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Calles de Caracas en 1821

El gobernador de Caracas, Andrés Narvarte, ordenó el arreglo de algunas calles, en especial la de los suburbios de La Trinidad y

     El historiador venezolano Enrique Bernardo Núñez, en su obra La ciudad de los techos rojos, anotó que en fecha 20 de septiembre de 1821, el concejal José Nepomuceno Chávez propuso que para el ornato y para el mejoramiento del ordenamiento de Caracas, era conveniente colocar números a las casas y dar nombre a las calles. Los miembros del Concejo Municipal acordaron que el señor Chávez junto con el síndico Pedro Herrera elaboraran el proyecto y que, una vez aprobado por la instancia correspondiente, poner en práctica lo en él contemplado. En esta misma sesión se llevó a cabo la lectura del decreto de julio 20 acerca de los honores que se rendirían al Libertador y como encargados de ejecutarlo se acordó que fuesen los miembros del Ayuntamiento.

     Los preparativos fueron encargados a Juan Nepomuceno Chávez, Antonio Díaz y Pedro José Herrera. Dicho reconocimiento a Bolívar fue dado a conocer por bando el lunes 8 de octubre. En este comunicado oficial, emitido por los integrantes de la municipalidad se dio a conocer que el mismo se efectuaría el 28 de este mes. Los funerales por los caídos en el campo de batalla se efectuarían el día 29. Núñez atribuyó al nombre de la calle del Triunfo a esta circunstancia. Fue en esta vía por donde cinco años más tarde, el 10 de enero de 1827, entró el Libertador, tal como lo había hecho el 7 de agosto de 1813. La fiesta del “Regocijo” tal cual fue llamada la actividad en que se rendiría honor a Bolívar se calculó en ocho mil pesos de la época. 

     Sin embargo, no había recursos para costear tales actos. La solución fue la de pedir colaboraciones a las corporaciones existentes, incluso el cabildo eclesiástico, la municipalidad junto con el cabildo y hasta el vicepresidente, Carlos Soublette, prometió una porción de pesos con garantías de reintegro, porque las exangües arcas así lo requerían.

     Núñez escribió que, en la misma oportunidad cuando se dio a conocer el bando del “Regocijo”, el gobernador Andrés Narvarte propuso que, para el arreglo de algunas calles, en especial los suburbios de La Trinidad y Pastora, donde habían ruinas de edificaciones dejadas por el sismo de 1812, se obligara a sus propietarios a que dejaran doce varas de distancia, al frente de cada construcción, para un nuevo ordenamiento de las calles y así facilitar a los transeúntes su circulación. El 11 de octubre se ordenó a los alcaldes de barrio y custodios de policía a levantar un censo de sus respectivas manzanas, en un plazo no mayor a los tres días. Otro bando de policía ordenó a los vecinos con recursos económicos a colocar luces en la puerta de sus viviendas, para que sirvieran de luminarias en horas de la noche.

     Por orden del Concejo se colocó una lámpara en el lugar denominado El Principal, conjuntamente se dio a conocer, entre algunas corporaciones, el contenido y fiel cumplimiento de lo establecido en el bando citado con anterioridad. En abril del año siguiente el cura de la iglesia de San Pablo comunicó, a las autoridades municipales, acerca de la presencia de una fetidez “insufrible” en este recinto de devoción, así como del mal estado del piso que se abría con frecuencia y dejaba al descubierto los sepulcros allí ubicados. En virtud de esta situación las autoridades del municipio dictaron fuertes medidas para que todos los entierros se hicieran en el cementerio provisional de Anauco, mientras se concluía el de La Vega. En Anauco se instaló, a finales de 1821, el degredo para variolosos.

     El traslado de los infectados por viruela para el lugar indicado con anterioridad, fue objeto de quejas por parte del cura de Candelaria, por el temor a contagios entre sus feligreses, debido a lo cercano de esta nueva instalación. Ante esta situación los miembros del Concejo Municipal encomendaron al director de hospitales para que respondiera a las quejas emitidas por el párroco. El director de hospitales respondió que el degredo no revestía ningún peligro para la difusión del terrible mal, “pues en física médica se prueba matemáticamente que los contagios más activos se desvirtúan en la atmósfera y quedan absolutamente sin acción a cuarenta pasos del lugar de infección”, con lo que se dio por cerrado el asunto.

     Para el 23 de diciembre de 1821, los comisionados Chávez y Herrera presentaron el proyecto en que se estableció el posible nombre de las calles de la ciudad. El mismo fue aprobado con ligeras modificaciones. Las 16 calles ubicadas de norte a sur recibieron los nombres del Comercio, de Las Leyes Patrias, Carabobo, Zea, Roscio y Ustáriz, entre otros nombres. 

     Las 17 calles establecidas entre el este y el oeste, recibieron denominaciones tales como: Calle de las Fuentes, del Estío, la de los Bravos, de las Ciencias, del Sol, del Orinoco, Juncal, Agricultura, Fertilidad y Unión, entre otras. Núñez hizo referencia a una de las esquinas “más célebres de Caracas”, Marcos Parra. Él escribió a este respecto que, el 17 de marzo de 1828 una persona, cuyo nombre era Marcos Parra solicitó un terreno o solar en la esquina del Basurero, calle de La Pedrera, hacia Caroata, para ser utilizada en actividades productivas y lucrativas.

     La respuesta del procurador Tomás Hernández Sanabria fue favorable para con el solicitante, porque redundaría en el incremento poblacional, así como que la renta que prometió cancelar era beneficiosa para las arcas públicas y la fábrica que habría de levantar en el lugar favorecería a la industria nacional. Siendo así, las autoridades municipales dieron la buena pro a la petición de Parra y concedieron el solar de dieciséis varas de frente y treinta y cuatro de fondo, bajo un pago de dos pesos anuales, a quien fungía como administrador de las rentas. El 27 de junio de 1780, el Ayuntamiento reconoció a la Pedrera del Cerro como parte de la calle llamada La Faltriquera. Esta y otras pedreras formaban parte de las tenencias de los Propios (o bienes que pertenecían a los municipios y que generaban rentas públicas) de la ciudad, aunque varias personas se habían adueñado de ellas y las explotaban sin ningún tipo de regulación.

     En este año ellas se habían ofrecido en arriendo a vecinos de la ciudad. De igual manera, el Ayuntamiento se reservó las facultades para sancionar a aquellos que las explotaban para beneficio personal y que no le aportaban nada a las arcas nacionales. En agosto de 1784, Juan Agustín de Herrera solicitó treinta varas de terreno en el cerro de La Pedrera, “en vista de que interesa a la hermosura y compostura de la ciudad allanar por aquella parte la dificultad de la calle que llaman de La Faltriquera y finalizar el puente allí iniciado”. La concesión fue otorgada a cambio de abrir un camino para la construcción de un puente.

     No muy lejos de estas porciones territoriales, la Viñeta de San Felipe, que se denominaría después Mamey y de Padre Hermoso, en que los Padres del Oratorio tenían huerta de recreo acorde con las reglas de su corporación, llegó a ser, por un buen tiempo, morada del general José Antonio Páez. Hacia el año de 1795 la cuadra de La Viñeta se llamaba Pedro García. Como era muy común en esta época, carecía de agua limpia. El Ayuntamiento se había negado a conceder una petición hecha por el procurador del Oratorio para una “paja de agua”. No se concedió porque un representante de una diputación, Francisco García de Quintana alegó que perjudicaría al Real Hospital.

     Para 1822, La Viñeta había pasado a manos de Hilario Cardozo. Luego sería propiedad del licenciado Diego Bautista Urbaneja quien la vendió a doña Barbarita Nieves (1803-1847). Esta fue compañera sentimental de Páez desde el año de 1821, cuando el Centauro de los Llanos se separó de su verdadera esposa. En este mismo recinto domiciliario llegó a alojarse José Tadeo Monagas. Tiempo después se llevaron a cabo ensayos para el cultivo de flores en los jardines de La Viñeta. La casa de La Viñeta sería convertida luego en un cuartel denominado del Mamey y antes de ser demolida llegó a ser sede de la escuela Gran Colombia.

     En este orden de ideas, Núñez hizo referencia al padre Pedro Ramón Palacios y Sojo quien llegó como portador de una licencia para establecer el Oratorio de San Felipe de Neri, de cuya congregación había sido presidente. El encargado de hacer la dedicación fue el obispo Mariano Martí el 18 de diciembre de 1771. Desde la Catedral había dirigido en procesión al Santísimo Sacramento y el cuerpo de San Justino, mártir. 

     Núñez anotó que el obispo Martí había tenido preferencia por la Casa de San Felipe. Para 1777 se había concluido la edificación dedicada a la residencia, y comenzó a funcionar la nueva iglesia de mayor espacio, cuya construcción la aprovechó Guzmán Blanco para la Iglesia de Santa Teresa.

     En su descripción, Núñez destacó que el Oratorio contó con unos cipreses que fueron admirados por Alejandro de Humboldt y que sirvieron de referencia para otorgar el nombre a la calle y la esquina de Juan Clemente. El mismo padre Palacios y Sojo fundó junto con Juan Manuel Olivares un establecimiento escolar dedicado al arte musical, en su estancia de café y frutas de San José de Chacao. Algunos de los discípulos de este recinto escolar dedicado a la música fue José Antonio Caro de Boesi, de quien se dice era oriundo de Chacao. Caro de Boesi se destacó hacia 1786, lo hizo con su gran misa en re mayor, la que parece haber sido escrita entre este año y 1790.

     De igual manera, Núñez informó acerca del hallazgo de un archivo musical en el sótano de la Escuela Nacional de Música para el año de 1937. Este descubrimiento reveló la existencia de otro compositor de nombre “más o menos semejante”. En un amarillento manuscrito se lee, de acuerdo con lo redactado por Núñez lo siguiente: “misa a cuatro voces con violines y bajo. Compuesta por el señor Juan Bohesi de Caro. Copiada por un humilde hermano del Oratorio del Sor. San Felipe”. Apuntado esto indicó que no era fácil suponer que el copista confundiera a Juan Bohesi o Boesi de Caro, a quien probablemente conociera, con José Antonio. “Con probabilidad, son dos personajes distintos”. La conjetura se presenta, de acuerdo con Núñez, por si este Juan Bohesi vino de Roma en compañía del archivo musical y los instrumentos trasladados por el padre Sojo, a su “regreso de la “Ciudad Eterna”.

     Destacó Núñez otro manuscrito en que se estampó lo siguiente: “Misa de difuntos a 3 voces con violines y bajos. Para el uso del Oratorio del P.S. Felipe Neri. Año de 1779. Violín Segundo”. Este historiador venezolano expresó que la música en la ciudad de Caracas trazó una senda entre la Viñeta de la esquina del Padre Hermoso, el Oratorio de los Cipreses y la hacienda San Felipe, en Chacao. Al finalizar su escrito en torno a las calles de Caracas en 1821 indicó: “En la esquina de San Felipe, casa marcada entonces con el número 112 (calle Carabobo), hoy 44, vivió sus últimos años Juan Vicente González, redactor de El Heraldo y autor de la biografía de José Félix Ribas. Allí murió el 1 de octubre de 1866”.

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