Por Guillermo José Schael*
Durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en las últimas décadas del siglo XI, fue que se inició la modernización de Caracas.
“La gran mayoría, por no decir casi todas, de estas imágenes que en número de 199 integran las páginas del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”, se hallaban dispersas en manos de algunos amigos o en álbumes familiares Pero cierta vez pensamos si acaso no estábamos en el deber de recogerlas editorialmente, y para ponerlas en manos del público para evitar su desaparición. Representan el escenario urbano de la época pre-petrolera, antes de que se iniciara el segundo gran proceso de transformación.
¿Es que hubo uno antes?
–Claro, el de Guzmán. Al concluir en 1864 la Guerra Federal, Caracas lucía pobre y arruinada. Todavía podían verse las huellas que había dejado el tremendo terremoto de 1812. Además, en 1858 se desató, para desgracia de sus vecinos, una epidemia de cólera. La población quedó reducida a menos de 40 mil almas, mucho menos de la que había señalado Humboldt en el censo de 1800, postrimerías de la época colonial. Desde el poder, inició Guzmán la primera gran transformación. Derribó, por ejemplo, las viejas tapias de los conventos y construyó en su lugar, edificios, parques y alamedas. El Capitolio y el Calvario, el Boulevard de Santa Teresa; construyó el primer gran Teatro y también el acueducto para suplir a una población de 80 mil habitantes. Ordenó, asimismo, el trazado e instalaciones de patios ferroviarios y modernizó los servicios públicos.
Con tan modestas transformaciones comienza su vida la Caracas del Siglo XX. Al aproximarse el 1911 y con motivo de cumplirse el Centenario de la Independencia, recibe nuevo impulso al organizarse un programa que comprende la ejecución de una serie de obras de ornato. Joaquín Crespo había complementado parte de las realizaciones del “Ilustre Americano”. En los primeros años de Juan Vicente Gómez, se nota asimismo un incremento en la apertura de algunos caminos, paseos y jardines, como por ejemplo los de la Plaza de la Ley, entre la Universidad y el Capitolio. Son embellecidos los alrededores del Panteón Nacional, y se procede a la pavimentación de algunas calles que antes eran de piedra o, simplemente, de tierra. También se emprende la pavimentación de las carreteras de La Guaira a Caracas, y de Caracas a Petare.
Entre los años 1911 y 1936 casi no sufre modificación alguna el casco urbano. Permanecen como las obras más importantes, aquellas edificaciones de la época guzmancista y otras realizadas por Cipriano Castro “El Cabito”. Corresponden precisamente a este período, casi todas las estampas que integran la colección ofrecida en el libro. Aun cuando para aquella época no existía la perfeccionada técnica fotográfica del color, el señor J. B. Chirinos –en su Tienda “La Margarita” del Pasaje Ramella– editaba con éxito de circulación esas láminas que recogen diversos aspectos citadinos; y podían encontrarse a la entrada del edificio antiguo de Correos en el Principal, por los alrededores del Mercado y de la Casa Natal y cerca del Capitolio o del Panteón. No pocas de aquellas tarjetas eran enviadas a Europa y Estados Unidos, así como a otras partes del mundo. O al interior del país como simples recuerdos de Caracas o mensajes de felicitaciones de Pascuas y Año Nuevo.
Entre los años 1911 y 1936 casi no sufrió modificación alguna el casco urbano de la ciudad de la capital.
A finales de los años 40 del siglo XX, Caracas comienza a verse como una metrópoli en la que en sus calles abundan peatones, vehículos, buhoneros…
Con el transcurrir del tiempo, algunas postales regresaron. Por ejemplo, una que le dirige desde Macuto el Dr. Alberto Urbaneja a su amigo Roberto Guzmán Blanco, Calle Víctor Hugo, en París el año 1907; otra que envía a Valera, un allegado de Doña Blanca de Febres Cordero en 1914, con la imagen del primitivo sector de Camino Nuevo y, finalmente, una del ceibo de Macuto que remite Matilde a su esposo en Hannover (Alemania).
Desde los últimos años fuimos guardando cuidadosamente, en álbumes, estas postales que venían por diferentes caminos a nuestra mesa de trabajo en el diario “El Universal”.
Sería de justicia mencionar la sugestión que hace algunos años nos formulara el historiador Carlos Manuel Moller en Quinta Anauco:
–Si no recogemos este magnífico testimonio gráfico de Caracas –dijo– corre el peligro de desaparecer. Usted, que ya tiene una colección, ¿por qué no lo edita?
Efectivamente, nos pareció que valía la pena hacer el esfuerzo de poner a cada postal su correspondiente leyenda y entregarlas más tarde, editadas al público. . .
Sería asimismo de señalar la circunstancia de que estas postales reflejan las características predominantes en una etapa interesante; como aquella en la cual comienzan a hacer su aparición los primeros automóviles, los que irían, poco a poco, desplazando a los coches (de caballos), tranvías y ferrocarriles. La narrativa ilustrada llega hasta el año 1943, cuando se produce el fenómeno o impacto de transformación de Caracas.
Un informe del Concejo Municipal que presenta en 1942 el Gobernador Diego Nucete Sardi, subraya que por las calles de Caracas circulan 7.200 automóviles, cifra considerada como exorbitante. No obstante, en esa época Caracas seguía siendo una ciudad semidesierta. La escenografía urbana conserva muchos de los signos apacibles y de quietud. Por ejemplo, la entrada de la Urbanización “Los Caobos” que acaba de concluir don Luis Roche, como todas las de los “extramuros”, no tiene una sola casa construida; no hay flechados y marchan, indistintamente por la izquierda o por la derecha. Todavía más, en 1944, cuando se termina la construcción de “El Silencio”, frente al Bloque Siete, ángulo Sur-Oeste de la Plaza Miranda, se toma una fotografía y apenas aparecen tres peatones y dos automóviles. Contraste singular ofrece a la presente generación ese sector a las horas meridianas. Una tremenda barahúnda de peatones, vehículos, buhoneros y otros, señalan un incremento del ritmo urbano elevado casi al paroxismo.
La mayor parte de las postales –como queda explicado en la introducción del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”–, llegaron a nuestra mesa de trabajo por diferentes caminos, y han venido a llenar la finalidad de ofrecer un conjunto atrayente a las nuevas generaciones de la ciudad que no vuelve, esa que hemos visto pintada en las páginas ilustradas con breves leyendas explicativas.
Esta, además, de manifiesto signo atrayente de la “Pequeña Historia”, siendo así que, junto con los vendedores ambulantes de aves de corral, instalados entre Sociedad y Camejo, podemos ver también a dos Embajadores departir durante una recepción diplomática en el Capitolio, luciendo el pintoresco uniforme de la casaca y el bicornio. Y junto con la fisonomía característica de la Laguna de Catia y sus visitantes, observamos también la sobria elegancia del Teatro Nacional, donde acaba de estrenarse “La Viuda Alegre” de Franz Lehar.
Es a grandes rasgos la impresión que causa este libro hecho, como dice el autor, “para competir en esta época vertiginosa de la publicidad”.
* Cronista de Caracas. Periodista del diario El Universal, donde publicaba semanalmente su muy leída columna Brújula. Entre sus obras destacan: “Imagen y noticia de Caracas”, “Tres episodios históricos” y “La ciudad que no vuelve”
FUENTE CONSULTADA
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Revista Líneas. Caracas, núm. 139, noviembre de 1968
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