El dirigente deportivo Jesús Berra lo condecoró por su prolongada actividad en el mundo de los deportes.
Y en “El Constitucional” por vez primera estampa bajo sus fotos ese nombre que durante 68 años ininterrumpidos avalarán avalará sus trabajos profesionales. Después pasará a “El Nuevo Diario”, donde pondrá de manifiesto su clara visión y poco comunes cualidades de periodista, trazando desde entonces las bases para la nueva escuela donde la agilidad y el continuismo de las gráficas, pondrán al reportero en condiciones de mostrar el cambio radical que se estaba operando en la prensa capitalina. Es el periodismo moderno que, al pasar de los tiempos, se hará casi perfecto hasta llegar a la madurez actual.
Ya ha dejado de colaborar en el periódico del puertorriqueño Gumersindo Rivas, para frecuentar la casona donde Aguerrevere y Juan de Guruceaga, junto con el inolvidable Raúl Carrasquel y Valverde, están dando los últimos toques a una revista que llamarán Élite.
Otro colaborador y fundador de la popular revista “Billiken”, el costumbrista y gran caraqueño de pintoresca e interesante vida, Lucas Manzano, lo acompaña. Para Juan Agustín Avilán, esta publicación fundada en 1919, también le es familiar y con esa experiencia adquirida en varios años de ardua labor, los editores de Principal a Santa Capilla piensan que su adquisición es casi imprescindible. Desde entonces, nuestro hoy llamado “Viejo” constituyó una institución en el periodismo gráfico, estando considerado ya como fundador de la primera revista venezolana, Élite, la cual, con sobrados méritos, se ha situado a la cabeza de todas las del país.
“. . .Una revista más. . . ¿Y por qué no? . . .” Así rezaba la presentación de aquel primer número que apareció un 17 de septiembre de 1925. El teléfono de la redacción –un inefable número 200– está siempre ocupado. Por la reducida sala donde la jocosa conversación del “espadachín” Carrasquel se deja oír sobre todas, desfilan efectivamente la “élite” de los plumarios de entonces: Eugenio Méndez Mendoza, Alberto Arrieta, Fernando Paz Castillo, Francisco Pimentel, Luis de Oteyza, Pedro Sotillo, Rómulo Gallegos. . . y tantos otros que alcanzaron la gloria de los predestinados a exhibirla.
Los comentarios de la prensa capitalina en una cordialísima pugna de alabanzas, donde aún no se conoce la envidia ni la solapada intención malsana, felicitan a los editores y al personal de Redacción: “El Nuevo Diario” . . . “El Universal” . . . “El Heraldo” . . . “Excelsior” . . . “El Sol” . . . “Fantoches” . . ., son los paladines de la hidalguía y el reconocimiento hacia un colega que hoy a los 39 años de fundado, ha visto desfilar por sus mesas de redacción a los más insignes maestros de la literatura nacional y continental.
Junto a éstas está inolvidable uno de sus fundadores, Juan Agustín Avilán, el amable “Viejo”.
La madurez del Maestro está en su cumbre. Un año después de la muerte del general Juan Vicente Gómez, a mediados de 1936, junto a Luis Barrios Cruz, funda con tan amplios conocimientos en esa materia, un diario.
Se llama “Ahora”, dando de manera definitiva el espaldarazo profesional al periodismo venezolano con una nueva tónica, donde con su evolución abre definitivamente las puertas al profesionalismo, desterrando para siempre los manidos moldes de la factura provinciana. Ocho años más dedica sus esfuerzos al mejoramiento del periodismo, mostrando la maravillosa concepción de sus fotografías y rodeándose de una juventud que espera conocer de él lo que con tanto entusiasmo aprendiera en el arte de Lumiere.
Y en el año 1943, junto a otro veterano en el deporte –que también constituyó su primordial afán profesional– Herman Ettedgui ponen en circulación la revista “Mundo Deportivo”, un semanario distinto, profusamente documentado, con numerosas fotos sobre deportes, donde ambos ponen de manifiesto los amplios conocimientos en este renglón que tanto arraigo ya tiene entre los venezolanos. Mucho les debe Venezuela a estos dos esforzados paladines del deporte, que, en escalas distintas, pero en un mismo paralelo, supieron ensalzarlo con sus valiosas colaboraciones.
Tras un breve paréntesis, después de cinco años de labores, vuelve Juan Agustín a aparecer en “La Fusta”. Habrán de pasar varios años con estas actividades, hasta que hace escasamente dos, decide someter su nervio a un merecido descanso, entreteniendo sus ocios en una casita que ha adquirido en el vecino punto litoralense de Camurí. Muchas veces lo hemos visto bajo la flor de cayena leyendo sosegadamente, extasiándose con el bello paisaje donde tuvieron asiento las bravas comunidades indígenas.
Acaso pensara en sus andanzas por tierras de la patria o el extranjero, sus afanes artísticos y sus luchas profesionales, sonriendo al recuerdo grato de sus pioneras aventuras cinematográficas, cuando al igual que el inquieto Lucas Manzano con aquel film –casi prehistórico– “La Danza de las Cayenas” también él ensayó el éxito en la pantalla de plata con otro trasunto de rancio sabor hogareño: “El relicario de la abuelita”.
Murió el “Viejo” Juan Agustín Avilán!!
En su bolsillo un rollo fotográfico; en su rostro la serena expresión de la bondad y en el recuerdo el imperecedero cariño de los que tuvimos la inmensa fortuna de haberlo tratado.
No pudo siquiera disfrutar del último retrato que hiciera en el Litoral. A las puertas de su hogar, en la Caracas que tanto amara, cayó fulminado. Sus ojos dejaron de ver los cielos serenos de la patria y el cerebro se negó a concebir la idea creadora de su arte. Un derrame cerebral ha privado a Venezuela de un artista que supo iluminar a centenares de fotógrafos aquella senda que desde el burgo mirandino de Petare aprendió a querer con fanatismo.
Acompañando a los restos, los rostros compungidos de muchos alumnos y compañeros de trabajo expresaban con su mutismo el inmenso dolor que les producía ese tránsito inevitable. El insustituible fotógrafo, maestro del periodismo moderno, excelente amigo y mejor patriota, inolvidable caballero para todos los venezolanos que conocieron su bonhomía, ese vacío será imposible de llenar, porque Avilán sólo hubo uno a quien llamábamos “El Viejo”. Y para alcanzar este cariñoso calificativo, tienen que pasar muchos años, lograr su experiencia y exhibir muchos créditos de dignidad profesional. Junto a la fosa abierta y el “aparta inferís” de la liturgia mortuoria, la plegaria muda de los que le acompañaron. Después, los cielos puros de una mañana radiante se abrieron esplendorosos inundando de sol las flores de brillantes colores que adornaron los paisajes de la patria tantas veces recorrida con su prodigioso lente. Eran las mismas que en generosa ofrenda habrían de acompañarle hasta el último recinto donde descansará bajo ellas: Juan Agustín Avilán, “El Viejo”, quien falleció en 1964, a los 68 años”.
* Nombre que, aparentemente, es un seudónimo
FUENTES CONSULTADAS
Élite. Caracas, 21 de marzo de 1964
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