La Caracas de 1852-1854

La Caracas de 1852-1854

Miguel María Lisboa, mejor conocido historiográficamente como Consejero Lisboa, fue un diplomático enviado por el gobierno brasileño a estudiar las características de las repúblicas fronterizas con Brasil. Desde septiembre de 1852 hasta enero de 1854, recorrió parte de Venezuela, Colombia y Ecuador, escribiendo un amplio relato de su viaje por los lugares visitados; el escrito fue publicado bajo el título “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”. Allí describe aspectos sociales, entre otros, de la Caracas de 1852-1854

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Miguel María Lisboa (1809-1881), conocido como el Consejero Lisboa, diplomático brasileño que vivió dos etapas de su vida en Venezuela. Primero entre 1843 y 1844, y luego entre 1852 y 1854

     Uno de los usos sociales que fue objeto de comparación por parte del Consejero Lisboa se relacionó con los recién llegados a alguna ciudad de América y lo que sucedía con cualquier forastero que se asentara en algún lugar de Europa. De esta última recordó que quien llegaba a ella tenía por costumbre tomar la iniciativa de visitar a amigos y conocidos. En cambio, en tierras americanas era diferente porque el forastero era saludado por los habitantes de una de las ciudades pertenecientes al Nuevo Mundo. Puso a la vista que esto era muy común en Brasil, Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Quito y Lima. “Los caraqueños, sin embargo, no llevan tan lejos su amabilidad y exigen de los forasteros un término medio, esto es, que se anuncien enviando un billete a las personas con quien quieren relacionarse y recibiendo la primera visita en persona”. Acotó que tal costumbre había sido censurada, sin embargo, algunos sostenían la práctica al calificarla de actitud moderna.

     Para dar fuerza a este argumento, tal como lo hizo con otras aseveraciones relacionadas con los caraqueños y Caracas, rememoró que cuando visitó la ciudad la primera vez, en 1843, tuvo que enviar tarjetas de presentación a algunos lugareños. No obstante, durante su segunda visita, en 1852, los amigos y relacionados con los que compartió en la primera ocasión fueron quienes le dieron la bienvenida tanto los caballeros como sus señoras y sus doncellas. Ponderó el cumplimiento de los deberes sociales, al corresponder las visitas, al cumplir de manera escrupulosa pésames y felicitaciones, “y hasta conocen los modernos de visitas de sobremesa, fiestas y Año Nuevo”. También destacó que, entre mujeres y hombres existía la tradición de visitar los días de su santo a amigos y parientes.

     Agregó que después de 1848 los habitantes de la comarca habían restringido fiesta y ágapes. Calificó lo acontecido este año como tumultuoso, “produjo tantas desgracias y tantas discordias entre los principales habitantes de Caracas”. De los caraqueños expresó que tenían buen gusto para las fiestas y los bailes, “nadie lo sabe hacer mejor”, dejó escrito. Contó que, el día 3 de octubre de 1852 un mantuano lo había invitado a una celebración en ocasión del doctorado en leyes de uno de sus hijos. Expresó que, a pesar de ser poco amante de Terpsícore se había retirado a sus aposentos a las tres de la mañana. Escribió que toda la casa se había adornado para el baile que se presentaría y en cuyo salón había no menos de trescientas luces y una orquesta de doce músicos que interpretaban composiciones de Strauss, Herzog y Lanner, entre otros. Sin embargo, agregó que los bailes en la ciudad no eran frecuentes. El que describió le pareció lleno de delicadeza y buen gusto y que por los manjares que se servían, “igualaba los mejores de Europa”.

     Alrededor del lujo y la elegancia de fiestas como la señalada por el Consejero Lisboa, observó un detalle de los bailes presentado en Caracas, una característica que para él los hacía especiales frente a los bailes que presenció en Europa. Expresó que, en la parte de fuera de las ventanas, así como en los patios e interior de las viviendas, donde se desarrollaban bailes llenos de esplendor, “se apiñan los criados y esclavos de ambos sexos, vestidos aseadamente, los que acompañan a las señoras al baile”. Llamó la atención acerca de esta circunstancia y a la que comparó con el trato ofrecido a los sirvientes por parte de sus amos en Europa. Para él resultaba ser otro buen ejemplo del carácter indulgente y bondadoso de los habitantes del Nuevo Mundo. Para Lisboa resultaba “una prueba de que el estado de esclavitud que los abolicionistas pintan con tan medroso corazón tiene en América, especialmente en las grandes poblaciones, ventajas que ellos les niegan”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Los caraqueños son muy gentiles de los deberes sociales, al corresponder las visitas, al cumplir de manera escrupulosa pésames y felicitaciones. Tienen por tradición visitar los días de su santo a amigos y parientes

     Según observó, un análisis imparcial de las condiciones de vida de los esclavos urbanos se podía corroborar que ellos, en su gran proporción, estaban “considerados en América como formando parte de la familia y tratados con mucha más indulgencia que los criados europeos. En Europa, los criados forman una casta separada en todo de sus amos”. Por otra parte, su criado de nombre Simplicio le hizo notar que algunos sacerdotes fumaban en la calle. Lo que lo llevó a establecer que en Caracas era un hábito muy generalizado entre sus habitantes. En el caso de mujeres las observó, pero en sus casas frente a amigos muy cercanos y “siempre tras muchas disculpas y satisfacciones”.

     Para lo que denominó la embriaguez indicó que no vio en las caraqueñas una propensión a consumir bebidas alcohólicas. Incluso expresó que entre la “clase baja” solo se podían observar borrachos en fiestas públicas. En cuanto al juego, agregó que cuando visitó la ciudad por vez primera la recreación, con sus excesos y desgracias, no era como en Lima y Santiago de Chile. Según información obtenida por él, “desde el malhadado 1848, anulada la sociabilidad por causa de la revolución, muchos caraqueños buscaron distracción en aquel vicio fatal. 

     Es un argumento más contra las revoluciones, especie de caja de Pandora que encierra en sí todos los males de la tierra”. Argumentó que, por ser descendientes de los españoles, los caraqueños conservaban una pasión y tendencia por las ideas religiosas, una característica muy propia de aquéllos según relató. Sin embargo, los caraqueños daban mayor importancia a las prácticas exteriores y no a la esencia y dogma cristianos. De estas prácticas agregó no haber presenciado nunca controversias o peleas por cuestiones religiosas. De igual modo, puso a la vista que quienes acudían con mayor frecuencia a las iglesias eran las mujeres. Agregó: “En su ignorancia de la pura doctrina y de la historia de la religión católica, se parecen mucho los venezolanos a otros pueblos de la América española”.

     De seguidas, añadió que las procesiones en Caracas eran consideradas una expresión de diversión colectiva y que eran las únicas fiestas en que el pueblo en general participaba sin distinción social alguna. Pudo comprobar que toda la sociedad se volcaba a participar y “hacen un extraordinario consumo de pólvora en petardos y cohetes”. La iglesia de las Mercedes era la más dispendiosa durante estas fiestas. Argumentó, en este orden, que la religión de un pueblo servía para medir sus virtudes caritativas. Anotó que entre los establecimientos de caridad pública que existían en la ciudad se encontraba el Hospital de la Misericordia, en donde había una sección solo para leprosos, mal que aquejaba a muchos venezolanos, en especial hacia el oriente del país.

     Indicó no haber localizado casa de expósitos en Caracas. Por otra parte, dispuso para el lector lo que denominó “las capacidades mentales de los caraqueños”. A propósito de esta denominación destacó “que tienen en la capital un grado de adelanto superior a su población, a su importancia política y a sus progresos materiales”. Sin embargo, no dejó de mostrar desasosiego por el “espíritu demagógico” que se estaba sembrando por el país. De la prensa caraqueña destacó que estaba bien dirigida y diseñada. En lo referente al uso de lenguas extranjeras puso de relieve que la lengua francesa e inglesa era muy común entre los jóvenes de la capital.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El Consejero Lisboa observó que las procesiones en Caracas eran una expresión de diversión colectiva y que eran, además, las únicas fiestas en que el pueblo en general participaba sin distinción social alguna

     En cuanto a la lengua y los modos usuales que ella mostraba entre los habitantes de la comarca. Lisboa puso en evidencia el ceceo que les daba una cadencia particular a los caraqueños y que se mostraba, en este sentido, diferente al español de la sociedad progenitora. De igual manera, expresó que otra “irregularidad” del idioma, que no había apreciado en España ni otro país latinoamericano, era el uso generalizado de diminutivos que eran aplicados a los gerundios, “los que dan a la conversación un sonido tierno, muy en armonía con las costumbres suaves de los americanos”. Asimismo, puso de relieve el uso, entre los habitantes de Caracas, de interjecciones como el “guá”, “que en boca de las caraqueñas suena con mucha gracia y expresión”.

     A su descripción agregó que había asistido a una colación de grados, el 3 de octubre de 1852. Añadió que los graduandos vestían un “traje apropiado”. El mismo consistía en un vestido confeccionado con seda negra, con togas parecidas a las usadas por los magistrados del Brasil, acompañadas de una muceta y un birrete con borla. 

     “La muceta es parecida a la que usan nuestras hermandades en el Brasil, y el birrete es parecido a un turbante turco, coronado en lo alto con una borla de lana o, en algunos casos, por una flor de oropel, y adornado con una franja cosida en la parte alta de la copa, que cae sobre los lados y lo cubre todo. Los colgantes de esta franja tienen un tamaño de un palmo, y cuando el birrete está sobre la cabeza, tapan las orejas y parte de la cabeza del doctor”.

     Describió los actos realizados en la iglesia y los correspondientes al ofrecimiento de los títulos para los graduados, por parte de la autoridad correspondiente. En una de las fases de la ceremonia académica, el doctor en Cánones pronunció un discurso “henchido de eruditas citas de los Santos Padres, pero demasiado extenso”. Luego le siguió un doctor en leyes que, según Lisboa, pronunció un discurso elegante y bien tramado, “y que hubiese merecido universal aplauso si no hubiera encerrado una frase ofensiva para el gobierno español, cuyo representante había sido invitado al acto”. Ante esta circunstancia, Lisboa agregó que esa fracción del discurso había sido reprobada por la mayoría de los asistentes al acto de graduación.

     Según contó, luego fueron invitados a degustar un “abundante refresco” por invitación de uno de los padres de los graduados en leyes. A este respecto escribió que era una mesa espléndida a la que habían sido admitidos todos los doctores, “y todos lo que no lo eran; en una palabra, todo el mundo”. Luego de haber terminado este tentempié la mesa presentaba un aspecto triste, cuyos destrozos le hicieron rememorar un campo de batalla. Sería en esta misma casa en la que, posteriormente, se ofrecería un baile plagado de buen gusto.

     Observó la existencia de otros establecimientos educativos sostenido por los gobiernos provinciales y municipales. Entre ellos destacó una escuela de música, a cargo del consejo municipal. Contó que había asistido a una exposición de los estudiantes de dibujo. En ella se presentaron setenta y cuatro trabajos, realizados al óleo y a lápiz. De éstos comentó una copia de la huida a Egipto, de Murillo, cuyo original reposaba en una iglesia de Caracas. Para él la muestra de los dibujos presentados en octubre de 1852 servía para dar fe de los progresos alcanzados por los alumnos y del estímulo para seguir demostrando sus progresos.

     En su escrito señaló que el establecimiento educativo más digno de alabanza era la Escuela de Artesanos. La misma había sido fundada por un teniente de ingenieros. Desde su establecimiento se habían ofrecido lecciones, todas las noches y los días domingo, de lectura, caligrafía, aritmética, álgebra y geometría para todos los artesanos de Caracas. Comentó que esta iniciativa merecía los mayores elogios. Por tanto, indicó “Es este un hermoso establecimiento donde las clases inferiores de la sociedad adquieren una instrucción, no metafísica y perniciosa, sino adaptada a sus más urgentes necesidades, práctica y útil, y al mismo tiempo dedican al estudio las horas que se perdían antes por las tabernas y consagraban al vicio”. Agregó que era deseable que no se entrometiera la “maldita política” y que convirtiera este establecimiento en un “club de conspiradores”. 

Homenaje al Doctor José Guillermo Andueza por Gabriel Ruan

Homenaje al Doctor José Guillermo Andueza por Gabriel Ruan

     Es un honor haber sido invitado a participar en este acto homenaje al profesor y académico José Guillermo Andueza, a quien me unieron lazos de admiración, respeto y amistad desde mis tiempos de estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela, en la cual él ejercía el decanato cuando yo ingresé a ella a fines del año 1964. En esos días tocaba al doctor Andueza, más que dirigir la actividad académica, encarar la situación de violencia política instaurada en la UCV y hacer el papel de árbitro en los enfrentamientos físicos entre los estudiantes de la izquierda guerrillera y del socialcristianismo (entiéndase PCV, MIR, Democracia Cristiana, Copei, MUC, independientes, etcétera) con su presencia apaciguadora, plena de compromiso institucional y de coraje.

Los movimientos precursores del 19 de Abril

Los movimientos precursores del 19 de Abril

Este escrito fue publicado por el historiador larense José Gil Fortoul, en la célebre revista caraqueña El Cojo Ilustrado, en su edición del 15 de abril de 1910. Gil Fortoul, prolífico escritor, fue uno de los principales divulgadores del positivismo en la Venezuela de comienzos del siglo XX. Su obra presenta rasgos que la distinguen por su voluntad de incorporar diferentes corrientes de pensamiento: evolucionismo, darwinismo y liberalismo

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El guaireño José María España fue uno de los dirigentes del célebre movimiento independentista de 1797, conocido en la historia como Conspiración de Gual y España

     Si fue casi nula durante los tres siglos de la Colonia la iniciativa local en ciencias, artes, industrias ni política, observase que no hubo tampoco degeneración ni decadencia; antes fueron aquellos largos siglos una especie de laboratorio en el que empezaron a compenetrarse las tres castas originales.  ̶ española, india y africana ̶   para formar la variedad mestiza que predominó después en la evolución de la República. Por otra parte, todos los seres organizados, o individuales o colectivos, tienden instintivamente a durar; y en toda agrupación humana, por imperfecta que sea su constitución, se forma al cabo de cierto tiempo una clase de individuos social e intelectualmente superiores, que se atribuye de hecho la función cerebral de la colectividad. ¿De dónde vienen? O surgen del seno mismo de ella, en virtud de la sola tendencia social a la diferenciación, o son conquistadores o inmigrantes pertenecientes a otras razas: fenómenos que se efectúan unas veces en sucesión y otras conjuntamente. A menudo, por las relaciones con pueblos más civilizados, se produce en el que lo es menos una infiltración de ideas extranjeras, que transforman tarde o temprano el acervo de las ideas tradicionales.

     Cuando comienza el siglo XIX, a pesar del sistema español de trabas y aislamiento, y no obstante la tendencia conservadora de la Universidad de Caracas, verse ya constituida en Venezuela una clase social superior, por sus riquezas y por sus dotes intelectuales, la cual propende naturalmente a predominar en el destino de la Colonia. Muchos miembros de las familias ricas, nobles y «mantuanas», aparecen contagiados del espíritu revolucionario europeo, leyendo ocultamente libros nuevos o viajando por países extraños.

     Y esta infiltración de la corriente revolucionaria de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, junto con la reviviscencia de las antiguas instituciones españolas como la autonomía municipal y provincial, explican el final empeño de los colonos venezolanos en atacar, en sus fundamentos mismos, la organización política implantada por sus antepasados. Al través de vacilaciones, componendas, tentativas y ensayos eclécticos, acaban por sustituir el régimen monárquico con el republicano, y poco a poco van suavizando la férrea oligarquía territorial o agraria, hasta preparar la evolución democrática.

     A mediados de 1797 se descubre y fracasa el movimiento revolucionario dirigido por Gual y España. Cuán radical era su propósito revelando las ordenanzas que distribuyeron entre sus copartidarios: Según las cuales los vecinos se armarán como puedan  para deponer a todos los empleados españoles en rentas, guerra y justicia; en cada pueblo se constituirá una Junta de gobierno provisional, y dentro de dos meses enviarán diputados a la capital para declarar la Independencia y establecer el gobierno definitivo; serán libres la siembra y venta del tabaco; se suprimirá todo impuesto sobre los comestibles, y se rebajará la cuarta parte de las demás contribuciones; se abolirá el derecho de composición de tiendas y pulperías, y el de alcabala; se abrirán todos los puertos al comercio exterior; se prohibirá la exportación de oro y plata, a no ser en cambio de efectos de guerra; se proclamará la igualdad natural de todos los blancos, pardos, indios y negros; se abolirá para siempre el tributo de los indios y la esclavitud de los negros, pero abonando a los amos de esclavos su justo valor de los fondos públicos; se establecerá la milicia de todos los ciudadanos de dieciséis a cuarenticinco años; la nueva república se compondrá de las cuatro Provincias de Caracas, Maracaibo, Cumaná y Guayana, y la bandera nacional será blanca, azul, amarilla y encarnada, en alusión a las antiguas cuatro castas de blancos, pardos, negros e indios.  ̶ Como se ve, esta tentativa de reforma radical, y no la aventura oligárquica   y reaccionaria de Juan Francisco de León en 1749, fue el primer paso dado hacia la Independencia. El programa de 1797 contiene ya en germen el que realizarán los patriotas de 1810 y 1811.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El guaireño Manuel Gual, fue uno de los dirigentes del célebre movimiento independentista de 1797, conocido en la historia como Conspiración de Gual y España

     En mayo de 1799 estalla otra revolución republicana en Maracaibo. Sin mejor éxito que la de Gual y España. En abril de 1806 el régimen colonial se ve amenazado por un peligro mayor: la expedición libertadora de Francisco de Miranda. Proponíase éste emancipar todas las Colonias hispano-americanas, y desde 1790 venía negociando a este respeto en Londres con el ministro Pitt. Tratábase de formar un grande Estado desde el Mississipi al cabo de Hornos. Estado que había de organizarse a imitación de la Monarquía Inglesa, con un Inca o Emperador hereditario, una Cámara Alta de Senadores o Caciques vitalicios y otra Cámara de los Comunes elegida por los ciudadanos. Con semejante plan, y con el apoyo moral y material de Inglaterra, se presenta Miranda en las costas de Venezuela en 1806, y fracasa. Porque si bien es cierto que la oligarquía criolla deseaba contar con la simpatía del Gobierno británico, temía al propio tiempo las consecuencias de cualquier comromiso que al desligarla de la Corona de España la sometiese a otra Corona extranjera. Aspiraba a su autonomía, ora llamando a un Borbón a ceñirse la corona deTierra Firme, ora aparentando fidelidad a la bamboleante dinastía española, o ya constituyendo un Estado independiente cuando ésta desaparecise bajo la invasión francesa.

     En 1808 vuelve a equivocarse Miranda acerca de los sentimientos y tendencia de sus compatriotas. No bien tuvo noticias de la abdicación de Bayona, escribió desde Londres al marqués del Toro, quien recibió la carta en Caracas por el mes de octubre y se apresuró a comunicársela al Capitán General calificando a Miranda nada menos que de traidor, por haber procedido y estar procediendo de acuerdo con una potencia extranjera contra su Rey. Ignorante de este incidente volvió a escribirle Miranda al marqués remitiéndole, entre otros papeles, dos proyectos: el uno de Gobierno Provisorio, el otro de Gobierno Federal; papeles que no llegaron a su destino, porque los interceptó el Gobierno de Curazao y los devolvió a Londres, al Ministerio de Colonias (enero de 1809). Estos proyectos difieren en puntos esenciales del de 1790. No se trata ahora del Inca hereditario, ni Senadores vitalicios. El Poder Ejecutivo se renovará cada diez años y lo ejercerán dos ciudadanos, con el título de Incas, nombrados por el Concilio Colombiano (parlamento); y éste se compondrá de representantes elegidos por las asambleas provinciales. Además «toda autoridad que emane del Gobierno español queda abolida ipso facto», y «las autoridades españolas serán sustituidas por los cabildos y ayuntamientos de las diferentes ciudades, los que agregarán al número de sus miembros un tercio escogido entre los indios y gente de color de la Provincia.»

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
La expedición de Francisco de Miranda, en 1806, fue otro de los movimientos precursores de nuestra independencia

     Pero la abdicación de Carlos IV y renuncia de Fernando VII habían trazado a los colonos venezolanos otro camino más llano para llegar a la autonomía, a la Independencia y a la República, Camino que recorren, entre vacilaciones, componendas y tentativas, de 1808 a 1811. Cuando la Junta Central de Sevilla declara en enero de 1809 que los dominios de España en las Indias no son ya «propiamente Colonias o factorías, como los dominios de otras naciones, sin una parte esencial e integrante de la Monarquía española»; cuando llama a su seno a representantes de los Virreinatos y Capitanías Generales; cuando en 1810 la regencia convoca a elecciones a sus colonos americanos, éstos ven que está agonizando el régimen colonial. La misma Regencia puede decirse que pronunció la oración fúnebre de la dominación española en las Indias Occidentales, cuando dijo en su Manifiesto del 11 de febrero: «Desde este momento españoles americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres, no sois ya los mismos de antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder; mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de venir a representaros en el congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los Virreyes, ni de los Gobernadores: están en vuestras manos». La última frase resumía la aspiración de los colonos americanos; y en vez de confiar en unas Cortes y en una regencia amenazada por los soldados de la invasión extranjera, prefirieron determinar solos y libremente el destino de la nueva patria”.

El escudo de armas de la Ciudad de Caracas

El escudo de armas de la Ciudad de Caracas

Enrique Bernardo Núñez, escritor, periodista y Cronista de la ciudad de Caracas, publicó, en 1951, en la revista Crónica de Caracas, un magnífico estudio fundamentado en documentos de los siglos XVI y XVIII, y en una investigación de Arístides Rojas

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Enrique Bernardo Núñez

     “Por real cédula despachada en San Lorenzo del Escorial, el 4 de septiembre de 1591, y a petición del procurador general Simón Bolívar, Felipe II concedió por armas a la ciudad de Caracas “en campo de plata de un León de color pardo, puesto en pie, teniendo entre los brazos una venera de oro con la Cruz roja de Santiago, y por timbre un coronel de cinco puntas de oro”. Esta real cédula ha desaparecido. Por lo menos no existe en el archivo del Ayuntamiento. Quizás pueda hallarse en el Archivo de Indias, de Sevilla, o en Santo Domingo. O sin ir más lejos, en el enorme material no clasificado que se halla en el Archivo Nacional. O entre los papeles sepultado en el olvido de algún afortunado anticuario. Se sabe de ella por la cita que hace José de Oviedo y Baños en el Cap. VIII, Libro V de su Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela. Madrid, 1723.

     La misma descripción se hace en el memorial fecha 21 de marzo de 1763, dirigido por el Ayuntamiento al rey en el Supremo Consejo de Indias. Allí se pide, entre otras cosas, que el nombre de Nuestra Señora ennoblezca el escudo de la Ciudad con estas palabras: AVE MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ SIN PECADO CONCEBIDA: “Un león de color pardo puesto en pie, teniendo entre los brazos una venera de oro con la Cruz de Santiago y por timbre un coronel de cinco puntas de oro. . .”

     El Rey Carlos III lo acuerda en San Lorenzo, a 6 de noviembre de 1763, recibida en Caracas el 22 de enero de 1764. Por esta real cédula se declara que la orla del escudo debe ser “en los términos que se previenen por la ley 44, título 22, libro I de la Recopilación de estos Reynos, y no en el modo que proponéis y referís . . .” Suscitóse una discusión acerca de cuáles serían los términos de dicha orla. Sostenía el Ayuntamiento que muy bien podría ser AVE MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ SIN PECADO ORIGINAL EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER NATURAL (*) El Gobernador José Solano, por auto de 5 de julio de 1765, dispone se consulte de nuevo al Rey. La ciudad lo hace en un largo informe, fecha 1 de julio 1765. Alegaba que por hacer más breve la leyenda habían omitido la palabra ORIGINAL. Desde el Pardo, a 13 de marzo de 1766, el rey dispone que la orla del escudo sea en los precisos términos de AVE MARÍA SANTÍSIMA SIN PECADO CONCEBIDA EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER NATURAL. Esta real cédula recibióse en Cabildo el 12 de junio de 1766. Disponía además que no se pusiese dicha orla en el real pendón “y solo se pueda poner en las Armas de los Estandartes que construya o tenga esta ciudad…” Y los señores del Cabildo, después de besar y poner sobre su cabeza dicha real cédula dijeron que la obedecían y dieron gracias a S.M. por las mercedes con que se dignaba honrar a esta ciudad. No obstante, el 10 de abril de 1767 vuelven a suplicar al monarca con las más prolijas razones, les conceda añadir en dicha orla” el título tan glorioso de MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ”. Pero esta instancia no tuvo resultado y la orla quedó definitivamente tal como se halla expresada.

     En ninguno de estos documentos se hace mención del color verde donde el león aparece asentado, tal como se ve en casi todos los escudos de la ciudad, dibujados en épocas posteriores. Este color verde fue probablemente imaginado y añadido por algún dibujante de tiempos modernos y así se estampó sin examen, aun en los grabados del escudo de armas de la ciudad. (Arístides Rojas, Obras Escogidas, p. 722. París, 1907). Allí lo describe en los mismos términos ya transcritos, añadiendo:

     “todo exornado con trofeos de guerra”. Rojas se lamenta de que Caracas hubiese “abandonado el más bello recuerdo de sus primitivos días”. En la procesión cívica del 21 de julio de 1833 –refiere–, el gremio de sastres llevaba un guión de seda blanco con borlas de oro. En este guión, llevado por el señor Pablo Velásquez, se veían pintadas al óleo las armas de Caracas. Se recordaba así el primer Simón Bolívar, a quien Felipe II no hizo sino confirmar las mismas adoptadas por los fundadores. Desde sus primitivos días la ciudad había elegido el león como blasón suyo. El año de 1579, los regidores disponen “que los padrones con que se ha de medir el vino lleven el sello del león de esta ciudad”.

     Y diez años después , en septiembre de 1589, disponen que el fiel ejecutor tenga en su poder “un sello en el cual estén esculpidas las armas de esta ciudad, para sellar todas las cosas que se hubieren de vender ”. (**)

     En conmemoración del Día de Caracas, el gobernador Gonzalo Barrios ha dispuesto que se haga una edición del escudo de armas de la ciudad, conforme a la documentación arriba expresada. (Resolución de 16 de julio de 1947). Para la forma del escudo se adoptó la que aparece en la edición de la Gaceta de Caracas, dispuesta por la Academia Nacional de la Historia. El dibujo es obra de Carlos Uriarte”.

Caracas, 25 de julio de 1947

FUENTES CONSULTADAS

  • (*) V. “Los pendones de Santiago de león de Caracas”, por E.B.N Revista Nacional de Cultura, N° 55.

  • (**) V “La Ciudad de los Techos Rojos. –El León de Caracas”, por E.B.N. Se concibe que el valle de Caracas, pueda, en remotas épocas, haber sido un lago antes que el río Guaire abriese su camino hacia el Este, al pie de las colinas de Auyamas y la quebrada de Tipe se abriese otro, al oeste, hacia Catia y Cabo Blanco.– HUMLBOLDT   

Caracas en la década de 1840

Caracas en la década de 1840

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En la década de 1840, estaban habilitados tres caminos que comunicaban a La Guaira con la ciudad de Caracas

     Durante el 1800 las relaciones diplomáticas entre Brasil y Venezuela tuvieron muy poca incidencia sobre el acontecer nacional y no pasaban del ámbito de las formalidades y tratos propios del quehacer de las cancillerías. El primer Embajador del Imperio de Brasil en llegar a Venezuela, fue Miguel María Lisboa (1809-1881), Barón de Japurá. De las instrucciones que le fueron impartidas por su Gobierno, fechadas el 31 de mayo de 1842, se desprende que el principal objeto de su misión, aparte de mantener y estrechar las relaciones entre los dos países, era concertar la acción de resistencia por parte de Venezuela y Brasil frente a la amenaza contra la integridad territorial de ambos países, constituida por la pretensión inglesa de extender las fronteras de su Guayana por el territorio del Río Branco al sur hasta las bocas del Orinoco. Durante su permanencia de diez años en Caracas, de 1842 a 1852, los cuales no fueron ininterrumpidos por cuanto realizó varios viajes al exterior para cumplir misiones diplomáticas, se dedicó principalmente a la negociación de un tratado de límites entre el Imperio del Brasil y la República de Venezuela.

     Para el año de 1865 fue publicado, en Bruselas, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el cual había sido culminado por Lisboa en 1853 y que fue estructurado entre 1852 y 1854. Uno de los propósitos de su escrito tuvo que ver con el interés que existía entre los brasileros por conocer el estado social de las repúblicas que tenían frontera con el Brasil, interés que se avivó con la apertura del río Amazonas, lo que permitió un mayor acercamiento comercial con los países limítrofes del país amazónico.

     En el segmento correspondiente a la “Advertencia” de su escrito expuso que, entre otras razones, dar a conocer sus impresiones acerca de estos países limítrofes con la frontera brasileña tenían como motivo desvirtuar el efecto producido en el mundo literario las obras de escritores prevenidos en contra. Su propósito, entre otras razones, era desmentir creencias arraigadas y difundidas por escritores provenientes de distintas corrientes del pensamiento, ya lo fueran a favor de los americanos o lo fueran de quienes sólo divulgaron la idea según la cual la América española estaba sumida en la barbarie.

     En su relato puso de relieve que estaban habilitados tres caminos que se podían utilizar del trayecto desde La Guaira hasta Caracas. Ellos eran, el camino de “carros” de Catia, el de mulas construido por los españoles y el de las Dos Aguas el cual había venido siendo utilizado por los indígenas de la zona. De acuerdo con su versión la de Catia era la de mayor uso y que había sido diseñada bajo el mandato de Carlos Soublette. Subrayó que la construida por los españoles era también un “monumento de la pericia de los españoles, como constructores de caminos”. Acotó que las rampas que la constituían habían sido empedradas por los españoles desde hacía unos doscientos años y que seguían en un excelente estado. “hoy en día no hay en Venezuela obreros que hagan estos milagros”.

     El descenso de la montaña, entre La Guaira y Caracas lo llevó hasta La Pastora desde donde pudo observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire. De La Pastora agradeció haberla visto en horas nocturnas, porque era un camino descuidado, casi abandonado, con casas miserables que, “aún hoy, atestiguan el terrible terremoto de 1812, es muy lúgubre y aprieta el corazón”. Contó que, en los márgenes del río Guaire las tierras eran de rica fertilidad y que en ellas se podían ver haciendas de café, caña de azúcar y plantaciones de maíz, arroz y legumbres. Del lado sur del río la ciudad, indicó, estaba cruzada por tres ríos tributarios del Guaire, Anauco, Catuche y Caroata, los cuales provenían de la sierra que, a la población, “la dan de beber y sirven de colectores de sus despojos”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Desde La Pastora se podía observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire

     Más adelante advirtió su deseo de describir pormenorizadamente la ciudad, pero el temor a errar lo llevó más bien a incluir un plano de ella. Sin embargo, llevó a cabo una descripción en que destacó la existencia de 16 calles longitudinales, que se extendían de la sierra al Guaire, y 17 transversales de las cuales sólo las situadas en el centro de la ciudad estaban edificadas. De igual modo, le llamó la atención su distribución por cuadras y que cada esquina llevara nombres de personas o familias eminentes.

     Puso en evidencia la incomodidad de las calles de la ciudad y se mostró sorprendido que, siendo descendientes de “hábiles españoles” quienes las hubiesen construido del modo como el las reconoció, mostraran una calidad muy discutible. Aunque reconoció la construcción de aceras cómodas para el transeúnte. Reseñó que de las ocho plazas la principal era la de Bolívar o de la Catedral. En ella observó el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas. 

     En lo atinente a las casas subrayó que su exterior no tenía grandes atractivos, pero su interior era bastante cómodo, con espaciosas salas, con techos elevados y con alturas que amainaban los efectos del calor, al contrario de las casas de su país natal. Por lo general contaban con un solo piso porque, según corroboró, se elaboraron de una sola planta por temor a los movimientos telúricos. “Sin embargo, las que se consideran buenas, tienen un piso superior”. 

     El lugar que le sirvió de posada lo describió como amplio y que contaba con un amplio patio en la parte trasera, así como que las principales piezas de la casa conducían a él. A su vez, detrás de ese patio había otros de menor tamaño, en uno de los cuales se hallaba la cocina. Agregó que en la mayor parte de las calles corría agua corriente. “Vense, con todo, algunas casas con sobrado, como los palacios del Gobierno y del Arzobispo, la casa del Municipio y algunas otras particulares”.

     Lisboa argumentó no haber visto ningún edificio que valiera la pena como expresión de relevante arquitectura, sólo “el Palacio de Gobierno es una buena casa y nada más, sin ninguna pretensión arquitectónica exterior”. Tampoco lo eran los tres conventos de las hermanas dominicas, carmelitas y las de la concepción. Con mayor espacio y comodidad señaló al antiguo convento de San Francisco, cuyos espacios estaban dedicados a la biblioteca y al palacio legislativo. Otro ejemplo de “buena arquitectura” lo ilustró con la catedral, aunque su exterior estuviese estropeado. De la catedral agregó que “era mezquina e irregular por dentro”.

     Puso en evidencia que la ciudad estaba dividida en seis parroquias. A esta consideración sumó que la Prisión principal tenía apariencia triste e insalubre y que ocupaba el espacio del anterior convento denominado con el nombre San Ignacio. Sobre el río Catuche observó la existencia de cinco puentes designados bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy. Expresó que el Anauco se caracterizaba por ser un puente con buenas dimensiones, mientras el Caroata contaba con dos puentes, “de los cuales uno, el de San Pablo, es también grande y hermoso”. Subrayó que al estar la ciudad ubicada en tierras con inclinaciones y terrenos con declives diversos tenía el riesgo de inundaciones, tal como sucedía con la ciudad brasileña de San Pablo.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Frente a la Catedral de Caracas estaba el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Antiguo convento de San Francisco, en pleno centro de la ciudad

     El agua que bebían los caraqueños provenía del río Catuche, según lo relatado por Lisboa, aunque los más pudientes solían filtrarla. En lo que se refiere al camposanto señaló que estaba situado entre los ríos Catuche y Anauco y que había sido insuficiente, para la inhumación de cadáveres durante el año de 1851, cuando una epidemia de sarampión y de coqueluche había diezmado un número importante de niños de la ciudad. Debió ser clausurado por la municipalidad y se había instalado uno nuevo varios kilómetros de distancia del lugar señalado como la Trinidad. “El nuevo, situado en un terreno sin cercar, repugna tanto a las clases elevadas de la sociedad, que no llevan a él los cadáveres de sus parientes y prefieren, con perjuicio de la salud pública, embalsamarlos mal para poderlos depositar en el interior de las iglesias”.

     Expuso que no existía un teatro en Caracas y que el llamado La Unión no merecía tal calificación. De acuerdo con su afirmación, el mismo era “frecuentado únicamente por la clase ínfima de la Sociedad”. 

     Escribió que existía una plaza de toros la cual estaba inservible, lo que lo llevó a calificar de desgracia el “abominable ejercicio de torear y colear su práctica en Caracas por las calles”. Esta práctica le pareció de gran peligro para quienes transitaban por las calles y también para los habitantes de la ciudad. Más adelante escribió, “y está tan arraigada esta costumbre de torear y colear por las calles, que subsiste a despecho de varios mandamientos y ordenanzas municipales, que se han promulgado prohibiéndolo”.

     Llamó la atención en torno a la afición existente, entre los caraqueños de toda condición social, al “circo de gallos o gallera, y los venezolanos son aficionadísimos a ver luchar esos fanfarrones animales”. De la construcción y edificación de las casas describió que, en su gran mayoría, se habían construido de tierra. Las comparó con el procedimiento utilizado en su país y cuya denominación era Tapial, “que no es otra cosa sino tierra amasada y, en algunos casos, ligada por medio de paja picada (adobes)”. Puso a la vista del lector que la edificación de iglesias, así como las casas de mayor lujo eran las que exhibían una construcción levantada con ladrillos o mampostería.

     Según evidenció, el sistema de tapial lo utilizaban como una forma de prevención ante los movimientos telúricos. Sin embargo, edificaciones como la catedral, la iglesia de San Francisco, las casas de los condes de Tovar y de San Javier, al igual que otras casas, no se habían derrumbado con el terremoto de 1812, cuyos cimientos eran de ladrillos amalgamados. Mientras que, “la gran masa de ruinas que afea la ciudad presenta la triste vista del tapial descarnado”. Respecto a los relojes de la ciudad, agregó que sólo se había restituido el de la catedral luego del terremoto de 1812. En ésta había cuatro relojes y que el del lado norte “aún está con su terrible aguja señalando la hora fatal”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Sobre el río Catuche había cinco puentes bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy

     Ante la calamidad producida por el movimiento telúrico de 1812 afirmó que por obra del “dedo de la Providencia” que señalaba a los hombres que nada había estable en la tierra. Por otro lado, no dejó de ponderar las bondades naturales que exhibía la capital de Venezuela. De ella dijo que estaba situada entre los trópicos, bajo un influjo benéfico de un sol equinoccial y a una privilegiada altura lo que la hacía un lugar especial y de clima muy agradable. Incorporó a su consideración que las condiciones climáticas caraqueñas eran similares a la de la capital de Brasil. Para reafirmar su reflexión citó algunas cifras proporcionadas por Agustín Codazzi respecto a condiciones climáticas y la temperatura a lo largo del año.

     Terminó este acápite con lo que sigue, “No se sufren allí epidemias permanentes y destructoras como en otros puntos de la zona tórrida, aunque la fiebre amarilla y el cólera la hayan visitado a veces; con todo, el tifus es bastante corriente en la estación de calma, la terrible enfermedad del tenesmo, que reina con mucha frecuencia, es fatal a los europeos, y, en general, la recuperación de las fuerzas perdidas por la violencia de las fiebres, muy lenta y difícil. La mortalidad es desproporcionadamente grande en la edad infantil”.

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