Caracas para su gusto era una ciudad bonita, incluso más bonita que París, y como Bogotá, tenía aspecto de ciudad. Subrayó que su embellecimiento se llevó a cabo luego del movimiento telúrico de 1812. Entre otras virtudes, Urdaneta recordaría la pulcritud y aseo de la ciudad. Aunque era raro ver una escoba y quienes la utilizaran. Como ejemplo de limpieza contó que por el mes de agosto decidió comer una naranja, ofertadas en la calle, para refrescarse, pero no encontró lugar para desprenderse de las conchas puesto que no había cestos de basura, por lo que optó por guardarlas y desembarazarse de ellas en el lugar que tenía como morada. Sin embargo, agregó que había barredoras mecánicas, tiradas por un caballo y dirigidas por un peón. Pero, no era esto lo que mantenía aseadas las calles de Caracas, sino las lluvias porque con éstas las aguas corrían de arriba abajo y esta corriente servía para limpiarlas, a esto agregaría el carácter pulcro de los habitantes.
En cuanto a estos últimos recordaría que no usaban ruana, ni las mujeres vestían de negro. En su recorrido inicial le vino a recordación tanto el 19 de abril de 1810 como el 5 de julio de 1811 y el espíritu de Independencia, nacido de las doctrinas de Antonio Nariño y los precursores comuneros del Socorro en 1781. Sin duda, una aseveración exagerada a la luz de los estudios, en este orden, dados a conocer posteriormente. En su narración llamó la atención acerca del arzobispado de Venezuela, el Colegio de Ingenieros, la Facultad Médica Nacional, el Instituto de Bellas Artes y la Biblioteca en donde reposaban treinta mil volúmenes.
Calles y coches
En lo referente a la organización y ornamentación de la ciudad delineó en su narración la existencia de 19 puentes, 14 de mampostería y uno de hierro, el cual se ubicaba sobre el río Guaire. En cuanto a las variaciones climáticas habló de dos: lluvia y sequía. Dejó escrito que en los tiempos del Centenario (1883) Guzmán Blanco había mandado a eliminar el que la parte frontal de las casas se blanquearan con cal, yeso o tierra blanca y se sustituyeran por pinturas a base de aceite, con colores claros. Junto con este cambio se dispuso a suprimir los impresos y anuncios públicos en las paredes de ellas. Acerca de esto último, indicó que en lugar de esta práctica se comenzaron a utilizar los árboles, donde con una tablilla se colocaban anuncios de interés.
A medida que avanza su descripción agregaría nuevos aspectos que le llamaron la atención en comparación con su originaria Bogotá. Reconoció que el uso del cemento apenas comenzaba en Venezuela y que la mayoría de las calles centrales eran de este material. El mismo estaba siendo utilizado para sustituir en las calles las antiguas lajas de formas irregulares y variadas. Aunque las calles fuesen empedradas, con pequeñas piezas, ello no impedía el libre flujo de los carruajes.
En lo que se refiere al transporte señaló que, el uso de los carruajes estaba bien reglamentado y que existían dos tipos diferentes de ellos, aparte de los particulares: los de plaza y tirados por uno o dos caballos. Para su convencimiento la mayoría de choferes eran italianos. Las tarifas variaban según las situaciones. Un bolívar por cada carrera o un venezolano por hora. Ofreció la información sobre la existencia de unos 160 carruajes de plaza en Caracas.
A estos sumó los coches de lujo tirados por dos caballos y los cocheros hijos del país, según lo anotado por Urdaneta. El costo del servicio eran dos venezolanos por hora. Los días de fiesta y al salir de la ciudad al campo el costo era el doble. Indicó que cada cochero llevaba un reloj y vestían indumentaria presentable y pulcra. En Caracas habría unos cuatrocientos de este tipo reseñó en su texto. El medio de transporte más utilizado para trasladar objetos y mercaderías eran animales como el asno o pequeños carros de dos ruedas, halados por mulas, un solo arriero conducía hasta doce asnos en recua.
De las calles anotó que estaban bien alumbradas con faroles de petróleo. Para la fiesta del Centenario se agregaron faroles de esperma y la luz eléctrica, basada en el sistema de Weston en algunos puntos de la Plaza Central y monumentos importantes. En la visita que llevó a cabo a la Catedral de Caracas, destacó un cuadro de Antonio Herrera, pintor de tendencia modernista. De igual modo, subrayó que en los alrededores de ellas había espacios vacíos, uno de ellos donde reposaba el corazón de Girardot, sin lápida que identificara el lugar. Con cierto aire quejumbroso señaló que un sentimiento patriótico debía embellecer este lugar, en vez de estar sepultado en medio de grama crecida. De otras iglesias caraqueñas señaló que la de Altagracia era la predilecta de las mujeres y la iglesia de la Merced donde existían fosas y que para él sería importante que, en Bogotá algunos templos, imitaran esta práctica y así obtener recursos económicos que ayudaran en su funcionamiento.
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