Homenaje de las Academias Nacionales al Dr. Tomás Enrique Carrillo Batalla

Homenaje de las Academias Nacionales al Dr. Tomás Enrique Carrillo Batalla

Homenaje de las Academias Nacionales al Dr. Tomás Enrique Carrillo Batalla

     El hecho de que las academias nacionales se reúnan en sesión especial para tributar un homenaje a la memoria de Tomás Enrique Carrillo Batalla habla con elocuencia de la magnitud de su obra, de lo mucho que deben nuestras corporaciones y la sociedad venezolana a sus aportes. Quizá no alcance a ponderar en este acto la magnitud del legado intelectual y moral de quien nos congrega ahora, debido a su profundidad y a su extensión, pero les aseguro que partiré del afecto que le profesé y de mi admiración por sus contribuciones, pero también del compromiso adquirido con los colegas académicos que me trajeron a una tribuna tan comprometedora.

El Petro como herramienta de indexación judicial

El Petro como herramienta de indexación judicial

El Petro como herramienta de indexación judicial

Por: Abg. Juan Cristóbal Carmona Borjas

     El 16 de abril de 2021, la Sala de Casación Civil (SCC) del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) dictó la sentencia N° 81 en la que se condenó a la sociedad mercantil C.A., EDITORIAL EL NACIONAL a indemnizar al ciudadano Diosdado Cabello Rondón (DCR), por concepto de daño moral, la cantidad equivalente en bolívares de 237.000 Petros (PTR), calculada según el valor del “criptoactivo” para el momento del pago.

     Con la referida sentencia se ratifica la práctica adoptada en sentencia N° 1112 dictada el 31 de octubre de 2018 (caso: María Elena Matos contra el I.N.I.A) por la Sala Político Administrativa de utilizar el PTR como unidad indexatoria de obligaciones pecuniarias (dinerarias), conservado el bolívar la condición de moneda de pago.

     Sin entrar a evaluar la validez de las actuaciones procesales que condujeron a la sentencia N° 81 que, valga observar, han suscitado justificada polémica, en lo sucesivo nos limitaremos a analizar el tratamiento conferido a la indexación judicial de obligaciones pecuniarias y a la pertinencia de la adopción del PTR a esos fines.

     Para que el pago de una obligación pecuniaria cumpla su cometido, debe efectuarse en los términos acordados contractualmente o establecidos por la ley o una sentencia. El pago, debe así, ser completo, es decir, por la cantidad íntegramente adeudada (Principio Nominalístico), debe efectuarse, además, en la oportunidad y lugar correspondientes y por la vía o mecanismo igualmente previsto en la fuente de la obligación (contrato/norma/sentencia).

     Superada la fecha en la que el pago debió realizarse sin que el acreedor haya visto satisfecho su derecho, el importe numérico adeudado puede terminar representando, en términos reales, un poder adquisitivo menor al que tenía para la fecha en que debió haber tenido lugar el pago. En otras palabras, el monto de la obligación puede ver mermada su capacidad de compra de bienes y servicios o de conversión en otras monedas, con lo que deja de satisfacer plenamente el derecho del que es titular el acreedor. Es así como en ciertas circunstancias el principio nominalístico no es suficiente para preservar la efectividad del pago como medio de extinción de las obligaciones en comentario.

     Las obligaciones pecuniarias en general, incluidas las relativas a daños morales, como la considerada en la sentencia N° 81, no están exentas de aquellos efectos, pudiendo ser estos, consecuencia de muy diversos factores, entre otros, la inflación.

     Junto a la inflación se encuentra estrechamente asociada la devaluación, entendida esta última, no sólo como la pérdida del poder de compra de bienes y servicios que experimenta una moneda en el mercado interno, sino también, como la pérdida o disminución del valor nominal en comparación con otros billetes o monedas extranjeras.

     Entre la inflación y la devaluación existe, sin lugar a duda, una directa correlación que valga señalar es bidireccional. Al aumentar la inflación el dinero se devalúa, pero, al devaluarse el dinero, por ejemplo, por efecto de políticas cambiarias impuestas por el Estado (BCV/Min. Fin. – controles de cambios y devaluaciones oficiales-), puede también incrementarse la inflación. Se trata de dos fenómenos económicos que bajo ciertas condiciones se retroalimentan.

     En una economía como la venezolana son múltiples los factores que repercuten en la estructura de costos de los bienes y servicios, alimentando la comentada espiral inflación-devaluación, entre ellos: i) el alto nivel de importación de bienes y servicios que impactan el costo de los bienes ofrecidos en el mercado interno, dado el comportamiento del bolívar respecto de las divisas; ii) la alta dependencia que tiene la Hacienda Pública de los ingresos provenientes de los sectores petrolero y minero en los que las divisas son las monedas funcionales; iii) regímenes cambiarios irracionales e ineficientes que a pesar de su supuesto levantamiento en 2018, siguen generando dudas y surtiendo efectos restrictivos en el acceso a las divisas; iv) la creciente “dolarización” con la que día a día se consolida más la coexistencia formal e informal en el mercado nacional de bolívares, dólares, euros y criptomonedas como medios de pago, unidades de cuenta y de reserva de valor, cada uno operando al tipo de cambio oficial, para unas cosas y, al paralelo, para otras; v) la constante impresión inorgánica de ingentes sumas de bolívares por parte del BCV; vi) la devaluación del bolívar como política de Estado; y, vii) el impacto de la corrupción galopante en todos los trámites a ser cumplidos ante el Estado.

     En un escenario distópico como el imperante en el país, cualquier obligación pecuniaria pagada a destiempo, sujeta exclusivamente al Principio Nominalístico, se torna en injusta, insuficiente e inaceptable, de allí que aquel deba ser complementado con mecanismos correctivos o indexatorios.

     El objetivo último de la indexación es la apropiada reexpresión de un importe dinerario, de manera que se recoja en ella el impacto producido por ciertos factores en un período de tiempo, específicamente en cuanto a: i) su poder de compra de bienes y servicios; y/o, ii) de intercambio por monedas distintas de aquellas en la que dicha suma de dinero está expresada.

     Para lograr aquel objetivo, la indexación o actualización de una obligación pecuniaria debe instrumentarse a través de fórmulas contentivas de índices que guarden relación lógica con el fin que persigue. De perderse esa lógica y racionalidad, la indexación lejos de preservar los principios propios de la obligación y de sus medios de extinción (pago), termina desnaturalizándolos, conduciendo a supuestos de enriquecimientos sin causa (arts. 1157, 1178 y 1185 CCV) o causando daños adicionales.

     La medición de la inflación y los índices que con base en ella se emiten, han sido considerados acertadamente como las bases de la metodología más apropiada para lograr los objetivos de justicia jurídica y económica que encierra la indexación, más aún cuando se trata de una corrección monetaria impuesta unilateralmente por el Estado, en lugar de una convenida (cláusula de valor).

     Para que aquellas premisas se cumplan a través de la indexación, la fórmula a aplicar debe ser capaz de reexpresar cuantitativamente el importe de la obligación pecuniaria a corregir, de manera que se logre un importe equivalente en cuanto al poder adquisitivo que ella tenía para el momento en que su pago debió ocurrir. Ese poder adquisitivo al que la indexación procura preservar pudiera limitarse al de la compra de bienes y servicios, pero en una economía dolarizada como la venezolana, debiera también preservar en alguna medida su poder de cambio frente a las divisas. En aquellos casos en los que el índice empleado recoge el impacto que en la inflación tiene el factor cambiario (espiral inflacionario-cambiario), tal observación sería atendida, aun cuando, ese impacto generalmente no queda totalmente reflejado en la inflación.

     En ese sentido ha sido reconocido en el ordenamiento jurídico venezolano, la doctrina y la jurisprudencia nacional que, en casos de indexaciones impuestas por el Poder Público (normas/sentencias) son los indicadores oficiales publicados por el BCV, en primera instancia, el INPC, el insumo al que debe recurrirse, aunque existen casos especiales como los previstos en el artículo 101 de la Ley Orgánica de la Procuraduría General de la República en el que el índice que se adopta es la tasa pasiva de los seis principales bancos comerciales del país para aquellos supuestos en los que la República es parte.

     Es el caso, sin embargo, que en Venezuela desde hace algún tiempo la publicación estadística de información económica, concretamente la relativa a la inflación y al INPC, ha dejado de ser “periódica”, “oportuna” y “confiable”.

     Frente a aquella realidad, aunque sin dar mayores explicaciones, la SCC en la referida sentencia N° 81 al implementar un mecanismo indexatorio de la condena impuesta a El Nacional a favor de DCR decidió no sol sustituir al INPC, sino también al bolívar por PTR como herramienta de indexación judicial, decisión esta que tampoco exenta de polémica, como más adelante comentaremos.

     Antes de adentrarnos en el referido asunto, resulta conveniente mencionar algunos de los postulados establecidos por la SCC en sentencia N° 517 de fecha 08 de noviembre del 2018 que actualmente marca el norte en materia de indexación de obligaciones pecuniarias:

  • La indexación procede de oficio.
  • Se distingue a efectos de la indexación entre indemnizaciones por concepto de daño moral y el resto de las obligaciones pecuniarias.
  • Respecto de la generalidad de las obligaciones pecuniarias la indexación debe aplicarse entre el día de la admisión de la demanda y la fecha en la que la sentencia queda definitivamente firme, en tanto que la indexación de indemnizaciones por daño moral ha de aplicarse a partir del día de la publicación del fallo y hasta que se produce su ejecución. Aquella distinción responde al hecho de que se parte de la premisa de que el juez al liquidar la condena de daño moral lo hace al momento de dictar sentencia, tomando por tanto en cuenta el impacto de tiempo transcurrido hasta ese momento.
  • En caso de que la ejecución de la sentencia no se cumpla voluntariamente, debiendo iniciarse su ejecución forzosa, será posible aplicar la indexación requerida que cubra el impacto del tiempo que en esa fase procesal transcurra.
  • La corrección monetaria busca preservar el poder adquisitivo de la moneda de manera que quien pretende cobrar una acreencia y no recibe el pago al momento del vencimiento de la obligación, tenga el derecho a recibir el pago en proporción al poder adquisitivo que tiene la moneda para la fecha del mismo. Sólo así, recupera lo que le correspondía recibir cuando se venció la obligación y ella se hizo exigible”.

     Hechas las consideraciones anteriores nos abocaremos a la evaluación de la fórmula adoptada por la SCC en la sentencia N° 81 que consiste en la liquidación de la cuota condenatoria en PTR, debiendo simplemente convertirse a bolívares al día del pago y honrarse en la moneda local al valor que el “criptoactivo” tenga en ese momento.

     A la luz de las metodologías de corrección monetaria reconocidas por la doctrina, la sentencia N° 81 pareciera haber adoptado una especie de “desmonetarización relativa”, por cuanto no se procedió a aplicar a una cifra en bolívares un índice corrector, sino que al liquidar la condena se sustituyó ab initio al bolívar por el PTR (bien patrimonial – no es dinero) en su rol de unidad de valor, conservando, sin embargo, la moneda de curso legal la condición de moneda de pago.

     Bajo esa fórmula, debe tenerse presente que la valoración del PTR resulta del comportamiento de cuatro commodities que se comercializan fundamentalmente en el mercado externo (petróleo, hierro, oro y diamantes). Esos valores diarios se traducen a bolívares al tipo de cambio de referencia publicado por el BCV (resultante de las operaciones en las mesas de dinero), quedando con ello recogido el efecto cambiario, aunque no el inflacionario.

     El poder de compra del bolívar, es decir, la posibilidad de con él adquirir bienes y servicios, nada tiene que ver con el comportamiento del mercado petrolero, aurífero, del hierro y los diamantes, todos reservados al Estado, por ende, ajenos a los acreedores ordinarios de obligaciones pecuniarias. Es el comportamiento de los precios de los bienes y servicios a los que tiene acceso la población en general el que debe ser tenido en cuenta a fines inflacionarios, por ende, indexatorios.

     El que en la fórmula del PTR juegue un papel relevante el tema cambiario, no es despreciable a los fines indexatorios, menos aun cuando la economía nacional se ha dolarizado, pero en ese caso lo que se estaría haciendo con su adopción como unidad de valor es la desmonetarización de la obligación, en el sentido de sustituir al bolívar como unidad de cuenta, no por una divisa, sino por un bien patrimonial (criptoactivo), dejando completamente al margen el impacto de la inflación.

     Entre las razones por las que consideramos que el PTR no es una herramienta apropiada a efectos de una indexación judicial, destacan las siguientes:

  • La invalidez constitucional del referido criptoactivo
  • La posibilidad de modificar la fórmula de su valoración a través de actos de rango sublegal (Whitepaper).
  • La discrecionalidad ejercida por la SUNACRIP al aplicar la fórmula de valoración del PTR que evidencia que su valor depende en definitiva de la voluntad del Ejecutivo Nacional y no del real comportamiento de los commodities a las que está atado.
  • La absoluta ajenidad entre el oro, el hierro, el petróleo y el oro con la inflación y, por ende, con el poder adquisitivo del venezolano en general.

     Insistimos en que es la inflación, medida de forma tal que en ella quede debidamente reflejado el impacto que la devaluación del bolívar tiene en los costos de bienes y servicios, el indicador más apropiado para lograr el objetivo perseguido con la indexación de obligaciones pecuniarias por la vía judicial. Ello claro está, demanda de una actuación responsable, oportuna, técnica y confiable de las autoridades monetarias a cuyo cargo están las estadísticas económicas del país.

     Hechas las consideraciones anteriores nos resta señalar que no solo es lamentable la solución implementada por la SCC respecto de un problema que ciertamente existe y es evidente respecto del INPC, sino que más vergonzoso aun es que ese órgano jurisdiccional no haya sido capaz de denunciar y responsabilizar al BCV de tan penosa situación. La adopción del PTR como herramienta de indexación judicial representa, sin embargo, el mayor desprecio y descalificación que pueda habérsele proferido al ente emisor. El desconocimiento del bolívar como unidad de valor, es la expresión más contundente del absoluto fracaso de la política monetaria nacional.

     Queda por ver si el criterio contenido en la sentencia N° 81 se impondrá con base los principios de igualdad y generalidad o, por el contrario, no pasará de ser un hecho aislado que responde simplemente a los intereses involucrados en un caso concreto.

     Según el curso judicial que tome tan trascendental materia será el comportamiento de la agonizante economía venezolana. Remedios como los recetados por la SCC pudieran convertirse en combustibles (diesel o kerosen) que no sólo arrasen con lo que resta de nuestra economía, sino también de nuestra justicia.

El funeral de Francisco Linares Alcántara

El funeral de Francisco Linares Alcántara

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El funeral de Francisco Linares Alcántara

     Gracias a órganos periodísticos oficiosos como la Tribuna Liberal y Fígaro se puede obtener información acerca de las exequias a propósito de la nada clara muerte del llamado “El Gran Demócrata”, Francisco Linares Alcántara el 30 de noviembre de 1878. Alcántara era de origen aragüeño y alcanzó la máxima magistratura amén de unas elecciones propulsadas por Antonio Guzmán Blanco. Desde el año de 1875 éste se empeñó en agitar el ambiente político con el tema de la sucesión. Por supuesto, tutelada por él desde Europa. Por ello invitó a sus “doce apóstoles” que se postularan para ocupar la presidencia de la república. De todos los invitados a la contienda el favorecido fue su compadre, Francisco Linares Alcántara, quien había logrado ganarse su simpatía gracias a doña Ana Teresa Ibarra de Guzmán Blanco.

     Sin embargo, Alcántara brillaba con laureles propios, además de ser reconocido como un tipo dicharachero, hablador, mujeriego lo que le granjearía simpatías en la comarca y sus ocupantes, había logrado imponerse como caudillo regional. 

     Bajo su mando contaba con unos seis mil hombres armados, tal caudillo decimonónico, y coterráneos de los valles de Aragua. 

     En su haber contaba con una hoja de servicio militar que lo destacaba de otros de sus contemporáneos con aspiraciones políticas. Para 1846 ya había logrado ser reconocido como soldado de fama. Hacia 1848 estuvo al lado de Santiago Mariño por tierras de la Goajira y desde entonces incursionó en distintos lugares del país en su condición de militar. En los últimos cuatro años de la oligarquía de los Monagas había ocupado un cargo en el Congreso de la República. En 1858, siendo General de Brigada, se unió a Juan Crisóstomo Falcón y Ezequiel Zamora a favor de la Federación, lo que también le sirvió para ser apreciado con ventajas frente a sus coetáneos.

     El año de 1870 se incorporó a la causa de Guzmán Blanco y se convirtió así en uno de los integrantes del grupo vencedor el 27 de abril y a quienes aclamó el pueblo de Caracas bajo la bandera liberal. De él se recuerda que a sus enemigos les advertía, sin perder la cordura:” te pondré un zamuro de prendedor”. En su afán por alcanzar la presidencia utilizó la frase: “me montaré en la torre de la catedral con una cesta de morocotas para tirarle al que pase”. Su quehacer político muestra a un individuo conocedor de la mentalidad criolla de la época que vivió. Para septiembre de 1876, cuando se realizaron las elecciones, sólo dos aspirantes tenían posibilidades de triunfo: Hermenegildo Zavarce y Francisco Linares Alcántara. Al ninguno de los dos alcanzar la mayoría exigida por ley, el Congreso intervino y la balanza se inclinó a favor de Alcántara.

     De inmediato, envió una comunicación a Guzmán Blanco donde le expresó que no se arrepentiría de haberlo favorecido para su elección. No obstante, Alcántara manejaba una agenda aparte y a medida que pasaron los días la actitud contraria hacia Guzmán Blanco se fue acrecentando. Al igual que nuevos periódicos se unieron al coro altisonante contra Guzmán. Entre otros, Modesto Urbaneja arremetió por oneroso y perjudicial para el país el contrato de construcción del ferrocarril de Caracas a La Guaira. A esto se sumaría lo relacionado con las monedas de níquel que le fueron vendidas a la nación a precio de oro. De igual modo, apareció la denuncia de los vasos sagrados de los conventos de Caracas, desaparecidos al momento de clausurar las casas sagradas.

     Desde un primer momento Alcántara comenzó a tejer una trama constitucional que le permitiera ocupar la presidencia más allá de los veinticuatro meses establecidos. La justificación que se utilizó era la de la brevedad y la necesidad de extender el mandato por un tiempo mayor. Al tiempo que se le otorgó el título de “Gran Demócrata” se buscaron los aliados necesarios para la reforma constitucional. Para ello se restituyeron algunas bondades de la constitución de 1864 para contraponerla a la de 1874, que había reducido el cargo de la presidencia a la mitad, es decir, a dos años en vez de los cuatro establecido en la del 64.

     Entre las acciones que se ejecutaron está la de haber logrado que León Colina se sumara a la causa continuista y abandonara sus aspiraciones presidenciales. Al general José Ignacio Pulido que tenía en su haber un parque militar, le ofrecieron cien mil pesos por el armamento y dos carteras ministeriales para sus partidarios a cambio de la renuncia a su candidatura y a Raimundo Andueza Palacio, le increparon por sus inclinaciones guzmancistas, decidió abandonar la candidatura y el país y se marchó a París. No sin antes dejar a cargo del anduecismo a Sebastián Casañas.

     A inicios de 1878 se anunció el alzamiento del general José Ignacio Pulido cuyo nombre se asociaba con las andanzas de la guerra federal de donde le venía su fama de militar diestro y valiente. En este año Pulido anunció un levantamiento desde el estado Bolívar, Jesús Zamora lo hizo desde Barcelona y Paredes y Montañez hicieron lo propio desde Carabobo. Estas revueltas dieron la oportunidad a Alcántara de mostrar la fuerza de sus grupos armados para vencerlos en buena lid.

     Para el 12 de septiembre de 1878 se declaró inservible la constitución vigente y se llamó a elecciones para la escogencia de una asamblea constituyente que debía reunirse el 10 de diciembre. En medio de este ardiente ambiente político, el 30 de noviembre, un inesperado e imprevisto estado febril se adueñó del organismo de Alcántara y una nueva leyenda política surgirá en torno a la causa de la muerte de un presidente en ejercicio.

     Sus restos mortuorios llegaron a Caracas, provenientes de La Guaira, donde había fallecido a las once treinta de la mañana. Desde el domingo primero de diciembre se llevó a cabo el velatorio que concluyó el día tres del mismo mes. Los actos se hicieron en una elegante capilla ardiente erigida en el Palacio de Gobierno o Casa Amarilla. El anuncio de salida del cortejo fúnebre se inició con un cañonazo a las nueve y cuarenta y cinco de la mañana. El recorrido se efectuó desde el Palacio de Gobierno hasta la catedral. Antes de llegar a ésta el cortejo pasó por las esquinas de Las Monjas y las Gradillas, que estaban ornadas de pendones negros con una A plateada en el centro y pedestales cubiertos de negro.

     La luctuosa marcha fue encabezada por tres generales, el primer batallón de la guardia con banda marcial, el caballo de batalla del difunto, un batallón del cuerpo de matemáticos, las altas autoridades nacionales, estatales, municipales, legislativas, judiciales y militares, representantes de los gremios, la prensa, la masonería, alumnos y profesores de colegios, escuelas y universidad, el clero, conducido por el arzobispo de Caracas, Monseñor José Antonio Ponte, y el ex arzobispo de la misma arquidiócesis, Monseñor Silvestre Guevara y Lira. A la zaga del ataúd, que cargaban los edecanes y el secretario del extinto en hombros. Igualmente, marchaban la junta directiva, las comisiones de los estados, el encargado de la presidencia con su gabinete, el cuerpo diplomático, la Alta Corte Federal y un segundo batallón de la guardia y otra banda marcial.

     Al paso propio de una marcha fúnebre el cortejo llegó a la catedral a las diez y treinta de la mañana, acompañado con salvas de cañón. El púlpito y las columnas del templo estaban cubiertos de negro con lágrimas de color plateado, en cuyo centro aparecían dos banderas tricolores cruzadas que sostenían una corona de laurel. Entre las columnas había soportes plateados de cuatro metros de altura que soportaban lámparas funerarias, a cada uno de cuyos pies se veían tres fusiles formando pabellón. Dos hileras de antorchas negras se extendían desde la puerta principal hasta el presbiterio sobre el pavimento de la nave alfombrado de lirios, nardos, ramas de olivo, mirto y laurel.

     Detrás del catafalco se ubicó la silla presidencial, de raso amarillo y con el escudo venezolano bordado en el espaldar, sobre ella un sitial de damasco rojo y franjas negras. El cajón mortuorio fue ubicado en el túmulo sobre un pedestal cubierto con un manto bordado en plata y oro. La vigilancia fue encomendada a cuatro soldados del cuerpo de matemáticos ubicados en los cuatro costados del ataúd, además dos edecanes del difunto estuvieron colocados al pie de la urna y otros dos edecanes lo hicieron a los lados de la silla presidencial. El arzobispo de Caracas, Monseñor José Antonio Ponte, celebró el funeral orquestado y el canónigo magistral, Ladislao Amitesarove, pronunció el panegírico fúnebre. Al concluir los oficios sacros, a la una y treinta de la tarde, y luego de cuatro horas de duración, pobladores de la comarca se presentaron a homenajear al difunto en la capilla ardiente de la catedral hasta las once de la noche, bajo el compás con que la banda marcial le rendía honores.

     A las nueve de la mañana del siguiente día, diciembre 4, comenzó la marcha de los restos mortales de Linares Alcántara al Panteón Nacional. En hombros de sus edecanes, el ataúd, protegido con la bandera de la guardia y coronas de violetas fue acompañado a su última morada, junto con las melodías de una marcha triunfal ejecutada por la banda militar. El camino entre la catedral y el Panteón Nacional se adornó con pedestales y pendones. Cada pendón mostraba una corona de olivo y una dedicatoria al fallecido, mientras el pavimento estaba cubierto de musgo y las paredes lucían carteles con los últimos pensamientos de Linares Alcántara. Se erigieron cinco arcos de triunfo a lo largo del camino entre la catedral y el Panteón. El arco de la esquina de la Torre estaba hecho de cañones en su base y el resto de fusiles dispuestos con gran elegancia. Hachas, lanzas, tambores y cornetas complementaban el ornamento. El arco de Veroes era cuadrado en forma de tienda de campaña, con franja de terciopelo negro en el techo y grandes cortinas tricolores con pendones en las esquinas. El arco masónico presente en la esquina de Jesuitas presentó la siguiente inscripción: A. L. G. D. G. A. D. U. En respeto a la memoria del M. I. H. General F. Linares Alcántara. El Gran Oriente Nacional. Vuestros hermanos saludan. Adiós! Adiós! Adiós! Bendito sea el señor.  El arco de Tienda Honda lo constituían guirnaldas de flores. El quinto arco de triunfo fue ubicado cerca del Panteón Nacional y fue adornado con banderas amarillas y nacionales.

     El trayecto, decorado de modo espléndido, por donde transitaría el cortejo fúnebre comenzó a ser transitado a las diez y quince de la mañana del 4 de diciembre, por parte de la procesión encargada de la inhumación de Linares Alcántara en el Panteón Nacional. Integraron el cortejo la artillería, el caballo de batalla del difunto, la guardia, varias corporaciones civiles, la comandancia de armas, el clero. El féretro estaba cubierto con la bandera nacional y dos coronas de flores blancas detrás del cual marchaban el encargado de la presidencia y su gabinete en pleno, los cuerpos diplomático y consular, la banda marcial, el cuerpo de matemáticos y un segundo batallón de la guardia.

     Luego de una hora de un pausado desfile, a las once y quince de la mañana, el cortejo cruzó entre los presentes que, según el director de un periódico, Nicanor Bolet Peraza, pro gubernamental, calculó de veinte mil personas. Al llegar al puente La Trinidad los veteranos de la guardia fueron los encargados de presentar armas al difunto bajo salvas de artillería. Ya en el Panteón, tras un confuso incidente que causó dos muertes y varios heridos entre los presentes, se llevó a cabo el ritual del sepelio. Luego del discurso de orden emitido por Santiago Terrero Atienza en elogio al difunto y la lectura del acta de inhumación, se sepultó el cadáver de Linares Alcántara en la capilla adyacente del lado derecho del mausoleo de Bolívar.

Primeras elecciones secretas y universales

Primeras elecciones secretas y universales

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Primeras elecciones secretas y universales

     En 1944, con ocasión de la celebración en Caracas de la VII Serie Mundial de Béisbol Amateur, los organizadores decidieron que la reina del evento fuera escogida por votación popular. Fue así como los venezolanos tuvieron la oportunidad, por primera vez en su vida, de ejercer el derecho al voto de manera universal y secreta. Una maestra de escuela se enfrentaba a jovencitas de sociedad en una apasionada contienda.

     A casi nueve años de la desaparición del general Juan Vicente Gómez, quien estuvo al mando del país durante 27 años entre 1908 y 1935, eran los tiempos del general Isaías Medina Angarita, quien intentaba conducir a la nación hacia un régimen democrático por lo que en diversas ciudades del país la escogencia de la reina de este importantísimo campeonato de pelota internacional, significó la posibilidad de hacer realidad la inquietud del pueblo de ejercer por primera vez en la historia el derecho al voto, en una elección en la que intervinieron como candidatas las señoritas Yolanda Leal, Oly Clemente (hija del secretario del presidente Medina Angarita), Nelly Blanco Yépez y Rosario Gómez Ruiz.

     La elección de la reina atrapó tanto la atención del país, que los diarios capitalinos se sumaron a la campaña. Últimas Noticias orientó sus preferencias hacia Leal y El Nacional se “cuadró” con Clemente. El pueblo también tomó partida por una y otra candidata. Los ojos claros de Oly y la piel morena de Yolanda congregaron multitudes. “Imagínate que inventaron un slogan que decía: Yolanda Leal para la gente vulgar, Oly Clemente para la gente decente”, recordaba en 1996, en las páginas de farándula de El Universal la señora Leal, quien está considerada la primera gran reina de belleza del país.

     El Comité Organizador del Concurso de la VII Serie Mundial de Béisbol Amateur acordó que la elección de la Reina se haría por votación universal, directa y secreta. Además, convino que los comicios se realizarían el domingo primero de octubre de 1944, desde las 9 de la mañana hasta las 4 de la tarde, y no se cerrarían las mesas mientras haya gente en las colas. También se acordó que todos los mayores de 15 años, sepan o no escribir, tendrán acceso a los locales de votación, que contarán con un espacio reservado, para evitar que cada persona pueda ser influenciada o presionada. Los votos válidos para la elección se repartirán a la entrada de cada local y estarán firmados por los miembros del Comité en representación de cada una de las candidatas.

En los escrutinios finales de Caracas, Yolanda Leal obtuvo 23.000 votos contra 8.000 de Oly Clemente

     La campaña electoral se inició el 15 de octubre. Se dijo entonces que estos comicios eran una gran oportunidad para inculcar en los venezolanos el afecto a la democracia, porque el pueblo nunca ha participado en elecciones directas y aspira a elegir a un nuevo Presidente de la República depositando un voto.

     El domingo 1 de octubre se celebraron las esperadas elecciones. Aunque las votaciones comenzaban a las nueve de la mañana, la gente ya estaba haciendo cola desde la seis.

     En la capital se votó en el estadio Cerveza Caracas, en la parroquia San Agustín; en el Estadio Nacional de El Paraíso y en numerosos teatros y cines.

Yolanda Leal (izq.) felicita a Oly Clemente la nueva reina del Voleibol.

     Tenían derecho al voto todos los mayores de 15 años, sepan o no leer y escribir. Por primera vez se vio una fila de personas con dimensiones de un kilómetro de largo, desde la esquina de San Mateo, cercana al Nuevo Circo, hasta las taquillas del estadio en la esquina de Bomboná de San Agustín del Norte. Igual sucedió en el Estadio Nacional de El Paraíso. Todos los teatros y cines donde había urnas se colmaron de votantes. En horas de la tarde se conocieron los primeros resultados.

     En los escrutinios finales de Caracas, Leal obtuvo 23.000 votos contra 8.000 de Clemente. En Barquisimeto, Valencia, Maracay, Cumaná, Ciudad Bolívar y Maracaibo también hubo largas colas en los centros de votación. Entrada la noche, los periodistas de El Nacional y los representantes de Oly admitieron la derrota de ésta. 

     Hubo cohetes en todos los rincones del país. Fiesta en las calles. ¡Con Yolanda Leal ganaremos la Serie Mundial!… y así fue. 

     ¿A qué atribuyes el delirante entusiasmo del pueblo a la hora de votar?- , le preguntó la periodista María Teresa Castillo, a pocos días de su victoria a la reina deportiva. Y la joven afirmó: “A un reflejo de la delirante afición que ese mismo pueblo siente por el beisbol”.

     En el año 2010 se amplió la historia del triunfo de Yolanda Leal por intermedio de la pieza documental La Reina del Pueblo, dirigido pre lm cineasta Juan André bello, con el auspicio del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía. Este trabajo fue galardonado con el Lasa Award of Merito Film, en el festival de Cine de Toronto, Canadá. Yolanda Leal, la mujer que personificó al pueblo llano en esa primera elección popular en Venezuela, se dedicó posteriormente a la carrera de docente en liceos de la capital. El 20 de enero de 2013, falleció a la edad de 89 años.

     El escritor Miguel Otero Silva le dedicó unos hermosos versos bajo el título de “Yolanda de Venezuela”:

Yolanda Leal, reina de la Serie Mundial de Béisbol Amateur VII 1944.

“Yolanda de Venezuela
mi pueblo te necesita
por morena y por bonita
y por maestra de escuela
El estrai de tu sonrisa
rompió su curva en mi pecho
y yo me quedé maltrecho
y abanicando la brisa.
Corredor con mucha prisa
mi corazón sin cautela
salió en busca de tu escuela
y tu mirada profunda /

lo puso fuera en segunda
Yolanda de Venezuela
¡Quién fuera rolín sin pena
para tu pie acanelado!
¡Quién fuera flai elevado
para tu mano morena!
En la tribuna más llena
donde Juan Bimba más grita,
con tu voz de agua bendita
proclamando la victoria,
para cubrirse de gloria
mi pueblo te necesita.
Cuando para mi desgracia
te alargué la mano terca

tú me volaste la cerca
con el jonrón de tu gracia.
Reina de mi democracia,
soberana de Pagüita,

en la clara nochecita de tus ojos retrecheros
me anotaste nueve ceros
por morena y por bonita.
Fuiste línea disparada
hacia tu pueblo, de frente,
y en ti el pueblo valiente
logró su mejor jugada.
Así quedaste engarzada
en manos de Venezuela,
manojito de canela,
Reina la más majestuosa
por morena y por hermosa
y por maestra de escuela”.

De cómo nació el cine en Caracas

De cómo nació el cine en Caracas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

De cómo nació el cine en Caracas

Por Lucas Manzano

 

     Para historiar acerca de cómo nació y creció esta villa del séptimo arte es necesario haber actuado de cerca en ello y tener las cuentas al día con la memoria.

     Es precisamente por eso por lo que sin ánimo de refutar lo escrito recientemente con relación a las primeras cintas cinematográficas con argumento rodadas, reveladas y exhibidas en el Cine “Ávila” y el “Teatro Caracas” vamos a pergeñar unas cuartillas.

     Corría el año de 1911 cuando un cameraman nativo de yanquilandia, previamente contratado por el Inspector General del Ejército Félix Galavís, apareció en escena para imprimir los actos conmemorativos del Primer Centenario de la Independencia, festejados pomposamente en la capital. Fue nota culminante, que captó la cámara cinematográfica, la revista militar que tuvo teatro en el Hipódromo del “Paraíso”. 

     Debió ser lucrativo el negocio del Mister, toda vez que entró en escena provisto del material y expertos operarios, Henrique Zimmerman, quien estableció su laboratorio en la esquina de “Bolero”. El campo explotado por éste fue el oficial, ya que contaba con la protección del Presidente Provisional.

     Un reducido número de aficionados a la fotografía entre quienes estaban Edgar Anzola, Eugenio Méndez y M. Capriles, filmaban en la Plaza Bolívar y en las Carreras de Caballos asuntos que luego exhibían en el “Cine Ávila” por amor al arte. Se recuerda el ataque del que fue objeto Eugenio Méndez por una dama de pelo en pecho, a quien Méndez fotografió en una película que exhibió sin ánimo de molestarla, aun cuando el asunto despertó la hilaridad de los espectadores

     De palique estábamos con Méndez y sus amigos cuando la dama blandió el paraguas, lo descargó sobre el fotógrafo y a no haber puesto éste los pies en polvorosa como decimos en criollo, habría regresado a su casa hecho una lástima por las acometidas de la fémina.

Lucas Manzano (1884-1966) escritor y periodista caraqueño. Autor de numerosas crónicas costumbristas sobre la historia de la capital venezolana

     En aquellos mismos días los cronistas Federico León, Job Pim, Leo y el autor de esta crónica concebimos la idea de hacernos imprimir una película con Zimmerman, la cual exhibimos en el “Teatro Caracas” en función de gala a beneficio de los chicos de la prensa. El argumento no pudo ser más original; parodiamos “La dama de las Camelias” con el mote de “La Dama de las Cayenas”. 

     Sin preocuparnos por las tomaduras de pelo que habrían de llovernos de colegas no invitados al beneficio, repartimos los papeles como nos vino en ganas. Yo hice el Armando Duval, Aurora Dubain la Margarita, Leo, Job Pim y Federico León otros papeles no menos pintorescos, para interpretar los cuales nos dábamos cita en lugares elegidos por los cameraman.

El Cine Ávila, situado en el centro de Caracas, fue uno de los espacios donde se proyectaron películas a comienzos del siglo XX

     La noche de la función fue apoteósica: El Presidente de la República, los Ministros del Despacho y la sociedad de Caracas colmaron el Coliseo de Veroes. Si el éxito fue clamoroso en cuanto se refiere a nuestro trabajo artístico, no lo fue menos a la hora de repartir los dinerillos que sumaron por conceptos de taquilla y regalos, unos cuantos miles de bolívares.

     Del éxito obtenido nos vino la idea, como aficionados que éramos a la fotografía, de hacernos peliculares. El General Mancera nos trajo de Alemania cámara, película virgen, materiales para el revelado y cuanto era necesario para debutar, no ya como actores de lo cual estábamos arrepentidos, sino como productores.

     No creemos que en la historia del cine se apunte, en estos lados del mundo, casos como los que vamos a narrar.

     Provistos como estábamos del material necesario para producir, obtuvimos la colaboración de Rafael Otazo, quien dicho sea en honor a su memoria, fue el comediógrafo que más hizo por el fomento del teatro en Venezuela. Escribió no menos de cien asuntos que fueron representados en comedias, sainetes, zarzuelas y otras manifestaciones artísticas en el género teatral.

     Otazo escribió para nosotros la película “Don Leandro Tacamahaca”, “Mi Rancho” de doña Soluta Baun, “Paseo Independencia”, Plaza Bolívar, el garito conocido con el mote de “La Hormiga” y varios otros lugares.

     El revelado lo hacíamos en cubetas en forma de urnas que contenían revelador, agua con ácido acético para detener el revelado y baño fijador. De cómo nos coronó nuestra señora de la Buena suerte lo pregonan las ciento y más presentaciones exitosas que obtuvo aquella cinta en teatros de Caracas y del interior.

     Al paso que íbamos habríamos llegado lejos en nuestra empresa peliculera, ignorantes de que nos perseguían de cerca, sin que de ello llegasen noticias a nuestro puesto de mando los llegados de Zimmerman, temeroso éste de que obtuviésemos el negocio que él explotaba con el Gobierno. Es lo cierto que nos incluyeron por tercera vez en la lista de los candidatos a presos políticos del Prefecto Lorenzo Carvallo, y cuando más entregados estábamos a los asuntos cinematográficos fuimos a dar con nuestra pobre humanidad en la Rotunda de Caracas.

     Confundidos allí, cerca de los militares encerrados por desamor al régimen, incomunicados, abrumados con grilletes de sesenta libras y comiendo por alimento conchas de cambur, porque orden superior tenía el Alcalde de que no sobreviviésemos, obtuvimos la libertad más tarde.

     El equipo y todo cuanto conservábamos en nuestros archivos había desaparecido. Fue por ello por lo que no continuamos en nuestra iniciación en el campo del Séptimo Arte.

     Luego de “Don Leandro”, cuyo protagonista era Rafael Guinand, rodamos las corridas de Belmonte en el Circo Metropolitano, “la Fiesta del Árbol” y el “Carnaval de 1918”, que fue el coronamiento de la elegancia y el buen tono de los festivales hasta entonces hechos en la capital venezolana en honor al Dios Momo.

     Otros cineastas rodaron “Ayarí o el Veneno del Indio”, libreto de Ramón David León y varias películas que fueron bien recibidas por el público. Después de nulificado el exitoso ensayo en el cual fuimos actores de baja ralea y productores de postín, entraron a competir compañías peliculeras formadas por capitales abundosos para triunfar. Fracasaron por el poco interés que el público les dispensó a sus producciones. 

     Solamente “Bolívar Films”, que no se inspiró en aquellas, triunfó exitosamente. Presentó en un festival europeo una buena película que mereció los honores de la crítica universal. 

Las primeras cintas cinematográficas fueron exhibidas en el Teatro Caracas o Coliseo de Veroes

     El competente aficionado Luis Roche no fue menos fortunoso con la cinta en colores“Caracas eterna primavera” que se  catalogó como máxima prueba de tecnicismo y buen gusto antes de que se perfeccionara el cine en tecnicolor en escala universal.

     Ahora tiene la palabra Napoleón Ordosgoiti, amante del Séptimo Arte y quien merece la protección de los pudientes para que el nombre de Venezuela suene en esta rama del arte aquí y más allá de los mares.

     Eso, naturalmente, si en la escogencia de los artistas Napoleón no se deja marear por guiños de ojos bonitos y otras cosas que no sean el buen sentido de la tropa y su capacidad para interpretar y hacer las cosas bien.

     Ojalá Dios lo quiera así. Amén.

 

Tomado de: Manzano, Lucas. Tradiciones Caraqueñas (Libro póstumo). Caracas: Empresa El Cojo C.A., 1967; Páginas 127-133
Nota biográfica: Lucas Manzano (1884-1966) escritor y periodista caraqueño. Autor de numerosas crónicas costumbristas sobre la historia de la capital venezolana. Fundador de la célebre revista Billiken (1919-1958). Manzano fue también uno de los pioneros del cine en Venezuela.

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