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Un húngaro en Caracas

Por: Jorge Bracho

     Un amante y practicante de los deportes, la fotografía, estudioso de la botánica, las ciencias y la música, admirador de las interpretaciones de Beethoven y Wagner, originario de Hungría y amigo de Alejandro de Humboldt, cuyas recomendaciones le abrieron las puertas de América, partió de los Estados Unidos de Norteamérica en enero de 1857 hacia La Habana, donde estuvo dos meses antes de su arribo a Venezuela adonde permaneció alrededor de cinco meses. Pal Rosti (1830-1874) formó parte de los reformistas húngaros que pugnaron por el despliegue de reformas capitalistas en contra del orden feudal, a la luz de las revoluciones de 1848 y 1849 en Europa. Uno de sus intereses intelectuales que atrajo su atención fue el relacionado con la indagación acerca de la naturaleza. Durante una estadía en París comenzó a interesarse por la fotografía, de la que dejó una gran colección al fallecer, también perfeccionó allí los métodos de trabajo de la geología y la etnología. Partió de Francia un 4 de agosto de 1856 hacia América y regresó a Hungría el 26 de febrero de 1859. Luego de publicado Memorias de un viaje por América (1861) fue galardonado con la incorporación a la Academia de Ciencias húngara. 

     Rosti cultivó una fructífera amistad con Humboldt a quien citó de modo reiterado, como autoridad reconocida en el canon académico, a lo largo de sus Memorias… Interesado en estudiar la exuberante naturaleza, tal como en Europa se le denominaba a la zona natural de estos espacios territoriales, desde tiempos de la Ilustración, no dejó de mostrar quizás mucho más que lo expuesto por su admirado maestro, una fuerte inclinación por observar el carácter general de los lugares que visitó en el continente americano. Por eso será común para el lector de hoy toparse con consideraciones respecto a los alimentos que se consumían, las bebidas de mayor preferencia, los tratos sociales y las prácticas políticas generalizadas.

     Como todo visitante que alcanza espacios territoriales distintos a su lugar de origen, el viajero, ya fuese con fines científicos o lo fuera por invitación de autoridades establecidas, dejó estampado elucubraciones de lo observado y experimentado en tierras lejanas. Con sus relatos se muestran como cronistas en la medida que pretenden delinear paisajes naturales y sociales que más llamaron su atención y que exponen un aprendizaje, uno de los motivos principales del viaje. Si en tiempos de la Antigüedad el viajante se asumía como parte de un designio y regido por el requerimiento del destino de los dioses, es decir, prueba, aventura, sufrimiento, o el peligro propio de la experiencia humana, en los tiempos modernos fue convertido en una porción del capital cultural, de aprendizaje, de pasión y de placer.

     En las narraciones vertidas por el viajero devenido visitante aparecen expresadas un aprendizaje acumulado en combinación con la atracción de lo que le es afín, familiar, y el distanciamiento de todo aquello que, por enseñanza, hábito y costumbre experimenta como ajeno. Una de las interrogantes que Rosti se hizo a si mismo fue la relacionada con la aversión a los negros presente en los Estados Unidos, disposición que lo llevó a comparar el trato del negro con el esclavismo aún existente en Cuba para el momento de su visita. Cuando hizo referencia a este mismo tópico, para el caso venezolano, comentó de modo fastuoso la abolición de la esclavitud, en tiempos de los Monagas, hacia 1854. Lo que no sorprender en cuanto a la forma de gobierno personalista propia del monaguismo que, para un hombre instruido y simpatizante del liberalismo reinante en el sistema mundo moderno, resultaba contrario al libre albedrío y las acciones humanas amparadas en la libertad para el disfrute de los bienes provenientes del trabajo.

     Por tal razón, estableció que el pueblo venezolano no disfrutaba ni apreciaba la libertad. Los criollos no extendieron ésta con su experiencia como repúblicas independientes, porque las elites políticas optaron por el provecho propio, el poder y la riqueza, al eludir la gloria, el honor y el bienestar. El ejemplo emblemático lo expuso con la reelección de José Tadeo Monagas. Según sus palabras éste, más bien, reprodujo una tiranía personalista cuyo mayor modelo era el funcionamiento del poder legislativo porque desde él se hacía lo que el grupo de los Monagas disponía, al desconocer a los opositores a quienes se les negaba el pago de sus estipendios o los enviaban a la cárcel. De igual modo, comentó de manera muy crítica el nepotismo y compadrazgo en la práctica política del momento. Entre sus consideraciones geopolíticas hizo referencia a una posible anexión de Venezuela por parte de los Estados Unidos de Norteamérica. Sin embargo, para que tal situación fuese posible sería necesario una guerra en que las guerrillas, comandadas por llaneros, cortarían tal pretensión. Agregó, a este respecto, que no sería el ejército y la milicia quienes ocuparían un lugar destacado debido a sus carencias, al recordar una frase del momento: la milicia es la miseria ricamente adornada.

     Caracas le colmó de perplejidad por su quietud y la falta de circulación de medios de transporte, al igual que el alto costo de los alimentos. Adjudicó esta inclinación a la repugnancia de los criollos por el trabajo productivo, la fertilidad de la tierra que sin mayor esfuerzo daba frutos y que, por tal circunstancia, los pobladores podían satisfacer sus necesidades sin mayor dedicación. Del mismo criollo adujo que no favorecía el progreso porque el pueblo se encontraba alejado del bienestar, del desarrollo espiritual y del progreso. Por esto asentó que en Caracas había experimentado la lejanía de Europa y el aislamiento del mundo civilizado. En su relación de viaje agregó, además, la falta de lugares para el esparcimiento y la diversión como teatros o paseos. Los lugares de encuentro eran las casas de familia, las misas y las fiestas religiosas.

     En sus elucubraciones resaltó el hecho de aquellos quienes sin mayor esfuerzo obtenían sustento porque los frutos de la tierra crecían sin gran esfuerzo. Estableció como ejemplo la adquisición de vestimenta la cual era posible con un pequeño esfuerzo, tal como lo corroboró con la entrevista a un mozo (joven) color café que encontró, en plenitud de un día productivo en Europa, recostado en una pared fumando un cigarrillo el cual le había preparado una joven mulata. A la interrogante de Rosti relacionada con el medio de sustento y oficio del caballero en edad productiva, éste le señaló un árbol y agregó que arrancaba de él algún fruto lo llevaba al mercado y al cambio podía adquirir una cobija o una prenda de vestir. Para el viajero, en función etnológica, le llamó poderosamente la atención esta actitud tan generalizada entre lo que acá se denominaba peones.

Visita al mercado

     En su visita al mercado de la ciudad contrastó los precios con los de su país y los de Estados Unidos de Norteamérica, con lo que intentó demostrar el alto costo de los bienes que aquí se ofertaban, a excepción de la carne de vaca. Por ejemplo, un saco de papas 5 dólares, un pavo 5 dólares y un pollo 1 dólar. En cuanto al precio de los huevos mostró gran impresión al verificar que el mismo no variara y que se utilizara como referente para fijar el precio de otros bienes de consumo. En su examen del mercado y lo que en él se ofertaba trajo a colación que la carne de cabra se vendiera como carne de carnero. Además de dulces como el de membrillo y el de guayaba que, para su paladar eran exquisitos y de extraordinaria textura.

     También se conseguía pan de maíz, es decir, arepas que no eran muy de su agrado, en especial, cuando las servían frías, al igual que las caraotas negras y las carnes cocidas en forma de guisos le causaban repulsión. Junto a la arepa se encontraba el pan de trigo y el casabe que, a su parecer, parecía preparado con virutas desmembradas. El papelón lo describió como de muy baja calidad frente al azúcar. Cuando incursionó hacia los llanos le llamó la atención que al papelón lo degustaran con queso. El consumo de dulces le pareció exagerado, así como la justificación que le proporcionaron algunos al expresar que lo hacían para consumir agua con mayor gusto.

     En lo que se refiere a los pobladores hizo referencia a la raza blanca, la que representaba una pequeña porción de toda la población al igual de lo que él denominó criollos. En este sentido, llamó la atención que la mayoría de la población era de sangre mezclada entre quienes predominaban mulatos, zambos, mestizos e innúmeras combinaciones y los negros. Por esta disposición agregó que a Caracas le quedaba de indígena sólo el nombre, tal como lo había apuntado su admirado maestro Humboldt. En su función como etnólogo se mostró sorprendido por la cantidad de uniones con un origen alejado de la legalidad civil y religiosa. Por esto las reprobó al considerar la moral caraqueña como expresión de debilidad. El moralismo exhibido en su relato lo condujo a poner como ejemplo el caso de niñas que, entre 13 y 14 años, tuvieran amantes y que tal acción no parecía sorprender a nadie. Adjudicó la cantidad de vagabundos en las calles a hijos ilegítimos y abandonados como consecuencia de estos enlaces.

La mujer caraqueña

     De la mujer caraqueña estableció o que era una verdadera belleza o lo era fea. Así, sin medias tintas. Para dar vigor a su aseveración trajo a cuentas que entre las habaneras eran muy pocas las que de verdad podrían considerarse hermosas, más bien eran graciosas, agradables, con sus pequeñas caras redondas. Adjudicó este aspecto a que La Habana, al igual que en la mayor parte de Cuba, fue colonizada por catalanes. En cambio, en Caracas y toda Venezuela fueron andaluces sus colonizadores. Rosti se enmarca en la tradición del pensamiento racialista, no racista que ha sido una disposición posterior, que fue un factor preponderante para definir el denominado carácter nacional, a la postre un uso mundial, junto con la importancia otorgada al medio físico, el clima y la ubicación de los espacios territoriales que le sirvieron de marco para su comparación entre habaneros y caraqueños.

     En su descripción estableció que entre ambas agrupaciones humanas el carácter del criollo, o descendiente directo de los peninsulares, se podía constatar la ambición y el deseo de dominio, el orgullo y el apasionamiento, la rudeza, la apatía e indolencia ilimitada y, de otra parte, la hospitalidad y rasgos de caballerosidad. Expresiones que aseveró haber confirmado en México y otros lugares donde el predominio del criollo estaba presente. A lo expresado sumó la reserva que mostraban hacia los extranjeros, las formas de gobierno con muchos desequilibrios, el fanatismo con su secuela de desventajas por estar impregnado de supersticiones y prejuicios contra sus connacionales, lo que mantenía al pueblo en la ignorancia y un sometimiento social de un grupo sobre otro. Por esto llegó a la conclusión que con ellos era difícil desviar el tránsito hacia el abismo social, el alejamiento del bienestar nacional, y lograr la evolución espiritual y el progreso.

     No dejó de recordar que Caracas producía melancolía en el extranjero quien estaba acostumbrado al ruido de las grandes ciudades, porque un silencio mortal reinaba en la ciudad semidestruida. Recordaría que los caraqueños se encerraban en sus habitaciones y dormían, almorzaban alrededor de las cuatro o cinco de la tarde y ya a las seis de la tarde las damas se sentaban en los ventanales de sus casas, mientras los jóvenes o señoritos cabalgaban cercanos a las casas para galantear a las muchachas que los observaban desde sus ventanas. Al llegar las ocho de la noche comentó que reinaba un absoluto silencio y sólo era posible encontrarse con los serenos o vigilantes nocturnos.

     En términos generales, el relato que ofreció Rosti no terminó en Caracas porque incursionó en los llanos venezolanos y ofreció una imagen del llanero que contrastó con las actitudes que los señoritos de la capital exhibían. Su narración muestra lo que parece haber impactado en su personalidad: el ámbito etnológico.

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