En su obra, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el Consejro Lisboa comenta la importancia de los cultivos de caña y café en Caracas.
El Consejero Lisboa, como se le motejó en Venezuela, fue un diplomático de origen noble que vivió entre 1809 y 1881. Fue el primer y único barón de Japurá y representó a Brasil en varios países de América y Europa. También fue un aficionado y estudioso de la espeleología y de la poesía. Estuvo en Venezuela entre septiembre de 1852 y enero de 1854, aunque había estado en el país en 1843. Su estancia en territorio venezolano fue con fines diplomáticos al igual que comerciales, a propósito de la apertura de una nueva ruta de navegación por el río Amazonas. Por tal razón, también estuvo en Colombia y Ecuador.
Aprovechó esta circunstancia para redactar un libro, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Resultó ser una obra única en su género para el momento cuando fue publicada. Si bien la calificó como del género de los viajeros va mucho más allá.
En su escrito se nota el conocimiento de la poesía del momento y de aspectos relacionados con su experiencia como diplomático. Desde los 18 años entró en el servicio diplomático del Reino del Brasil. En 1851 fue nombrado ministro en Misión Especial para los gobiernos de Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. La misma representación administrativa fue llevada a cabo en Lima (1855), Washington (1859), Bruselas (1865) y Lisboa (1869).
Según las líneas redactadas por Lisboa, el propósito de dar a conocer su libro, el cual fue publicado en Bruselas en 1866, era ofrecer las características y pormenores de países desconocidos para sus paisanos. Fue una motivación más política frente a otra consideración. Su intención se concentró en ofrecer a la opinión pública sus vivencias, aunque no dejó de advertir que sus argumentaciones las había estampado de manera imparcial. Esperó trece años para dar a conocer su escrito, no sin fuertes trabas ante las empresas editoriales. Pero, advirtió que lo que en su libro había expresado, todavía para 1866, estaban vigentes porque a los países que hacía referencia habían experimentado pocas transformaciones.
En este orden, expuso ante sus potenciales lectores sobre los reproches que tendría que resistir por una obra culminada en 1853, pero dada a conocer en 1866. Sin embargo, fue enfático en cuanto a la importancia de ofrecer públicamente la experiencia de su estadía en los países que llegaron a ser una república en tiempos de inicios de la Independencia. En especial, por el desconocimiento de lo que había de apreciable del “estado de su civilización, así como de los elementos de desorden y decadencia que retardan su progreso”.
De igual manera, presentó como excusa la de enfrentar escritos europeos que sólo ponían de relieve las revoluciones, la falta de garantías en ellas presentes y su decadencia material. Países que, de acuerdo con su percepción y examen, a pesar de cincuenta años de desórdenes y mal gobierno presentaban condiciones para alcanzar la prosperidad y la grandeza. Además, la situación en esos países continuaba presentando desórdenes, así como que tampoco se había publicado un libro que destacara lo que él observó.
En esta oportunidad voy a destacar lo que escribió sobre el cultivo del café en Venezuela. Contó que el primer establecimiento de este tipo se encontraba en los linderos del lado oeste del río Anauco y en los límites de la ciudad. Lo colocó en primer lugar porque era uno de los de mayor prosperidad y el que daba buenos dividendos a su dueño. Sin embargo, advirtió que con la abolición de la esclavitud en 1854 (el libro fue escrito antes de esta fecha) debió haber sufrido grandes pérdidas. La entrada del establecimiento estaba sobre el camino de Sabana Grande, “inmediatamente después de pasar el puente de Anauco”.
En él estaban dos fundaciones, una denominada Nuestra Señora de la Guía que se extendía hasta el río Guaire. La otra, se encontraba por los lados de San Bernardino hasta la base de la Sierra. A partir de su observación en ambas fundaciones dio a conocer que en Venezuela se cultivaban dos tipos de café, “que muy bien puede ser que conviniera que fueran estudiadas y aplicadas en el Brasil”. El café que se cultivaba en lugares montañosos y en climas de menos calor se le llamaba de tierra fría. El otro tipo era el denominado de tierra caliente y que era cultivado en las mismas tierras donde se sembraba la caña de azúcar.
Expresó que el de tierras frías estaba expuesto a los rayos solares, mientras el de tierras calientes se cultivaba bajo la sombra de un frondoso árbol conocido con el nombre de Bucare, con el que no se permitía que los rayos solares penetraran de modo directo sobre los cafetos. De estos últimos cultivos señaló: “No hay duda que en las plantaciones de café de tierra caliente en Venezuela lo útil está maravillosamente combinado con lo agradable, porque los parques de San Bernardino y de Nuestra Señora de la Guía muestran la diversidad de los verdes y en la vida y movimiento que les da la ondulación de los penachos de las elegantes palmas reales, de las espigas del maíz y de los bambúes. En el mes de febrero estos mismos bucares pierden todas sus hojas y se visten con una flor roja, dando al paisaje un aspecto de novedad y de variedad que encanta”.
Las máquinas donde se procesaba el fruto, según escribió Lisboa, descansaban en la fundación de Nuestra Señora de la Guía. El lugar donde estaban instaladas se dividía en dos partes. Una donde se encontraba el despulpador con su respectivo tanque. El otro donde se hallaban los pilones con su ventilador.
El primero era utilizado para separar el grano de la baya o pulpa del café, el tanque servía para lavar la baba o mucílago, mientras los pilones cumplían la función de sacar la película o pergamino y el ventilador para separar este último.
Luego pasó a describir con gran detalle la máquina con la que se procesaba el fruto. De ella indicó que reposaba sobre un pedestal construido con ladrillos y a su lado, con un fondo más profundo, un tanque para el lavado. Según la información que le fue proporcionada, la mejor oportunidad para despulpar el café era al momento de la recolección, pero, añadió, que existían otras opiniones según las cuales el proceso debía hacerse doce horas después de la recogida de los granos, cuando había pasado por una ligera fermentación.
Describió el procedimiento de la siguiente manera. Un trabajador trasladaba el fruto en un canasto y lo depositaba en una plataforma plana. Luego, otro, con el uso de una pala de madera, lo arrojaba por una rampa que lo conducía hacia una cuchilla de donde se extraía el grano. Había otro trabajador que recogía el fruto que se escapaba de la cuchilla y lo volvía a colocar en la rampa para que el grano fuese extraído.
Con el grano ya juntado en el interior del tanque, debía permanecer allí algunas horas. Por lo general, se distribuía en horas de la tarde, al día siguiente se comenzaba a lavar en horas tempranas de la mañana. Posteriormente se pasaba al secado, acumulado en hileras de tres o cuatro dedos de altura. De este modo debía pasar dos días expuesto al sol. Más adelante se recogía en sabanas para un secado de dos días más, tomando en cuenta de que no se mojara. Al final, era transportado a unas plataformas, donde se secaban hasta que se pudiera apreciar que los pilones podían separar del grano toda la película o pergamino.
Dejó anotado que el pilado era muy parecido al proceso ejecutado en Brasil. “Sólo observo que en Venezuela utilizan morteros de hierro en lugar de nuestras canoas de madera”. En lo que respecta a los ventiladores que se utilizaban para procesar el café subrayó que sólo los vio de mano, “y en general se considera superfluo el gasto de los que van unidos a los pilones”.
Agregó que la recolección la practicaban las mujeres y que se pagaba por tareas y no por jornadas. El café se distribuía en dos formas. El descerezado (despulpado) y el llamado quebrado. Este último era el más utilizado para ser exportado a los Estados Unidos de Norteamérica y valía la mitad del descerezado.
Según sus pesquisas este procesamiento presentaba dos ventajas. Una, la calidad puesto que el grano conservaba mayor cantidad de su aceite esencial, el cual se evaporaba más secando el café más tarde con su cáscara. La segunda ventaja era que el peso aumentaba con el mismo procedimiento y conservando su aceite esencial, “de manera que la misma medida de café en baya que produce, secándolo con cáscara, cien libras de café, puede producir despulpándolo, 110, 115 y hasta 125 libras. Aun otra ventaja se puede sacar de este sistema, aprovechando la cáscara fresca, de la cual será fácil de destilar un licor alcohólico”.
Sumó a su descripción que los pilones de la hacienda la Guía estaban instalados de una manera especial que había sido estudiada para aprovechar el terreno. En lugar de haberse colocado en hileras, se había optado por una ubicación en círculo. El eje que los movía, en lugar de estar de manera horizontal, estaba movido por una rueda baja. De los ejes indicó que poseían unos dientes o púas que hacían funcionar los pilones en la concavidad de los morteros. Otra diferencia que puso a la vista de los lectores fue que entre los pilones brasileños y los utilizados en Venezuela, era que en Brasil en vez de ser recipientes de metal eran de madera. No obstante, subrayó haber escuchado que el café pilado en mortero metálico salía con un mejor pulimiento y así se podía vender a un precio mayor.
Para finalizar sus consideraciones sobre el café anotó que si se seguía el camino de Sabana Grande se llegaba a Petare. A lo largo de este camino estaban instaladas otras haciendas de café, “mas ninguna en tan buena condición como la de Guía”. Por otra parte, en, lo relacionado con el uso de máquinas no observó nada notable, “apenas en la que está en la parroquia de Sabana Grande vi una que hacía accionar el despulpador con la fuerza de un asno, cosa que me pareció ingeniosa”.
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