POR AQUÍ PASARON

La Cucarachita Martina

Pocos saben que el cuento infantil La Cucarachita Martina fue escrito por el científico venezolano Vicente Marcano

     Pocos saben que el célebre cuento infantil La Cucarachita Martina (en algunas partes del mundo le pusieron el apellido Martínez) fue escrito por el ingeniero, químico, geólogo y profesor universitario caraqueño Vicente Marcano.

     Hombre de ciencias, Marcano nació en 1848 y falleció en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, en 1891, a los 43 años. Desde muy joven se dedicó al estudio de diversos frutos tropicales, en particular del banano o cambur. Luego realizó estudios superiores de química y mineralogía en París. Aunque sus restos reposan en el Panteón Nacional, muy poco se conoce sobre sus aportes a la ciencia y a la cultura venezolana.

     Marcano realizó la mayor parte de sus investigaciones en laboratorios fundados por él mismo en Venezuela, publicó en revistas nacionales e internacionales, y obtuvo varias patentes de invención las cuales fueron utilizadas para crear un emprendimiento exitoso en los Estados Unidos de América.

     En 1871, fue comisionado especial en la exploración de las islas venezolanas y en 1874, de la Colonia Guzmán Blanco. Fue colaborador del periódico La Tribuna Liberal (1875-1877).

     En 1877, ocupó el cargo de segundo designado a la presidencia del estado Barcelona. Al año siguiente, fue nombrado comisario general de Venezuela en la Exposición Universal de París. En 1880, utilizó el seudónimo de «Tito Salcedo» para escribir cuentos y una novela inconclusa, El tesoro del pirata. Entre sus cuentos destaca La Cucarachita Martina, publicado en la Revista Comercial, ese año 1880.

     La Cucarachita Martina es una fábula popular que ha experimentado diversas transformaciones. Se han encontrado versiones de este cuento en Portugal, Chile, Ecuador, México, Brasil, Puerto Rico, Costa Rica, Uruguay y Cuba. En Venezuela también se han escrito adaptaciones de La Cucarachita Martina, bajo el apellido Martínez; la versión más conocida es la de Antonio Arraiz.

     He aquí la versión original de La Cucarachita Martina, escrita, como indicamos, por Vicente Marcano:

 

La cucarachita Martina

     Ding-dong-ding-dong hacía el reloj de la Catedral de Caracas dando las seis de la mañana. Los burros cargados de malojo, caminaban con lentitud, al compás de los palos que sesgadamente les aplicaban los isleños que los conducían; las cántaras de leche aguardaban en los umbrales de las puertas, a que se levantaran los perezosos sirvientes que dormían en los zaguanes.

     Hacendosa como toda pobre, la Cucarachita Martina estaba barre que barre a la puerta de su casa. De cuando en cuando apoyaba los codos sobre el mango de la escoba, tomaba aliento y zuás, zuás, continuaba su tarea. De repente se detiene asombrada; de entre el intersticio de dos lajas que se afanaba en dejar limpio de todo polvo y basura sale rodando, tilín, tilín, una moneda de medio real. Se precipita sobre la fugitiva que había llegado hasta el empedrado de la calle, se agacha sobre el borde de la acera y la recoge presa de la mayor alegría.

     La pobre Cucarachita no había poseído nunca tanto dinero junto: el corazón se le saltaba por la boca.

     Recuesta la escoba contra la pared y se sienta en el umbral de su casita.

     Los malojeros seguían apaleando sus burros, y las cántaras de leche eran entradas al interior de las casas.

     Pero la Cucarachita Martina no veía nada de esto; sumida en la más profunda reflexión, meditaba sobre el empleo que debía dar al capital que la providencia acababa de poner entre sus manos.

─Si compro conservas de coco ─decía─ se me acaba.

Y hacía un signo negativo con la cabeza. 

─Si compro majarete, se me acaba ─repetía en la mayor indecisión.

─Si compro papelón, se me acaba también ─observó muy juiciosamente.

     Y la Cucarachita Martina, permanecía sumida en la más profunda reflexión

     Transcurridos que fueron algunos instantes, se levantó resueltamente bajo la inspiración de una idea luminosa, metió la moneda en el bolsillo del delantal, guardó en casa la escoba detrás de una puerta y subió calle arriba.

     La Cucarachita subió calle arriba a pasos precipitados hasta la plaza de San Jacinto, donde Ambrosio el quincallero tiene su venta de estampas, novenas y toda clase de baratijas.

     Gastó hasta el último centavo en cintas de todos colores y alegre, satisfecha, emprendió de nuevo el camino de su casa, donde le agurdaban los quehaceres domésticos.

     A la caida de la tarde la Cucarachita se apresuró a terminar su comida. Lavó los platos que acomodó en la alacena, fregó las ollas, se peinó con gran esmero y se adornó con las cintas que había comprado aquella mañana. Enseguida se puso un traje a la moda, botinas Luis XV y se sentó a la ventana.

     La Cucarachita Martina sentada a la ventana miraba y miraba a los elegantes que iban de paseo. Por la acera enfrente venía un pollino, de valona bien tallada, cascos recortados, orejas afeitadas, el que viera a la Cucarachita tan hermosa y bien vestida se enamoró perdidamente de ella. Dio tres relinchos y Cucarachita le sonrió.

La Cucarachita Martina es una fábula popular que ha experimentado diversas transformaciones

Encantado y fuera de sí, el pollino se acercó a la ventana y le dijo:

─! ¡Bella Cucarachita! ¿quieres casarte conmigo? 

─ ¿Y tú cómo haces? replicó la prudente Cucarachita.

     El pollino se separó un poco de la ventana, levantó la cola, alzó la cabeza, abrió la boca y prorrumpió en un largo y estrepitoso rebuzno -hi-han, hi-han.

     Asustada la Cucarachita cerró la ventana y el pollino se alejó continuando desconsolado su paseo.

     Poco después, bajó del alero de la casa de enfrente un gato barcino quien viendo la Cucarachita tan hermosa y bien vestida se enamoró perdidamente de ella; después de acercársele le dijo:

─Hermosa Cucarachita: ¿quieres casarte conmigo?

─ ¿Y tú cómo haces?, dijo aquella ya desconfiada.

     El barcino arqueó el lomo, erizó el pelo, sacó las uñas y por tres veces hizo fú-fú-fú

─Usted me asusta, dijo la cucarachita cerrando con precipitación la ventana, a la que volvió a sentarse tan luego como el gato se fue aullando por los tejados.

     Distraída la Cucarachita no había visto cruzar la esquina a Ratón Pérez que, varita en mano y muy emperejilado, se contoneaba por la acera. Traía pantalón de cuadros, paltó cruzado con flor en el ojal, sombrero de seda y puestos sus lentes de arillos de oro, no despegaba la vista de la Cucarachita de quien, al verla tan hermosa y bien vestida, se había enamorado perdidamente.

     Después de saludarla con fina cortesía a que ella correspondió con sonrisa afable, se acercó y le dijo:

─ ¿Y tú cómo haces?, dijo esta entre el temor y la esperanza. Ratón Pérez abrió la boca dejando ver dos hileras de dientes blancos como los granos de una lechosa jojota; luego con mucha suavidad hizo por tres veces: cui-cui-cui.

     En el colmo de la alegría la Cucarachita le dijo: 

─Ratón Pérez, contigo sí, me caso yo.

     Gracias a las influencias de Ratón Pérez con el gobernador del distrito, se consiguieron las dispensas y el matrimonio pudo fijarse para dentro de corto tiempo a pesar de que los novios eran primos.

     El sábado de la semana siguiente la casa de la boda se hallaba por la noche muy iluminada, la ventana estaba abierta, la sala había sido empetatada y sobre las mesas se veían briseras con velas de estearina y floreros con ramilletes.

     A poco llegaron varios coches que se detuvieron a la puerta. Del primero bajó la Cucarachita Martina con corona de azahares, traje blanco y zapatos de raso del mismo color, seguida de Ratón Pérez vestido de casaca y guantes.

     La boda se celebró con lujo pues el novio era acomodado. Hubo un espléndido banquete al que sucedió un rumboso baile que duró hasta las dos de la madrugada.

     La felicidad no hizo olvidar a la recién casada sus antiguas costumbres piadosas, así que, al siguiente día, la Cucarachita Martina se hallaba de pie muy temprano, limpió la casa, puso al fuego la olla del hervido y con la gorra puesta y el rosario en la mano entró al cuatro de Ratón Pérez que en bata y chinelas se hallaba sentado delante del escritorio.

 ─Ratón Pérez, le dijo: voy a misa, porque es domingo, te recomiendo mucho tengas cuidado de la casa.

     Por de prisa que anduvo la Cucarachita, llegó a la iglesia de la Merced cuando ya la misa estaba terminada y tuvo que acudir a otros templos lo que la hizo permanecer fuera de la casa hasta ya pasadas las once de la mañana.

     Entre tanto, Ratón Pérez se impacientaba por no ver llegar a su esposa. Sintió hambre y se fue a registrar en la cocina por ver si encontraba algún pedazo de queso. Sus pesquisas habían sido inútiles, cuando alcanzó a ver la olla del hervido.

     Imprudente, se subió sobre una cafetera que había al lado, levantó la tapa de aquella y asomó la cabeza por entre el torbellino de vapor que desprendía.

     Hacía esfuerzos por distinguir algo ya cocido con qué satisfacer su apetito, cuando le dio un vahído; exhaló un grito y cayó dentro del caldo hirviente.

     Cuando la Cucarachita volvió de la iglesia buscó a Ratón Pérez por toda la casa y no hallándolo fue al vecindario preguntando si lo habían visto salir.

     Nadie había visto salir a Ratón Pérez y la Cucarachita Martina comenzaba a inquietarse vivamente.

     A tanto dar vueltas se asomó como por inadvertencia a la olla y encontró a su marido, muerto sobre una hoja de repollo, entre un pedazo de ahuyama y otro de ñame.

     La pobre viuda daba gritos de desesperación, se mesaba los cabellos y decía llorando, lo que no ha cesado de repetir:

Ratón Pérez calló en la olla

Y la Cucarachita Martina

Lo siente y lo llora

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