Ellos tumbaron a Gallegos

5 Abr 2023 | Ocurrió aquí

El 15 de febrero de 1948, Rómulo Gallegos tomó posesión del cargo de presidente de la República de Venezuela, después de haber ganado las elecciones el año anterior. En la gráfica, de izq. a der., el teniente coronel Mario Ricardo Vargas, el presidente Gallegos, Rómulo Betancourt y el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud.

El 15 de febrero de 1948, Rómulo Gallegos tomó posesión del cargo de presidente de la República de Venezuela, después de haber ganado las elecciones el año anterior. En la gráfica, de izq. a der., el teniente coronel Mario Ricardo Vargas, el presidente Gallegos, Rómulo Betancourt y el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud.

     “El doctor Domingo Alberto Rangel nos advierte que sólo tres personas pueden tratar con todo detalle los hechos ocurridos días antes y días después del golpe del 24 de noviembre de 1948 que derrocó al presidente constitucional, Rómulo Gallegos. Ellos son: Alberto Carnevali, quien lamentablemente está muerto, Gonzalo Barrios, cuya palabra sería interesantísima porque es muy inteligente, y Luis Augusto Dubuc. De entre los tres, nos da el teléfono de Barrios.

     Y arrellanados en el pequeño “recibo” de su domicilio, situado en la avenida Ávila de la urbanización Altamira, el doctor Gonzalo Barrios, una de las figuras civiles más prominentes de la democracia venezolana, accede condescendientemente a aclarar los puntos oscuros que quiero proponerle.

–¿Cuándo tuvieron Uds., la primera evidencia de que se conspiraba?
El 20 de octubre de 1945, –responde con acento humorístico.

–¿Cuándo empezaron a dudar de Marcos Pérez Jiménez?
En la misma fecha, ¡o un poco antes!

–¿Por qué no lo eliminaron a tiempo?
Porque en las conspiraciones debeladas antes, no aparecía clara la mano de Pérez Jiménez.

–¿Las guarniciones del interior apoyaban el golpe o estaban con el gobierno legítimo?

     Las guarniciones no contaban en ese alzamiento. Aquel fue un golpe de oficina, que se desarrollaba y combatía a no más de 15 metros de distancia, es decir, desde las oficinas del presidente, en Miraflores, y las del jefe del Estado Mayor, en el edificio de enfrente.

     Sólo dos guarniciones tuvieron cierta notoriedad esos días: la de Maracay, cuyo comandante era Jesús Manuel Gámez Arellano, quien estaba al lado del presidente, y la de La Guaira, cuyo jefe era Tomás “Mono” Mendoza, uno de los principales y más rabiosos conjurados.

     La agitación entre los militares había empezado, según todas las evidencias, durante el viaje del presidente a los Estados Unidos. Mientras allí recibía el homenaje de admiración de las más altas instituciones sociales y culturales del mundo americano, un pequeño grupo de ambiciosos fomentaba maniobras conspirativas enfrente de Miraflores.

     “El 17 de noviembre, Gallegos fue informado de que el complot estaba a punto de estallar”, explica el líder. El “Mono” Mendoza, comandante de la guarnición de La Guaira, había invitado a un marino a alzarse y éste había reportado la invitación al presidente de la República.

     Gallegos ordenó entonces al ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud llamar a Mendoza y detenerlo, pero Delgado, a cuyo amparo corría el curso de los sucesos, deslizó una proposición sibilina:

–¿Por qué no habla usted mejor con ellos, mi presidente?

     Y Gallegos decidió hacerlo en el momento y lugar que Delgado le propusiese.

Los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, cabecillas del movimiento conspirativo contra el presidente Gallegos.

Los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, cabecillas del movimiento conspirativo contra el presidente Gallegos.

     El presidente Gallegos y los tenientes coroneles Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, quien era jefe del Estado Mayor, convinieron en que la reunión sería en el Cuartel de caballería “Ambrosio Plaza”, en Caracas.

     El propio Gonzalo Barrios y el doctor Raúl Leoni se empeñaron en acompañar al presidente a la peligrosa asamblea, pero él se opuso tenazmente.

     Como un maestro, les habló del drama político que es la historia del país, y de las formas como la ambición y la indisciplina de los hombres de armas, han quebrantado la paz de la Nación y entrabado su desarrollo y prosperidad.

     Gallegos, indicó Barrios, “se creció” con su autoridad moral y con su palabra elocuente. Al regresar al Palacio, Delgado Chalbaud le dio un abrazo. ¡Gran abrazo!

–¡Qué bien, mi presidente! ¡Así es como hay que hablarles a esos sujetos!

     Pérez Jiménez cargaba las manos en los bolsillos. Manoseaba internamente un papel, pero no se atrevió a sacarlo.

     ¿Qué pasó, que al día siguiente Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez se anunciaban en el despacho del presidente para presentar su “pliego conflictivo”?

     Se fijó una entrevista para el 19 de noviembre. El doctor Barrios asistió a ella, en su carácter de Secretario Presidencial y amigo de Gallegos.

     “Los militares visitantes fueron introducidos en el despacho presidencial y los invité a tomar asiento en un ancho sofá, adosado a una de las paredes, casi frente al escritorio del presidente”, narró el mismo secretario en una carta al biógrafo norteamericano de Gallegos, quien la publicó en su libro hace varios meses (1). “El presidente se sentó pausadamente en un sillón, separado de aquel sofá por una mesa, y a su lado ocupé otro asiento”.

     “Como guardaban silencio, Gallegos los excitó a hablar. Esperábamos que Pérez Jiménez sacara del bolsillo aquel papel que parecía ser el pliego del Ejército, y que había demostrado llevar consigo en el ‘Ambrosio Plaza’. Pero fue Delgado quien, para sorpresa nuestra, extrajo un papel manuscrito y con voz vacilante planteo:

 1°– Expulsión de Betancourt;

2°– Prohibición de regreso del comandante Mario Ricardo Vargas;

3°– Remoción del comandante Jesús Manuel Gámez Arellano, de Maracay;

4°– Cambio en los edecanes del presidente; y

5°– Desvinculación del gobierno y Acción Democrática.

Rómulo Betancourt entre dos golpistas: Marcos Pérez Jiménez y Mario Ricardo Vargas.

Rómulo Betancourt entre dos golpistas: Marcos Pérez Jiménez y Mario Ricardo Vargas.

     El presidente dijo que iba a contestar de inmediato tales peticiones. Señaló que, de acuerdo con la Constitución, los únicos poderes ante quienes tiene que dar cuenta de sus actos son el Congreso Nacional y el Poder Judicial, si contra él fuere incoado juicio en forma legal. “Lo que ustedes me proponen en cuanto a Betancourt es la inconsecuencia entre amigos personales y políticos, clásica en la historia de Venezuela, y en la cual no voy a incurrir por dignidad propia; el comandante Mario Vargas, compañero de armas a quien ustedes llaman simplemente Mario, es un hombre honesto y patriota, gravemente enfermo en Nueva York, y si quisiera venir a vivir sus últimos días en su patria, no sería yo quien se lo impediría por cuestión de dignidad propia; en cuanto al comandante de la Guarnición de Maracay, contra quien se ensañan Uds., porque los saben leal al gobierno legítimo, podría ser que lo removiera, pero no por imposición de Uds., respecto a los jóvenes edecanes militares que se sientan a mi mesa, no puedo renunciar al derecho de escogerlos personalmente; respecto a Acción Democrática, si le doy la espalda, además de cometer una deslealtad, quedaría expuesto a las maniobras de cualquier ambicioso, y ya no serían ustedes sino el, portero de Miraflores quien me impediría la entrada cuando quisiera. 

Así que los dejo aquí (levantándose) para que tomen unas determinaciones conforme con mi respuesta. Mi suerte personal está echada y la de la República queda en las manos de Uds.”.

     Pasado un momento, volvió Delgado Chalbaud a la Secretaría, donde se encontraba el presidente, y dejó caer su segunda gran emoción de aquella historia. Felicitó al presidente y le anunció, trémulo, que el Ejército respaldaba y no se metería más en política, pero pedía solamente que no hubiera intervención de los políticos en el ascenso de los militares.

     Gallegos le dijo a Delgado Chalbaud:

     “Pues si es así, hemos perdido todo el día, pues mis conclusiones no son cuestiones personales sino mandato de las leyes que he jurado cumplir y hacer cumplir”.

     Y Delgado, emocionado y contrito, se retiró silenciosamente.

     Después de esta entrevista, el presidente fue llamando a su despacho a todos los militares que juzgaba leales a su gobierno. Se convenció de que no tenía apoyo. El jefe del Batallón Motoblindado, el mayor La Rosa, le dijo que su deber era resguardar la persona del presidente pero que “no le pidiera llegar al extremo de hacer armas contra sus compañeros porque habían concertado un pacto para no combatirse”.

     Algunos capitanes como Zamora Conde y Roberto Moreán Soto y casi todos los oficiales de la Casa Militar manifestaron estar al lado del presidente, pero éste leyó en los ojos de Delgado Chalbaud que había sido traicionado y que el Ejército ya no le obedecía.

     Cuando Pérez Jiménez fue al Perú en “misión especial”, fuerzas oscuras decidieron en favor de su regreso.

Los tres integrantes de la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud Y Luis Felipe Llovera Páez.

Los tres integrantes de la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud Y Luis Felipe Llovera Páez.

     Gonzalo Barrios cree que este es uno de los puntos más difíciles de explicar. Pérez Jiménez no podía volver sin la autorización del presidente y a éste lo presionaban sus amigos para que no decidiera el regreso. Pero Pérez Jiménez regresó de improviso y en esto jugó papel principal el ministro de la Defensa.

     “Comprendimos que habíamos perdido con ese regreso un episodio de la pelea, que iba a influir mucho en el desenlace de ella”, señaló Barrios.

–¿Es cierto que el presidente tenía más confianza en Delgado que en su partido?

     Tenía confianza en Delgado, no hay duda. En los asuntos de índole militar, la palabra, la persuasión de Delgado era decisiva. Pero esto no quiere decir que esa confianza estuviera en pugna con la confianza de su partido. Lo que ocurría es que para la fecha había una serie de problemas políticos en los que los dirigentes del partido tenían diferentes opiniones, y no había unidad por esas mismas razones.

–¿A quién responsabilizaría usted en primer término del derrocamiento de Gallegos: a Delgado o a Pérez?

     Delgado y Pérez eran dos naturalezas opuestas: el uno, de naturaleza escurridiza e indecisa, ni totalmente leal ni totalmente traidor. Trataba simplemente de sobrevivir. Pérez Jiménez, una naturaleza taimada, fría y que sabe esperar. Delgado despreciaba a Pérez Jiménez y le temía. Sentía que era el verdadero jefe de la máquina militar que él, Delgado, cuidaba nominalmente.

–¿Las virtudes de Delgado?
Era culto, cuidadoso de las formas, ajeno a crímenes y a saqueos al tesoro público.

–¿Las virtudes de Pérez Jiménez?
Calculador a plazo largo, taimado, impasible y paciente, como el general Juan Vicente Gómez.

     Para probar esto último, está patente su venganza lenta en las siguientes anécdotas: Sin que Oscar Tamayo Suárez lo supiera, Pérez Jiménez, desde muy temprano, era su enemigo vehemente.

     Sucedió que el comandante de la Guardia Nacional había presentado un informe estrictamente confidencial al presidente de la República sobre el aumento de los efectivos de la Guardia Nacional, para atender los servicios civiles a que la Guardia Nacional estaba destinada, y al mismo tiempo para “contrabalancear” la influencia del Ejército.

     Solo tres personas, el presidente, su secretario general y el ministro del Interior, sabían de la existencia de dicho informe. Pues bien, me sorprendió enormemente el que, durante las disputas de noviembre, una vez en el despacho de Pérez Jiménez, frente al Palacio de Miraflores, nos acusara de estar conspirando “con cierto oficial”, “para lesionar el Ejército”.

     Y sacó de una gaveta el proyecto de Tamayo Suárez y lo puso ante los ojos de todos.

     Era que en el despacho del comandante Tamayo Suárez había deslizado un capitancito, que hacía de mecanógrafo-archivero-secretario, quien le pasó copia del informe. Desde entonces quedó con la manía de que “queríamos lesionar a la institución castrense”.

El secretario del presidente Gallegos, Gonzalo Barrios, testigo fundamental en los sucesos del 24 de noviembre de 1948.

El secretario del presidente Gallegos, Gonzalo Barrios, testigo fundamental en los sucesos del 24 de noviembre de 1948.

     A los 9 años, después que permitió a Tamayo Suárez gozar de la vida y enriquecerse, fue cuando vino a darle el golpe que le tenía preparado desde aquel momento.

     En cuanto a Mario Vargas, a nadie temía más que a éste. Aún en Saranak Lake, donde Vargas pasaba sus últimos días por culpa de la tuberculosis, tenía un espía de su confianza controlando sus pasos, y era un capitán de apellido Sánchez, de ingrato recuerdo en los anales de aquellos momentos.

–¿Por qué no apelaron ustedes al pueblo?
Porque sabíamos que el pueblo sería masacrado y porque habíamos dominado tantos cuartelazos de oficina hasta aquel momento, que teníamos razón en esperar y dominar uno nuevo.

     El anuncio al pueblo de que “estuviera tranquilo”, que “todo se había arreglado”, se debió a que realmente estábamos seguros de controlar la situación conforme la habíamos controlado hasta entonces. Pero un hecho impremeditado, ¡un imponderable trágico!, echó a perder nuestra estrategia y propulsó el golpe.

     Los conjurados estaban en camino de pacificarse, al prometer el gobierno que Mario Ricardo Vargas no sería llamado. De hecho, todo estaba arreglado pacíficamente, pero el 23 en la mañana me llama Pérez Jiménez por teléfono para recriminarme.

¡Ahí está! ¡Esa es la forma como Uds. cumplen su palabra! ¡¡Mario Vargas vino!!

¡Es imposible! Nadie ha autorizado ese regreso, le respondí.

Pues vino y está en La Guaira. –contestó Pérez Jiménez fuera de sí.

     Ocurría que Mario Ricardo Vargas había llegado en efecto para sorpresa de todos, y el comandante de la Guarnición de La Guaira, el “Mono” Mendoza, lo detuvo y le expresó su indignación porque Pérez Jiménez se había tranzado y lo había dejado a él, al “Mono” Mendoza, haciendo el papel de “bandido” de la historia.

     El 22 había venido a Caracas el comandante y había visitado al presidente para anunciarle de la Guarnición de Maracay, Gámez Arellano, su disposición de sostener a todo trance al gobierno legítimo.

     La de Vargas fue una locura. Si hubiera avisado su viaje le hubieran hecho aterrizar en Palo Negro para robustecer a Gámez Arellano. Pero cayó en la boca del lobo, y todo por actuar imprevistamente.

     El “Mono” apresó a Vargas, pero éste le solicitó que lo dejara en libertad para venir a Caracas y arreglar el asunto entre Pérez Jiménez y el “Mono”. O sea, para decidir si se daba por fin el golpe o se pacificaban los ánimos.

     Pero la presencia de Vargas en Caracas encendió de nuevo la mecha del polvorín. Los conjurados no creyeron conveniente esperar más y le plantearon a Vargas la necesidad de apoyar el golpe para decidir de una vez todos los problemas.

     Entonces Mario Vargas apoyó el golpe, teniendo, como tenía, gran ascendiente personal sobre el comandante Gámez Arellano, de Maracay, le escribió una carta de su puño y letra, ordenándole plegarse a los acontecimientos.

     La carta a Gámez Arellano fue llevada a Maracay por el mismo capitancito Sánchez que espiaba a Mario Ricardo Vargas en Saranak por orden de Pérez Jiménez.

     Esto quiere decir que, si Mario Ricardo Vargas no regresa, el “Mono” hubiera hecho el ridículo por adelantar un golpe que estaba para ese momento pacificado o aplazado.

     Explica el secretario del expresidente Rómulo Gallegos que todo está tan claro ahora, y cree que es buena labor explicar la verdad de estos hechos a Venezuela.

–¿Por qué suspendieron las garantías constitucionales?
No quiero decir nada que turbe la sagrada unidad de este momento, pero las garantías tuvieron que suspenderse parcialmente porque había demasiadas voces estimulando el golpe.

     El miércoles 24 de noviembre, a las 11 de la mañana, Alberto Carnevali llama de Miraflores a la casa del presidente para anunciar “que ahora si es verdad que la gente está entrando al Palacio”. Gallegos telefoneó urgentemente a Gámez Arellano a Maracay y algunos dirigentes partieron, entre ellos Valmore Rodríguez, Edmundo Fernández y Luis Lander, pero ya Gámez Arellano había recibido la carta de manos del capitán Sánchez y Mario Ricardo Vargas había apoyado el golpe.

–¿No es duro destruir a esta hora la leyenda de la lealtad de Mario Ricardo Vargas?
Esta es la narración verídica de los hechos.

     En resumen, fue una estrategia fracasada a última hora por causa de Vargas, quien se apareció clandestinamente con la intención de “ver qué pasaba” y “qué haría” y solo logró atemorizar más a Pérez Jiménez y hacerlo precipitar un crimen contra la Constitución, que de hecho estaba ya atenuado por la hábil estrategia de Palacio. . .”

(1) Dunham, Lowell. Rómulo Gallegos, vida y obra. México: Ediciones de Andrea, 1957

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, 22 de febrero de 1958

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