todavía no aparecía por la zona y nadie podía asegurar si iba a llegar a tiempo. Los aviones americanos no procedían porque la nave se encontraba en aguas internacionales y cualquier paso decisivo podía ser tomado como intervención directa en la política interna de Venezuela. En Caracas, la Venezolana de Navegación sacaba una sola cuenta: con la aventura había perdido hasta entonces unos 300 mil bolívares, porque ya había tenido que contratar otro barco para que trajera la carga que el “Anzoátegui” iba a recoger en Houston. Sobre el buque flameaba todavía la bandera roja y negra del FALN, cuando al amanecer del lunes 18 entraba definitivamente en aguas brasileñas y sus captores se preparaban a solicitar asilo político.

       Después de recibir asilo en Brasil, los guerrilleros venezolanos vajaron a Cuba, país donde se reunieron con uno de los líderes del gobierno comunista de la nación antillana, Ernesto “Che” Guevara, y luego ingresaron de manera  clandestina a Venezuela, para reincorporarse a la fracasada actividad subversiva que combatió con éxito tanto el gobierno de Betancourt como el de su sucesor, Raúl Leoni.

      El Calvario

      El Calvario

      Escalinatas de El Calvario. Dibujo anónimo
      Escalinatas de El Calvario. Dibujo anónimo

           “La Colina del Calvario, como se sabe, está ubicada en el centro de Caracas, su altura y esa situación la convierten de hecho en un mirador natural. Desde él se divisa el cerro Ávila, hacia el Norte y Naciente, y por el Sur y Poniente las azules serranías de Turgua. El panorama no puede ser ni más bello ni más imponente. Pocas son las ciudades que tienen algo semejante, y, por ello, es polo que ha sido motivo de admiración de propios y extraños.

           Cuando Caracas era una ciudad aldea y las tierras que la cercaban pasaban desapercibidas, ya El Calvario servía de solaz a los habitantes, y era punto terminal de procesiones religiosas en ciertos días del año.

           El Nazareno de San Pablo, con el fervor que despertó siempre en el alma caraqueña, era conducido en andas por la Calle de la Amargura, vía ésta que bien le acomodaba el nombre, hasta la Ermita que existía en el alto plano, en donde años más tarde se hizo la arredoma que sirvió de asiento a la estatua del general Antonio Guzmán Blanco hasta el 1889, de cuyo pedestal fue derribada por la turba que en frenética reacción sancionaba el delirio de grandeza de aquel mandatario que permitió se le consagrara el bronce de los inmortales.

           Estas procesiones la integraban tanto o más de la mitad de la población de Caracas, y, su recorrido tardaba horas, porque el paso era parsimonioso, y, con cuya lentitud se imprimía recogimiento y fervor al acto. 

           Por lo general, las sombras de la noche acompañaban la ceremonia, y se encendían cirios para poder caminar en la oscuridad habitual, pues esos parajes, apenas tenían precaria luz de uno que otro candil, cuyo combustible era el aceite de coco.

           No solo esos actos le daban a El Calvario importancia: en las tardes, y también en las noches de luna, muchas personas se trasladaban allá para disfrutar de las diferentes fases del panorama que se presentaba a la vista: si de tarde, las florestas, los sembradíos de las vegas del Guaire; los cañaverales de las abundantes haciendas del valle de Caracas, y las frondas de los cafetales, y las montañas de sus cerros, que para entonces no habían sido talados, y cuya morfología ratificaba la fertilidad del trópico; y, si de noche, la limpidez del cielo que permitía ver en toda su esplendidez, las maravillas del espacio sideral.

           El Calvario era un complemento de las características de las costumbres sencillas de la ciudad, entre las cuales prevalecía el recogimiento y la contemplación de las bellezas naturales.

      Jardines de El Calvario, 1953
      Jardines de El Calvario, 1953

           Después del triunfo de la Revolución de Abril, acaudillada por el ya citado general Guzmán Blanco, y hecho ocurrido el año 1870, comenzó a agitarse una tendencia progresista en la República, y principalmente en Caracas. El Calvario gozó de esa tendencia: el gobierno lo escogió para el Acueducto, que se proyectaba y, al efecto, se establecieron los grandes tanques con sus otros aditamentos, para recibir las aguas de las vertientes de Macarao, que eran conducidas desde veinte kilómetros, poco más o menos, por canales y acequias descubiertas en su mayor recorrido. Desde esos tanques se distribuía el agua por la red de tubería instalada por calles y plazas, y de ahí conectadas hacia las casas y edificios. Este servicio no abarcaba sino a un sector de las viviendas.

           Pasado algún tiempo, se regularizó el servicio, lográndose que un mayor número de viviendas tuviera agua en un porcentaje de más del setenta por ciento (70%). El resto se proveía de las pilas y fuentes públicas, que el Gobierno había hecho construir a distancia prudencial. 

           Una Compañía Belga, cuyo representante en Caracas lo fue el señor Paquet, se hizo cargo de la administración del Acueducto, mediante contrato. Esa circunstancia tuvo por consecuencia, el ensanche de la distribución del agua y otras mejoras, cuyos resultados fueron eficientes. El Calvario quedó ligado al Acueducto, pues cuando se nombraba a éste, se decía el Acueducto de El Calvario.

           La importancia que adquirió el lugar con la instalación aludida, hizo que el presidente Guzmán Blanco prosiguiera con otras obras de embellecimiento, tales como amplios jardines, siembra de árboles en abundancia, construcción de pajareras con variados especímenes; asimismo jaulas con animales raros y de diversas especies. Se hicieron caminos amplios en todo el contorno de la colina por donde se accedía a ella hasta su máxima altura. Sus laderas fueron sembradas de árboles que le daban un aspecto bello y una frescura grata al paseante. En la parte noreste se construyó la escalinata, que aún hoy se conserva, y que es de admirable imponencia.

           A la par del embellecimiento de El Calvario, crecía su prestigio, y la gente que vivía en Caracas, como la que venía de fuera, lo escogieron de lugar favorito de esparcimiento.

           El general Guzmán Blanco pensó que ningún sitio era más apropiado para ubicar su monumental estatua que El Calvario; y, al ser decretado el descabellado homenaje, se procedió a su realización; y, precisamente en el propio centro de la Colina, y en donde estuvo la Ermita ya mencionada, quedó levantado el bronce, que desde cualquier ángulo de la ciudad podía divisarse, tal era de alto y voluminoso. Este desafiante monumento tuvo el triste y lógico fin, que queda dicho.

      Estatua de Antonio Guzmán Blanco en el Parque El Calvario, derribada por el pueblo en 1889
      Estatua de Antonio Guzmán Blanco en el Parque El Calvario, derribada por el pueblo en 1889
      Capilla Nuestra Señora de Lourdes, El Calvario, diseñada por el arquitecto venezolano Juan Hurtado Manrique, en 1885
      Capilla Nuestra Señora de Lourdes, El Calvario, diseñada por el arquitecto venezolano Juan Hurtado Manrique, en 1885

           Nuevas atenciones mereció El Calvario, y, entre una de las más notables fue la de ser el primer lugar público que se le alumbrara con luz eléctrica en la capital. Para iluminar el “Teatro Guzmán Blanco” (hoy Teatro Municipal) inaugurado en 1883 con motivo del Centenario del nacimiento del Libertador, se montó una planta eléctrica de modesto voltaje, y el fluido se distribuyó para iluminar el Teatro y parte de El Calvario. Cuando había función en el Teatro, no había luz en el “Paseo Guzmán Blanco”, que también así se llamaba. La consabida planta eléctrica estaba situada en una casa de la parte sur del Teatro, calle por en medio. 

           Algún tiempo después de tener Caracas su servicio de luz eléctrica, podía verse séquito nutrido de personalidades invitadas al efecto, para presenciar el novedoso acontecimiento. El público asistente puede decirse que fue la mayoría de los habitantes de Caracas y muchas personas que se trasladaron del interior.

           La impresión dejada por el tal simulacro, tuvo su pro y su contra; porque si hubo demostración de cierto mejoramiento en el Ejército, se registraron actos dolorosos: los fusiles que habían sido, como es natural, para ser disparados sin plomo, fueron proveídos por algunos soldados, de piedras que ocasionaron algunas desgracias, entre ellas, la herida que recibiera en un ojo el estudiante de artillería Maximiliano Iturbe.

      Imagen de Nuestra Señora de Valvanera, ubicada en la capilla Nuestra Señora de Lourdes, en El Calvario
      Imagen de Nuestra Señora de Valvanera, ubicada en la capilla Nuestra Señora de Lourdes, en El Calvario

           Andando el tiempo, “La Planicie” fue utilizada para construir la Academia Militar, cuyo proyecto fue obra del doctor Alejandro Chataing, de amplio y merecido renombre.

           El Decreto que creaba la Academia, lo firmó en 1904 el general Cipriano Castro, presidente de la República, y el edificio se inauguró dos años después, y prestó servicio como tal, hasta que, en 1955 se construyó una modernísima Academia a tono con el progreso que adquiere el país.

           En la antigua Academia de La Planicie funcionó un tiempo el Ministerio de la Defensa, y en su contorno se han hecho otras construcciones.

           No siempre El Calvario, en los últimos tiempos, ha conservado el mismo interés: ha tenido en veces crisis de olvido por parte de los caraqueños, y hasta ha sido descuidado por quienes estaban obligados a mantenerlo en el mismo plan de principal paseo capitalino.

           Pero, esas crisis no han sido definitivas, pues si hay algo en esta ciudad que la enorgullece, es ese sitio en donde generaciones han soñado debajo de sus árboles y meditado al recorrer sus caminos.

           También hubo, en cierta oportunidad, un intento de desaparecer sus jardines, instalando en ellos tanques y otras fundaciones. Afortunadamente, una voz sensata se dejó oír: la de Enrique Bernardo Núñez, insinuando que se detuviera la intención, que en resumida no pasaba de ser sino un exabrupto. Aquello abortó, y es de suponer, que esa preciada joya que es “El Calvario”, jamás sea amenazada con similar propósito.

           Y para concluir estos breves apuntes, diré que el Paseo Independencia (El Calvario), ha merecido mucha atención de las autoridades distritales, como puede comprobarse al recorrer sus avenidas, ver sus nuevas obras, y el esmerado cuidado de sus jardines, en donde se levantan los bustos de preclaros intelectuales nuestros, para quien pidió el mencionado Enrique Bernardo Núñez, en feliz oportunidad, un sitio apacible donde erigir sus imágenes. 

           Y allí están, sino todos, sí algunos que son muy merecedores del recuerdo, y que ojalá otros muchos vayan a hacerles compañía, y reciban también, como los que ya están, los rayos del sol y las brisas de la Patria que tanto honraron, y cuyo ejemplo es un estímulo a seguir”.

      FUENTES CONSULTADAS

      • Crónica de Caracas. Caracas. nov-dic. 1958; págs. 188-195

      El carácter del pueblo caraqueño

      El carácter del pueblo caraqueño

           El primer embajador de Brasil en Venezuela, Miguel María Lisboa (1809-1881), mejor conocido como el Consejero Lisboa, se le encomendó la misión diplomática de viajar y estudiar a profundidad las características de las repúblicas fronterizas con Brasil (1843-1853). A partir de ese recorrido, Lisboa escribe un libro titulado Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, donde, entre muchas otras informaciones, relata su vivencia en Caracas y las costumbres de sus habitantes

      Retrato de Miguel María Lisboa, el Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela y autor de un libro titulado Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, donde relata su vivencia en Caracas (1843-1853)
      Retrato de Miguel María Lisboa, el Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela y autor de un libro titulado Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, donde relata su vivencia en Caracas (1843-1853)

           El concepto de carácter nacional fue de amplio uso, entre letrados del 1800 y una porción del 1900, para hacer referencia a hábitos, costumbres, disposiciones o formas de ser en los distintos espacios territoriales denominados pueblos, países o naciones. El concepto de carácter nacional sirvió de sustento para mostrar lo asumido como cualidades, atributos y especificidades de los pueblos. Éstas se asociaron con una raíz de origen cultural y a partir de la cual mostrar una manera de ser. Resultó un concepto que se fue desplazando con el uso de identidad de los pueblos el cual se desplegó durante el 1900. Sin embargo, ambos conceptos conservan rasgos comunes porque las situaciones que señalan se han asumido como expresión inmutable y sustantiva de las comunidades humanas.

           Las líneas que siguen las he ordenado según lo que el Consejero Lisboa, de quien, en este mismo espacio, he hecho referencia respecto de otros asuntos tratados en su texto Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, redactado en 1853 y editado en 1865. En esta ocasión vale la pena una aproximación a las consideraciones vertidas por este brasileño acerca del carácter de los habitantes de Caracas y las costumbres sociales que estampó en el escrito mencionado con anterioridad.

           De los pobladores de Caracas expresó que ellos se mostraban ufanos y orgullosos de su pasado reciente como repúblicas independientes. Lisboa les dio la razón al mencionar a Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre como artífices de la victoria de Venezuela y otros espacios territoriales de la América meridional frente a la monarquía española. Por otro lado, dejó escrito la dificultad existente para determinar la cantidad de pobladores de esta comarca. Dificultad que adjudicó a la resistencia de algunos grupos de la sociedad para colaborar con censos porque los asociaban con incremento de impuestos. 

           Sin embargo, señaló que convivían en ella cerca de cincuenta mil almas. De acuerdo con sus observaciones la población estaba constituida, al igual que en Brasil, por blancos, descendientes de africanos puros y de mestizos de sangre europea, africana e indígena. Puso a la vista del lector que los primeros eran minoría, siendo la de africanos puros menores aún, “de modo que predomina, como es fácil comprobar con sólo pasear por las calles y plazas de la ciudad, la raza mestiza”. Para dar fuerza a esta información recurrió a la Memoria del ministerio de interiores, fechada en 1845, a partir de la cual se detuvo para presentar unas breves consideraciones acerca de los esclavos y de la esclavitud. De éstos expresó que su número era mayor en el campo que en las ciudades. Recordó que por ley de 1821 se estableció la manumisión y que también un esclavo antes de cumplir 31 años podía comprar su libertad.  

           Antes de iniciar la redacción de “algo sobre la índole de los habitantes de esta capital” añadió que lo haría con recelo, “porque, así como la misión más interesante y útil del viajero es observar las variedades del corazón humano, así es esta tarea la más difícil de todas y la más delicada”.

           Bajo este marcó anotó que las sociedades americanas se diferenciaban de las sociedades progenitoras porque en aquéllas aparecieron circunstancias diferentes que les daban otro matiz. En primer lugar, señaló que la esclavitud había dividido las sociedades americanas desde los primeros años de la conquista. Para él los hábitos de dominación, por un lado, y de dependencia, por otro, dividieron e influyeron sobre el carácter de estos dos grupos en las sociedades, “los vicios y virtudes a tan distintas condiciones, aún hoy se pueden descubrir, modificados por cruzamientos entre ellos y por la confusión de jerarquías que la guerra de la Independencia produjo”.

      En la década de 1840, los caraqueños se ufanaban y se sentían orgullosos de su pasado reciente como república independiente y de los artífices de ese logro, entre ellos, Simón Bolívar. Retrato al óleo, José Gil de Castro. c.1825
      En la década de 1840, los caraqueños se ufanaban y se sentían orgullosos de su pasado reciente como república independiente y de los artífices de ese logro, entre ellos, Simón Bolívar. Retrato al óleo, José Gil de Castro. c.1825

           Líneas antes de esta consideración expresó que los dueños de esclavos no podían ser considerados unos desalmados y que abandonaban a su suerte a los manumitidos, lo subrayó por haber constatado casos de amos que se habían visto en la obligación de recoger a antiguos esclavos por las penalidades que sufrían luego de haber logrado superar la condición de esclavizado. A esta acotación agregó que la condición de esclavo para un ser humano lo condenaba a la sumisión y al despotismo, “que no la preparan para la abnegación que la forma de gobierno representativo exige, cuya base fundamental es la voluntaria sumisión del menor número al mayor”. Desde esta perspectiva aseguró que la lucha por la emancipación americana les granjeó a sus protagonistas gloria militar, pero “les sujetó a un nuevo despotismo no menos violento que el antiguo, y que también ha influido en lo que hoy se puede llamar carácter nacional”.

           Un caso contrario a lo que se hizo tradicional en las naciones hispanoamericanas, como lo ha sido el despotismo, sería Chile, “donde la esclavitud y el despotismo militar existieron comparativamente en grado menor”. Para Lisboa en el país austral se habían notado menos los defectos que él atribuyó a los otros países del orbe latinoamericano. En relación con el segmento de la población de Caracas que reconoció como “pueblo bajo” le sirvió para mostrar su tesis respecto a la esclavitud y su impacto en los hábitos de sumisión arraigados a lo largo de la historia. La característica de mayor prominencia que expuso ante sus lectores fue la de unos individuos que llevaban una existencia de ambivalencia entre sumisión y altivez, desconfianza y presunción, de extremo afecto y esquivez, ergo, “cierta falta de fijeza de carácter, que es la consecuencia natural de su origen servil, modificado por la influencia de la revolución y de la subsecuente emancipación que es incapaz de obrar por sí en ningún caso, y constituye una mera máquina que sólo se mueve a impulso de los ambiciosos que la emplean en provecho propio”.

           En cuanto a las denominadas “clases elevadas” reseñó que no era difícil diferenciar rastros del carácter tan pronunciado de sus parientes progenitores españoles, “modificados por las circunstancias de climas y de política moderna”. Expresó que el patriotismo y orgullo de nacionalidad de los caraqueños era muy parecido al de sus progenitores españoles. Aunque, “no lo son menos los hábitos de inacción y de indiferencia política, debidos quizá en gran parte al régimen militar y a la influencia de las oligarquías que esterilizan los esfuerzos de la inteligencia y de la dedicación, y descorazona a los hombres pacíficos y moderados, anulando muchas veces valores de primera clase”. Para él, la consecuencia de esta actitud daba como resultado la escasa participación de los actores sociales en la vida pública, con los que se deja en manos de “unos pocos atrevidos ambiciosos” los destinos de la vida de los noveles estados.

           No tuvo remilgos para catalogar al “pueblo bajo de las ciudades” como dócil y fácil de manipular. “Excitado, engañado o seducido, mete bulla, vocifera y comete excesos; mas, naturalmente, no tiene aquella ferocidad que le atribuyen observadores apasionados”. Para reafirmar esta percepción expuso cómo en ocasiones se había azuzado al pueblo bajo con la entrega de armas a favor de una parcialidad política con lo que concluyó que quienes dirigían las acciones políticas de Venezuela, deberían aprovechar la mansedumbre del pueblo para consolidar la paz y desarrollar los recursos de la república.

      En su obra, el Consejero Lisboa pondera de manera positiva el papel de las mujeres en la edificación republicana y en la lucha por la emancipación
      En su obra, el Consejero Lisboa pondera de manera positiva el papel de las mujeres en la edificación republicana y en la lucha por la emancipación

           De las “clases altas” refirió el haber observado, entre sus integrantes, mucho del arrojo y del decoro heredado de los españoles, con una gran independencia de carácter, pero con “una susceptibilidad extrema, nacida, tal vez, de la conciencia que tienen del atraso de su país y del temor que los extraños les critiquen y se mofen”. Con clara intención de equilibrar sus consideraciones expresó que había logrado precisar en este sector social una fuerte disposición de bonhomía e indulgencia de carácter, tal como sucedía en otros países colonizados por los españoles. Refirió que en situaciones de apuro la solidaridad estaba muy presente, lejos de un ceremonial fingido. Agregó que para la preparación de alguna fiesta la colaboración desinteresada se hacía presente. Contó que, cuando en 1847 estuvo por primera vez en Caracas al momento de marcharse para atender otros asuntos, no encontraba como vender artículos que no podía llevar consigo para el lugar que se iba. La solución la encontraron los amigos que tuvo a bien conquistar en esta primera oportunidad, quienes entre ellos le compraron lo que no podía trasladar con él.

           Ponderó de manera positiva el papel de las mujeres en la edificación republicana y en la lucha por la emancipación. De igual modo, lo hizo con los herederos de los mantuanos y hábitos que aún mantenían vivos, pero que con la nueva realidad política tendían a diluirse con los nuevos tiempos. Expuso que existía una rivalidad entre los descendientes de familias mantuanas, como el caso de los Toro y los Tovar, quienes no se unían los unos con los otros. Comentó el caso de dos representantes diplomáticos en Venezuela, que tuvieron problemas con representantes de algunas familias influyentes de la sociedad caraqueña y que como respuesta fueron excluidos de todo acto social con lo que dejó asentado el menosprecio por haber expresado algunas consideraciones acerca de los habitantes de la ciudad.

           En lo que respecta a algunas costumbres de los caraqueños le llamó la atención, “el aseo de las clases bajas del pueblo caraqueño, en especial de las mujeres, por lo que toca al traje”. Refirió que era un placer llegar al mercado de la ciudad, a las seis de la mañana, “y contemplar la gran concurrencia de vendedoras y compradoras, brillando con sus alegres trajes bajo los rayos del naciente y vivificador sol”. Similar situación observó los domingos en las iglesias y los días de procesión por las calles. “Los hombres no van tan cuidadosamente aseados; usan como la gente del campo y los esclavos del Brasil, calzoncillos de algodón americano, camisa de los mismos, sobrepuesta a guisa de blusa, y sombrero de paja ordinario”. El poncho, llamado en Venezuela cobijo, era de uso común entre las distintas clases sociales. “la gente rica del campo vístese, en general, como en el Brasil, y usa frecuentemente el sombrero que nosotros llamamos de Chile, y en Venezuela de Panamá, y que no viene de Chile ni de Panamá, sino de Guayaquil o de Jipijapa”.

           En cuanto a las sillas de montar las calificó como de buena calidad e idóneas para cabalgar. “Esa comodidad es debida a que su núcleo, que está formado entre nosotros por varias piezas, unidas por tiras de hierro, es allí de una sola pieza, de madera tallada, en forma curva, de manera que deja entre ella y la parte alta del lomo de la bestia una separación de tres pulgadas”. Los trajes de los “elegantes” era similar a los utilizados en Londres y París. Los estilos de moda provenientes de estas capitales europeas los obtenían de quienes debieron abandonar el país en circunstancias desfavorables para sus intereses sociales.

           En este orden de ideas, relató que a partir de 1848 la diatriba política se incrementó y el descontento de quienes vivían en el exilio, había “extinguido casi completamente la vida de sociedad de los caraqueños y disminuido las ocasiones en que pueden lucirse con gusto las toilettes”. En los pocos ágapes que ahora se presentaban en la ciudad resaltó la distinción de las mujeres de las clases pudientes.

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