POR AQUÍ PASARON
El funeral de Francisco Linares Alcántara
Gracias a órganos periodísticos oficiosos como la Tribuna Liberal y Fígaro se puede obtener información acerca de las exequias a propósito de la nada clara muerte del llamado “El Gran Demócrata”, Francisco Linares Alcántara el 30 de noviembre de 1878. Alcántara era de origen aragüeño y alcanzó la máxima magistratura amén de unas elecciones propulsadas por Antonio Guzmán Blanco. Desde el año de 1875 éste se empeñó en agitar el ambiente político con el tema de la sucesión. Por supuesto, tutelada por él desde Europa. Por ello invitó a sus “doce apóstoles” que se postularan para ocupar la presidencia de la república. De todos los invitados a la contienda el favorecido fue su compadre, Francisco Linares Alcántara, quien había logrado ganarse su simpatía gracias a doña Ana Teresa Ibarra de Guzmán Blanco.
Sin embargo, Alcántara brillaba con laureles propios, además de ser reconocido como un tipo dicharachero, hablador, mujeriego lo que le granjearía simpatías en la comarca y sus ocupantes, había logrado imponerse como caudillo regional.
Bajo su mando contaba con unos seis mil hombres armados, tal caudillo decimonónico, y coterráneos de los valles de Aragua.
En su haber contaba con una hoja de servicio militar que lo destacaba de otros de sus contemporáneos con aspiraciones políticas. Para 1846 ya había logrado ser reconocido como soldado de fama. Hacia 1848 estuvo al lado de Santiago Mariño por tierras de la Goajira y desde entonces incursionó en distintos lugares del país en su condición de militar. En los últimos cuatro años de la oligarquía de los Monagas había ocupado un cargo en el Congreso de la República. En 1858, siendo General de Brigada, se unió a Juan Crisóstomo Falcón y Ezequiel Zamora a favor de la Federación, lo que también le sirvió para ser apreciado con ventajas frente a sus coetáneos.
El año de 1870 se incorporó a la causa de Guzmán Blanco y se convirtió así en uno de los integrantes del grupo vencedor el 27 de abril y a quienes aclamó el pueblo de Caracas bajo la bandera liberal. De él se recuerda que a sus enemigos les advertía, sin perder la cordura:” te pondré un zamuro de prendedor”. En su afán por alcanzar la presidencia utilizó la frase: “me montaré en la torre de la catedral con una cesta de morocotas para tirarle al que pase”. Su quehacer político muestra a un individuo conocedor de la mentalidad criolla de la época que vivió. Para septiembre de 1876, cuando se realizaron las elecciones, sólo dos aspirantes tenían posibilidades de triunfo: Hermenegildo Zavarce y Francisco Linares Alcántara. Al ninguno de los dos alcanzar la mayoría exigida por ley, el Congreso intervino y la balanza se inclinó a favor de Alcántara.
De inmediato, envió una comunicación a Guzmán Blanco donde le expresó que no se arrepentiría de haberlo favorecido para su elección. No obstante, Alcántara manejaba una agenda aparte y a medida que pasaron los días la actitud contraria hacia Guzmán Blanco se fue acrecentando. Al igual que nuevos periódicos se unieron al coro altisonante contra Guzmán. Entre otros, Modesto Urbaneja arremetió por oneroso y perjudicial para el país el contrato de construcción del ferrocarril de Caracas a La Guaira. A esto se sumaría lo relacionado con las monedas de níquel que le fueron vendidas a la nación a precio de oro. De igual modo, apareció la denuncia de los vasos sagrados de los conventos de Caracas, desaparecidos al momento de clausurar las casas sagradas.
Desde un primer momento Alcántara comenzó a tejer una trama constitucional que le permitiera ocupar la presidencia más allá de los veinticuatro meses establecidos. La justificación que se utilizó era la de la brevedad y la necesidad de extender el mandato por un tiempo mayor. Al tiempo que se le otorgó el título de “Gran Demócrata” se buscaron los aliados necesarios para la reforma constitucional. Para ello se restituyeron algunas bondades de la constitución de 1864 para contraponerla a la de 1874, que había reducido el cargo de la presidencia a la mitad, es decir, a dos años en vez de los cuatro establecido en la del 64.
Entre las acciones que se ejecutaron está la de haber logrado que León Colina se sumara a la causa continuista y abandonara sus aspiraciones presidenciales. Al general José Ignacio Pulido que tenía en su haber un parque militar, le ofrecieron cien mil pesos por el armamento y dos carteras ministeriales para sus partidarios a cambio de la renuncia a su candidatura y a Raimundo Andueza Palacio, le increparon por sus inclinaciones guzmancistas, decidió abandonar la candidatura y el país y se marchó a París. No sin antes dejar a cargo del anduecismo a Sebastián Casañas.
A inicios de 1878 se anunció el alzamiento del general José Ignacio Pulido cuyo nombre se asociaba con las andanzas de la guerra federal de donde le venía su fama de militar diestro y valiente. En este año Pulido anunció un levantamiento desde el estado Bolívar, Jesús Zamora lo hizo desde Barcelona y Paredes y Montañez hicieron lo propio desde Carabobo. Estas revueltas dieron la oportunidad a Alcántara de mostrar la fuerza de sus grupos armados para vencerlos en buena lid.
Para el 12 de septiembre de 1878 se declaró inservible la constitución vigente y se llamó a elecciones para la escogencia de una asamblea constituyente que debía reunirse el 10 de diciembre. En medio de este ardiente ambiente político, el 30 de noviembre, un inesperado e imprevisto estado febril se adueñó del organismo de Alcántara y una nueva leyenda política surgirá en torno a la causa de la muerte de un presidente en ejercicio.
Sus restos mortuorios llegaron a Caracas, provenientes de La Guaira, donde había fallecido a las once treinta de la mañana. Desde el domingo primero de diciembre se llevó a cabo el velatorio que concluyó el día tres del mismo mes. Los actos se hicieron en una elegante capilla ardiente erigida en el Palacio de Gobierno o Casa Amarilla. El anuncio de salida del cortejo fúnebre se inició con un cañonazo a las nueve y cuarenta y cinco de la mañana. El recorrido se efectuó desde el Palacio de Gobierno hasta la catedral. Antes de llegar a ésta el cortejo pasó por las esquinas de Las Monjas y las Gradillas, que estaban ornadas de pendones negros con una A plateada en el centro y pedestales cubiertos de negro.
La luctuosa marcha fue encabezada por tres generales, el primer batallón de la guardia con banda marcial, el caballo de batalla del difunto, un batallón del cuerpo de matemáticos, las altas autoridades nacionales, estatales, municipales, legislativas, judiciales y militares, representantes de los gremios, la prensa, la masonería, alumnos y profesores de colegios, escuelas y universidad, el clero, conducido por el arzobispo de Caracas, Monseñor José Antonio Ponte, y el ex arzobispo de la misma arquidiócesis, Monseñor Silvestre Guevara y Lira. A la zaga del ataúd, que cargaban los edecanes y el secretario del extinto en hombros. Igualmente, marchaban la junta directiva, las comisiones de los estados, el encargado de la presidencia con su gabinete, el cuerpo diplomático, la Alta Corte Federal y un segundo batallón de la guardia y otra banda marcial.
Al paso propio de una marcha fúnebre el cortejo llegó a la catedral a las diez y treinta de la mañana, acompañado con salvas de cañón. El púlpito y las columnas del templo estaban cubiertos de negro con lágrimas de color plateado, en cuyo centro aparecían dos banderas tricolores cruzadas que sostenían una corona de laurel. Entre las columnas había soportes plateados de cuatro metros de altura que soportaban lámparas funerarias, a cada uno de cuyos pies se veían tres fusiles formando pabellón. Dos hileras de antorchas negras se extendían desde la puerta principal hasta el presbiterio sobre el pavimento de la nave alfombrado de lirios, nardos, ramas de olivo, mirto y laurel.
Detrás del catafalco se ubicó la silla presidencial, de raso amarillo y con el escudo venezolano bordado en el espaldar, sobre ella un sitial de damasco rojo y franjas negras. El cajón mortuorio fue ubicado en el túmulo sobre un pedestal cubierto con un manto bordado en plata y oro. La vigilancia fue encomendada a cuatro soldados del cuerpo de matemáticos ubicados en los cuatro costados del ataúd, además dos edecanes del difunto estuvieron colocados al pie de la urna y otros dos edecanes lo hicieron a los lados de la silla presidencial. El arzobispo de Caracas, Monseñor José Antonio Ponte, celebró el funeral orquestado y el canónigo magistral, Ladislao Amitesarove, pronunció el panegírico fúnebre. Al concluir los oficios sacros, a la una y treinta de la tarde, y luego de cuatro horas de duración, pobladores de la comarca se presentaron a homenajear al difunto en la capilla ardiente de la catedral hasta las once de la noche, bajo el compás con que la banda marcial le rendía honores.
A las nueve de la mañana del siguiente día, diciembre 4, comenzó la marcha de los restos mortales de Linares Alcántara al Panteón Nacional. En hombros de sus edecanes, el ataúd, protegido con la bandera de la guardia y coronas de violetas fue acompañado a su última morada, junto con las melodías de una marcha triunfal ejecutada por la banda militar. El camino entre la catedral y el Panteón Nacional se adornó con pedestales y pendones. Cada pendón mostraba una corona de olivo y una dedicatoria al fallecido, mientras el pavimento estaba cubierto de musgo y las paredes lucían carteles con los últimos pensamientos de Linares Alcántara. Se erigieron cinco arcos de triunfo a lo largo del camino entre la catedral y el Panteón. El arco de la esquina de la Torre estaba hecho de cañones en su base y el resto de fusiles dispuestos con gran elegancia. Hachas, lanzas, tambores y cornetas complementaban el ornamento. El arco de Veroes era cuadrado en forma de tienda de campaña, con franja de terciopelo negro en el techo y grandes cortinas tricolores con pendones en las esquinas. El arco masónico presente en la esquina de Jesuitas presentó la siguiente inscripción: A. L. G. D. G. A. D. U. En respeto a la memoria del M. I. H. General F. Linares Alcántara. El Gran Oriente Nacional. Vuestros hermanos saludan. Adiós! Adiós! Adiós! Bendito sea el señor. El arco de Tienda Honda lo constituían guirnaldas de flores. El quinto arco de triunfo fue ubicado cerca del Panteón Nacional y fue adornado con banderas amarillas y nacionales.
El trayecto, decorado de modo espléndido, por donde transitaría el cortejo fúnebre comenzó a ser transitado a las diez y quince de la mañana del 4 de diciembre, por parte de la procesión encargada de la inhumación de Linares Alcántara en el Panteón Nacional. Integraron el cortejo la artillería, el caballo de batalla del difunto, la guardia, varias corporaciones civiles, la comandancia de armas, el clero. El féretro estaba cubierto con la bandera nacional y dos coronas de flores blancas detrás del cual marchaban el encargado de la presidencia y su gabinete en pleno, los cuerpos diplomático y consular, la banda marcial, el cuerpo de matemáticos y un segundo batallón de la guardia.
Luego de una hora de un pausado desfile, a las once y quince de la mañana, el cortejo cruzó entre los presentes que, según el director de un periódico, Nicanor Bolet Peraza, pro gubernamental, calculó de veinte mil personas. Al llegar al puente La Trinidad los veteranos de la guardia fueron los encargados de presentar armas al difunto bajo salvas de artillería. Ya en el Panteón, tras un confuso incidente que causó dos muertes y varios heridos entre los presentes, se llevó a cabo el ritual del sepelio. Luego del discurso de orden emitido por Santiago Terrero Atienza en elogio al difunto y la lectura del acta de inhumación, se sepultó el cadáver de Linares Alcántara en la capilla adyacente del lado derecho del mausoleo de Bolívar.