Curtis y el caraqueño de finales del siglo XIX

10 Abr 2023 | Por aquí pasaron

El estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911) fue un escritor prolífico, que publicó más de 30 libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur.

El estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911) fue un escritor prolífico, que publicó más de 30 libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur.

     William Eleroy Curtis (1850-1911) nació el 5 de noviembre de 1850 en Akron, hijo del reverendo Eleroy y Harriet (Coe) Curtis. Se graduó de Western Reserve College en Cleveland, Ohio, en 1871. Más tarde se convirtió en fideicomisario de esa institución.

     Un escritor prolífico, Curtis escribió más de treinta libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur. Su interés por los países latinoamericanos y la mejora de las relaciones entre América del Norte y del Sur lo llevaron a ser nombrado secretario de la Comisión Sudamericana por el presidente Chester A. Arthur, con el rango de Enviado Extraordinario y ministro Plenipotenciario, en 1884, director de la Oficina de las Repúblicas Americanas en 1890 y jefe del Departamento Latinoamericano de la Exposición Colombina Mundial en 1893.

     De 1890 a 1893, Curtis se desempeñó como director de la Oficina de las Repúblicas Americanas (más tarde conocida como la Unión Panamericana). En 1892 cumplió el rol de enviado especial del Papa León XIII y de la Reina Regente de España. En 1896 se desempeñó como agente especial para el subcomité de reciprocidad y tratados comerciales para el Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.

     En 1908, fue nombrado miembro del Comité Ejecutivo del Comité Panamericano de los Estados Unidos. Curtis murió el 5 de octubre de 1911 en Filadelfia, Pensilvania.

     En lo que se refiere a Caracas y la dinámica social a la que prestó importancia fue la relacionada con el trato que recibían los extranjeros en la capital de Venezuela. De acuerdo con sus propias palabras los provenientes de otros países eran muy bien recibidos y que los caraqueños se mostraban corteses con ellos. 

     Además, indicó que quienes traían consigo cartas de recomendación o presentación no encontraban ningún inconveniente “a la hora de asegurarse una calurosa bienvenida en casa de las mejores familias”. Sin embargo, agregó que quien no contara con carta de presentación le era difícil ser aceptado en la sociedad caraqueña, “debido a la cantidad de aventureros que van a Venezuela, así como a otros países de Suramérica, no sólo oriundos de los Estados Unidos, sino de todas partes del mundo”.

     Se alejó de una percepción generalizada acerca de los suramericanos y de acuerdo con la cual los habitantes de estas tierras eran personas “escasamente civilizadas”. Recordó el caso de algunos individuos que habían perdido su fortuna en otros lugares y venían a Caracas a enriquecerse, disposición que Curtis calificó de errónea. A esto agregó: “No hay ciudad en el mundo donde el carácter y la conducta de un extraño, se escudriñe y se critique más severamente que en Caracas y antes de aceptar a alguien en la santidad de su hogar, el caraqueño desea conocerlo bien”.

     De igual manera, existía una actitud muy similar en los tratos comerciales. Anotó que los comerciantes le venderían a cualquier cliente que los visitara, “pero no le comprarán a quien no conozcan”. Según su percepción le tratarían de manera deferente y cortésmente, “pero esto no significa nada”.

Tras su visita al país, Curtis publicó en 1896 su libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, donde relata interesantes aspectos de la vida cotidiana del caraqueño.

Tras su visita al país, Curtis publicó en 1896 su libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, donde relata interesantes aspectos de la vida cotidiana del caraqueño.

     Entre las expresiones de cortesía recordó el hecho del ofrecimiento, por parte del caraqueño, de sus propiedades y las instalaciones de su casa, “pero esta es simplemente una muestra convencional de cortesía”. Anotó que, si un extraño tocaba las puertas de un propietario o encargado de negocios sin una carta de presentación, se le pediría, “en nueve casos de diez, que regrese al día siguiente, despachándolo sin la mayor satisfacción”. No obstante, si un forastero se presentaba ante un potencial comprador con la debida carta de presentación será recibido con beneplácito no sólo por parte de esa persona, sino de todos aquellos allegados a ella.

     Ponderó que una carta de presentación en América del Sur tenía un gran valor a diferencia de lo que con ella se podría lograr en los Estados Unidos. Curtis la asoció con una garantía de la buena reputación y de la condición social del forastero, “la seguridad de que su portador es digno de confianza y un reconocimiento a la hospitalidad de aquél a quien va dirigida”.

     De igual manera, puso a la vista de sus potenciales lectores que, algunas características de las que denominó las “viejas familias de la república”, es decir las descendientes directas del linaje ibérico, eran visibles aún. De estas familias expresó que eran de enfáticas ideas de decoro y que eran consecuentes con sus habituales modales y actos ceremoniales. “preferirían morir antes que violar las leyes de etiqueta y esperan los mismos escrúpulos de los demás”.

     Agregó que las uniones matrimoniales, por lo general, se llevaban a cabo entre parientes y que, gracias a esta práctica, tanto los prejuicios como las preferencias se extendían con extremada frecuencia y facilidad. “Hay como una masonería social entre ellos, y la aceptación de algún extranjero, por parte de la familia, le hará ganarse con toda seguridad la confianza y la atención de todos sus parientes conocidos”.

     En lo que respecta a sus inclinaciones y participación política puso de relieve que era de escasa importancia entre estas familias. En cambio, existía entre sus integrantes una fuerte disposición hacia el trabajo en sus haciendas de café, cacao y azúcar y, entre algunos, las actividades comerciales.

     De igual modo, si ejercían una actividad profesional como médicos, abogados o ingenieros lo hacían sin combinarlas con las actividades políticas, “y evitan hacer comentarios sobre la actuación del gobierno”. A partir de esta consideración, aseveró que la política era muy diferente para quienes hacían vida a su alrededor. Agregó que ella resultaba de provecho para algunos y que uno de los principales propósitos de “todos los dirigentes revolucionarios” era apoderarse del erario público para provecho personal y de sus acólitos.

Para Curtis, el caraqueño, independientemente de su condición social, era muy simpático y cortes.

Para Curtis, el caraqueño, independientemente de su condición social, era muy simpático y cortes.

     En este sentido, sumó que el presidente de la República tenía control absoluto de las finanzas nacionales. Tenía la potestad de firmar contratos fuesen buenos o no para la República, “y con solo una orden puede retirar en cualquier momento todo el dinero de las bóvedas del tesoro”. Agregó que para llevar a cabo tal acción no requerían de la aprobación del Congreso de la República ya que sus gastos estaban contemplados en ella como parte del presupuesto nacional. “Pero se explican de una manera plausible y los opositores entienden que no está considerado de buenos políticos indagar muy de cerca los por qué y los por cuánto de los actos del ejecutivo”.

     Del proceder político dijo que cuando algún caudillo llegaba al poder postulaba a sus adláteres para los cargos de mayor importancia en Caracas. Los hace gobernadores y agentes aduaneros. Luego de los nombramientos les procura concesiones para que tengan un sustento. Al saber que esos cargos son temporales y que pueden salir de ellos en medio de una nueva asonada militar y “se benefician tan rápido como puedan sin miramientos de ninguna especie en cuanto a medios o métodos”. Tanto así que algunas penas o multas impuestas se eludieran a favor de los funcionarios de turno.

     Puso el ejemplo de un familiar de Antonio Guzmán Blanco quien tenía el privilegio de importar cemento y que el gobierno se lo pagó al precio impuesto por el importador. “De modo que cada barril de cemento usado para pavimentar las aceras le reportaba un beneficio de cinco a seis dólares a su bolsillo con lo que se hizo rico”. Recordó otro caso en el que Guzmán Blanco había colocado a un amigo en la aduana y le permitió el privilegio de traer un tipo de mercancías con lo que también se enriqueció.

     Luego de hacer estos señalamientos pasó a describir una “iglesia amarilla” al lado del cerro El Calvario, para él un poco aislada y casi inaccesible. Constató que la mayoría de las personas exclamaban sorpresa al verla por primera vez y se preguntaban por qué se había erigido una iglesia en semejante lugar. De inmediato pasó a contar la historia de esta edificación. Según sus palabras cuando Joaquín Crespo era un ciudadano más, su esposa, hizo una promesa de que si su esposo llegaba alguna vez a la presidencia ella mandaría a erigir una iglesia en honor de la Virgen de Lourdes, aunque logró la presidencia gracias a Guzmán Blanco y no por la intercesión de la santa, la hizo construir, dejó escrito Curtis. En suma, esta edificación, así como la vía que se construyó para llegar a lo alto del cerro fueron propulsadas por Joaquín Crespo y con la contratación de amigos para su culminación.

Según Curtis, el presidente Joaquín Crespo era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas.

Según Curtis, el presidente Joaquín Crespo era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas.

     De inmediato Curtis pasó a describir algunas situaciones relacionadas con la vida de este último. De él expresó que era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas. Llamó la atención respecto a los nombres o denominaciones de cada una de estas estancias o propiedades que, para Curtis, tenían nombres poéticos, “que demuestran la imaginación o el buen gusto del propietario. Algunas se llaman en honor de personajes famosos en la historia, otras, conmemoran acontecimientos notables. El nombre puede inspirarse en la ficción o la poesía, o en que a cierto miembro favorito de la familia se le distinga bautizando la plantación en honor de él y más a menudo, en honor de ella”.

     Agregó a sus consideraciones sobre los pobladores de Caracas que cuando se visitaba a “un nativo puro de verdad”, aquel que mantenía inveterados hábitos y que no se había alterado a lo largo del tiempo y por contactos con extranjeros, “lo reciben a uno con una solemne e impresionante formalidad”. Al llegar cualquier visitante a casa de una de estas personas lo primero que recibía era un apretón de mano. Luego de atravesar el dintel de la puerta junto con la bienvenida ponía a disposición del visitante la casa y lo que en su interior se encontraba. Describió una de estas casas del modo que sigue. Dentro de ella se pasaba a un gran salón de cuyas paredes colgaban cuadros de familiares vivos o muertos, así como grandes espejos.

     Entre los adornos observó globos de cristal con flores en su interior y también la existencia de pianos en algún lugar de la sala. De los muebles señaló que eran lujosos y que se forraban con tela de lino para protegerlos del polvo. En el interior un gran sofá donde se acomodaban los visitantes, mientras los anfitriones ocupaban las sillas dispuestas en el lugar. La conversación, según escribió, giraba alrededor de asuntos de salud y muy generales. Nunca de negocios los que eran eludidos por los nativos y preferían adquirir mayor conocimiento del forastero para iniciar un diálogo en este orden. “A pesar de todo es un buen precepto, aunque su forzosa observancia les causa a menudo disgusto a los yanquis que vienen a estas partes”.

     De acuerdo con sus observaciones, la vida en Caracas se parecía bastante a la practicada en algunas ciudades europeas. De acuerdo con sus cálculos, cerca de un 16% de la población se había radicado en algún país de Europa y desde allí despachaba sus negocios. Dejó escrito que los originarios del país, caraqueños en especial, viajaban bastante, “han pasado mucho tiempo en Norteamérica y Europa y han aprendido muchas de las saludables ideas acerca de la civilización moderna. De igual manera, muchas familias enviaban a sus hijos para estudiar fuera de las fronteras nacionales. Los lugares de mayor preferencia eran Filadelfia, Viena, Alemania y otros lugares de Francia. “Se han casado en aquellas ciudades y han traído de vuelta esposas ilustradas y de saludable influencia que han hecho mucho por extender los privilegios de su sexo y liquidar las viejas restricciones”.

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