Para el periodista estadounidense, William E. Curtis, la fachada de la Catedral de Caracas se asemejaba más a una cárcel o a una fortificación que a una iglesia.
William E. Curtis nació el 5 de noviembre 1850, en Akron, Ohio, Estados Unidos. Entre las actividades que realizara en su vida destacan el papel como presidente del Departamento de América Latina y representante del Departamento de Estado para la Exposición del Gobierno de los Estados Unidos en la Exposición Universal de Colombia, en 1893.
Curtis fue periodista y corresponsal de los periódicos Chicago Inter – Ocean y Record – Herald, así como autor de unos treinta escritos relacionados con sus investigaciones y viajes a la América del Sur.
Además, se le considera como un factor fundamental en la creación del panamericanismo en Latinoamérica. En este orden, colaboró en la organización de la primera Conferencia Interamericana en 1889 y 1890. Se le ha descrito como un propulsor del comercio entre su país y América Latina antes de 1898. En sus escritos relacionados con la América hispana describió a sus integrantes como países que albergaban costumbres atrasadas y la necesidad de incluir en ellos nuevas técnicas que, por lo general, los latinoamericanos eludían.
Durante los acontecimientos de 1898, Curtis dio su respaldo a la expansión territorial estadounidense. Sus escritos llevan la impronta civilizadora cuya misión estaba reservada a los Estados Unidos. Por tanto, la configuración de sus relatos sustentados en la diferencia y la igualdad hizo del panamericanismo una ideología imperial de transición.
Entre sus obras se tiene Venezuela la tierra donde siempre es verano, publicada en 1896 en Nueva York. En cuanto a las diversas consideraciones que enlazó en la configuración que hiciese sobre Venezuela se encuentra el ámbito religioso.
En uno de sus capítulos se puede leer el vinculado con la religión en Caracas. En este orden escribió que, al igual que otras ciudades suramericanas, la capital venezolana contaba con “un gran número” de ellas, “en franca desproporción con sus habitantes, y suficientes para un lugar tres veces mayor a su tamaño”. Sin embargo, en Caracas observó un contraste con las del resto de Latinoamérica que había conocido. De las caraqueñas aseguró, “no hay una sola que tenga una arquitectura elegante o que supere un aspecto algo más que ordinario”.
Bajo estas consideraciones asentó que la denominada Catedral no merecía la importancia que a ella se le otorgaba, dentro de la jerarquía del sistema eclesiástico que representaba. Agregó que, si se le despojara del campanario, su parte exterior se asemejaría a una cárcel o a una fortificación, mientras su espacio interior “es tan desnudo y triste como un depósito”.
Anotó que había sido edificada en 1641, luego de un fuerte movimiento sísmico. Sus paredes fueron entronizadas con un material resistente a los terremotos. “Por eso resistió la sacudida de 1812 que destruyó casi toda la ciudad, y probablemente dure la eternidad, a menos que algún presidente sea lo suficientemente patriota que ordene su demolición”.
Expuso que el estilo de construcción de la catedral lo relacionaban con el toscano. Pero, para Curtis, no se podía determinar su estilo y menos determinar bajo que corriente artística ubicarla, porque no guardaba parecido con ninguna construcción existente. De ella puso a la vista de sus lectores que, en lo alto del campanario se había instalado una estatua que representaba la fe, “una figura gentil que mira hacia la plaza principal de la ciudad, imperturbada ante el fragor de un juego de agrietadas campanas que emiten los sonidos más tristes que puedan imaginarse, y que, incluso, repican a los cuartos de hora del reloj”.
En septiembre de 1876, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor del presidente Antonio Guzmán Blanco quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.
También sus repiques servían para mantener despiertas a las personas “dando los cuartos de hora del reloj”. De igual manera, las campanas llamaban a misa a partir de las cinco de la mañana y los domingos y los días santos, “que son unas tres veces por semana”, continúa el repicar hasta las horas de la tarde, “de modo que a los que estén acostumbrados a la tranquilidad les cuesta seguir durmiendo en Caracas al llegar la mañana”. Sin embargo, pudo constatar que a los vecinos de la ciudad no parecía causarles mayor molestia su sonido a lo largo del día como tampoco las del amanecer.
Del interior de la Catedral indicó que era oscuro, que se asemejaba con una bóveda más que a un lugar de culto, “pues es una nave larga, penumbrosa y estrecha, que parece en realidad más estrecha de lo que es por las dos filas de columnas anchas que sostienen el techo”. Describió que el altar se encontraba en el centro del recinto. La mitad de la iglesia era lo suficientemente espaciosa para cualquier ocasión. Aunque raras veces se lograba llenar todo el espacio, sólo en los días de la Semana Mayor y otros eventos de importancia. “A un lado, hay una fila de naves, cinco en total, como los dientes de un serrucho cuya hoja fuera la galería principal”.
En cada una de las naves estaba instalada una capilla. Sólo una de ellas estaba arreglada con elegancia, pero las demás estaban vacías. Escribió que todas las iglesias gozaban de la protección gubernamental. Esto se había generaliza desde 1876 cuando Antonio Guzmán Blanco decidió cambiar las reglas del juego en la relación Estado – Iglesia.
Sumó a estas consideraciones que la mayoría del clero simpatizó con los Conservadores. En este orden de ideas, contó que Guzmán había expulsado los miembros de la Compañía de Jesús, entre quienes se contaban la mayoría de simpatizantes del conservadurismo venezolano. Hizo lo propio con otros integrantes de congregaciones distintas, así como también con las monjas.
Rememoró que el Capitolio que conoció había sido uno de los conventos más grandes de Suramérica. Igual pasó con otros conventos y lugares pertenecientes al clero. Una gran proporción de bienes de la iglesia fueron pasados a manos del gobierno y éste les dio un destino diferente de lo que habían sido usados hasta el momento. En efecto, para septiembre de 1876 el arzobispo fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor de Guzmán quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.
Curtis reprodujo el mensaje de justificación emitido por Guzmán donde éste razonó su acción contra la iglesia católica. En algunos de sus fragmentos se puede leer que el Ilustre Americano declaró a la Iglesia venezolana independiente del Episcopado Romano. De igual manera, exhortó a los integrantes del Congreso a que establecieran un marco legal en el cual se amparara el nombramiento de los sacerdotes parroquiales por parte de los fieles a la iglesia católica, los obispos debían ser nombrados por los rectores de las parroquias y los arzobispos por parte del Congreso, “volviendo a los usos de la iglesia primitiva, fundada por Jesús y los Apóstoles”.
De acuerdo con Curtis esta acción del gobernante Guzmán Blanco provocó un conjunto de sentimientos y respuestas en toda Suramérica. Por otro lado, comentó que las iglesias elegantes de Caracas estaban destinadas a la devoción de Nuestra Señora de la Merced y a Santa Teresa. De esta señaló que había sido construida bajo patrones estilísticos modernos, con proporciones arquitectónicas adecuadas. “Como está construida en el sector de la ciudad donde residen los más acaudalados, está frecuentada casi siempre por casi toda la aristocracia”.
La única iglesia que restauró Guzmán Blanco, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa.
Pasó de inmediato a describir que la Madre de la Merced era la santa patrona de las vírgenes. “En toda la América hispana éstas celebran su aniversario”. Expuso que, en algunas localidades, una procesión de mujeres jóvenes se dirigía a la iglesia en su día conmemorativo. De igual manera, era adornada con lirios, “la flor que ha sido escogida como el ideal de la pureza”. Señaló que en otros lugares existía la “hermosa costumbre” entre las novias de arrodillarse, la noche previa al acto nupcial, ante el altar dedicado a la Santa Mercedes y pedir la bendición de la Santa Inmaculada. En otros sitios las jóvenes casamenteras escribían cartas y las depositaban en su altar. Esperaban que los sacerdotes las devolvieran a los padres y en espera de que sus peticiones fueran cumplidas. “Estas costumbres han caído en desuso en Caracas, aunque aún se pueden observar en algunas ciudades del interior”.
Para reafirmar sus consideraciones agregó que, no había en todo el país una ciudad de considerable dimensión alguna iglesia en la que no se honrara a una Santa patrona de tanta popularidad. De seguida, estampó que Santa Teresa estaba situada en un lado opuesto a la ciudad y que sus feligreses eran personas de alcurnia. Era la iglesia a la que asistían los familiares y parientes de Guzmán Blanco. En este recinto observó un cuadro en el que estaba representada la figura de Guzmán Blanco entre los Apóstoles, “como Napoleón I entre los santos y mártires de la gran Catedral de Milán.
La única iglesia que restauró Guzmán, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa. Por otro lado, expuso que existían en la ciudad varias instituciones de caridad, como asilos y hospitales. Según la percepción de Curtis, estaban bien administradas y mantenidas y cuyo funcionamiento contaba con la colaboración de los feligreses y del propio Estado. Escribió que el Hospital General era uno de los mejores de la América del Sur. Los cementerios eran denominados Campo Santo, para Curtis una novedad.
Observó que, en toda la ciudad, las iglesias, hoteles y edificios públicos tenían instaladas unas pequeñas cajas de hierro adheridas a las paredes exteriores, en especial, las de mayor tránsito de personas y que tenían escrito: “Dios bendiga las manos de los que aquí depositen una limosna para los pobres y enfermos”.
La administración de los hospitales y otras instalaciones de caridad estaban bajo la responsabilidad de funcionarios nombrados por el presidente de la república o por el Ministerio de Instrucción Pública. Aunque cuando Rojas Paúl fue presidente se llevó a cabo una reforma y algunas monjas ocuparon la dirección de estas instituciones de benevolencia.
Los individuos vinculados a la iglesia se vieron en la necesidad de cursar estudios en la Universidad Nacional cuya manutención estaba a cargo del gobierno. Curtis destacó que ellos eran blanco de ataque por las doctrinas asumidas por los catedráticos de la universidad. A pesar de los pedimentos a favor de la instalación de un lugar para la formación de sacerdotes no tenía la venia en la sociedad de letrados en Venezuela. De igual manera destacó que en la prensa escrita, “los curas son blanco de burlas y de escarnios, la mayoría de las caricaturas de los periódicos cómicos aluden a sus defectos y flaquezas, y los ingeniosos del país no dejan de hacerlos el blanco de su humor”. Del obispo de Caracas escribió que nunca lo vio solo por las calles y que siempre estaba acompañado de alguna persona, “ni siquiera cuando sale a caminar”.
De la iglesia de San Francisco escribió que era un edificio extravagante. Era una edificación cercana a la universidad y que había servido tiempo antes de claustro para los monjes que lo ocupaban. Era el lugar destinado para que los miembros de la tropa del ejército oyeran la misa a tempranas horas del día domingo.
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