José de Oviedo y Baños nació en Santa Fe de Bogotá en 1671 y falleció en Caracas, el 20 de noviembre de 1738. Fue un destacado militar e historiador. De origen social acaudalado y cuya familia estuvo interiormente ligada a la burocracia española en América, fue educado en Lima. Escribió Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, uno de los libros de referencia histórica más importantes del país.
Oviedo y Baños ocupó varios cargos públicos. En 1699 fue alcalde del segundo voto del Ayuntamiento de Caracas. Luego, en 1710 alcalde de primer voto y, en 1722, regidor perpetuo, cargo al que renunció al poco tiempo. El Cabildo le encargó la elaboración de un calendario con las fiestas religiosas de cumplimiento obligatorio.
Esto le permitió almacenar el copioso archivo que utilizó para escribir la Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela. Oviedo y Baños, estudió gramática, retórica y elocuencia en Lima. En Caracas había frecuentado la compañía de profesores, maestros, teólogos y otros letrados. También estudió Derecho y se dedicó a la lectura, logrando el perfil intelectual que le ayudaría a investigar en los archivos oficiales los acontecimientos desde la llegada de Cristóbal Colón y sus huestes a América. Con esta información, en 1723 publicó en Madrid la Historia del actual territorio de Venezuela.
A Oviedo y Baños se le considera como el iniciador de la historia escrita del país mediante la narración, el análisis y la descripción de episodios y lugares históricos.
Según una nota en Wikipedia, entre los planes de José de Oviedo y Baños estaba una segunda parte de esta obra, pero nunca fue publicada. Versiones contradictorias indican que jamás fue escrita, o que fue destruida intencionalmente en consideración a ciertas familias que se vieron ofendidas por el texto. A pesar de eso, dejó otro escrito muy útil para el conocimiento de la Caracas de su tiempo, titulado Tesoro de noticias de la ciudad.
En su libro de 1723, Oviedo y Baños escribió que, entre las mejores provincias que constituían el imperio español en América estaba la que se había denominado Venezuela, aunque se le conocía más con el nombre de su capital, Caracas, cuya historia “ofrece asunto a mi pluma para sacar de las cenizas del olvido las memorias de aquellos valerosos españoles que la conquistaron, con quienes se ha mostrado tan tirana la fortuna, que mereciendo sus heroicos hechos haber sido fatiga de los buriles, solo consiguieron, en premio de sus trabajos, la ofensa del desprecio con que los ha tenido escondido el descuido”.
De la provincia de Caracas expresó que mostraba espacios lacustres con aguas claras y saludables. Provista con aguas de mucha utilidad para los cultivos. Describió que en la misma provincia se experimentaba una variedad climática, lo que era propicio para la siembra de frutos de gran diversidad. Observó y expuso ante sus lectores los cultivos que abundaban en la comarca como: maíz, trigo, arroz, algodón, tabaco y azúcar; “cacao, en cuyo trato tienen sus vecinos asegurada su mayor riqueza”. Del mismo modo, observó árboles frutales, tanto indianos como europeos, legumbres de distintas categorías, “y finalmente, de todo cuanto puede apetecer la necesidad para el sustento, o desear el apetito para el regalo”.
En lo que respecta a la madera contó de la existencia de granadillos, con diversidad de colores, caobas, dividives, guayacanes, palo de Brasil, cedros, así como la existencia de vainillas de singular olor, grana silvestre, que era desaprovechada por los nativos, zarzaparrilla y añil muy comunes en los montes que bordeaban la provincia, “que más sirven de embarazo que provecho, por la poca aplicación a su cultivo”.
Puso a la vista de los potenciales lectores la existencia de animales como leones, osos, dantas, venados, báquiros, conejos y tigres, “los más feroces que produce la América, habiendo enseñado la experiencia, que mantienen más ferocidad mientras más pequeñas son las manchas con que esmaltan la piel”. En cuanto a los productos del mar ponderó su alta propiedad, así como la calidad de las salinas que estaban a la orilla de las costas. De las aves reseñó sobre la existencia de una amplia gama de pájaros de hermoso plumaje y algunos de carne muy apetecible como la guacharaca, el paují, la gallina de monte, la tórtola, la perdiz y otras que eran objeto de cacería.
De sus montes, expresó, se podían encontrar variedades naturales para la aplicación medicinal. Mencionó el caso de la cañafístola, tamarindos, raíz de china, tacamajaca y un aceite denominado María o Cumaná. También la provincia contaba con minas de estaño y de oro, aunque eran poco explotadas porque según Oviedo y Baños “aplicados sus moradores (que es lo más cierto) a las labores del cacao, atienden más a las cosechas de éste, que los enriquece con certeza”. Expresó que la fertilidad de sus suelos permitía la manutención de los habitantes de la comarca, sin necesidad de recurrir a las provincias vecinas para la provisión de bienes, “y si a su fertilidad acompañara la aplicación de sus moradores, y supieran aprovecharse de las conveniencias que ofrece, fuera más abastecida y rica, que tuviera la América”.
Destacó que antes de la conquista la provincia contaba con distintos grupos de indígenas, “que sin reconocer monarca superior que las dominase todas, vivían rindiendo vasallaje cada pueblo a su particular cacique”. Sin embargo, luego de un tiempo transcurrido, así como por el traslado de muchos indios a las islas de Barlovento y otros lugares, “la consumieron de suerte, que el día de hoy en ochenta y dos pueblos, de bien corta vecindad cada uno, apenas mantienen entre las cenizas de su destrucción la memoria de lo que fueron”.
En cuanto a la instalación de la provincia hizo notar que Losada había insistido que debía apaciguar y neutralizar a los habitantes originarios para establecer la ciudad. Así que, decidió hacerlo en el valle nombrado como San Francisco. Fue allí donde fundó Santiago de León de Caracas, “para que en las cláusulas de este nombre quedase la memoria del suyo, el del Gobernador y la provincia”. Sus primeros regidores fueron Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Antequera y Sancho del Villar. Creado el Cabildo se nombró alcalde a un sobrino de Losada, Gonzalo de Osorio y a Francisco Infante.
Agregó que este acto fundacional era ignorado, entre la mayoría de las personas de la época, “que no han bastado mis diligencias para averiguarlo con certeza, pues ni hay persona anciana que lo sepa, ni archivo antiguo que lo diga”. Relató que pensó encontrar datos en las actas del Cabildo, sin embargo, encontró unas exiguas notas sobre esta fundación, así como que “los papeles más antiguos que contienen son del tiempo que gobernó Don Juan Pimentel: descuido ponderable y omisión singular en fundación tan moderna”.
En este orden señaló que un cronista de nombre Jil González había asegurado que la fundación de esta localidad fue un día de Santiago. Pero Oviedo la calificó de errada y que estableció como fecha 1530, “cosa tan irregular, y sin fundamento, que dudo el que pudo tener autor tan clásico para escribir tal despropósito; y así, dejando esta circunstancia en la incertidumbre que, hasta aquí, pues no hay instrumento que la aclare, pasaremos a dar noticia del estado a que ha llegado esta ciudad de Caracas (1723)”.
De ésta llamó la atención acerca de su ubicación en un valle de gran fertilidad, con unas altas sierras que servían de límite frente al mar. Cuatro ríos la surcaban, sin que hubiese riesgo de anegación y que no le faltaban condiciones para denominarla un Paraíso. “Tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen”.
En lo que respecta a sus habitantes expresó que había un importante número de negros y mulatos, así como españoles que llegaban a la cantidad de mil, dos de ellos con títulos de Castilla y caballeros de prosapia lo que le daba a la sociedad caraqueña un lustre particular, “sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos”.
Agregó que hablaban la lengua castellana sin los vicios propios exhibidos en otros lugares de la Indias. Según su visión, gracias al clima predominante en la ciudad, los cuerpos de sus habitantes eran bien proporcionados, “sin que se halle alguno contrahecho, ni con fealdad disforme”.
De ellos expresó que eran inclinados al trato amable y que los negros mostraban incomodidad por no saber leer y escribir. Los visitantes eran muy bien recibidos y las mujeres caraqueñas fueron calificadas por él como “hermosas con recato y de modales afables”. Por otra parte, indicó que había una iglesia calificada de catedral. Describió que era una edificación levantada en forma de cinco naves, cuyo techo estaba sostenido por filas de ladrillos, aunque cada nave le pareció que eran muy angostas, todas juntas mostraban una obra atractiva en su proporción simétrica. En ella se encontraban cuatro capillas de cuatro particulares patronatos.
De acuerdo con la información recopilada por él, la iglesia se había edificado en 1580, a propósito de una peste de viruela y sarampión que azotó a la comarca por aquellos días y que acabó con la mitad de la población originaria. Fue en honor al Proto eremita que gracias a su intercesión alivió a la ciudad de tales quebrantos de salud. Nuestra Señora de la Candelaria, levantada en 1708, prestaba atención a la comunidad devota de la patrona de la isla de Tenerife. El hospital de la Caridad se dedicaba a la atención de féminas aquejadas en su salud, prestaba servicio también para el castigo de concupiscencias. De la congregación de los domínicos contó que fueron los primeros en traer las palabras sagradas a esta comunidad. Los pertenecientes a la religión de Santo Domingo mantenían un convento con cuarenta religiosas, en cuyo aposento rendían honor a nuestra Señora del Rosario.
Los franciscanos constituían una comunidad de cincuenta religiosos. La de nuestra Señora de la Mercedes construida en 1638 estaba en un lugar alejado del casco central de la ciudad. En lo referente a la instrucción de los jóvenes de la ciudad estaba un colegio seminario bajo la protección de Santa Rosa de Lima. En él se cursaban algunas cátedras: dos de teología, una de filosofía y dos de gramática, “donde cultivados los ingenios, como por naturaleza son claros, y agudos, se crían sujetos muy cabales, así en lo escolástico, y moral, como en lo expositivo”.
Tuvo palabras de elogio para con el convento de las monjas de la Concepción. Concebida en el año de 1617 guardaba en su seno 62 religiosas de velo negro. Además de estos templos había dos santuarios, el de San Mauricio y Santa Rosalía de Palermo. Una de las mayores conmemoraciones anuales tuvo que ver con una peste de vómitos, que se extendió por 16 meses continuos, y que se celebraba cada cuatro de septiembre.
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