La semana mayor en Caracas – Parte 2

24 Nov 2022 | Por aquí pasaron

Durante la Semana Mayor en Caracas, la primera procesión salía de la Catedral a las cinco de la tarde.

Durante la Semana Mayor en Caracas, la primera procesión salía de la Catedral a las cinco de la tarde.

     Lo primero que señaló en su obra, el escritor alemán Friedrich Gerstaecker (1816-1872) fue que, era la primera vez que presenciaría, en Suramérica, actos festivos relacionados con la Semana Santa. Sólo en una ocasión había estado, en fechas similares, en la Misión Dolores, cercana a San Francisco, y que por motivos de viaje coincidían con su tránsito por Alta Mar. De lo que vio en Caracas van las líneas siguientes.

     Relató que ya para el día lunes, en medio del sonar de las campanas, recordaban que para los días jueves y viernes santo se daría el inicio de las festividades. Anotó haber presenciado por las calles a las damas con sus “mejores galas” quienes se dirigían a las distintas iglesias, en especial a la Catedral. La primera procesión iniciaba a las cinco de la tarde. Sus integrantes pasaban por el frente del Palacio Arzobispal y luego proseguían su fijo itinerario hasta que, en horas de la noche, regresaban al lugar de donde habían iniciado la marcha.

     Confesó que las procesiones observadas por él eran algo nuevo en su vida. Aunque las observó con atención e interés no así con “suficiente devoción”. Justificó su actitud al sumar que cada quien servía al todopoderoso de distinta manera “y yo sería seguramente el último de mirar con desprecio un credo distinto”. Cada quien debía profesar su fe, siempre y cuando lo hiciera con fidelidad y entrega. ¿Pero tienen estas procesiones alguna relación con la verdadera fe, cuando sólo la pompa externa parece ser lo primordial?

     Según su versión, era habitual que en Caracas las señoras estrenasen “todos los días un vestido” y que esta celebración les servía de motivo para mostrar sus mejores ropajes.

     Gerstaecker asentó que en estas festividades se desplegaban las “máximas galas posibles”. Era una fecha cuando en vez de la devoción y la tristeza que todo verdadero creyente debería expresar y demostrar, se exhibían espléndidos trajes y maquillajes, para él, exagerados. “¡Y cómo se pintan estas bellísimas criaturas, qué colas tan espantosamente largas arrastran por el polvo!”.

     Ante esta circunstancia escribió: “Pero de que sirven las reflexiones; ellas nada cambian y por bella que sea la forma, siempre que lo que se diga creer se crea realmente y no sea pura apariencia externa, yo creo que probablemente cada quien ha de arreglárselas después con su Dios y su conciencia”.

     Recordó que en México no se permitían las procesiones fuera de las iglesias, así como que también los sacerdotes transitaran por las calles con sus hábitos y su sotana. “Aquí en Venezuela todavía florecen en toda su magnificencia y la gente de todas las regiones aledañas acude en semana santa a la capital para poder mirar el espectáculo”.

     Contó que, para mirar las procesiones, se había ubicado con unos amigos en una esquina donde el cortejo pasaría. Aunque le pareció que la marcha de la peregrinación iba a un paso muy lento. Circunstancia que aprovecharon para echar una mirada por los alrededores. Le pareció que Caracas estaba diseñada de una manera muy peculiar. Si bien mostraba un viejo estilo español, tenía particularidades propias que respondían al “carácter de los habitantes”. Las casas que exhibían mejores condiciones, en lo atinente a su diseño y construcción, contaban con un pequeño jardín sembrado de flores. Alrededor de estos pequeños espacios se habían diseñado, con ladrillos o mármol, una obertura cuadrada donde estaban las flores, “porque el venezolano ama el verdor”.

Gerstaecker apuntó que en las festividades de Semana Santa las damas caraqueñas desplegaban las “máximas galas posibles”.

Gerstaecker apuntó que en las festividades de Semana Santa las damas caraqueñas desplegaban las “máximas galas posibles”.

     Observó que en las casas había a los lados unas argollas de hierro que servían para amarrar de ellas los caballos, “que son una constante necesidad” por ser el transporte de uso generalizado en la ciudad. Del lado trasero se encontraban los dormitorios, así como los salones de estar y los de recepción. Las estructuras de las casas eran altas, con ventanas forjadas con hierro “elegantemente trabajadas. Había casas de dos pisos, pero no eran frecuentes, de acuerdo con lo que vio.

     Las ventanas de rejas salientes le parecieron muy cómodas para que los moradores de estas casas se posaran para mirar hacia la calle. “Pero para las aceras, ya de suyo estrechas, son de todo menos cómodas, pues cuando dos personas andan una al lado de la otra, el del lado de afuera, al paso de cada ventana tiene que poner un pie en la calle”. Sin embargo, en esta ocasión no le molestaron las rejas porque presenció siluetas de gran valor artístico y estético, lo que lo llevó a decir que detrás de aquellas rejas había presenciado “todas las bellezas venezolanas” que no tuvo remilgos de calificar como extraordinarias.

     Sumó a esta ponderada consideración que “se habían congregado en las ventanas y he visto grupos allí, tan hermosos como la más rica fantasía de un pintor no hubiera podido plasmarlos en el lienzo. Especialmente los grupos de niños en algunas ventanas eran tan lindos – a veces seis o siete de estas encantadoras criaturitas con rizos y ojos negros y el cutis de una blancura espléndida, detrás de una sola reja, y en medio de ellos las madres, a quienes debe hacérseles justicia, en cuanto que eran al menos tan bellas, si no más, que sus niños”.

     No dejó de anotar que de vez en cuando se había tropezado con ventanas enrejadas, tras la cual “unas cuantas viejas arpías” se encontraban sentadas con un cigarro en la boca, “de manera que toda la casa parecía un jardín zoológico en el que se cuidaban y guardaban algunas bestias feroces detrás de rejas”. Aunque prestó poca importancia a esto porque los aspectos bellos de la ciudad eran los que en ella predominaban.

De vuelta a su lugar para ver la procesión, y desde la parte que antes del paseo había ocupado, vio como llegaban cada vez más espectadores entre quienes se encontraban, “por cierto, también las señoras más emperifolladas”. 

     Delante de la peregrinación iba un grupo de músicos. Varios hombres alzaban una especie de mesa protegida por vidrios, entre la cual habían tres representaciones, con vestimenta lujosa y cubiertas con bordados de oro. “Representaban a Cristo, a quien el ángel le tiende el cáliz de la amargura, mientras a su lado había otra figura, probablemente San Juan”.

     Por lo observado añadió que no le parecía edificante la representación que se quería rememorar, pero en “cuestiones de gusto no hay discusión posible”. Su repulsión la argumentó así. Las figuras le parecieron que estaba bien elaboradas, no así la investidura porque “no llevaban los trajes de la época y estaban recargadas de largas vestiduras bordadas en oro”. Para él, la presencia de vasos y floreros era exagerada, así como los ramos y flores de plata y artificiales que bordeaba el grupo, “que todo ello parecía más bien una cristalería ambulante que una representación alegórica destinada a la veneración”. A los lados de la marcha iban unos soldados aislados con la bayoneta calada. No dejó de ponderar esta presencia de soldados y escribió: “no imagino con qué finalidad, porque para servir de adorno los soldados en Venezuela no son lo suficientemente bonitos y para protección de la procesión tampoco eran necesarios porque nadie, con seguridad, se atrevería a pensar siquiera en molestarla”.

     A esta porción de la procesión le seguía una que cargaba otra imagen, un apóstol, que confesó no determinar quién era. Más atrás venía otro grupo con la imagen de Pablo, Pedro y otra figura para él desconocida. Luego traían a la Virgen María, con un traje de terciopelo y orlada con oro. De último, “cerraba la comitiva un pequeño piquete de soldados redoblando ligeramente los tambores, como si llevaran a un compañero a la tumba”.

Mientras esperaba el paso de la procesión, a Gerstaecker le llamó la atención los grandes ventanales de las casas, diseñados para que los moradores se posaran para mirar hacia la calle.

Mientras esperaba el paso de la procesión, a Gerstaecker le llamó la atención los grandes ventanales de las casas, diseñados para que los moradores se posaran para mirar hacia la calle.

     El día martes se había desarrollado otra procesión muy semejante a la descrita con anterioridad, ese día se exhibió la imagen de la Magdalena. Exposición a partir de la cual expresó que se la había imaginado distinta de acuerdo con los oleos y pinturas por el vistas. Las procesiones que presenció, esos días, llevaban a la Virgen María y ante la cual las mujeres se arrodillaban. Le pareció una curiosidad que los hombres no mostraran la misma actitud ante la Virgen, aunque si dejaban de fumar en ese instante. Sin embargo, a lo largo de la procesión fumaban sin inconveniente alguno.

     Trajo a colación un dato curioso que observó en las procesiones. Un grupo de hombres, que iban antes de la comitiva, aparecían disfrazados de monjes y quienes parecían divertirse con su participación. Llevaban una bandera con las siglas S.P.Q.R, de uso entre los antiguos romanos, y que en esta comarca, según el dicho popular, tenía como significado San Pedro Quiere Reales. Los días restantes, señaló, se van preparando para conducir el sepulcro del Salvador por las calles.

     Agregó que los últimos tres días las iglesias se llenaban de fieles, “a pesar de que yo por mi parte no pudiera describir ni la menor huella de devoción en eso”. Señaló que el interior de las iglesias estaba lleno de señoras, con atuendos elegantes y “pintadas exageradamente”. No estaban arrodilladas sino sentadas con las piernas cruzadas, “echan vistazos a los señores que circulan por allí o también cambian saludos con ellos y comentan entre ellas sin cesar las galas de sus vecinas”.

     Indicó que también personas jóvenes visitaban la iglesia. Apreció que todas las “razas” estaban representadas en la iglesia “y la diferencia entre negro y blanco no se hace, desde luego, en la casa del Señor”. Observó como “jóvenes harapientos, de la clase más baja” caminaban dentro de la iglesia y entre las señoras a quienes pisaban los largos vestidos sin que ellas pudieran evitarlo. De las mujeres de “color” dijo: “las señoras negras se vestían más sencillamente que las blancas, cosa que difícilmente pueda atribuirse a devoción o inclinación, sino que ocurre porque sus medios no lo permiten”.

     El día viernes no estuvo en Caracas porque decidió ir a La Guaira para sus preparativos del viaje que quería hacer hacia el oriente de Venezuela. Se le había indicado no hacer la excursión para Barcelona a través del Orinoco. Regresó de nuevo el día sábado. Anotó que en Venezuela no se celebraba el segundo día de pascua, sino que todo terminaba el domingo. Aunque señaló que los eventos alrededor de Semana Santa tenían un día de adelanto a lo que él por hábito conocía como fecha de devoción.

     En unas de las líneas desarrolladas por él, no dejó de recordar cómo un país tan bien dotado por el creador de la naturaleza y de variados recursos naturales estuviese en tan malas condiciones, debido a dirigentes ambiciosos y mezquinos. Aunque señaló que lo que sucedía en Venezuela también se podía ver en México, Nueva Granada, Perú o Bolivia, excepto en Chile.

     “¡Pobre país! Tan rico, tan sobreabundantemente dotado por la naturaleza, y sin embargo, nunca en paz, nunca en calma”. Fueron algunas de sus palabras al hablar de Caracas y lo que llegó a conocer de Venezuela.

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