Caracas vista por un periodista norteamericano
Para William Eleroy Curtis el río Guaire “es uno de los más bellos, así como uno de los más fértiles del mundo.
En el largo reportaje realizado en 1896 por el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, este expresó que la capital de Venezuela estaba asentada sobre la vertiente meridional de la “montaña La Silla”. Comparó su longitud con la de Boston por lo similar de sus dimensiones. Del río Guaire señaló que existía la creencia según la cual había sido un lago que desaguó en el mar debido a un movimiento telúrico y “es uno de los más bellos, así como uno de los más fértiles del mundo”.
Señaló que, a lo largo de donde se asentaban las colinas, existía un acueducto que había sido construido bajo el gobierno de Antonio Guzmán Blanco en el año de 1874. Se puso en funcionamiento para aprovechar el agua que provenía de las montañas, cuyo depósito se encontraba en el cerro El Calvario. Hacia el lado este del valle caraqueño puso a la vista del lector la existencia de distintos cultivos de café cuyo verdor contrastaba con las plantaciones de caña de azúcar. Agregó que existía una vía férrea que se dirigía a un pueblo denominado El Encantado.
Vía que había sido construida para conectarse con otra línea proyectada por el litoral caraqueño. “Pero ha ido avanzando muy lentamente – sólo unas millas al año – y necesitaría un siglo, al paso que va, para alcanzar su destino final en el valle de Aragua”.
En relación con la cantidad de habitantes de la ciudad expresó que no existían cifras confiables. Aunque se había realizado un censo en 1888, tampoco arrojaba un número fiable debido a que muchos, en especial “peones o clase trabajadora”, emplearon artimañas para evitar a los que realizaban el censo. Esto lo hicieron por temor a que el censo sirviera para su ingreso al ejército, al cual no deseaban pertenecer. Las cifras que arrojó este censo no eran dignas de confianza, según sus anotaciones. “De acuerdo al censo de 1886, se verificaron 498 mellizos, catorce personas de más de cien años de edad y 6.603 extranjeros de todas las nacionalidades. Otro hecho que demuestra la inexactitud del censo es que la población votante en el valle es de 15.608, un número muy grande en proporción a los habitantes”.
Adujo que la razón por la cual la población no aumentaba se debía a los constantes conflictos armados suscitados desde 1810. Según escribió, estos conflictos “acabaron en una enorme mortandad”. Para Curtis mientras no existiera una paz duradera era imposible el crecimiento de la población, así como el ingreso de inmigrantes a los que se les pueda garantizar el respeto a sus propiedades y el derecho a la vida. De acuerdo con sus palabras, “Una de las influencias más eficaces para preservar la paz de la nación sería la educación de las masas”.
Relacionado con este tema añadió que, Guzmán Blanco, al poco tiempo de tomar el poder el año de 1871, había expulsado a sacerdotes y monjas del territorio nacional, expropió conventos y monasterios y los transformó en colegios amparado en una ley de educación de obligatoria aplicación. A partir de este momento quienes recibían educación no sólo lo harían de manos de sacerdotes y monjas, en especial los niños entre los ocho y catorce años recibirían instrucción en colegios laicos. Con esta ley y las reformas gubernamentales se había alcanzado un promedio de 452 escolares por cada mil habitantes. Más adelante ofreció algunos detalles relacionados con otros institutos escolares.
La Universidad Central de Venezuela es una de las más grandes de la América del Sur. Su sede se encuentra ubicada frente al Capitolio, en el corazón de la ciudad.
De la Universidad Central expresó que era una de las más grandes de la América del Sur. “Dependen de ella un colegio de estudios clásicos y las escuelas de derecho, medicina, teología, ciencias e ingeniería. El edificio de la universidad que se encuentra opuesto al Capitolio, en el corazón de la ciudad, es una bellísima estructura de franco estilo gótico y que ocupa casi toda una cuadra”.
En el mismo lugar se encuentra la Biblioteca Nacional, dirigida por el alemán Adolfo Ernst de quien expresó que era un eminente científico y con reconocimiento mundial. “A lo largo de las incontables revoluciones y mutaciones políticas en Venezuela, el Dr. Ernst ha conservado su lugar a la cabeza de los hombres ilustres de ese país, independientemente de cualquier partido y es respetado por todos”. Además, señaló que Ernst era el “único hombre capaz de preparar una historia verdadera de Venezuela, algo que nunca se ha escrito”.
De la prensa escrita dejó dicho que era poco confiable y que servía más para desorientar a la población que a enseñar historia. Sus dueños cambiaban sus opiniones de acuerdo con el gobernante de turno. Temían a confiscaciones o encarcelamientos. Por otro lado, se refirió a algunos textos que habían sido redactados, por iniciativas diferentes, y que hacían referencia a la capital venezolana. Entre éstos rememoró al redactado por Edward B. Eastwick quien visitó el país a propósito del empréstito venezolano de 1864. De lo redactado por éste, Curtis escribió que había sido enviado como agente de la Asociación inglesa de accionistas, “… para saldar la deuda pública y al fracasar, se vengó ridiculizando al pueblo y condenando al país en términos generales”.
Reseñó lo acontecido con el terremoto de 1812 y el de 1826 en Caracas. Expresó, a este respecto, que en el ánimo de los caraqueños existía inquietud, pero que comparaban otros movimientos telúricos, sucedidos luego de estos años, los cuales no dejaron tantos daños como el gran incendio de Chicago. Éste comenzó un 8 de octubre y duró hasta el 10 del mismo mes en 1871, en el que murieron trescientas personas y más de cien mil perdieron sus propiedades.
De acuerdo con las apreciaciones de Curtis, el caraqueño mostraba, si bien preocupación, poco temor de otro sismo. Esto se debía a que las casas estaban construidas con gruesas paredes de adobe a prueba de terremotos y eran edificaciones de una sola planta. “Es un hecho que en relación con la población se destruyen más propiedades y más vidas se pierden anualmente en los incendios de los Estados Unidos”.
Respecto a los incendios de Caracas anotó que los habitantes de esta ciudad solo recordaban el de un aserradero que había sido administrado por un irlandés norteamericano. Describió que en Caracas no había ninguna casa que poseyera una estufa o una cocinilla. “Uno puede pasear la vista sobre los techos desde lo alto de la torre de la Catedral o desde la colina de El Calvario en cualquier dirección sin que vea una columna de humo ni una chimenea. Y no hay un solo carro de bomberos ni hidratantes en las calles, ni extensiones de manguera colgados de manera sugerente en ninguno de los hoteles o edificios públicos”. Según su apreciación una compañía aseguradora contra incendios no era necesaria en condiciones como las de Caracas. En caso de un incendio sólo afectaría la parte interna de las edificaciones y no su exterior gracias al material con el que se habían construido las paredes.
En Caracas, las casas estaban construidas con gruesas paredes de adobe a prueba de terremotos y eran edificaciones de una sola planta.
De Caracas y su diseño urbanístico, como el trazado en manzanas, era similar al de otras ciudades hispanoamericanas. Cada manzana estaba dividida por estrechas calles empedradas con pequeños guijarros. Cada calle estaba numerada a partir de la Plaza Bolívar. En lo atinente a la arquitectura indicó “no hay mayor variedad ni despliegue de buen gusto”. Para ratificar esta aseveración agregó que, las casas construidas eran iguales las unas de las otras, la diferencia más ostensible era su tamaño, o más alta o más ancha una de otra. En su descripción agregó que alguna podía estar pintada de verde, rosado o azul y de acuerdo con el gusto de sus dueños. De los enrejados no dejó de destacar que sobresalían a las aceras. “Pero estas casas de tan feo aspecto siempre muestran su peor lado a la calle, y nadie jamás podría juzgar por su apariencia exterior las comodidades y los lujos que contienen. La ciudad fue fundada en los tiempos en que la casa de todo hombre era como su castillo y debía asegurarse como tal. También compensan en anchura y en largo lo que les falta en altura.
Quizá la casa más fea de toda Caracas, vista desde afuera sea la del desaparecido Mr. Henry Boulton, un respetado y próspero comerciante”.
Según Curtis, la parte exterior de esta vivienda dejaba la impresión que detrás de sus paredes estaba un establo o corral para ganado. Pero al atravesar hacia su interior todo aspecto exterior contrastaba con la magnificencia del interior de la vivienda. De esta situación escribió: “sólo entonces se comprende que la costumbre del millonario hispano – americano no es la de gastar su dinero en embellecer las calles sino utilizarlo por completo dentro de sus residencias”. Del mobiliario que observó en la casa de Boulton dijo que era tan vistoso y lujoso como los que se podían encontrar en Londres o Nueva York, en casa de cualquier príncipe comerciante. La extensión o territorio ocupado por casas como lo señalada le produjeron sentimientos encontrados.
En este orden de ideas, pasó a describir una casa en Caracas, de las “mejores entre su tipo”, y que estaba ocupada por dos solterones. Los detalles los delineó así: la parte frontal consistía en una pared de adobe, como protección un techo inclinado cubierto de tejas rojas. Tenía una pesada puerta de roble y dos ventanas anchas cubiertas “de barrotes de hierro como los que protegen las prisiones. La puerta principal, que se abría en contadas ocasiones, estaba compuesta de una más pequeña, por la que apenas cabía una persona. La casa contaba con un timbre eléctrico el cual, cuando se activaba, servía para que un sirviente acudiera a abrir la puerta pequeña. Al traspasar ésta encontró un pasadizo ancho, alto y de gran amplitud que Curtis lo comparó con la nave de una iglesia.
El diseño urbanístico de Caracas, así como el trazado en manzanas, era similar al de otras ciudades hispanoamericanas. Sus casas son todas muy parecidas, con un techo inclinado cubierto de tejas rojas.
“Al pasar se llega a una escena de encanto tropical, un patio o solar sin más techo que el cielo estrellado, donde crecen y florecen en su exuberancia natural plantas que superan a todas cuantas puedan hallarse en los jardines botánicos de las latitudes septentrionales”.
De seguida agregó que el ambiente estaba saturado del aroma de las flores con una fuente de agua que estimulaba una sensación de música perpetua. Esta parte de la casa estaba rodeada de un corredor desde donde pudo observar grandes ventanas dentro de cada uno de los cuartos que lo componían. Indicó que no había molduras ni cristales en los marcos, pero la privacidad se lograba con el uso de persianas de Venecia. El corredor, además, estaba enlosado con mosaicos de mármol azul y blanco, cubierto de alfombras persas.
El cuarto de enfrente, que daba a la calle, de gran dimensión servía para recibir las visitas. El piso de éste era de mosaico y estaba cubierto con una gran alfombra. En el centro de este ambiente estaba una mesa copada de libros y distintos adornos y, sobre ella, había una lámpara de quinqué. Puso de relieve que, en un rincón, había un piano de cola y a sus lados estaban divanes, sillones, canapés, atriles y en las paredes cuadros y grabados enmarcados con elegancia.
Del techo de la misma casa, añadió que era peculiar y que estimulaba la sensación de arquearse en el centro. Pero al ser observado de cerca logró descubrir que estaba cubierto de una pesada lona, fijada a una cornisa y forrado en papel tapiz. Indicó que entre la lona y las vigas que sostenían el techo había un espacio abierto. A este respecto anotó que este tipo de techo era muy común en países como Venezuela. La casa contaba con una biblioteca, además de las habitaciones para dormir, había una sala de billar y un gimnasio. El comedor también mostraba sus excelencias mobiliarias, más adentro de la casa estaba un pequeño espacio donde funcionaba la cocina y el lavandero, así como pequeñas habitaciones donde pernoctaban los criados. Del baño agregó que tenía una bañera a ras del piso y contaba con una regadera “que lanza un baño de ducha como si se tratara de un pequeño diluvio”.
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