El gran escritor español, en entrevista exclusiva para Élite, explica por qué escribió la novela venezolana que después de caída la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, le ganó infinidad de ataques. Y ratifica su amistad con Laureano Vallenilla Lanz. Los textos son el periodista Francisco “Paco” Ortega
Camilo José Cela (1916-2002) fue un vigoroso intelectual español, autor de La Catira, controversial novela encargada por la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.
“Camilo José Cela es un vigoroso escritor contradictorio en toda su humanidad impresionante. Ante todo, es español y como tal, piensa, habla y escribe. Para un intelectual de la talla de este gallego de fina sensibilidad y exquisita pluma, a veces amargo en el concepto, pero sincero y ancho de corazón, los pensamientos íntimos son revelados en una confesión desnuda sin recovecos oscuros ni veladas diatribas que pretenden disfrazarse de lisonja. A un escritor no se le puede pedir parcialidad, puede naturalmente no ajustarse a una exacta realidad de las cosas y estar más o menos equivocado, pero en el fondo la trayectoria de un sentimiento expresado con absoluta sinceridad, es loable, honrado y hasta ejemplar. Cela no es mercenario de una pluma que se vende. El soberbio poeta que existe en “Pisando la dudosa luz del día” nos lo descubre de manera total, desnudo de artificios presuntuosos, ajeno al juicio gratuito de los “consagrados” y exhibiendo su formidable solidez intelectual en una auténtica revelación de las letras contemporáneas de España.
Resulta pueril intentar restarle méritos como escritor y como investigador del alma. Nadie como él ha narrado sus deliciosas andanzas por los campos de Castilla.
Respira míticamente en las noches segovianas pulsando el latido íntimo en las tierras fecundas, en el surco profundo del sentir hispano y se extasía como Gustavo Adolfo pegado a los muros avileños, o acaso como lo hiciera Teresa de Jesús, Camilo José Cela cuya fama universal la alcanzó hace 24 años con su novela laureada “La familia de Pascual Duarte”, respira sinceridad y late al unísono de las cosas bellas. Capta los sentimientos y escribe la verdad sin deslavarla con detergentes comprados a bajo costo en los mercados de la adulación y la especulación mercantil. Esto, para un país donde el trust intelectual está dirigido por los ricos clientes de las Editoriales, resulta un poco raro y hasta confuso. El tiempo se encarga de situar la razón de los incomprendidos en ese sitial donde se habla de tú a la historia y las costumbres, y de “usted” muy respetuosamente a quienes todavía no han salido del burgo provinciano.
El autor de “La Colmena” debiera ser un exiliado de España.
“Pascual Duarte” lo enjuicia y la antes mencionada novela lo condena. Ambas son antiespañolas, ambas critican, ambas se confiesan a un soberbio árbitro de la verdad. Camilo José Cela ni es un exiliado ni un resentido. Es sencillamente un escritor. Ha recogido fielmente unos sentimientos y una confesión, esa espontánea revelación que vive en el ambiente de las cosas, pero que muy pocos saben aprovechar íntimamente y sobre todo exponerla con exactitud. España lo debería repudiar. Ha puesto el dedo en la llaga y hurga, hurga profundo con el escalpelo de su acerada pluma, hasta hacerla sangrar profundamente. Las heridas del alma las curan los nuevos sentimientos, que son el movimiento que causan en ella los motivos espirituales. Si Camilo José Cela no viviera esos emotivos espirituales, su alma sangraría en una agonía infinita de odio, desesperación e impotencia. Pero aprendió a cantar a la vida desde muy joven, allá en las brumosas tierras de su Iria-Flavia curuñesa y en una terca negativa galaica destruyó esta trilogía funesta, para exigir de ella lo bueno que se la pueda extraer, proclamándose trovador de la realidad y heraldo de las cosas que capta su fina sensibilidad de escritor, Sus millones de lectores incansablemente lo leen y esos mismos millones de seres lo critican. ¿Cabe mayor satisfacción para un intelectual confesor de almas?
Cuando Cela escribió La Catira, la prensa llegó hasta el propio baño para entrevistarlo. Aquel baño tibio se transformó luego en un baño de agua helada.
Junto al Mare-Nostrum
Camilo José Cela vive recoletamente en su quinta asomada a las aguas del Mediterráneo. Lo rodea el buen gusto, una inmensa colección de buenas firmas sobre el óleo chorreando de arte, el maravilloso sol de Palma de Mallorca y el almendro en flor que golpea su ventana en el estudio que se asoma al Mare-Nostrum de Don Vicente Blasco-Ibáñez.
Cuando lo entrevistamos está trabajando. Cela no ha dejado de trabajar desde que le publicaron su primer cuento en un diario provinciano de La Coruña. De esto hace ya 35 años. Desde su enorme altura sonríe a medias. Impresiona y desconcierta. Extiende una mano, ancha, vigorosa, enérgica. No sé por qué me recuerda de inmediato a ese patricio de nuestras letras e inolvidable venezolano que se llamó Rufino Blanco Fombona. Después su sonrisa se extiende, se hace más humana, más cordial. Ya no es el Camilo José Cela que hemos descubierto de improviso, como el objeto desdibujado a través de la niebla. El rostro de duras facciones se anima, su voz es potente y agradable y su trato el de un acogedor hidalgo. Habla seguro. De manera normal, parece examinarlo a uno. Y sabe mágicamente deshacer la incertidumbre y sobre todo la impaciencia o la incomodidad para iniciar la entrevista que sólo tiene un objeto: hablar de Venezuela y de “La Catira”. Para nadie es un secreto la enorme controversia que originó esta novela, años atrás y en ocasión de gobernar a Venezuela el General Marcos Pérez Jiménez. No vamos nosotros a enjuiciarla en este reportaje. Ya lo han hecho voces autorizadas, pero sí vamos a aclarar ciertos aspectos de aquella pugna literaria que en su debido momento nadie criticó e incluso fue elogiada por una buena parte de “nuestros consagrados”.
–“Ni la Asociación de Escritores –señala Cela– ni las más preclaras plumas de la literatura venezolana se opusieron a un trabajo que exclusivamente confiado a un extranjero.
El escritor español, Premio Nobel de Literatura en 1989, no tuvo empacho alguno en reconocer públicamente que fue contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos.
Cuando le recordamos ciertos comentarios ligados a la persona del doctor Laureano Vallenilla Lanz en relación con el libro, nos dice rotundamente:
–“Ni el doctor Laureano Vallenilla ni yo somos bobos, ni a mí se me pasó siquiera por la imaginación el pretender crear un inexistente problema al genio de Don Rómulo Gallegos, a quien admiro profundamente como inigualable escritor y ejemplar venezolano. Ese menosprecio nació de un fruto amargo que jamás debió tomarse en cuenta, entre elementos de muy pesada digestión. Estimo que las novelas deben encajar en su justo lugar y no desplazarlas con denuestos; deben orientar al lector, no predisponerlo taimadamente.
Yo fui contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos. Yo fui, repito, un escritor contratado, de ninguna manera un oportunista y estos acuerdos pertenecen al libre cambio. ¿Qué se me puede criticar? Recogí mis notas y la escribí, aquí en Palma. Su nombre brotó de manera espontánea. “La Catira” vive en mi alma de manera entrañable como las maravillosas tierras donde se desarrolla la acción de la novela. ¡Seis meses para escribirla y tantos años para criticarla!”
Al tocar este tema de la crítica, nos dice: “Pascual Duarte” y “La Colmena” chocan abiertamente con el medio español, son casi anti españolas.
Yo, efectivamente, debiera vivir exiliado. Esto no quiere decir que establezca paralelos entre España y Venezuela ¡de ninguna manera! –insiste– Sin embargo, dados el momento, la circunstancia y el motivo, tuve que servir de chivo expiatorio o de cabeza de turco, como mejor se interprete. Para la oposición representaba un soberbio argumento contra el General Marcos Pérez Jiménez, donde el “despilfarro y la ausencia de patriotismo” le hacían confiar a un extranjero una obra que no fue precisamente la de “El Escorial”, pero que sí manifiesto con mi modesta opinión es una apología de la mujer y la tierra venezolanas.
Una denuncia
–“Sin ánimos de polémica pienso publicar el vocabulario que ya con anterioridad, fue debidamente autorizado –diríamos por los escritores de Venezuela. Como escritor, si se me forzara a falsear la idiosincrasia de un pueblo, alterando sus valores espirituales, no sólo me negaría de manera rotunda, sino que despreciaría toda mi vida a eso conglomerado estúpido que tan bien sabe especular la ignorancia. ¡Jamás me prestaré a tan vil juego! ¡No puedo avalar un disparate que altere la realidad de los hechos! “La Catira” primero fue alabada, luego silenciada y más tarde atacada frontalmente. Fui blanco –repite– de un determinado grupo político y estoy plenamente convencido de esta maniobra, hasta el extremo de que la encuesta realizada en “El Nacional”, donde figuraron destacadas figuras, fue absurdamente adulterada. Personas que ya han fallecido y otras que aún viven para la política y la literatura me manifestaron su descontento o desaprobación por tan pobre procedimiento, abonando el interés de ese sector político que pretendió hundir malamente lo que ya había sido juzgado con sano criterio y justísima apreciación imparcial. Quiero recalcar de nuevo que, tengo pruebas de que fueron mentiras y falsedades las que aparecieron en aquella oportunidad en la famosa encuesta del mencionado diario. El doctor Laureano Vallenilla Lanz pudo parar esta campaña y si no lo hizo sus poderosas razones tendría. No trato ahora de justificar nada porque si me contratara el propio Ho-Chi-Min, volvería al Vietnam, siempre que no se me obligara a escribir falsedades. Llegué a Venezuela invitado para dictar una serie de conferencias sobre temas literarios, marginado de la política, porque sobre ese particular tengo mis propias convicciones y mis puntos de vista. El resto ya lo sabe todo el mundo y lo que no ha sucedido ya lo han inventado”.
–“Valga el momento –prosigue el notable escritor para manifestar al pueblo de Venezuela, por medio de la prestigiosa Revista Élite, que el medio político no cuenta en el profundo cariño y la más alta estima que siento por todos los venezolanos. Ni la detracción, ni siquiera el insulto directo mermaron jamás este cariño. Recuerdo siempre aquella gratísima época que viví entre ustedes y esta misma época que aludo creo que será igualmente añorada por todos los venezolanos. En esto sí están todos de acuerdo conmigo”.
amilo José Cela sonríe plenamente y ha silenciado su charla. Piensa y observa con un aire de tristeza descansando su mirada lejos, muy lejos entre la bruma madrugadora de un día pleno de sol mediterráneo. Nosotros sabemos en qué está pensando. El escritor nos lo confirma:
–“Deseo la prosperidad y paz, mucha paz a esa Venezuela que todos los venezolanos y yo conocimos años atrás. Sencillamente la admiro, como admiro el arrogante e hidalgo origen de la lucha por la libertad. Los venezolanos tienen todos los derechos a ser felices, prósperos y libres. Lamento un estado de cosas que no pueden estructurar hoy, ese monumento que yo quisiera para la Patria del Libertador, procera y soberbia cuna de gloriosos soldados y extraordinarios prosistas universalmente conocidos. Vaya mi ofrenda a ellos como reconocimiento sincero de un profundo admirador que venera la patria de Simón Bolívar con el cariño que todos los españoles sentimos por Hispanoamérica”.
FUENTE CONSULTADA
- Revista Élite. Caracas, 23 de abril de 1966.
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