Cónsul y encargado de negocios de Gran Bretaña en La Guaira y Caracas (1825-1841), pintor y autor de un Diario personal, en el que da un interesante panorama de la Venezuela de comienzos republicanos.
Sir Robert Ker Porter (1777-1842) dedicó gran parte de su vida a los viajes. Entre las actividades que desempeñó se encuentran su reconocimiento como pintor, escritor y diplomático. De origen escocés desarrolló su carrera como paisajista panorámico en Gran Bretaña. Como artista estuvo al servicio del zar Alejandro I de Rusia. Para el año de 1825 fue nombrado Cónsul General de Gran Bretaña en Venezuela. Luego del reconocimiento británico de Venezuela como República independiente (1835), fue comisionado como Encargado de Negocios de su Majestad Británica, cargo que ocupó hasta enero de 1841.
Durante su estadía en el país redactó Diario de un Diplomático Británico en Venezuela. Obra en la que estampó sus impresiones sobre los lugares que conoció, así como resulta ser un testimonio de los primeros años de la vida republicana. También se dedicó a la pintura con lo que dejó un testimonio visual de distintas localidades y gentes de Venezuela.
El Diario… de Porter constituye un valioso informe de la Venezuela que conoció como un componente de la República de Colombia, la separación de ésta y la mirada que ofrece de los fundadores de la nacionalidad a quienes conoció de manera directa. De igual manera, dejó estampada una descripción gráfica de Caracas, la de su valle con sus sembradíos, las haciendas que en ella se encontraban instaladas, así como los distintos riachuelos que la surcaban.
Entabló amistad con Simón Bolívar a quien adjudicó su derrota por desmedida ambición. En cambio, su visión de Páez, con quien trató por más tiempo, fue la de ser un hombre sensato y honesto. No se expresaría del mismo modo de Santiago Mariño a quien observó con desconfianza.
Con fecha noviembre 27 de 1825, Porter escribió en su bitácora de viaje que lograron entrar al puerto de La Guaira a bordo del Primrose. Consiguieron hacerlo sin mayores contratiempos, “pues son grandes los peligros corridos por los buques que se acercan demasiado a la costa en este país”. Aunque señaló que el desembarque había sido incómodo “porque el oleaje rompía por encima del destartalado muelle de madera ya podrida que conduce a la orilla de la población”.
Describió que este lugar mostraba buena protección gracias a grandes murallas y fortalezas en dirección al mar, así como por empinadas colinas alzadas detrás del lugar donde estaban además coronadas por baterías de distintas clases, al igual que por unas defensas casi impenetrables formadas de tunas y otras plantas espinosas y tupidas que crecían por doquier y a las que había que acercarse de manera cautelosa como “en todos los países tropicales”.
De La Guaira expresó que la encontró semejante a un lugar situado en el mar Caspio. De sus calles las ponderó de estrechas y que sólo habían sido parcialmente reconstruidas luego del destructor movimiento sísmico de 1812. Observó en lo alto de la ciudad una iglesia, “de aspecto imponente, pero los ardientes reflejos de las montañas y de las paredes, hedores, etc., en modo alguno invitaban a un conocimiento más íntimo”. De allí, Porter y sus acompañantes tomaron el rumbo, por la orilla del mar, hacia el pueblo de Maiquetía del que anotó que era “ventilado y hermosamente situado en la falda de las montañas, en medio de un bosque de árboles de cacao poco denso”.
Las impresiones iniciales de Robert Ker Porter sobre Caracas fueron que era un valle espléndido, tanto por sus cultivos como por el agradable aspecto que estimulaba al observador.
Puso a la vista de sus potenciales lectores el haber observado buitres y pelícanos que volaban sobre la playa. Por otra parte, relató que el martes 29 había partido para Caracas. El camino que transitó fue la denominada “carretera nueva”. Pasó de nuevo por Maiquetía y desde aquí comenzaron el ascenso por un camino que le pareció largo. Según sus anotaciones era una “vía angosta, difícil, invadida por espesos matorrales y, por momentos, de carácter no muy seguro, pareciéndose, en muchos sitios, a la del Coral de Madeira, pero, en general, muy inferior, tanto en grandiosidad como en lo pintoresco de su aspecto”.
Luego de unas dos horas de viaje, Porter y sus acompañantes, llegaron a la vertiente de la fila de montañas que forma parte del valle de Caracas. Contó que habiendo entrado en terreno llano observó un valle espléndido, tanto por sus cultivos como por el agradable aspecto que estimulaba al observador.
Sin embargo, añadió que “el acceso por este lado de la ciudad dista mucho de ser interesante o imponente, y gradualmente alcanzamos el centro de la población pasando entre iglesias, conventos y casas derruidos”.
La primera visita que Porter hizo a Caracas fue por unas horas y para presentarse ante algunas autoridades importantes. De nuevo en La Guaira comparó el clima que en ésta predominaba, al que relacionó con un horno, y la agradable temperatura de Santiago León de Caracas. Ciudad a la que regresó, ya para instalarse como representante del gobierno inglés, el sábado 3 de diciembre de 1825. El camino que transitó en esta ocasión le llamó la atención por ser ancha y estar “bien pavimentada”. Expuso la variedad de la vegetación existente y como, desde la cima de la montaña, se veía el mar. “La escena era más nueva que sublime o llamativa y he de decir que no correspondía con las floridas descripciones hechas por Humboldt y varios otros que la han contemplado desde esta curiosa carretera”.
Indicó que la primera visión de la ciudad “es impresionante, pero no puedo dejar de decir que me decepcionó”. Exclamó que, si fue así desde lejos, “como sería al ver la ruina, la desolación y la falta de cualquier cosa que pudiera llamarse comodidad o esperanzas de vida social al entrar más en contacto con sus destrozados restos”. Relató que pasaron por calles completas cubiertas por la maleza, con casas sin techos y dentro de ellas hermosos árboles ya crecidos y “saliendo por las ventanas mohosas, sombreando los restos enterrados de familias enteras, cuyas paredes domésticas se habían convertido en su mausoleo”.
Ker Porter tuvo amistad con Simón Bolívar a quien adjudicó su derrota por desmedida ambición. Pintó un retrato del Libertador.
Denominó estos vestigios “sepulcros” y a partir de los cuales siguieron su camino hacia la iglesia que había resistido ante los embates del movimiento telúrico. Añadió: “y tomamos residencia temporal en el City Hotel, en habitaciones que nos habían preparado; un triste y miserable hueco, asqueroso y lleno de pulgas”. Luego de cumplir compromisos sociales y haber degustado la comida de la noche, llegó a su habitación a las diez de la noche, pero el sueño fue interrumpido por los ruidos nocturnos, debido a las borracheras y que se prolongaron hasta las cuatro de la madrugada.
Por estar residenciado en una habitación que carecía de un amoblado adecuado, solo había en ella sillas, con piso recubierto de ladrillos o baldosas, se vio en la imperiosa necesidad de buscar un nuevo lugar para residenciarse, pero las casas que visitó con el fin de mudarse eran “sucias y caras en extremo”. Los alquileres oscilaban entre 50 y 100 dólares muy alto precio para Porter.
Describió un ágape al que fue invitado el cual se caracterizó por las opíparas raciones y la gran cantidad de licor. Al día siguiente, amaneció con molestias estomacales. Describió su convalecencia así: “El doctor Coxe tomó el toro por los cuernos y espero que mis males no se agraven. Este no es un buen lugar para un inválido. ¡Ni una silla retrete en el establecimiento! El excusado está a tres patios, y qué sitio! Además de todas sus amenidades, el visitante es mantenido en alerta por una o dos ratas que saltan del asiento desocupado hacia la derecha o hacia la izquierda. Estuve en cama todo el día”.
Las molestias en la posada que ocupó no dejaron de causar a Porter incomodidades. Dos días después del malestar estomacal debió soportar los eventos que en la posada se escenificaron la noche del viernes nueve. Contó haber escuchado gritos, insultos y juras en diversas lenguas.
Se enteró al día siguiente que el dueño del lugar, un oriundo de Alemania, y un coronel también de origen alemán habían tenido una discusión. Además, hubo un disparo durante el evento y pensó que habría sido la consumación de un duelo pendiente. Pero fue el coronel que protagonizó la pelea quien “se había levantado la tapa de los sesos”. Escribió que había sido un suicidio porque dejó tres cartas para conocidos y familiares.
Luego de este lamentable suceso las cosas en la posada se experimentaron con un poco de más calma. No obstante, continuó la búsqueda por conseguir un nuevo espacio de residencia. Acompañado por un conocedor visitó otro lugar que le fue de agrado porque “parece prometer más comodidad y limpieza que lo acostumbrado en Caracas”. Al culminar esta diligencia decidió dar un paseo al lado este de la ciudad. Escribió haber alcanzado una pequeña plaza denominada San Lázaro. En un costado de ella había una iglesia que, “todavía está en pie”. Cerca observó los restos de un hospital para la atención de los afectados por la lepra. Aunque este último resultó con deterioros por el terremoto de 1812, albergaba a unos treinta pacientes leprosos. Vio algunos de los pacientes cerca de la entrada y escribió “un triste y bastante repugnante espectáculo”.
El célebre diplomático inglés tuvo una estrecha amistad, durante muchos años, con el general José Antonio Páez, a quien catalogó como un hombre sensato y honesto.
Durante el paseo decidieron atravesar el lado opuesto a este lugar. Describió que la ciudad mostraba las calles cubiertas de maleza, con paredes de barro plagadas de moho. Más hacia el lado oeste escalaron una “linda y considerable” colina en cuya cúspide se encontraba una edificación con el nombre Ermita del Calvario. Desde arriba dio un vistazo a la ciudad puesto que podían observarse el trazado de las calles que iban de este a oeste y de norte a sur. También divisó los cortes “hechos por los torrentes y el lecho ya casi seco del río Guaire”.
Mientras tanto continuaba su periplo en búsqueda de un lugar para residenciarse y que fuera limpio, cómodo y accesible económicamente. Porter escribió en su diario, con palabras algo encomiosas que, en la ciudad reinaba una gran apatía, “tanto mental como física, que, por supuesto se extiende hasta los departamentos del Estado, no importa cuán enérgicas en forma puedan ser las leyes e instituciones de la nación”.
A estas consideraciones sumó que entre las personas reinaba la indolencia, la venalidad y la indiferencia, “debidas a la envidia personal de algunos y la supuesta decepción de otros, como ocurre si hay una multitud de sirvientes en una casa mal gobernada”. De acuerdo con su descripción a pocos les interesaba hacer algo útil y provechoso por su entorno ni por su persona. “Pero ninguno pierde la oportunidad de robarle al gobierno si su situación le proporciona los medios”.
Después de varios meses de buscar una casa para instalarse a vivir, decidió tomar una de propiedad del coronel Mac Laughlin. El costo del alquiler mensual era de 45 dólares, “tendré que adelantarle seis meses de alquiler, con los que se compromete a poner la casa en un estado apropiado lo más pronto posible para que yo la pueda ocupar, aceptando mantenerla en condiciones de habitabilidad mientras esté en mi posesión”.
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