La sociedad caraqueña de 1812

25 May 2022 | Por aquí pasaron

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las mujeres caraqueñas eran graciosas, espirituales y simpáticas

     Para el año de 1812, Robert Semple presentó, en Londres, Bosquejo del estado actual de Caracas. Incluyendo un viaje por La Victoria y Valencia hasta Puerto Cabello. Lo poco que se conoce de él es que era de origen escocés quien había redactado textos relacionados con sus viajes a España, Sudáfrica, Turquía y Canadá, donde falleció. También de él se puede agregar que lo escrito alrededor de la Independencia de Venezuela muestra que experimentó una disposición positiva frente al movimiento que llevaron a cabo los americanos frente a la monarquía de España. No obstante, puso a la vista de los lectores que la ruptura del nexo colonial no mostraba, en un futuro cercano, un mejoramiento del modo de vida de los habitantes de esta parte del Atlántico.

     Antes de hacer referencia en torno a sus consideraciones respecto a la emancipación americana, me parece importante tomar en cuenta lo que describió de la sociedad caraqueña para 1812. En lo atinente a la mujer caraqueña asentó que eran graciosas, espirituales y simpáticas. “A sus encantos naturales saben unir el atractivo de sus vestidos y de su andar donoso. 

     Son, generalmente, bondadosas y afables en sus maneras, y cualquier falla que un inglés pueda observar frecuentemente en su conducta doméstica, no es otra cosa que la costumbre heredada de la vieja España”.

     Por otro lado, reseñó que Caracas contaba con un teatro de un tamaño más o menos grande y aceptable, “aunque con pobres decoraciones, y rara vez se llena”. Agregó que los actores que en él se presentaban eran de “las clases humildes”. Quienes fungían de histriones lo hacían en horas de la noche, mientras en el día se dedicaban a sus actividades habituales. “Considerando esta circunstancia, su actuación es aceptada con lenidad y, en general, el público no tiene dificultad en sentirse agradado”. En este orden, sumó a su descripción haber presenciado canciones patrióticas que eran entonadas en ocasiones para deleite del público asistente. A este respecto refirió haber presenciado que espectadores del teatro premiaban a los actores con aplausos y el lanzamiento de monedas. “Esto trae, en veces, inconvenientes” tal como anotó cuando presenció que una de las monedas alcanzó la cabeza de un actor quien interrumpió su puesta en escena para recoger “una amigable moneda”.

     En una ciudad de escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música. “Cuanto a ésta, los pobladores de Caracas tienen un gusto excelente y hacen rápidos progresos en el arte musical, aunque no lo habían cultivado extensamente hasta hace veinticinco años”. En contraste, sumó que dudaba que en alguno de los Estados angloamericanos ejecuciones musicales, como los que él escuchó en Caracas, hubiesen alcanzado el grado de perfección logrado en esta comarca.

     Según su pesquisa, este gusto por el arte de la interpretación musical se debía a la religión que se practicaba en las colonias de la América española, porque en sus ritos era usual el empleo de la música sagrada como de la profana. Escribió que en los países católico – romanos la distracción más importante provenía de las procesiones religiosas. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Caracas tenía escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música

     “La baraja y el billar ocupan a unos pocos, pero las procesiones de imágenes, la ornamentación de los templos con adornos y vasos de oro y plata y derroche de luz, la iluminación de las calles, las salvas de artillería y el repicar de las campanas, todo en conjunto forma una brillante exhibición que mueve el interés de todas las categorías, desde la del más rancio español hasta la del negro recién importado”. Sin embargo, presentó una consideración según la cual “el valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad”. Con lo que no dejó de criticar la pompa y el lujo del que se hacía gala por medio de los representantes de la iglesia católica en los ritos que se practicaban por estos lares.

     Al regresar de su incursión a Valencia, La Victoria y Puerto Cabello llegó de nuevo a Caracas de la que describió del modo como sigue. A unos veinte kilómetros al este de Caracas observó una apacible aldea cuyo origen era por “entero indígena”. Del lado oeste, opuesto al de La Guaira, observó una blanca torre de iglesia, la cual estaba rodeada de chozas, “señala un establecimiento formado por los Misioneros”. Además, a través del valle vio plantaciones de azúcar, café y maíz, las cuales tenían buena irrigación y “su uso general es favorecido por la naturaleza del terreno que va en declive hacia el este”. 

Este sistema de riego venía desde las partes altas de la montaña y se practicaba, de igual manera, en las plantaciones cercanas al río Tuy, aledañas a Las Cocuizas, en La Victoria y en los valles de Aragua.

     Agregó que el arado no era común ni frecuente en la comarca. “Todo el trabajo es hecho con la pala y la azada, generalmente por esclavos”. El transporte estaba en manos de indígenas y trabajadores libres, “cuya clase está aumentando rápidamente”. En cuanto a la alimentación refirió que era muy común el plátano y el maíz, a los cuales se sumaba la carne y el ajo. Contó que el maíz se consumía en “forma de torta”, cuyo procesamiento estaba a cargo de las mujeres. La carne de res se conseguía a dos peniques la libra, “aunque algunas veces, por días consecutivos, no se encuentra debido a la falta de regularidad en los envíos del interior, o a la sequía en el verano, cuando los pastos no pueden obtenerse a lo largo del camino”.

     Puso en evidencia que para conservar en buen estado la carne se la separaba en trozos, se le salpicaba sal y luego se colgaba en estacas a la intemperie para que se secara. Por otra parte, sumó que las aves de corral eran escasas y a precios muy altos, “un peso español es frecuentemente el precio de una gallina corriente”. Desde su perspectiva advirtió que la carne de carnero era desconocida. Le pareció extraño que un país que había sido colonizado desde hacía tres siglos por ibéricos no tuviese ovejas. En cambio, vio carne de cabra, “aunque es agradable cuando está tierna, nunca puede compararse por el sabor, lo delicada y lo nutritiva con la de carnero”.

     En cuanto al pescado logró precisar que en Caracas era difícil conseguirlo de buena calidad. Explicó que un esclavo debía dedicar de seis a siete horas para el traslado de pescado desde la costa a la ciudad. Lo que, sin duda, era poco estimulante para cualquier negociante. Respecto a los hábitos culinarios subrayó que eran de talante español y que en toda cocina el aceite y el ajo eran esenciales. De estos últimos señaló que eran importados en grandes cantidades. Agregó que los criollos eran muy aficionados a los dulces y confituras. “En vez de estas confituras, el pueblo corriente utiliza azúcar ordinaria en forma de panes, llamada papelón. También es costumbre en los banquetes, aún en los más elegantes, que los invitados tomen frutas y otras golosinas para sus bolsillos, como he podido verlo con gran sorpresa”. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad

     Puso en evidencia una costumbre que el adjudicó a los ingleses y que los lugareños habían tomado para sí. Al evocar los banquetes expresó que las personas, por lo general sobrias en su vida cotidiana, en estos banquetes consumían bebidas alcohólicas fuertes en abundancia, en especial, en actos políticos. En estos ágapes, indicó, los hombres conversaban de pie o caminando por el salón, mientras las damas permanecían en un cuarto aparte y las puertas abiertas. En lo tocante al contenido de la conversación señaló que era libre, “para un inglés, frecuentemente, demasiado. Todo puede ser dicho a condición de que sea ligeramente encubierto. Las más ordinarias alusiones se justifican como una pequeña ingenuidad”.

     Puso en evidencia que maneras y costumbres de la provincia eran las propias de España, “de ningún modo mejoradas al pasar el Atlántico, o por la mezcla de las sangres india o negra con la de los primeros conquistadores”. Bajo el influjo de esta consideración aseguró que podría sostenerse como un axioma “que dondequiera que haya esclavitud, hay corrupción de maneras”.

     Reflexionó, en este orden de cosas, que la esclavitud, o quienes la padecían, mostraban actitudes reactivas del esclavo contra sus dueños. Así como que con su abolición la actitud perversa, tal como calificó esta relación, frente a sus dueños no desaparecerá de inmediato. Aunque se había establecido una legislación que prohibía la trata de esclavos “muchos tienen todavía la opinión de que ellos son necesarios para la prosperidad del país”.

     Anexó a estas consideraciones el que los dueños de esclavos mostraban poco interés por el modo de vida que ellos experimentaban, sólo en momentos cuando debían rendir cuentas administrativas o en actos ceremoniales, los amos mostraban cierta preocupación para demostrar el cumplimiento de las reglas establecidas por las instituciones administrativas. Consideró esta actitud como una expresión de deshonestidad. El esclavo podría dejar de serlo si pagaba a su amo una cantidad de dinero, así como que tenía la posibilidad de encontrar un nuevo dueño y “puede venderse por sí mismo”.

     Semple estampó algunas consideraciones inherentes al comercio del que observó estaba en manos de europeos, españoles y canarios. Observó, igualmente, que entre ellos existía un espíritu de unión y que manifestaban “un impenetrable dialecto provincial”. Expuso que el europeo que esperara contar con un alto número de compradores debía esperar la realización de las primeras transacciones para que otros interesados aparecieran. “Los naturales del país, lejos de considerar esta transacción de sus negocios hecha por extranjeros como un reproche a su indolencia, tornan el hecho en una fuente de orgullo nacional”. Le sorprendió escuchar de varios habitantes de la provincia quienes llenos de ufanía expresaban que no tenían necesidad de ir a Europa a adquirir bienes, pero que los europeos si requerían y necesitaban de los productos venezolanos. Según expuso escuchó frases como la siguiente: “Nuestra riqueza y abundantes productos los atraen hacia acá y los convierten en nuestros siervos”.

     Asentó que las costumbres en las ciudades y en el interior mostraban grandes diferencias, “o al menos pertenecen a diferentes períodos del progreso de la sociedad”. La situación que tomó como referencia para llegar a esta conclusión fue lo visualizado en los llanos venezolanos. Lo primero que llamó su atención fue que los dueños de hatos y haciendas de los Llanos no residieran sino en Caracas, mientras dejaban sus propiedades en manos de esclavos o “gentes de color”.

     En comparación con lo observado en Caracas, en los llanos del país observó una población muy distinta a la proveniente del europeo y de los nativos de la costa. Mientras en lugares como Caracas y La Guaira precisó usos cercanos a la herencia española, en los Llanos observó a gente temeraria y que vivían sin leyes, “casi en estado salvaje, errante por las llanuras”. Los habitantes de estas tierras, agregó, acostumbraban a asaltar a los viajeros y ya se estaban conformando bandas de asalto. Vio que eran grandes consumidores de carne, la cual obtenían fuera de la ley. Culpó a quienes estaban dedicados a aplicar la ley por su lenidad.

     Adjudicó la actitud lejana de la moral y las buenas costumbres a la “mezcla de razas” y un clima que inducía a la indolencia y una relajación total para pasar el tiempo. “La mayor delicia tanto para los hombres como para las mujeres es mecerse en sus hamacas y fumar tabaco”. Este aparte que tramó como “Vista general” lo concluyó expresando que los detalles acerca de las razas que poblaban Venezuela, así como otras de las antiguas colonias de España habían sido objeto de estudio por otros estudiosos. Lo que sí aclaró es que no era apropiado expresar que la mayoría de la población la engrosaban los españoles o sus descendientes directos sino la de los mestizos.

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