La primera sede de la Universidad de Caracas estuvo ubicada en la vía que pasaba por el sur de la Plaza mayor”.
El coronel William Duane de origen estadounidense escribió en su libro Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823 detenidas líneas de lo que observó, para este caso, en la ciudad de Caracas. Entre ellas se encuentran sus consideraciones sobre la instrucción pública, el papel del clero y la práctica del catolicismo, tanto en tiempos de la colonia como lo que observó durante su visita a la República de Colombia.
En este orden ideas esbozó lo que viene. El Colegio de estudios universitarios, el cual había sido fundado en 1778, estimuló en Duane la comparación con edificaciones levantadas en Europa durante los siglos once y doce de nuestra era. El Colegio que él visitó cuando estuvo por Caracas fue convertido en universidad durante el año de 1792.
Llamó la atención que para entrar a este edificio había que bajar un escalón “debido posiblemente a que la inclinación dada a la calle ocurrió en fecha muy posterior a la construcción del inmueble, ubicado hacia la parte meridional de la vía que pasa por el sur de la Plaza mayor”.
En su descripción destacó la existencia de una escalera de dos tramos que conducía a habitaciones ubicadas en el primer piso que eran mucho más espaciosas y con entradas de aire, al contrario de las construidas en la planta baja cuyos “salones inferiores son muy oscuros, y se ven más apiñados de lo que suele ocurrir, por lo general, en los edificios públicos caraqueños”. Al momento de su visita fue informado que las instalaciones albergaban cerca de cien estudiantes, “y se caracterizaban por un traje grotesco y ciertamente superfluo”. De acuerdo con su descripción la indumentaria consistía en una suerte de sotana color púrpura o Jacinto pálido, con birrete festoneado del mismo tono, de forma parecida al utilizado por parte de los sacerdotes de la iglesia griega, a lo que agregaba una especie de estola de color carmesí que, para Duane, era lo más extravagante del atuendo de los estudiantes que alcanzó a observar.
Quienes los guiaban, un miembro del clero secular quien era uno de los profesores, por las instalaciones de la universidad fueron conducidos a las instalaciones de la biblioteca. Escribió que se había puesto a examinar el lomo de muchos pesados volúmenes en “folio y en cuarto”, donde los padres de la iglesia y los canonistas, Johannes Scotus Erigena y Tomás de Aquino, defendían tesis ya olvidadas para los pensadores modernos. Esto lo ratificó por la limpieza y orden, y “con trazas de que su reposo no era perturbado jamás”. Agregó que individuos de gran “prestancia y virtud” habían pasado por las instalaciones de esta universidad de los que mencionó a: J. G. Roscio, los Toro, los Tovar, los Bolívar, los Montilla, los Gual, los Palacios y los Salazar, entre otros.
De lo observado en la biblioteca indicó que muy poco había que reseñar, puesto que en ella no había nada moderno que pudiera ser relevante. Sin embargo, lo más actual fue un mapa del mundo, que estaba colgado a gran altura, “que desafiaba todo examen, aun cuando se usaran anteojos; una de las damas que nos acompañaban pudo darse cuenta de que estaba puesto al revés, haciendo la observación – que produjo gran hilaridad en nuestro afable guía – de que también el mapa había sido objeto de una revolución. Se trataba probablemente de una travesura de algún estudiante”.
A Duane le llamó la atención que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras.
No obstante, contó haber experimentado mayor placer y gusto cuando fueron conducidos al salón donde se dictaban las clases de matemáticas. Narró haber visto en el pizarrón, que estaba sin haber sido borrada la última clase, diagramas trazados recientemente. Llamó su atención que sobre la cátedra del profesor vio el retrato de un personaje que lucía una indumentaria, no la usual entre los españoles sino de los ingleses de hacía un siglo. Acerca de esto anotó: “fui informado que representaba a Isaac Newton, circunstancia bastante significativa de la disminución de los prejuicios bajo el influjo de la libertad, por implicar un singular contraste con la filosofía de Scotus, el lógico irlandés”.
Respecto a esta observación agregó que Newton fue catalogado como ateo entre sus connacionales, por no haber reconocido los “treinta y nueve artículos”. En cambio, en el país que visitaba y en el que apenas hacía siete años que se había abrogado la Inquisición, “ya las corrientes de la época habían hecho colocar su retrato en un lugar que probablemente habría estado ocupado en otro tiempo por el de Atanasio o el de Scotus”.
Para él esta acción era reveladora del progreso de los sentimientos generosos y de las ideas liberales, “y lo consideré mucho más interesante por el hecho de que el bondadoso clérigo, que me informó de tal circunstancia parecía compartir el placer experimentado por mí”.
No obstante, no había encontrado en los anaqueles de la biblioteca la Lógica de Condillac ni tampoco el Ensayo sobre el Entendimiento de John Locke. Mostró su satisfacción por los cambios que se venían introduciendo en lo referente a las modernas vertientes del saber filosófico, a pesar de no ser aún “los apropiados al nivel cultural de nuestra época”. Contó haber visto libros de Condillac en bibliotecas particulares. Argumentó, en este sentido, que durante el período cuando se constituyeron las Cortes españolas no fue un desperdicio del todo. En este momento las prensas de Valladolid y de otros lugares de España difundieron distintas obras, del pensamiento universal, en lengua española. Destacó que observó algunas obras del ilustrado francés Holbach que estaban en la biblioteca particular de una dama. Aunque la joven dama contestó algunas de sus preguntas, a este respecto, calificó sus justificaciones como ingenuas, ya que la joven conservaba las obras para un pretendiente anhelado.
Entre sus anotaciones relacionadas con la universidad contó que le habían informado que sólo había un participante en la carrera de medicina, “noticia que no me causó ningún asombro, pues son diversos los factores que concurren a desacreditar la profesión médica”. Según su apreciación, esto se debía a una herencia de los tiempos del colonialismo español. Desde España se generaron prejuicios debido a las sátiras que con justificación se presentaron en ese país por las prácticas curanderas y alejadas al ejercicio medicinal científico, “se trasladaron naturalmente a regiones donde se habla el mismo idioma y rigen costumbres análogas”.
Para Duane el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares. “En consecuencia, los profesionales de la medicina no perciben, en virtud de ser tan esporádicamente necesarios sus servicios, una remuneración similar a la que obtienen en aquellos países donde sí se les solicita en mayor grado”. Sin embargo, añadió en su escrito, que la Universidad de Caracas había tenido el honor de contar con alumnos que en los momentos de su visita eran de gran importancia en el ejercicio de sus profesiones. Uno de los males que observó y que anulaban una enseñanza efectiva en ella consistía en el hecho de que las clases sólo eran impartidas por eclesiásticos, “quienes, aparentando mayor preocupación por las cosas del otro mundo, a fin de mantener a los hombres en un estado de servidumbre mística, ponen especial empeño en no capacitarlos para este mundo (o en segregarlos del mismo), donde la sabiduría del Todopoderoso ha puesto a vivir a los mortales”.
Según Duane, el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares.
De las congregaciones religiosas acotó que en los tiempos coloniales la opulencia y el poderío de los eclesiásticos eran similar al de los clérigos de los siglos XIV y XV en Europa.
Por otra parte, también criticó el que las órdenes monásticas se disputaban entre sí la influencia que anhelaban, así como las disputas que el clero secular mantenía con ellas. Sin embargo, la Revolución había logrado aminorar dichas querellas. Convino en reseñar que un conglomerado religioso que rendía resultados de mayor beneficio era la de un grupo de damas jóvenes, pertenecientes a las familias más pudientes de la ciudad, “quienes no se sienten hastiadas del mundo y que consideran deber suyo promover el bienestar del prójimo”. Estas féminas no practicaban votos religiosos, pero se dedicaban a la educación de otras jóvenes, así como a obras de caridad.
Duane llamó la atención de que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras.
En cuanto a sus características generales señaló que no mostraba nada interesante en su fachada. Sin embargo, al entrar en ella consideró que el altar ofrecía una apariencia respetable, “sin los superfluos oropeles que se observan en otras iglesias”. De ella destacó su división en tres naves. Consideró que el techo estaba bien construido y que la iluminación parecía ser suficiente para un lugar de culto. En fin, le pareció agradable a la vista la decoración del altar por no ser ostentosa.
Líneas después, contó haber asistido a la misa mayor. La misma la describió como un acto plagado de pompa y magnificencia “usuales del ritual católico en tales ocasiones; la música, que, en todas las regiones de la Gran Colombia muy interesante por su excelente calidad, era aquí muy imponente”. Pero, le resultó incómodo y fuera de contexto el coro que estaba ubicado en la nave oeste porque portaban vestimentas extrañas para él en la liturgia católica y porque los asistentes a la misa no tuvieron la oportunidad de participar en las interpretaciones de la liturgia católica.
Indicó que la jerarquía eclesiástica mostraba una disposición poco organizada. Además de haber muchas vacantes entre las sedes de la Iglesia católica dentro de los territorios de la Gran Colombia. En este orden, expresó que la sede de Caracas estuvo representada por un arzobispo que había abrazado la causa realista y de su posterior retiro a territorio peninsular. Sin embargo, agregó que “los principios son establecidos por la República, y el Concordato es el mismo que existía entre el Papa y España”.
Por otro lado, hizo referencia a que muchos extranjeros que visitaban a la América española, y quienes desconocían los hábitos y costumbres de la Iglesia Católica, tal como se evidenciaba en los territorios que se mantenían fieles a sus mandatos y creencias, “se sienten proclives a tratar con ligereza e indiscreto desdén los actos del culto que se exhiben ocasionalmente en la vía pública”. Hizo referencia a que los actos públicos, relacionados con la liturgia católica, en países como Inglaterra y los Estados Unidos se circunscribían en el ámbito de los templos.
En este sentido, describió haber sido testigo de prácticas religiosas que se presentaban en Caracas. Mencionó algunas de ellas. Contó que, al pasar por una de las calles caraqueñas, escuchó el tintineo de una campanilla. La que le era familiar porque la escuchó en el recinto de una iglesia. Refirió haber observado a un reducido grupo de clérigos y acólitos con investidura ceremonial, delante de la procesión iba un chiquillo, quien era el encargado de hacer sonar la campanilla. Detrás veía un sacerdote que llevaba los sacramentos y el cáliz, venían con él otros clérigos y niños y mujeres detrás de ellos. Esta marcha la calificó de inusitada porque se llevaba a cabo para llevar la comunión para alguien que se encontraba en trance de muerte.
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