El militar estadounidense Richard Bache dejó sus impresiones de un viaje por Colombia y Venezuela entre 1822 y 1823, en un curioso libro traducido al español y reditado por el Instituto Nacional de Hipódromos, en 1982
En una anterior oportunidad, desde este espacio, he hecho referencia al militar estadounidense Richard Bache (1784-1848) quien visitó la República de Colombia y quien estuvo en Venezuela durante 1822 y 1823. Sus impresiones de viaje en el libro La República de Colombia en los años 1822-23. Notas de viaje. Con el itinerario de la ruta entre Caracas y Bogotá y un apéndice por un oficial del ejército de los Estados Unidos, el que fue publicado por el Instituto Nacional de Hipódromos en el año de 1982, mientras en Filadelfia vio la luz en 1826. En el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar se hace referencia a Bache en los siguientes términos: las impresiones de Bache y sus descripciones constituyen un valioso documento para el estudio de la época, donde destacan su minuciosidad y precisión en los acontecimientos observados.
En esta oportunidad destacaré lo que redactó en el capítulo III en que hizo referencia a sus primeras visitas en la ciudad, lo que observó en el día de San Simón, los bailes que presenció, sus impresiones acerca del señor Blandín y lo que vio en una plantación de café. Por otra parte, un importante detalle resulta de su escrito el cual redactó como si fuese un diario.
Escribió que el día 22 de octubre había sido presentado al Intendente General, Carlos Soublette a quien describió como un hombre imponente, atractivo y agraciado. Contó que, al pasar frente al Santísimo Sacramento y no haber hecho la reverencia debida, un centinela armado con su bayoneta le había llamado la atención, situación a partir de la cual escribió que su actitud fue por desconocimiento del sentido que tenía el acto litúrgico y la actitud que debía asumir de acuerdo con las costumbres locales. “Las circunstancias se presentaban para perder un tanto los estribos; y en este estado de ánimo llegué a la conclusión de que uno está en el deber de desaprobar estas ceremonias humillantes para un ser racional, absolutamente extemporáneas”. Agregó que obligar a reverencias con la bayoneta no tenía nada que ver con veneración. Por tanto, en lo sucesivo “siempre me hice el indiferente ante tales ceremonias, o procuré evitar el encuentro con la Custodia, cada vez que podía hacerlo discretamente”.
La preocupación e incomodidad de Bache tuvo que ver con su adhesión protestante. Escribió, respecto a la situación descrita, que su actitud no sería la más correcta por encontrarse en un país extranjero y que requería de colaboración de sus naturales. “Sin embargo, continúo sosteniendo la opinión de que aquellos funcionarios públicos nuestros que residan en países católicos, si deben oponerse vigorosamente a cualquier arbitrariedad que pretenda imponérseles a sus derechos en materia de opinión religiosa, tanto por la degradación que ello implica, como con la finalidad de ir acostumbrando al público a una mayor tolerancia”. Según su apreciación, se mostró convencido que por medio del ejemplo de personas apreciadas y distinguidas se pudiera alcanzar la tolerancia frente a creencias religiosas distintas. Terminó expresando que el influjo clerical en Caracas se ha “reducido apenas en grado muy insignificante”.
Su escrito fue redactado en forma de memoria de viaje con rasgos de un diario de vivencias. En un aparte con fecha octubre 23 relató haber ido de visita a casa de un general. En casa de éste llamó su atención su joven hija de nombre Conchita. Contó que ella había residido un tiempo en Filadelfia, cuando su padre debió exiliarse debido a problemas políticos. Según narró, Conchita había expresado su impresión al ver que en aquella ciudad estadounidense observó que edificaban una casa de ladrillos de tres pisos en pocas semanas, mientras en Caracas, aunque fuesen de un solo piso, tardaban años.
Bache describió al entonces Intendente General, Carlos Soublette, como un hombre imponente, atractivo y agraciado
Refirió, para la misma fecha, haber conocido a oficiales ingleses que integraban el Estado Mayor del general Soublette y Páez y corroboró “en todos ellos cierta decepción” por la situación que habían experimentado en el país por no haber alcanzado lo que esperaban como legión extranjera. Por otro lado, indicó que había encontrado una distracción con una ceremonia denominada el Rosario. A la que describió como sigue. Al frente de la procesión marchaban jóvenes negros harapientos con faroles, colocados en la punta de una vara, luego venía un hombre con una gran cruz y otro con un pabellón que representaba a la Virgen. A ellos les seguían sacerdotes, una banda musical con violines y cantantes varones con instrumentos variados. A su vez, estaban acompañados con una música que, a intervalos, se vocalizaba con cánticos en latín. Son oportunidades, anotó, para que algunas personas hicieran una cuestación o colecta. Indicó que la música entonada le pareció agradable y la ceremonia la juzgó como llena de solemnidad.
En otro párrafo con fecha 24 de octubre describió que había visitado una casa, situada al frente de la plaza, donde escuchaban a unas damas ejecutando melodías con el piano. De inmediato, fueron invitados para presenciar la ejecución de un indio acusado de haber cometido un asesinato. Tal ejecución del reo lo indujo a redactar algunas líneas en las que no dejó de mostrar repulsión. Refirió que el reo había sido amarrado a un poste y fusilado por un pelotón de soldados.
“Aquel fúnebre espectáculo parecía despertar muy poca curiosidad, pues no habría más de trescientas personas entre el público, principalmente mujeres, circunstancia que puede explicarse por la gran desproporción de sexos existentes en Caracas”.
Esta última apreciación le sirvió a Bache para hacer una consideración acerca de la población caraqueña. Expresó que la presencia de mujeres en actos y aglomeraciones era mayor que la de hombres y, que se estimaba, que por cada cuatro o cinco mujeres había un hombre. “Esta desproporción se atribuye a los efectos de la guerra a muerte”. Para el mismo día había ido de visita a casa de una persona de nombre Francisco, de quien hizo referencia de manera condescendiente y al que adjudicó tener un gran afecto por la persona que acompañaba a Bache por la ciudad. Ya en la despedida le ofrecieron como hospedaje la casa del señor Francisco y lo trataron con gran cordialidad. “Al despedirme, hizo un expresivo gesto hasta entonces desconocido para mí: me apretó la mano contra su corazón, como en testimonio de la sinceridad de sus expresiones”.
Para octubre 26 dejó escrito que había sido presentado a varios ciudadanos del país. Entre las personas que conoció, en medio de un almuerzo, estaban un doctor y un coronel quienes viajarían a Bogotá, en unos días, y le ofrecieron detalles que le servirían para el trayecto que él tenía como propósito visitar. Sumó, haber notado a un grupo de infantería, frente a la casa donde había almorzado, entre quienes vio a los oficiales montados en caballos, seguidos, a su vez, por unos soldados que iban descalzos, a excepción de unos pocos que llevaban una “especie de sandalias”.
El militar estadounidense Richard Bache expresó en su libro que la presencia de mujeres en actos y aglomeraciones era mayor que la de hombres
A esto incorporó la impresión que le causaba “constantemente la conducta amable y cortés de todos los eclesiásticos, quienes nunca dejaban de saludar, quitándose el sombrero, a todos los que pasaban a su lado”. Lamentó no haber podido determinar si se trataba de una actitud habitual o sólo lo era por las circunstancias de conciliarse con la opinión pública luego de los conflictos con España. Se quejó de no haberse adelantado en el saludo y con ello demostrar una actitud de urbanidad frente a los miembros del clero.
Con fecha 27 de octubre anotó que después de un almuerzo recorrió a caballo una hacienda de un general, junto con otras personas que se unieron al paseo. Alabó las monturas y a quienes fungían de jinetes que llevaban “los caballos más gallardos y briosos que había contemplado en mi vida”. Describió que el camino que transitaron estaba muy bien empedrado y que, ante su vista, apreció “los paisajes más seductores, que variaban constantemente”. La esposa del general, contó Bache, fue la encargada de mostrar la gran extensión territorial que atendía en los momentos cuando su esposo se ausentaba por asuntos militares.
Luego de este, según su percepción, reconfortante encuentro se dirigió al centro de Caracas, la cual lucía orlada e iluminada en honor al onomástico de Simón Bolívar, “el día de San Simón”. Con fecha 28 de octubre, “día de San Simón”, reseñó que las ceremonias habían iniciado con un desfile de funcionarios civiles y militares quienes se dirigían hacia la Catedral para la misa mayor. También observó cuerpos de infantería a los que comparó con algunos existentes en su país, “marchaban con muy buen compás, al son de una excelente banda”.
Expresó que había ido de visita al despacho del general Soublette porque la misma era “ley en días santos” y que cualquier omisión en este orden era expresión de ruptura social. Contó que a las cuatro de la tarde fueron para una corrida de toros que le decepcionó, aunque “asistían alrededor de diez mil personas”. Según relato, los animales eran muy mansos y debían ser estimulados con pinchazos de garrocha. Añadió que las calles estaban “hermosamente ornamentadas con colgaduras de damasco, en las que se advertían los colores de la bandera”.
El 28 de octubre de 1822, los alredeores de la Catedral lucían adornados e iluminados en honor al onomástico de Simón Bolívar (Día de San Simón)
Expresó que en horas de la noche se había presentado un “espléndido sarao conmemorativo”. La cena a la que fue invitado, a la luz de este acto, había sido “suntuosa” y la “música me cautivó no sólo por lo peculiar de su ritmo, sino también por el estilo del baile”. En comparación con algunos bailes franceses y estadounidenses, estimó que la danza que observó era “suave y gentil”. En general le pareció un baile representativo de cadencia y equilibrio. Sin embargo, en un momento del desarrollo de la fiesta hubo una interrupción. Una dama lloraba con gran desconsuelo porque “su esposo se había excedido en atenciones con otra beldad”. Consideró que tal forma de manifestar un descontento en una reunión festiva debió haber sido “irrefrenable”. “La compadecía muy sinceramente, sobre todo a su hija, quien llena de confusión salió en compañía de la madre”.
Del general Soublette indicó: “ocupaba un asiento privilegiado en el testero del salón, repantigado con graciosa indiferencia, y parecía contemplar el regocijo de sus gobernados con indulgente satisfacción”.
También observó a las espaldas del general, a un par de graciosas hermanas, “cuyas rollizas mejillas e irreprochable frente delataban que jamás habían sido afectadas por las fatigas del pensamiento”. Dijo al respecto que divertían a los presentes por dormir plácidamente, “mientras en su torno resonaban la algazara y el ajetreo de la numerosa concurrencia”. Las que denominó “bellas durmientes” eran objeto de “admiración general”. Luego de describir esta situación, inusual para él, afirmó que con seguridad nunca el par de jóvenes había sido objeto de tan prolongada atención. Terminó este aparte de su relato con un comentario acerca del gobernador de la ciudad, “de quien se decía que había tenido que vivir oculto en un sótano durante cuatro años para escapar de las persecuciones de sus enemigos”.
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