Preludios de La Asonada

20 Oct 2022 | Ocurrió aquí

Los días previos a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez fueron de gran agitación social. Los estudiantes jugaron un papel importante en la lucha por la democracia. Los partidos políticos y sus dirigentes estuvieron a la altura del compromiso. Los militares supieron desempeñar el papel que les corresponde como garantes de los intereses del pueblo.

El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil

El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil.

     El anuncio de la sustitución de las elecciones ordinarias por un plebiscito (hecho ante el Congreso por el Gobierno en agosto de 1957) sembró el descontento en los sectores de opinión venezolanos agrupados en partidos y actuantes en la clandestinidad, que vieron en ello un claro propósito de burlar la voluntad popular y escamotearle el ejercicio de la soberanía, para prolongar durante cinco años más un mandato que, en su concepto, tuvo origen viciado.

     Precisa ser justos, colocarse en posición de imparcialidad, para historiar el acontecer venezolano. Nuestro pueblo tiene una psicología extraordinariamente anárquica, que no se ajusta a los moldes clásicos de la idiosincrasia. 

     Los venezolanos sorprendemos siempre con gestos y actitudes inesperadas. Podemos decir, sin exagerar, que nosotros trillamos las rutas de la vida cargados con un inagotable bagaje de imponderables. ¡Es la pesada herencia de una pluralizada mezcla de sangres, es la consecuencia de un atavismo híbrido. . .!

     En 1957 nuestro pueblo era una contradicción viviente. Estaba satisfecho porque tenía trabajo, disfrutaba de ciertas comodidades, no lo punzaban los aguijones de la miseria. El clima de seguridad impuesto a la fuerza atraía al inversionista extranjero y comenzaban a surgir industrias y se anunciaba una serie de proyectos para el establecimiento de otras. Todo eso en medio de altos precios del petróleo, lo que le permitía a la dictadura gozar de ingentes ingresos económicos.

     Pero, al lado de esa satisfacción material, florecía el descontento y regaba inquietudes. El pueblo sentía nostalgia de su libertad, condicionada a la voluntad del gobernante. Echaba él en falta su alimento espiritual máximo: la crítica, el derecho a censurar sin temor, sin pensar con el corazón encogido en si habría a su vera algún esbirro anotando las palabras que podrían proporcionarle luego vacaciones ingratas en Guasina o en Ciudad Bolívar, tras un fecundo paso por los sótanos de la Seguridad Nacional. Lamentaba él la ausencia de un manjar matutino: el periódico sin mordaza, decidor y zahiriente, buscador de fallas y señalador de abusos.

     En este terreno abonado trabajaban los agricultores de la política, talando y quemando escrúpulos, regando la simiente de la rebeldía.  Y la germinación se estaba cumpliendo excelente, promisora, augurante de una cosecha espléndida. Solo faltaba un aguacero que vigorizara la tierra y apresurara el cuajo de la cosecha. Y esa lluvia llegó en forma de plebiscito.

El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, estalló una insurrección militar

El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, estalló una insurrección militar.

Etapa inicial de las acciones

     El primer paso hacia la meta de liberación lo dio la juventud estudiantil. En la Universidad Central de Venezuela (UCV) se dio el grito de rebeldía coreado por muchos otros gritos. La conciencia nacional despertaba en su célula más vigorosa. Y adivino el gesto gratificante: la huelga. El Alma Máter entró en receso. Las cátedras supieron de la ausencia de profesores y alumnos. La voz aleccionadora, la que a diario vertía el conocimiento en las mentes, fue sustituida por la que proclamaba consignas revolucionarias y repetía con palabras criollas, con inflexiones criollas, con criollos propósitos, el tradicional e incendiario llamamiento al combate de pueblo contra gobierno, de gentes inermes contra gentes armadas, del palo y la cabilla contra el fusil, la ametralladora y la granada.

     La voz rebelde salió a la calle y encontró ecos en los liceos y la parvulada retó al gobierno, ofreció el pecho a las balas, convirtió los pupitres en trincheras y en baluartes las aulas. Y de los recintos de la docencia, la llama se extendió. 

     Un grupo de intelectuales aventó el temor y firmó un Manifiesto reivindicador de la libertad, de la justicia, de la soberanía popular burlada, del derecho, de la dignidad vejada. Y sus palabras tuvieron resonancia y enardecieron al obrero, que cerró filas y esperó impaciente la llegada de la hora cero.

     Una entidad misteriosa, envuelta en impenetrable manto de clandestinidad, comenzó a echarle leña a la hoguera y a extender el incendio: la Junta Patriótica, que le hablaba al Pueblo en nombre del mismo Pueblo y llenaba las calles metropolitanas con volantes inmpresos de literatira subversiva. El clima impulsaba el termómetro hacia cifras cada día más altas.

Interludio militar 

     El amanecer del nuevo año, el primero de enero de 1958, vio rota la virginidad del cielo caraqueño por pájaros de acero que lo surcaban raudos, atronando con sus motores a reacción y con el crepitar de las ametralladoras. Explosiones de bombas se dejaron oír por los lados de la urbanización El Conde y encontraron ecos en el presurosos disparar de las defensas antiaéreas.

     El pueblo se encrespó y sintió en los pies la comezón que impulsa a marchar hacia el punto neurálgico, hacia la posición clave. ¡Había estallado la insurrección militar! Y las noticias comenzaron a correr de boca en boca y a crecer y agigantarse como bolas de nieve en su avance irruptor por las calles, plazas y hogares. ¡Maracay, la plaza militar más fuerte de la República, se había sublevado! Columnas cerradas de infantería y tanques avanzaban hacia Caracas. . . ¡Los Teques en poder de los rebeldes. . .! Y se citaban nombres: Los tenientes coroneles Martín Parada y Hugo Trejo eran los jefes. Y Castro León, el militar que nació conspirando y morirá conspirando, pero sin rematar jamás las acciones, secundaba el movimiento. ¡Y nombres y más nombres se iban engarzando en lista de Oficiales grata al oído. . .!

     Más, la acción defensiva del régimen, dio frutos raudos. Inopinadamente, la Radio Maracay, tribuna de los insurrectos, comenzó a hablar en el lenguaje seco y amenazante del gobierno.

     Se pedía la rendición incondicional de los últimos focos de resistencia en aquella plaza. Y luego la voz del jefe vencido, intimando a sus compañeros atrincherados en Los Teques para que depusieran las arma. Y en lomos de las ondas hertzianas, a través de los micrófonos de la Radio Nacional, cabalgaba la voz del jefe del Estado, advirtiendo que serían aniquilados quienes persistieran en la “descabellada intentona”.

     Los tanques que venían desde la capital mirandina hacia Caracas, dieron media vuelta e iniciaron el retorno en fuga. Los “héroes” leales hacían llegar partes triunfales al Comando de Caracas. El entonces jefe de Relaciones Públicas del MOP, anunciaba que había minado la autopista, en el sector cercano a Pipe, y acumulado en ella la maquinaria pesada de la construcción, para frenar el avance de los “traidores”.  La gesta estaba perdida. El sacrificio había sido estéril.

El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

Paréntesis dubitativo

     Pero, el fuego no había sido totalmente extinguido. La capa de cenizas, de escaso espesor, apenas si podía ocultar la presencia de brasas encendidas. Y, así, en el decurso de los días siguientes, se engarzaron los sucesos del collar cuyo broche de cierre estaba forjándose en la fragua de la historia.

     El 10 de este mismo mes de enero, se anuncia la constitución de un nuevo Gabinete: Interiores, Luis Felipe Llovera Páez (¡destituido Laureano Vallenilla!); Exterior, Carlos Felice Cardot; Hacienda, Giacopini Zárraga; Defensa, Rómulo  Fernández; Fomento, Carlos Larrazábal; Obras Públicas, Oscar Mazzei Carta; Educación, Néstor Prato (la muchachada estudiantil lo celebró soltando un burro en El Silencio con un cartel donde decía: “Yo soy el Ministro de Educación”); Sanidad, Pedro Gutiérrez Alfaro; Agricultura, Luis Sánchez Mogollón;  Trabajo, Carlos Tinoco Rodil; Comunicaciones, José Guerrero Rosales; Justicia, Héctor Parra Márquez; Minas, Edmundo Luongo Cabello; Gobernación del Distrito Federal, Oscar Ghersi Gómez.

     El mismo día toma posesión de la jefatura suprema de la Seguridad Nacional, el coronel José Teófilo Velásquez (¡Había caído Pedro Estrada, el Cancerbero del régimen, ¡y con él diez años de historia siniestra. . .!) Y surge a la actualidad otro nombre, predestinado a llenar páginas de periódicos, a crear mística inconsciente a su alrededor, a legalizar el despilfarro, a atizar el odio, a hacer correr la sangre, a adulterar el sentido y futuro del 23 de enero: ¡Wolfgang Larrazábal es designado comandante de las Fuerzas Navales. . .!)

     El 13 un rumor rompe las frenadas murallas de la censura y se extiende por los ámbitos citadinos y los tramonta y corre veloz como repique de campanas hacia la provincia: Pedro Estrada marchó al exilio y detrás de él se fue Laureano, el hombre fuerte después del fuerte hombre de Michelena. Y, sorpresivamente, el 14, un nuevo cambio en el Gabinete: Antonio Pérez Vivas sustituye en Interiores a Llovera Páez, quien pasa a Comunicaciones; Pérez Jiménez asume la Cartera de Defensa y Rómulo Fernández es detenido y conducido posteriormente a Curazao, y el doctor Humberto Fernández Morán echa las bases de una desdicha injusta al aceptar el Ministerio de Educación. El comandante Guillermo Pacanins se encarga de la Gobernación de Caracas. 

      El 15, los muchachos liceístas del “Andrés Bello” reeditan acciones callejeras. El gobierno le hace planear por agentes policiales y moviliza contra ellos las mangueras del INOS. No hay disparos. El 16 epiloga la insurrección estudiantil. Fernández Morán clausura el Liceo “Andrés Bello”, hace un llamamiento a la cordura y esboza la apología de la energía atómica. Hojas distribuidas profusamente por la misteriosa e inubicable Junta Patriótica, convocan a la huelga para fecha inmediata.

     El amanecer del día prefijado, está presidido por la angustia y la inquietud. En el ambiente flota algo amenazador. Se palpa la inminencia de lo inusitado. Las gentes caminan pavorosas por las calles, ven por encima del hombro con suspicacia y adquieren provisiones de boca. Los abastos se vacían vertiginosamente.

     El 23 de enero de 1958 cae el dictador Marcos Pérez Jiménez e irrumpe una Democracia duradera por primera vez en la historia de Venezuela.

FUENTES CONSULTADAS

  • Revista Elite. Caracas, 26 de enero de 1963.

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