En 138 años de vida republicana, desde 1830 hasta 1958, se ha entablado un campeonato de frases laudatorias para los mandatarios. Desde Bolívar hasta pasar por Páez, Guzmán Blanco, Castro, Gómez y Pérez Jiménez, los más adulados.
“La miel no le amarga a nadie. Frase vieja, pero real. Sobre todo, en Venezuela ha tenido su vigencia en todas las épocas desde Simón Bolívar, hasta pasar por José Antonio Páez, los Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Raimundo Andueza Palacio, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, los más adulados. Cuando menos se pensaba los presidentes, tal vez con buenos propósitos, se inflaban como globos por el “abaniqueo”, como lo llamara alguien.
Es un microbio que se mete por los oídos. En todas las épocas siempre ha estado presente en una u otra forma. Se ha rendido incienso de palabra a los Dictadores y Soberanos, pero también a los demás, a los democráticos. Vi besar la orla de un gabán a uno de estos últimos personajes. El corazón me dio un vuelco, adulación rastrera.
Pero cuando ésta no existe los mismos gobernantes la fabrican. Uno de estos ministros democráticos le quitó el saludo a un amigo, sin decir por qué. Después lo supo: “porque no me has ido a ver”.
La señora del general Falcón (muy adulado) dijo en una ocasión que Caracas era “una ciudad muy zalamera y adulante y que por lo tanto no vivía en ella”. Ha sido la primera dama más digna en nuestra historia. Despreciaba la vanidad.
Creo que el escándalo de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) sobre el caso de la adulación de los periodistas venezolanos estuvo exagerado. Si ellos no hacen una sesión nadie se acuerda de lo que aquellos dijeron. Son frases de almanaque. Peores eran los costosos regalos que algunos intelectuales, o no intelectuales, hacían en Navidad para los de arriba. La casa de Marcos Pérez Jiménez, de Laureano Vallenilla Planchart, de Silvio Gutiérrez, etc., parecían quincallas. Dicen que había costosas vajillas hasta debajo de las camas. Ramos de flores encima de los techos. Arbolitos de Navidad multiplicados en los parques.
La adulación tan, peligrosa se da en todos los órdenes. He visto caballeros entrecruzarse cestas de Navidad con champaña y bombones. ¡Qué horror! ¿Y dónde está la varonía de este país? Pues era de un simple empleado a un empresario para que le sostuviera el cargo. Se adula a los millonarios, a los directores, pero ¡claro! especialmente a los políticos.
Bolívar fue el primer gran adulado: “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.
Simón Bolívar
“El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.
El pueblo endiosa hoy lo que ha de condenar mañana. Y viceversa. Hasta Bolívar fue su víctima más distinguida. Se quejó de ingratitud hasta su muerte.
Cuando se le dio el título de Libertador todo Caracas lo tuvo a sus pies. Senda de rosas, vítores, alabanzas. La gente no cabía en el Templo de San Francisco. Para entonces era un real templo, con su bella fachada, estilo renacimiento, hoy desaparecida.
–Eres nuestro libertador. ¡Viva!
Un año después se endiosaba al terrible Boves. Y como no era oportuno que se le llevara también a San Francisco, se prefirió la Catedral, templo con más tradición y más bombo. Los mismos de ayer gritaban: ¡Oh, Boves, eres nuestro Salvador! ¡Viva!
Con nuestro Libertador parece haberse agotado el vocabulario de los bonitos epítetos. El los analizaba rechazando en tiempos de “guerra a muerte” el de Pacificador. Una vez en un pueblo de Colombia un orador no encontraba como elogiarlo y lo llamó con estas grandes palabras: ¡Santísima Trinidad!
A Guzmán Blanco le adulaban llamándolo “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. Le decían: “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.
Antonio Guzmán Blanco
“El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. . . etc., etc.”. Su progenitor, Antonio Leocadio, al verle llegar a la Presidencia le aduló, aplicándole aquella frase del padre Eterno: “He aquí a mi amado hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias”.
Al inaugurar la línea telegráfica de Caracas a Petare, lo saludaron con estas inscripciones en forma de arcos: “Eres más grande que Napoleón Bonaparte, porque Napoleón fue vencido en Waterloo y tú no has sido vencido nunca”.
“Eres superior a Moisés porque Moisés hizo manar agua de una roca y tú la has hecho brotar de todas partes”.
“Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.
Cuando inauguró el acueducto de Valencia, los arcos decían lo siguiente: “Habló Guzmán Blanco y las aguas cambiando su curso secular vinieron a calmar la sed de nuestros labios”.
“Las aguas de Guataparo al llegar a Valencia murmuraron en su corriente el nombre de Guzmán Blanco”.
“El rico, el pobre, el poderoso, el desvalido al llevar a sus labios la copa de la salud bendicen el nombre de Guzmán Blanco”. Ciertos periodistas que habían sido invitados al acto de inauguración exclamaron: “Y ahora ¿qué podemos decir nosotros? ¡Esta gente nos ganó!”
De pronto le asqueaban las adulaciones y al recibir una de Mariano Aldrey, director de La Opinión Nacional, la tiró al suelo diciendo: “¡Hasta cuándo tantas adulancias, ¡qué tiene que hacer la América con nuestros títulos para que me llamen Ilustre Americano! ¿Regenerador, donde existe la regeneración? ¿Pacificador, qué vale eso cuando así llaman a Morillo?!”
Los que supieron esto le hicieron la guerra a los de la “adoración perpetua”. “Viles adulantes” –los llamaban. Meses después ellos mismos entraban a formar parte del “desagravio nacional” a Guzmán, por el derrocamiento de las estatuas.
Al empezar el año de 1887, Guzmán quiso pulsar la opinión de la prensa contraria. Aparecieron “El Yunque” y “El Fígaro”, periódicos combativos. Como empezaron a insultar de manera alarmante, Guzmán le decía al Gobernador de Carabobo: “No haga usted caso de esta prensa ni de sus escritores, ni de los que con ellos nos maldicen. Son momias de aquel odio antediluviano, fósiles del rencor de aquellos tiempos enterrados por los sangrientos triunfos de la guerra larga y sepultados con apoteosis tan gloriosa para la causa liberal como son la Regeneración, la Reivindicación, el último bienio y la Aclamación”.
José María Vargas Vila, el escritor colombiano, fue uno de los que más le aduló. Llamó a su despotismo “el más fecundo de América”. Decía que oprimía, “pero no como una losa de sepulcro sino como un jinete oprime los lomos de un corcel indómito, al aire libre, el horizonte abierto, andando siempre, avanzando cada día y sorprendiendo con progreso el brillo de la aurora”. Y añadía esta loca frase: “impuso sobre la paz la tumba de la libertad e incapaz de romper el yugo de un pueblo se conformó con hacerlo de oro y rutilante gema”.
Y como casi siempre pasa, con la adulación quebró la voluntad del Déspota. Cuando el poeta Rafael Arvelo estuvo caído sus amigos le instaban a rehabilitarse. E hizo una apuesta. Ya verían que con dos palabras bonitas “de adulación” él volvería a estar arriba. A los pocos días se presentó ante Guzmán a saludarlo. El Dictador lo miró despectivamente, como siempre. Y el poeta exclamó esta halagadora frase: “¡Hasta en lo malcriado se parece al Libertador!”.
A los pocos días era Senador. La adulación, esa arma tan peligrosa, había dejado su huella.
Cipriano Castro era “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc.
Cipriano Castro
“El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc. El gran escritor Vicente Blanco Ibáñez dijo de él: “el aguilucho voló de los Andes y llegó al mar para hacer más heroica su tierra que ya era heroica de por sí”.
El rebelde Rufino Blanco Fombona se rindió a sus pies. Cierta vez en que Castro se quejó de que el pantalón le quedaba estrecho, díjole Rufino: “¡Cómo puede usted caber en su pantalón si no cabe en la América!”. Salcedo Ochoa, uno de los panegiristas, escribió: “¿Quién es ese hombre que así ha vencido en su patria y en el exterior por la alteza de su carácter?, me decía un americano distinguido, el cual tenía una idea triste de la América del Sur.
Ese hombre, señor, es un esfuerzo de mi pueblo, ese hombre es el más modesto de mi patria siendo el más fuerte –. Pero entonces, yo estaba engañado con su país. Me habían dicho que Venezuela tuvo un gran hombre: Simón Bolívar y nadie más. – Si, le contesté, pero Cipriano castro es el heredero de Bolívar”.
Pedro María Cárdenas escribió un telegrama: “Con Castro y por Castro todo resulta bien, pues él es el bien mismo. Con castro se puede ir hasta el Averno, porque con él hasta en el mismo antro fatídico soplan resplandores de gloria”. De Carnevali Monreal: “Bolívar ambicionó la corona y no la merecía. Castro la merece por mil títulos y no la codicia”.
El Padre Borges le dijo en una carta: “sin la gran luz de su inteligencia irradiando en las alturas del Capitolio se obscurecen todos los horizontes de la patria. El sol no crece en la noche”.
Su ministro de Relaciones Interiores, Zoilo Bello Rodríguez, adulaba a Doña Zoila Bello de Castro en estos términos: “somos tocayos por lo de Zoila y por lo de Bello”. (Luego un escritor venezolano descubrió que ella se llamaba Zoila Martínez).
De Alberto Fombona Palacio: “Castro como Caudillo se impuso a los Generales; como Dictador se impuso a la República; como defensor de la honra nacional se impuso al mundo; como Restaurador de la Patria cautivó la voluntad de todas las clases sociales. Sus glorias más que de él, son glorias de Venezuela. EL OPUS MAGNUN va en su diestra formidable. ¡Bátanle palmas los pueblos agradecidos!”.
Las lisonjas a Gómez eran proverbiales: “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Caudillo de Hierro, El Jefe Supremo…
Juan Vicente Gómez
“El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Pacificador, El Caudillo de Diciembre, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Hombre Fuerte y Bueno, El Cóndor Andino, El Caudillo de Hierro, El héroe de 1908, El Cincinato de Venezuela, El Hábil Estadista, El Jefe Supremo, El Jefe de la orden del Busto del Libertador, etc., etc., etc.”.
Grandes poetas le cantaron como el más insigne de los trovadores, Villaespesa: “porque si tú, Bolívar, nos distes las glorias de la fuera. Tú, Juan Vicente, nos distes las glorias de la paz”.
El hombre fuerte le premió su clase con medio millón de bolívares, valía la pena. Nuestro gran poeta Arvelo Larriva glosando una expresión de Santos Chocano, le dijo una vez: “porque tú tienes de Cristo y de Mahoma”.
Un célebre francés le escribió un artículo diciendo que las carreteras construidas por Gómez “eran las mejores del mundo”. Cuando se construyó el Acueducto del Guárico se le dijo esta frase en un discurso: “el pueblo está cerca de él y él es como Bolívar: una luz en el pueblo”.
De El Nuevo Diario entresacamos esta frase en su loa: “hombre que se ha levantado con la aurora y baña su patria con el sudor de su frente”. De Sociales: “Actualmente se encuentra en el Hotel Alemania y le rinden homenaje más de doscientas personas que se queman ante él como el incienso. También se están quemando fuegos artificiales en su honor”.
El general Gómez era ajeno a las adulaciones y cuando la Misión Francesa le vino a condecorar con la Legión de Honor, la recibió en el potrero de una de sus haciendas a las doce del día. Al irse le dijo el Dr. Itriago Chacín: “Pero General, ¿no cree usted que ha debido observarse un poquito más de protocolo?”. A lo que contestó el General Gómez: “lo hice expreso, para que no hubiera discursos”. De esas infinitas genuflexiones de la sociedad ante Gómez está llena la historia. No ha habido hombre más tenido ni más respetado. Un día pregunta a alguien la hora y ese otro le contesta: “¡las que usted diga, mi General!”
Se le comparó a Bolívar y se elogió su paz: “Y mientras Juan Vicente viva, habrá paz en Venezuela a cualquier precio”. Hombre con suerte hasta merecer elogios de su hombría de muchos de los que vejó y torturó. Gómez fue el hombre que recibió más honores. Tiene un busto en Hamburgo por su “neutralidad” cuando la primera guerra europea, aunque esto no puede considerarse como adulancia.
Gómez llegó al extremo de echarle bendiciones a los curas, antes de que los curas se las echaran a él. Cuando salía del Te Deum en Maracay repartía bendiciones a diestra y siniestra y nadie contestaba. Le gustaba que lo dejaran solo y le desagradaban las continuas genuflexiones. Una vez le dio un cargo a un conocido poeta y como éste siguiera detrás de él adulándolo, exclamó: –A este hay que quitarlo porque pasa más tiempo detrás de mí que en su cargo.
Cuando algún caballero se presentaba en Las Delicias luciendo gabán nuevo murmuraba: ¡este es uno que anda buscando que lo nombren ministro! Y como siempre en El Nuevo Diario la frase tantas veces repetida de Gobierno en Gobierno: “los cambios que se han operado en Venezuela han sido tan extraordinarios que no tienen paralelo en nuestra historia”.
Las exaltaciones a Pérez Jiménez eran repugnantes: “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General.
Marcos Pérez Jiménez
“El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General. El Nuevo Ideal”, etc., etc., etc.
Se dice que imitaba a Gómez en muchas cosas, hasta en su preferencia de tomar agua del Castaño. Un día alguien le dijo que en todo se parecía al viejo General. El soberbio le contestó: –¡Si, pero yo soy Pérez Jiménez!
La mayoría de sus aduladores fueron mediocres. No hay frases sonoras de talento, que queden sonando en los oídos por los fueros de la adulación. Creo que buena parte de los periodistas execrados y expulsados pudieran ser reemplazados por los que le adularon con regalos costosos y le decían a toda hora que “no había hombre más grande que él”. Son los Vallenilla, los Spinetti, los Silvio Gutiérrez, los Pinzón.
Sin embargo, el húngaro Tarnoy le escribió el mamotreto de una biografía que le valió la administración del Hotel Jardín, en Maracay. El Dictador se ablandó.
“El Coronel del pueblo siente la pulsación de los obreros y campesinos, su horizonte no se cierra dentro de los valles de Caracas. Pérez Jiménez sabe bien que las luces de neón que brillan en multicolor de mil maravillas sobre la capital nocturna, son solamente una decoración local. Su mirada vuela sin ondas de televisión sobre las aldeas tristes de la tierra venezolana, atraviesa los llanos, sube las montañas andinas, visita los ranchos de los pobres y quizás se encuentre alguna vez con San Agathon, que le preguntará: ¿has salvado hoy algún pobre enfermo más? Salva otro, Venezuela necesita hombres fuertes”.
José Boada Alvins dijo en El Heraldo: “Durante los cinco años del régimen que preside el General Pérez Jiménez, la República ha vivido su época más fructífera, más venturosa. Contraponiendo a la anarquía del pasado la realización de una política administrativa, constructiva y bienhechora, el Gobierno del Nuevo Ideal Nacional ha traducido sus gestiones en un conjunto de obras de tal magnitud que como dilatada y repetidamente se ha conocido en todo el mundo, se le considera como la entidad estatal que más positivas y eficaces iniciativas ha desarrollado en beneficio de una nación”.
Novellino y Juan Uslar Pietri lo compararon con Bolívar. Sus frases sin talento no quedaron resonando en el ambiente. Olivares Figueroa dijo: “Marcos Pérez Jiménez garantiza cuanto representa un verdadero avance, porque las iniciativas para madurar exigen comprensión y un medio propicio”. Manuel García Hernández escribió sobre las inauguraciones: “cuando las tijeras cortan las cintas para inaugurar las obras, es que se sabe de su existencia real. Desde luego que no es esto común en el mundo y menos en el suramericano e imposible en los países encuadrados en el trópico, pues aprovechan algunos gobernantes cualquier colocación de ladrillos, cualquier detalle de una construcción para exaltar sus nombres y sus jerarquías a cumbres a las cuales no pudieron llegar ni sus mismos héroes nacionales. Eso es vivir en un estado de simple mediocridad de la cual huye el presidente de la República”.
De Humberto Spinetti: “Quienes consideran que Pérez Jiménez debe continuar dirigiendo los destinos de Venezuela entienden qué significan las autopistas, las carreteras, los edificios, la canalización de ríos y lagos. Es por eso por lo que millones de venezolanos, desde el hombre de ciencia y el hombre que cumple merecedora labor con el tractor, quieren que Pérez Jiménez continúe siendo el presidente de los venezolanos”.
Santiago Hernández Yépez dijo que “Pérez Jiménez es un jefe de Estado ejemplar”. Cova García añade que “la disciplina, el orden, el respeto, la consideración, el mérito han logrado su puesto en esta nueva Venezuela que ha surgido al compás del tambor de la Semana de la Patria”.
Vitelio Reyes lo llamó “el gran varón” y le dedicó dos días antes de caer el Gobierno su Biografía sobre Páez. Críspulo González Puccini habla de “la preciosa doctrina del régimen: el nuevo, Ideal Nacional. Realidad solemne en la transformación del medio físico. Dentro de esos principios actúa Pérez Jiménez”.
Y así, tanto “El Heraldo” como “La Calle” traían cada día el elogio para sus obras públicas. Miguel Ángel García lo llamó “el hombre insustituible”. Pero para Pérez Jiménez, el hombre ansioso de oro, aquellas frases no decían mucho. Podría asegurarse que despreciaba a los intelectuales. Al principio quiso atraérselos, después los olvidó. Para él valía más una acción en una poderosa compañía o portentosos cheques de dólares que la repulida frase de un escritor. Ordenaba, eso sí, grandes ediciones informativas de su obra. A Amelita Góngora se le pagó “Trescientos mil bolívares, viajes a Europa, a cien dólares diarios con pasajes, por hacer unas pesadas y voluminosas ediciones de puras fotografías de paisajes venezolanos. ¿Es Amelita una intelectual? No, sencillamente era una cara bonita”.
El intelectual con toda su vida de sacrificios y su talento no estaba en el programa del dictador Pérez Jiménez. Por eso algunos de sus más constantes panegiristas, como García Hernández, quedó pobre. Mientras la AVP lo execraba, el hilvanador de grandes adjetivos no tenía qué comer. Nadie lo creyó. Alguien dijo: ¿por qué venderse tan barato? He aquí el problema y el peligro de la adulancia. No hay que venderse tampoco por altos precios, porque los que aparentemente no adulaban tenían todos los contratos y todas las prebendas.
Pero las adulaciones de los señores ministros y los “intermediarios” de jugosos negocios se contaban como arena. Se adulaba con hermosos y costosísimos regalos. A la señora de Pérez Jiménez se le envió en esta última Navidad un arbolito diminuto que costaba medio millón de bolívares. –No es posible, podría argüir alguien. –Pero sí lo es. El tal arbolito: no mayor de medio metro, estaba dotado de especialísimas bombillas y adornos. Cada uno era una cara gema: un brillante, una perla, una aguamarina, una esmeralda, un rubí. La boca se hacía agua. Pues bien, era el árbol de la adulación para la señora del hombre poderoso y uno de los tantos regalos que le enviaba el gabinete”.
FUENTES CONSULTADAS
Elite. Caracas, 29 de marzo de 1958
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