El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), relató algunos aspectos políticos que observó durante su viaje a Caracas, entre 1810 y 1812
El escocés Robert Semple, en su escrito titulado Bosquejo del estado actual de Caracas (1812), tramó un conjunto de argumentos a partir de lo que observó en la Provincia de Caracas, luego de los sucesos que venían ocurriendo en la América española como consecuencia de la política napoleónica en España, luego de 1808. Una de las primeras aseveraciones de Semple fue que desde el momento mismo cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones, “ha existido un fuerte partido dispuesto a llevarlo todo hasta el extremo sin limitarse a la declaración de independencia absoluta”.
Semple puso a la vista del lector que esta intención se había disimulado poco o, en todo caso, no se había sabido disimular en las distintas proclamas que se habían dado a conocer, junto con la de Caracas en 1810. De acuerdo con su convencimiento, “las violentas invectivas que ellas contenían contra el viejo régimen español, el resultado final era claro para cualquier criterio imparcial”. Sumó a este convencimiento que las manifestaciones de adhesión a Fernando Séptimo eran “frías y teatrales”.
Semple señala a Caracas, adonde estaba asentado el Ayuntamiento, como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española, así como a quien se tenía como su máxima autoridad, Fernando VII. De igual manera insistió que la declaración de Independencia de 1811 se llevó a efecto para que coincidiera con la celebración de la Independencia de los Estados Unidos. Ante las acciones napoleónicas en España varios integrantes de la sociedad caraqueña, como españoles y canarios, comenzaron a conspirar contra las nuevas autoridades en Caracas, protestas que también se presentarían en Cumaná y Barcelona. Otros preferirían el exilio en Puerto Rico, Cuba y Curazao. Para este informante británico estos mismos hombres habrían permitido que lo sucedido en Caracas se extendiera por gran parte de la Capitanía General y de Nueva Granada, al abandonar a su suerte propiedades y el territorio que sirvió de base a sus riquezas porque debieron mantenerse firmes y defender sus posiciones.
Señaló que el comienzo de la “Revolución de Caracas la Junta formada con carácter temporal urgió la convocatoria de un Congreso general”. Aunque expresó palabras de encomio hacia la figura de don Martín Tovar y Ponte reconoció que, como presidente de la Junta, no tuvo la actuación convincente que el momento ameritaba. De igual modo, el triunvirato instituido en 1811, integrado por Cristóbal Mendoza, Juan Escalona y Baltasar Padrón, que se instituyó junto con el primer Congreso de la nación y con el que se dio fin a la Junta a favor de los derechos de Fernando VII como primer monarca del Reino, tampoco funcionó como se esperaba. Expuso que en momentos de turbulencia surgían organizaciones como la Sociedad Patriótica. Ésta según su percepción discutía temas de importancia, pero con frecuencia se lidiaban asuntos que atentaban contra el propio gobierno que decían defender.
Criticó a la Sociedad Patriótica de Caracas por sus imposturas frente a la política inglesa porque algunos miembros del Congreso calificaban a los ingleses como “tiranos de los mares”. Ante esto escribió que, de no haber sido por Inglaterra todos los buques que se encontraban en Cuba y Puerto Rico hubiesen bloqueado a Venezuela. Arrogó a Francisco de Miranda el que se hiciera eco de esta apreciación porque, según Semple, buscaba quedar bien ante los miembros del parlamento. Su argumentación frente a la Sociedad Patriótica fue la de atribuir los grandes males que sufriría el país dos años después de la ratificación de fidelidad a Fernando VII, asumida por la elite caraqueña del momento.
Robert Semple señala a Caracas como el lugar a partir del cual se había labrado la ruptura con la monarquía española
No deja de llamar la atención el papel asignado por Semple a la elite caraqueña y su fuerte inclinación por constreñir a las otras provincias a continuar la senda escogida por ella, a raíz de los sucesos en la península y la política napoleónica en España. Las consideraciones de Semple no dejan de ser interesantes e importantes, a pesar de sus enunciaciones como agente del gobierno inglés. Así, atribuye el conflicto que surgió, en estos años, y que condujo a lo que él denominó Guerra Civil, al empeño de la elite caraqueña por imponer sus intereses a las restantes provincias. Dejó escrito, en su informe, que una de las primeras medidas que tomó la nueva elite fue la de obligar a Coro a sumarse a la política trazada desde Caracas.
Sumó, a sus consideraciones, que luego del fracaso del Marqués del Toro en Coro las cosas se calmaron un tiempo, aunque sin dejar de recordar que algunos atribuyeron esta derrota a la supuesta ayuda inglesa a favor de los corianos. Sin embargo, al Caracas declarar la Independencia, “no todas las provincias estaban preparadas para una medida tan decisiva que, innecesariamente, parecía romper con violencia los lazos que aún hacían de España, para muchos, objeto de respeto, y en las actuales circunstancias de piedad”.
Aún unidos al Reino de España se encontraban Santa Fe o Cundinamarca, al igual que Guayana y Valencia. Desde Caracas se urdieron las acciones para constreñir a otras provincias, adscritas al Reino, que siguieran el camino trazado por Caracas. Respecto a Valencia, Robert Semple anotó que quienes defendieron esta plaza, a favor de la figura de Fernando VII, fue un “batallón de pardos y gente de color”. Es de hacer notar que Semple llamó primera Guerra Civil al enfrentamiento en Coro y segunda Guerra Civil a la escenificada en Valencia. Presenta Semple una descripción de lo acontecido en este lugar ubicado en la parte central de Venezuela que, bien vale la pena rememorar.
En algún momento del enfrentamiento, escribió Semple, los caraqueños pensaron que tenían el triunfo asegurado, pero los que defendían Valencia no se entregaron de manera fácil. “Los de Caracas intentaron penetrar en las casas y avanzar contra las barricadas donde se hallaban apostadas tropas del batallón de Pardos, pero fueron rechazados en todos los sectores. Finalmente, después de haber retenido la ciudad durante diez horas, se retiraron, dejando toda la artillería que antes habían capturado … los pardos del lado valenciano pelearon con animosidad peculiar. El general Miranda se expuso él mismo considerablemente y dirigió la acción con serenidad. Escapó ileso, pero varios individuos pertenecientes a la clase más respetable de Caracas fueron muertos o heridos. El número de asaltantes fue como de dos mil seiscientos hombres, mientras que un cálculo razonable del número de sus oponentes no los eleva a más de setecientos hombres armados”.
Semple relacionó estas acciones con el inicio de la Guerra Civil en Venezuela, “en la cual la justicia del ataque a Valencia es más dudosa que la política de los valencianos”. Ante esta experiencia elucubró que, si la “naturaleza humana” no fuese siempre la misma, “nos sorprendiera ver a los caraqueños, en la propia infancia de su república, negando a otros el derecho de elegir su forma de gobierno, después que tan celosamente ellos lo habían ejercido para sí, y llevando a cabo como su primer acto, un ataque contra sus hermanos, por el sólo hecho de que éstos eran adictos al Rey”.
Cuando se supo la noticia de la ocupación de España, por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, en ultramar surgieron insurrecciones
En su relato agregó que la fuerza comandada por Miranda había logrado someter a los valencianos gracias al número de efectivos que le acompañaban. Para él, el rencor ciudadano de los valencianos no había desaparecido. “Cualquiera que sea el estado actual de las cosas, es evidente de la semilla del odio y el descontento ha prendido honda y ampliamente. Parece que Caracas se ha investido de muchos derechos y bajo falsas apariencias de prontitud y energía, ha observado una conducta que puede tacharse de irreflexiva y cruel”. Se preguntó qué derecho tenía la elite económica caraqueña para dictar leyes a corianos y valencianos. La respuesta sería, desde la perspectiva de Caracas, de acuerdo con Semple, aplicar la fuerza porque eran necearías medidas para evitar el ingreso de tropas extranjeras por esos territorios.
En sus anotaciones escribió que el gobierno de Caracas, en su afán por aplicar leyes fuertes, se había dado a la tarea de crear un tribunal de vigilancia que daba aval al gobierno para invadir casas particulares y arrestar a personas “por la menor sospecha”. En Caracas el único teatro fue clausurado con la excusa, según el mismo Semple, de temor ante la aglomeración de personas, tampoco se permitían bailes, reuniones ni conciertos.
“Toda la población masculina fue armada y recibía instrucción militar con regularidad, de manera que entre la gente distinguida llegó a ser moda dormir en los cuarteles”. En lo redactado por Semple, en este sentido, se puede notar un talante de censura y de repulsión por las medidas que se habían establecido desde 1810, a las que no dejó de calificar como imitación de la Revolución Francesa, como, por ejemplo, la generalización del concepto ciudadano y la eliminación de los títulos nobiliarios, “a pesar de que el Congreso no había dictado ninguna ley con respecto a éstos”.
No dejó de criticar a Miranda quien, por momentos, mostraba actitud exaltada. La Revolución, señaló, estaba conduciendo al país a su ruina, en especial, porque se perdían cultivos por falta de mano de obra que ahora servían como soldados, tal cual él pudo observar en Caracas con el añil. Por otro lado, Semple repitió, en algunos de los párrafos de su escrito, la disposición de los hispanoamericanos de comparar la revolución que habían comenzado en 1810, con lo acontecido en las Trece Colonias a finales del siglo XVIII. En sus consideraciones apuntó que “los patriotas de Sur América” estaban equivocados al copiar la Constitución de los estadounidenses porque “cualquier constitución depende más del sentimiento general y espíritu del pueblo, que de la mera forma constitucional”.
Sin embargo, aseveró que la lucha contra España era justa, inclusive mucho más que la librada contra los ingleses por parte de los colonos del norte de América. Esto se debió a “la marcada diferencia de los caracteres español e inglés, tal como son en sus pueblos de origen y en sus colonias”. Vio con preocupación el “nuevo espíritu que se estaba formando en América”. Asoció esta disposición con una suerte de “fanatismo religioso”. Con esto hizo referencia a la fuerte inclinación, presentada entre los del norte y de sur América, de negar sus vínculos con Europa, tal como lo había podido corroborar entre la elite caraqueña. Este fanatismo, de acuerdo con sus palabras, llevaba a considerar magnánimos, justos y tolerantes a quienes se oponían a la monarquía española, mientras “a los ingleses sus descendientes los denominan, piratas, tiranos y rufianes; mientras que los descendientes de españoles califican a éstos de godos y le imputan a la presente generación todas las crueldades cometidas desde la llegada de los primeros conquistadores. En cuanto al término Madre Patria se usa muchas veces despreciativamente y a título de reproche”.
Con convicción escribió que este lado del Atlántico no volvería a caer en manos de gobiernos europeos, “pues ya esa época pasó o está pasando rápidamente”. Para él los que se imaginaban una era de felicidad para América estaban equivocados. “Ahora la escena ha cambiado. Entre provincias, ciudades y aldeas se han iniciado luchas a las que ha seguido el derramamiento de sangre”. Al final, consideró que Inglaterra no había cumplido un papel regulador en el conflicto bélico que comenzó en Caracas. Reclamó al gobierno inglés su posición vacilante respecto a los hispanoamericanos y el apoyo que brindaba a la monarquía española en su lucha contra las tropas de Napoleón, solo por preservar sus intereses económicos. Para él existían dos formas para que Europa tuviera influencia política en América. La primera, era “cultivar con celo” una relación con los nuevos estados y los que estaban por consolidarse. Otra, adquirir sitios importantes que hasta el momento permanecían “abandonados”, por medio de convenios o tratados sin intervenir de manera directa en sus decisiones y gobiernos.
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