POR AQUÍ PASARON

Un político liberal en Caracas

     Lo que en la narrativa historiográfica se reconoce como relatos de viajeros se podría ampliar con quienes se vieron obligados, por las circunstancias políticas, a buscar acomodo en lugares otros para preservar su integridad física. Quizás, el motivo cardinal de relatar su estadía aparezca como un elemento adicional de lo que anotaron con sus observaciones, del lugar que les dio albergue temporalmente. De igual modo, resulta de interés una aproximación a los testimonios y demostraciones sociales y culturales que delinearon en sus narraciones. Es el caso del colombiano, periodista, novelista y poeta, Alirio Díaz Guerra quien escribió Diez años en Venezuela (1885-1895), según sus palabras, a instancias de amistades que había cultivado en Caracas, en un momento cuando se vio en la necesidad de escapar de los conservadores luego de la derrota sufrida por los liberales en la batalla de La Humareda en 1885.

     El año de su nacimiento fue 1862. Al llegar a Venezuela apenas había alcanzado los veintitrés de edad. Fue expulsado en 1895 por quien le dio protección a su llegada al país, general Joaquín Crespo, por una falta grave que cometió y que pudo haber trascendido un simple malentendido diplomático. Se encargó en su escrito de asumir la culpa de lo fue causa de su expulsión. Se marcharía a Nueva York donde le fue publicada Lucas Guevara (1914) a la que se tienen como la primera novela sobre inmigrantes latinos en los Estados Unidos de Norteamérica. La fecha exacta de su deceso no está clara pues desapareció y no se ha tenido ninguna noticia desde entonces.

     Es importante revisar sus anotaciones, cargadas de anécdotas, porque ofrecen, en el tiempo actual, información de cómo era el mundo del letrado, publicista y polígrafo en las postrimerías del siglo XIX. Cuando se habla de viajeros se debe tener en mente que quienes relataron sus vivencias eran actores de una condición social y económica desahogada. Otro tanto guarda relación con lo observado y cómo son observadas costumbres, relaciones y la dinámica de la sociedad que les sirvió de objeto de examen. En consecuencia, lo que en estas líneas ofrezco se relacionan con apreciaciones, de un letrado o publicista, alrededor del poder político e intelectual de unas elites que muestran una faz de la sociedad no muy común entre los estudiosos de la historia.

     Desde su llegada a Venezuela le acompañó la diosa fortuna. El primer oficio con el que destacó fue el periodístico en uno de los impresos más conocidos de la época: La Opinión Nacional donde, a petición de su director Fausto Teodoro de Aldrey, publicó tanto poesía como pormenores del conflicto colombiano alrededor de la querella entre liberales y conservadores. También a Díaz Guerra le favoreció el hecho de haber sido editor, en Colombia, de un periódico llamado El Liberal y para alcanzar la secretaría de gobierno, en tiempo de Crespo, su militancia en el ala más radical del partido liberal colombiano. Situación que da un matiz muy particular a las elucubraciones presentadas en su libro, publicado en 1933.

     Desde las primeras páginas trajo a colación un elemento natural que ha maravillado, históricamente, a quien pisa, por vez primera, el valle caraqueño. La semblanza que delinea del cerro El Ávila lo lleva a calificaciones tales como: expresión de pomposa majestuosidad que era inspiración de los pintores, la poesía, la composición musical y en el que se podían degustar una gran variedad de frutos. Hizo notar que, desde sus alturas era posible la contemplación de las vegas y cultivos en las cercanías del Guaire y del Anauco, del que subrayó era un símbolo y canto a la esperanza, y como el azul del océano mostraba su despliegue como emblema de infinitud e inspiración poética.

La ciudad y sus personajes

     La travesía desde el puerto de La Guaira hasta la ciudad de Caracas la realizó por vía férrea. Al bajar de él varios cocheros ofrecían, de “forma amable”, sus servicios. Entre los hospedajes que le recomendaron estaban el Saint Armand, el preferido de diplomáticos y gente rica, el Hotel Benítez, cuya comida lo hacía atractivo, y el León de Oro, este último elegido por Díaz Guerra al estar a la par con los recursos económicos de los que disponía. Contó que por las mismas circunstancias con las que se vio obligado a emigrar su equipaje era exiguo. Indicó que su vestimenta, en especial el sombrero que llevaba en uso era objeto de curiosas miradas, incluso burlas, de algunos caraqueños. Por tal motivo se vio obligado, a pesar de sus escasos recursos, a adquirir un nuevo sombrero con lo que eludió las miradas no tan furtivas del otro.

Alirio Díaz Guerra

     Por muchos de los episodios que extrae de su memoria (la fuente de su testimonio es ésta) indicó que, durante su estadía en Venezuela lo reseñado en la prensa era muy tomado en consideración desde las esferas de decisión entre las que hizo vida. Uno de estos episodios lo reseñó al recordar los favores que un comerciante de pescado requirió de Crespo, para abastecer de este producto, de manera exclusiva, la demanda caraqueña. Según sus palabras uno de los argumentos que, para que tal pretensión no cristalizara, era el descrédito en que podría verse envuelto el presidente de ser aprobada una decisión a favor del posible monopolizador. Por supuesto, hago referencia a un escrito de un personaje privilegiado en la medida que se asuma que quien, en esa época, manejara la lectura y la escritura ocupaba un lugar de privilegio puesto que la escolarización, aunque ya se había aprobado un código de Instrucción Pública, no tenía una presencia preeminente en Venezuela sino a partir de finales de la década del treinta del 1900.

     Gracias al lugar que ocupó, en la esfera política y cultural de la Venezuela de las postrimerías del decimonono permite visualizar, al lector de hoy, cómo un grupo económico a través de favores políticos llegó a lugares de privilegio. Otro tanto lo indicó al rememorar el caso de un alemán, de quien hizo referencia como Hartman, el que había llegado a Calabozo, donde contrajo matrimonio, y se incorporaría a las filas de Crespo en un intento por ocupar un lugar en la sociedad que le dio cobijo. Por lo que indicó acerca de él, estuvo muy cerca de la comitiva presidencial pues no tenía un oficio definido en su desenvolvimiento.

     A través de los encuentros que tuvo con algunos personajes públicos mencionó atributos que exhibían las damas de la alta sociedad. Así, a una invitación que le hizo Agustín Aveledo para agosto de 1885 anotó que las damas caraqueñas se mostraban con su proverbial belleza. Igualmente, dejó asentado en su narración que Caracas había comenzado a fascinarle por la hospitalidad y generosidad de sus habitantes, a lo que agregó que probablemente no había otra sociedad así. En una jornada, previa a salir de cacería le ofrecieron café, o tintura de café como lo escribió, y que le informaron que el mismo servía como tónico estomacal, paliativo para el hambre y preventivo contra las fiebres del paludismo. Dejó asentado de un almuerzo, de tipo llanero, en el que se sirvió carne de distintos tipos y cortes, huevos fritos, arepas, pan, queso llanero y jarrones de leche.

     Por el lugar de privilegio alrededor del poder político que Díaz Guerra ocupó, narró situaciones que sirven para determinar entresijos relacionados con el nombramiento de funcionarios gubernamentales. Relató que tuvo un amigo a quien ayudó a enamorar una señorita. Díaz Guerra lo auxiliaba en lo referente a redacción de poesías de amor, cartas que expresasen este sentimiento y dedicatorias en libros que obsequiaba el amigo al objeto de su amor. El caballero enamorado pidió la mano de la señorita para el casamiento. No obstante, el joven enamorado no tenía oficio conocido y el cargo importante, que había tenido entre sus trabajos, había sido en una dependencia comercial que había quebrado. El padre de la novia consiguió una entrevista con Antonio Guzmán Blanco, en tiempos de La Aclamación, y éste le dio el cargo de ministro de Obras Públicas a sabiendas que no era ingeniero, lo que no causó mayor estupor entre quienes podrían haber sido afectados por tal nombramiento. Acción paradójica para quienes se asumieron como seguidores del liberalismo, ya que éste ha predicado, históricamente, el derecho a la no injerencia desde la esfera pública hacia la privada. El mismo caso de Díaz Guerra evidencia algo de esta situación porque gracias a su militancia, en su país de origen, en las filas liberales le abrió las puertas en Venezuela, a lo que se sumó, en grado menor según el mismo, haber sido fundador de un periódico en Colombia y redactar poesía.

     Narró otra situación, que vivió en la casa de Guzmán Blanco en Antímano donde fue invitado, junto a otros colombianos como gesto de agradecimiento por haber sido acogido, como exilado, en suelo colombiano. Además de esto Díaz Guerra agregó que uno de los motivos principales del presidente era conocer a comerciantes colombianos que para él eran importantes. Sólo que el encargado de hacer las invitaciones y preparar el almuerzo entendió que eran todos los colombianos de la ciudad de Caracas vinculados a la vida comercial. Nuestro narrador dejó escrito que la mayoría era de “raza indígena” y quienes contrastaban con lo que se pensaba en aquella época era gente de bien. El que cometió el yerro fue el General Landaeta quien, al percatarse de su equivocación, decidió colocar a los comensales, no deseados, en un rincón del salón alejados de la vista de Guzmán. La solución, o parte de ella, fue enzarzar a este último en una discusión sobre la política europea y paulatinamente desalojarlos furtivamente.

     En otra ocasión, Guzmán invitó a un sarao, en la casa que ocupaba en Antímano, lo que escribió en torno a uno de los escenarios acaecidos evidencia el gusto de sectores pudientes por las modas al estilo europeo, en lo concernientes a decoraciones y materiales utilizados para ambientar los hogares en aquella época. Describió que ella poseía un patio principal con una fuente rodeada de helechos y plantas tropicales. El baile se desarrollaba en los salones y en el mismo patio, cuyo fino piso de mosaico era muy resbaloso lo que impedía caminar de manera presurosa. En una de las pausas del baile, un caballero de edad avanzada y corto de vista tropezó y cayó en la fuente de agua con los resultados deprimentes y penosos que el lector debe suponer. Agregó Díaz que Guzmán, de forma socarrona comentó que, si pudiera invitar a muchos venezolanos, para que les sucediera igual, sería la forma que se lavaran por dentro y por fuera porque bastante falta les hacía.

Díaz Guerra publicó poesías en el periódico caraqueño La Opinión Nacional

     Escribió que, en ocasiones especiales recibía la vistita de notables escritores del momento. De algunos de ellos dejó sus percepciones. Arístides Rojas imponía como condición, para el compartir, presentarse con unas roscas provenientes de una panadería caraqueña para el almuerzo. José Antonio Calcaño, cliente de un frutero ubicado entre Gradillas y San Jacinto, llevaba una cesta de frutas para degustar con el almuerzo. Fernando Bolet, de quien dejó como descripción era un hombre de amplia ilustración, llevaba vinos de frutas preparados por el mismo. Cada quince días se reunían en la “lujosa mansión” de Ramón de la Plaza, donde no era usual el baile. En otras ocasiones lo hacían en la casa de los Boulton, Eraso, Santana, Vallenilla, Hellmund, Buroz o Travieso.

     Recordó que entre las esquinas de Principal y Conde funcionó el Club Venezuela, adonde coincidían intelectuales, comerciantes e industriales. Su fundación fue promovida por Jesús María Herrera Irigoyen, uno de los socios fundamentales de la productora de cigarrillos El Cojo. Este mismo personaje editaba una publicación denominada El Cojo Ilustrado cuyo período de existencia fue entre 1892 y 1915. Fue esta una publicación única en su género. En sus páginas fueron publicados una diversidad de trabajos de letrados de la época. Si algo se debe ponderar, de la narración de Díaz Guerra, es el acercamiento y hermanamiento entre escritores del momento y la elite económica en tiempos de edificación nacional liberal.

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