El fantasma de la casa amarilla
CRÓNICAS DE LA CIUDAD
El fantasma de la casa amarilla
Por Lucas Manzano
“El actual Palacio de la Cancillería fue, en la Colonia, tenebrosa cárcel donde torturaban y dejaban morir de hambre a los presos. La conseja popular atribuye a esos métodos brutales el hecho de que hoy deambule por la Casa Amarilla un fantasma, un ¨alma en pena¨ que siembra el terror y genera nuevas leyendas.
Con visos de cosa al borde de la realidad, existe desde hace un buen número de años, noticias de apariciones y fantasmas en el lugar de la Casa Amarilla que fue, según leyendas viejas, calabozo destinado a sacrificios de patriotas que caían prisioneros en manos de los españoles. Allí estuvo a la contemplación de los curiosos, adheridas al muro, argollas que no fueron seguramente para colgar hamacas, ni asegurar las bestias de los Jefes del Penal, ya que estos, como es cosa sabida por los cronistas, pastaban libremente en la Plaza Mayor, listas para entrar en servicio en el momento que juzgasen adecuado sus propietarios.
De boca en boca circuló la leyenda que daba razón de cómo ajusticiaban allí a los presos, cuando no eran dejados morir de hambre, método éste el más usado por los carceleros. Y no es inventiva para pergeñar cuartillas, ya que es conocida la especie de cómo se asomaban los presos tras de las verjas que dan hacia la calle que conduce de la Esquina del Principal a la del Conde, impetrando la caridad de los viandantes para mitigar el hambre. Así los vieron cuando obligados por las autoridades los maestros de escuelas llevaron a los escolares a presenciar el sangriento proceso que culminó con la muerte y descuartizamiento del prócer José María España en la Plaza Mayor. Como perros rabiosos los encarcelados clamaban de los transeúntes un poco de pan y de piedad para ellos, sin que surgiese el hombre que les auxiliase.
Así estuvieron, igualmente, cuando el esclavo de un clérigo, castigado por nimiedades que no valían la pena de un azote, fue atacado de viruela; extraído por el Padre Cura para tratar de sanarlo en su residencia, otros cautivos contrajeron el mal, y murieron precisamente en el pabellón que en virtud de reparaciones hechas en épocas recientes, destinándolo a Archivo de la Cancillería; han continuado sintiéndose ruidos allí y en la Biblioteca en ciertas horas de la noche, sin que los vigilantes nocturnos del establecimiento hayan podido darse cuenta del origen de aquellos.
En el año 1877 el doctor Diego Bautista Urbaneja desempeñaba el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, hubo allí momentos en que recabaron la presencia de las autoridades de Policía, pedido hecho al Gobernador Juan Quevedo, para que tratase de inquirir el porqué y por manos de qué misterioso personaje, apagaban la luz del gas de la Casa Amarilla a la caída de la tarde, sin que la tropa que formaba la Guardia de Honor del presidente General Hermógenes López, hubiese penetrado en el recinto. Aumentó la curiosidad de los militares el hecho de que a los centinelas se les acercaban sombras que luego se desvanecían sin que supiesen la manera de cómo aquello ocurría. Llegaron tras muchas pesquisas y observaciones de gente de incuestionable responsabilidad a la conclusión de que eran visiones extra terrenas. No pocos recordaron las escenas de los presos muertos de hambre, y a los que deambulaban por la ciudad provistos de Agujas de Marcar en busca de tesoros ocultos; personas que dejaban ver la sospecha de que podría tratarse de un entierro dejado allí por los españoles; pero nadie se atrevió a perforar la tierra en busca de lo que no había perdido, o por temor a que la entidad que cuidaba del edificio no tolerase diabluras.
Lo cierto de ello fue que para evitar deserciones de la tropa atemorizada con aquellas misteriosas ocurrencias, llevaron la Compañía de Infantería al Cuartel de San Mauricio. Años más tarde instalaron la Jefatura Civil de la parroquia de Catedral que permaneció allí hasta que en tiempo del Benemérito desocuparon el local.
No se habló más de esas cosas hasta que terció en el asunto el buen humor de un criollo y echó al vuelo la especie de que en el salón de espera de la Casa Amarilla aguardaban ser llamados por el titular de la cartera, el doctor Diógenes Escalante y un General andino a quien en una refriega le habían dado un tremendo machetazo en la cara, que le desfiguró el rostro en su más amplia totalidad. Ambos personajes platicaban de política, cuando el portero del Ministro hizo avanzar al Doctor Escalante hacia el despacho del Ministro. Quedaba solo el deformado guerrillero, cuando dicen los bromistas, surgió de pronto un fantasma y, al verse delante del otro, que no era menos deformado que él, dizque le dijo:
—Colega, no se asuste, soy yo . . .
Dichas esas palabras desapareció de la escena.
Por lo demás, no se ha sabido con precisión, o para menor hablar, nadie ha visto de frente al fantasma de la Casa Amarilla, pero la leyenda dice sobre su aparición tantas cosas que habrá que tenerlas por ciertas.
Belis nolis. . .
La Casa Amarilla, dibujo de Ramón Bolet
De vieja Cárcel a Palacio
Nada existe contrario a lo expuesto por cronistas enterados, según los cuales la Cárcel Real fue comenzada a construir por el Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela, don Diego de Osorio, en mayo de 1589. Le atribuyen obra tal por el hecho de haber sido en ese mismo tiempo el fundador del primer hospital, la primera escuela para desasnar los hijos de los conquistadores, y quien llevó a efecto el empedrado de las calles de la incipiente población. No contento con estas obras de urgente necesidad para la puebla elegida para la sede de su real representación, higienizó y puso manos a la obra para aderezar el camino por el cual transitaban entre la capital y Caraballeda.
Debió estar, si no confortable, porque rara vez ergástula alguna gozó de tal privilegio, al menos adecuada para encerrar en ellas, como lo hizo don Sancho de Alquiza en el año 1606, a Don Simón de Bolívar, el viejo, por deuda de 1.108 maravedíes con el Real Tesoro.
En consecuencia, fue Simón de Bolívar el primer personaje con cuya presencia se honraron los muros de la Cárcel Real.
En diciembre de 1712, ocupó la celda que dejó vacante don Simón el Gobernador y Capitán General don Diego de Portales y Meneses por orden expresa del Virrey del Nuevo Reino de Granada, de cuya autoridad política dependía la Provincia de Venezuela.
En la cárcel tenían a Portales cuando el Ilustrísimo Señor Obispo don Juan José de Escalona y Calatayud, que no usaba el Báculo ni la Mitra por adorno, recibió la Real Cédula en la cual le decía su Majestad que si el Virrey ordenaba algo en contra del Gobernador, que lo apoyase su Señoría, tornándolo a la libertad por los medios que tuviera a su alcance.
De cómo logró el Obispo cumplir el real mandato se advierte al leer que Portales fue excarcelado luego de graves complicaciones y gobernó hasta el año de 1728 sin que nuevos disturbios y arbitrariedades del Virrey interrumpieran la paz de la ciudad, y ordenase reparar la cárcel que amenazaba ruina.
Se habría derrumbado el edificio a no ser por un influyente personaje, interesado en la suerte de la Cárcel solicitó y obtuvo del Ayuntamiento permiso para celebrar corridas de toros en el “Circo de Ño Ferrenquín”. Con el dinero colectado por este respecto pagaba el alquiler de las reses y remuneraba los lidiadores, utilizando el sobrante en la reparación del edificio. Cuentan las crónicas que una epidemia de viruela que diezmó la población en el año de 1600 tuvo su origen en la Cárcel Real.
Tenían preso allí al esclavo de un levita humanitario y como tal respetado. Un día mandó prenderlo por desacato y borrachín y como el hombre estuviese enfermo lo liberó para curarlo en su residencia, con tan perra suerte que el ciervo estaba virueloso y la infección se propagó causando estragos horrendos en la población.
Promediado el año de 1711, la Cárcel Real alojó en sus calabozos al Gobernador y Capitán General don Francisco de Cañas y Merino, a quien el soberano de España había distinguido con su representación en la Provincia de Venezuela, en premio de la “buena conducta” que observó cuando el rey de Meguines y tomó la fortaleza de Alcazar con un ejército formado por treinta mil hombres de a caballo. En esa acción se cubrió de gloria Cañas y Merino por lo que, en reconocimiento de su valor y del donativo que le hizo a la Real Caja, consistente en diez mil pesos de oro, le envió a Caracas.
Hombre amante de la farra y de las faldas corrompió a quienes se dejaron llevar por sus requiebros; llegó a tal grado en sus desafueros que fue delatado por el Ayuntamiento ante la Audiencia de Santo Domingo, ésta lo mandó a prender. Encerrado estuvo en la Cárcel Real hasta que debidamente enjaulado y bajo partida de registro, lo remitieron a España-
Recargado de pesados grilletes, colmado de improperios por la soldadesca, estaba en la Cárcel Real el Ilustre Patricio don Juan María España, cuando sentenciado a sufrir la última pena el 8 de mayo de 1799, va el reo al patíbulo alzado en el sitio que ahora ocupa la estatua ecuestre del Libertador.
Ahorcado España, su cuerpo fue hecho cuartos que exhibieron en estacas en “Macuto”, “El Vigía”, “Quita Calzón” y “El Paso de La Cumbre”, con un letrero infamante que rezaba: “por encargo del Rey”.
La cabeza del heroico España fue enjaulada, exhibiéndola durante meses en la “Puerta de Caracas”.
Con tan macabro espectáculo pensaba el Gobernador intimidar al caraqueño partidario de la liberación. En tanto esto ocurría la honorable matrona María Josefa Herrera continuaba presa en la Cárcel Real; de allí la llevaron a la Casa de Misericordia, a confundirse con las reclusas.
Durante la lucha por la Emancipación eran presos en la Cárcel Real los patriotas y luego fusilados sin fórmulas de juicio en la Plaza Mayor, en la de “San Jacinto” a “Coticita”. Pero surge de pronto un paréntesis y se alza el telón para empezar el drama que pondrá fin a la dominación española.
Son las 8 de la mañana y en el Ayuntamiento contiguo a la Cárcel Real están reunidos los cabildantes Nicolás de Anzola, Fernando Key y Muñoz, Isidro López Méndez, Feliciano de Palacio y Blanco, Lino de Clemente, Valentín de Ribas, Rafael Paz del Castillo, Pablo González, Rafael González, Juan de Ascanio y Rivas, Silvestre de Tovar y Martín de Tovar Ponte, alcaldes ordinarios afectos a la separación.
Mientras en la plaza se agitaba la muchedumbre, los cabildantes le insinúan a Emparan la conveniencia de instalar una junta amiga de Fernando VII, se niega alegando no ver los motivos, y se dirige a la Catedral donde han de celebrarse los oficios del Jueves Santo. Marchaba el representante de Su Majestad a la cabeza del Cabildo, cuando un patriota valiente le detiene en la puerta de la Metropolitana, diciéndole:
“— A Cabildo, Señor, el pueblo os llama”. Es Francisco Salías quien lo obliga a regresar al Ayuntamiento.
En el Cabildo el Gobernador va en camino de triunfo, cuando aparece el canónigo Cortez de Madariaga, Diputado del pueblo.
El acto es inquietante y el momento indescriptible.
Desde el balcón del Ayuntamiento, el Gobernador pregunta a la multitud si lo quiere por representante del Rey, pero detrás de Emparan el índice de Madariaga le indica al pueblo que exprese su desacuerdo, Y sin derramar una gota de sangre, ese día entró por la gradería de la Cárcel Real la libertad del mundo colombino.
Deja de ser patrimonio del Rey y se convierte en templo donde los forjadores de la naciente República anuncian a los cuatro vientos de América que el pueblo venezolano irá victoriosamente desde las riberas del Guaire hasta el Ayacucho.
Años más tarde el Sol de Colombia se eclipsa en Santa Marta y el Centauro de las Queseras del Medio preside a Venezuela.
La Secretaría de Relaciones Interiores, Gracia y Justicia y Policía, creada en 1830, eroga la primera cuota de 14.140 pesos para comprarle a la Municipalidad la Cárcel Real, que ha dejado de ser prisión. Destina 75 pesos anuales para el alumbrado interior y 7 pesos con 50 centavos por año para desyerbo de ambos frentes.
Como la casa la han pintado de amarillo, aparece un pasquín que reza:
La pintaron de amarillo
pa que no la conociera;
lo amarillo es lo que luce
lo verde nace en doquiera
La casa Amarilla es el Palacio Presidencial desde que el general Páez abandonó la residencia de Camejo y mudó a ella su despacho, así como también las Secretarías de Interiores, Gracia y Justicia y Policía; Hacienda, Guerra y Marina y Relaciones Exteriores.
En el año de 1843 la Municipalidad recibió la última cuota de la cantidad total por la que el Gobierno Nacional había adquirido la que fue Cárcel Real durante más de tres siglos. Ya aristocratizada la casona de las tantas historias fue destinada a residencia del Presidente en el año de 1877 y fue su primer inquilino el gran demócrata Francisco Linares Alcántara.
Los desocupados decían que al fin Guzmán había metido de patitas en la Cárcel al General Alcántara, a quien sustituyó como habitante de la misma al presidente Rojas Paúl en 1888. Este transformó oficinas y habitaciones con muebles que por encargo suyo compraron en París el General Guzmán Blanco y el señor Zanetti.
Andueza Palacios no le puso cariño a la Casa Amarilla y prefirió vivir en su casa particular de “Jesuitas”, que las turbas saquearon en 1892.
Inquilino de postín resultó el presidente Cipriano Castro desde que entró triunfante a Caracas en 1900 hasta que el terremoto lo hizo lanzarse por un balcón de la fachada norte fue a residir en el cuarto contra temblores en Miraflores.
Por la Casa Amarilla han desfilado con el alto rango de Cancilleres hombres notables como lo fueron el doctor Diego Bautista Urbaneja, don Antonio Leocadio Guzmán, don Fermín Toro, don Manuel Fombona Palacios, Dr. Ángel César Rivas, Dr. Pedro Itriago Chacín, Dr. Esteban Gil Borges y otros no menos ilustres que honraron la Cartera de Relaciones Exteriores con dignidad y patriotismo.
La Casa Amarilla fue una especie de museo de cachivaches, hasta que en la administración del general Marcos Pérez Jiménez, en 1953, le dieron categoría de Palacio que bien merece.
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