POR AQUÍ PASARON

Las doce manzanas del cuadrilátero

     Escribió Arístides Rojas (1826-1894) una crónica en la que hizo referencia a La Ciudadela o el cuadrilátero que abarcaba la plaza de Altagracia, la esquina de Maturín, la de Traposos y la de La Bolsa. Lo hizo con el propósito de poner de relieve “los más notables acontecimientos de nuestra historia”, tanto en tiempos de la Colonia como los correspondientes a la Independencia. En su escrito titulado: “El cuadrilátero histórico” estampó que en las doce manzanas que comprendía dicho espacio albergaba la primera casa edificada por Diego de Losada, así como el primer templo construido a instancias de él, llamado San Sebastián que sería denominado después San Mauricio. De inmediato pasó a enumerar lo que en el denominado cuadrilátero se apreciaba aún a finales del 1800, como lo fueron los antiguos conventos de monjas, el palacio de los capitanes generales, la Audiencia, la Intendencia, la Cárcel Real, el Ayuntamiento o Casa Municipal, la Universidad, el Seminario Tridentino, la catedral con su cementerio y prisión para eclesiásticos, la Tesorería Real, los almacenes y oficinas de la Compañía Guipuzcoana, la Tercena o venta del tabaco, la vivienda de los jesuitas, la casa donde se instaló el congreso constituyente de 1811, el primer teatro real, las oficinas de la primera imprenta en Caracas, el Arzobispado, el domicilio donde se instaló Humboldt y, en los últimos años, la casa donde nació Simón Bolívar, el recinto donde llegó en 1827 y el templo donde reposaban sus restos, así como la plaza donde se escenificó su apoteosis.

     Como se hizo usual entre quienes se dedicaron al cultivo de la historia patria y nacional, la figura de Bolívar fue fundamental al hacer referencia a los principios de la nacionalidad. Rojas formó parte de esta tradición en que lo nacional se asoció con los líderes del bando patriota, Bolívar en especial. Por esta razón, puso de relieve lo expresado por este último a raíz del movimiento telúrico de 1812, también quien recibiría en el templo de San Francisco el título de Libertador y que veintiocho años después sería el espacio en el que reposarían sus restos mortales. 

    En la descripción tramada por Rojas éste destacó que frente al derruido templo de San Jacinto se encontraba la casa que habitaba la familia Madriz, la misma casa donde nació Simón Bolívar en 1783. Por el lado norte, se encontraba la que había servido de asiento a la Audiencia a inicios del 1700.

     Todavía ella mostraba en la puerta una campana de la cual pendía una cadena de hierro; el culpable que al ser perseguido tiraba de la cadena quedaba bajo el amparo de la Audiencia, “y nadie podía tocarle”. Recordó que solo dos templos contaron con este privilegio, la Catedral y Altagracia, con ejemplos de que la justicia no traspasó las puertas, mientras el culpable lograba alcanzar el santo de su devoción y arrodillarse ante él. Agregó que existió otra casa que recibió esta gracia de manos de la Corona española, “fue la de la familia Arguinzones, ya extinguida, que vivió en la esquina del mismo nombre, hoy llamada esquina de Maturín”.

     Continuó Rojas indicando lo que esta porción territorial albergaba. En la esquina de Maturín había edificado Diego de Losada su primera morada. “De manera que al lado oriental del cuadrilátero histórico está limitado en sus extremos norte y sur por dos casas célebres: la que fundó Losada, hoy en escombros, y aquella en que nació Bolívar”. Asentó que, la casa de Valentín Ribas, hermano del general Ribas, ambos participantes en la conjura de 1810, estaba en la misma esquina y en una porción donde se situaba el templo masónico. Continuó su narración rememorando que la mansión de los Ribas desapareció con el terremoto de 1812. Subrayó, en su escrito, los pesares que sufrieran otros integrantes de esta familia. Dos años después del movimiento telúrico, en 1814, los monárquicos cortaron la cabeza de José Félix Ribas que fue colocada en una jaula en el camino a La Guaira. Para 1815 el general Moxó ofreció una recompensa de cinco mil pesos por la captura y entrega de Valentín Ribas. Éste sería asesinado por uno de sus empleados en un hato de Camatagua. Rojas recordó que a estas desgracias se sumó la muerte de sus hermanos Juan Nepomuceno y Antonio José, quienes fueron víctimas de las pasiones políticas del momento.

     En la relación que proporcionó Rojas, estableció que en los contemporáneos edificios del Ministerio de Guerra y del Parque estuvieron las oficinas de la conocida Compañía Guipuzcoana, mientras la factoría del tabaco, llamada la Tercena, estuvo situada en lo que era el jardín del Casino. La narración tejida por Rojas no dejó de destacar asuntos propios de la vida cotidiana, cuestiones tenidas, a finales del decimonono, como atributos del carácter de los pueblos se constituyeron en parte de la argumentación acerca de lo nacional. No sólo lo relacionado con la heroicidad patriota, también de suyo se creyó en hábitos y costumbres como atributo de diferenciación con otros espacios territoriales nutrieron y formaron parte de la narrativa nacional extendida por él.

     Es por ello que recordaba situaciones como la experimentada por un intendente español quien, en actividades propias de un enamorado, solía escalar por una casa para el encuentro amoroso con una dama. Hasta que la matrona de dicha casa le descubrió en sus andanzas amorosas, una noche en la que pretendía repetir lo que había hecho usual como amante furtivo. Evento que rememoró al describir el lugar ocupado por la casa de la Tesorería y la casa de habitación colindante, lugar donde fue pillado el intendente español. Lo cotidiano y menudo, propios de la vida privada y propicios para ser narrados dentro de un marco de tipicidad, autenticidad y originalidad asumidas fueron un componente esencial de la narrativa nacional.

     En su delineación escribió que frente a la Tercena estaba la casa que había sido fundada por los integrantes de la Compañía de Jesús en el 1700, única casa en Caracas a prueba de terremotos. Redactó que la casa que habían ocupado los antiguos capitanes generales estaba en la calle Carabobo. Recordó que, de los tres últimos representantes del rey de España, en Venezuela, sólo dos de ellos habían fallecido en este territorio y sus cuerpos sepultados en el templo de las monjas carmelitas, el del mariscal Carbonell desde 1804, mientras el del mariscal Guevara y Vasconcelos, que murió en 1807, estaba enterrado en el templo de San Francisco. El último de estos representantes, Emparan y Orbe, no falleció en Venezuela.

     Al sur de la casa de los capitanes generales se había instalado en 1811 la Sociedad Patriótica, en una esquina denominada Sociedad a raíz de este establecimiento. 

     De la misma posición de la casa de los capitanes generales, hacia el lado norte informó Rojas, había sido instalada la Intendencia. Al frente y hacia el sur de la casa episcopal estaba la casa que sirvió de lugar para la imprenta de Baillío y Compañía, en 1810. La primera casa de imprenta se situó en la plaza de Altagracia y después frente a la puerta norte de Catedral. “Quizá nada queda hoy de las prensas introducidas en Caracas en 1808”.

     Evocó que la Sociedad Patriótica desarrolló sus sesiones en la esquina de Sociedad. El congreso constituyente de 1811 había extendido sus deliberaciones en la casa del conde San Javier, llamada esquina del Conde. Rojas expresó que este sitio debería denominarse esquina de los Condes porque frente al de San Javier hacía vida el de la Granja y hacia el norte el de Tovar. “No fue la Caracas colonial tan rica en condes y marqueses como en generales y doctores la Caracas republicana. Para tres condes hubo cuatro marqueses y muchos caballeros de distintas órdenes”.

     Rememoró en que la casa del conde de Tovar había sido el lugar donde se había efectuado la jura de Carlos IV a finales del 1700. Para el banquete ofrecido en esta ocasión, por parte de los notables de Caracas, se utilizó un mantel de mesa que consistía en vidrios de espejos unidos. “¡Qué antítesis entre esta abundancia de luz por dentro, mientras afuera no había ni instrucción pública, ni imprenta, ni bibliotecas!”.

     De acuerdo con su percepción la plaza Bolívar podría considerarse como el centro del cuadrilátero, puesto que ella había sido escenario de eventos de júbilo y de dolor, episodios lúgubres, gritos de vida o muerte. Entre los episodios que trajo a colación fue el sucedido el 19 de abril, los correspondientes a 1811 y la desgracia de Miranda en 1812. Fue el mismo “templo” en que se había festejado el advenimiento de un nuevo rey. En el mismo llegaron Monteverde, Boves, Morillo, Moxó. También Bolívar y donde se quemó, en 1806, el retrato de Miranda, sus proclamas y la bandera tricolor. La misma de los días jubilosos de 1813, en especial la procesión ordenada por Bolívar que condujo el corazón de Girardot hasta la catedral de Caracas. 

     El mismo lugar evocó a Rojas los días de 1814, cuando Bolívar y los suyos tuvieron que huir ante la arremetida realista. Allí se concentraba el recuerdo de una batalla perdida, pero en ella prometió volver para liberar el territorio de las fuerzas leales a la corona. Fue la misma plaza donde ordenó la huida para evitar una liquidación segura. Agregó que, el arzobispo Narciso Coll y Prat, luego de huir el Libertador, extrajo del altar mayor el corazón de Girardot, donde había sido enterrado y luego depositarlo al lado del cementerio de la misma iglesia. 

     Se puede asegurar que la historia patria y la historia nacionalista que se impuso durante el 1800 tuvo en el imperativo moral su razón de ser. Así, la lectura que hicieron aquellos que desplegaron estudios del pasado, se sintieron en la obligación de construir sus frases narrativas bajo un marco de imperativo moral. Asimismo, fue muy común asociar las acciones de los denominados realistas con intereses e ignominias, mientras que las acciones de los patricios criollos fueron asimiladas con un bien. Es necesario advertir que la historiografía acerca del período de emancipación tiene esa característica. Al igual que compromiso moral, el de señalar la Independencia como un bien en sí mismo plagado de positividad.

     Bajo este marco es que puede ser comprendido e interpretado los señalamientos tramados por Rojas en los párrafos finales de su escrito. Luego de referir lo relacionado con la acción de Coll y Prat y el corazón de Girardot, pasó a referir lo que soldados al mando del comandante González ejecutaron. Si bien ponderó la bonhomía de este comandante, no fue igual el trato recibido por sus subordinados a los que calificó de “… hombres feroces … asesinan inicuamente en el camino al conde de la Granja y al señor Joaquín Marcano … aparece en palacio el infame Rosete … y reclama el corazón de Girardot”. Lo relacionado con la reclamación del corazón de Girardot, por parte de Boves y los suyos, ocupan lugar destacado en las líneas redactadas por Rojas. El cambio de lugar que había ejecutado el arzobispo concitaron a que nuestro redactor asentara: “La previsión de Coll y Prat había salvado a Caracas de un hecho ignominioso que al realizarse, habría manchado el carácter nacional…”.

     Rojas concluyó sus líneas al justificar el recuerdo que producía la plaza Bolívar, porque había sido escenario y testigo de eventos diversos. Para alcanzar su cometido hizo uso del nombre de las esquinas y edificaciones de Caracas en donde se escenificaron situaciones, para él, dignas de ser restituidas porque constituían la base fundamental de la historia patria. El Rojas cronista mostró una tesitura en que la combinación de costumbrismo y criollismo se mezclaron en los procesos desplegados con la edificación de un proyecto nacional moderno en Venezuela.

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