POR AQUÍ PASARON

Appun en Venezuela

El naturalista Karl Ferdinand Appun

     Una gran porción de viajeros que alcanzaron el territorio venezolano, a lo largo del siglo XIX, eran de origen prusiano o alemán. Varios de ellos habían sido recomendados por Alejandro von Humboldt ante las autoridades gubernamentales, asimismo, tuvieron en sus escritos un modelo a seguir como naturalistas y exploradores de la naturaleza. Uno de ellos fue el alemán Karl Ferdinand Appun (1820-1872) quien estuvo por Venezuela entre 1849 y 1859, lapso durante el cual este país estuvo gobernado por los hermanos Monagas, José Tadeo y José Gregorio. De esta visita nació un texto titulado En los trópicos cuya primera edición se dio a conocer para 1871 en lengua germánica. En Venezuela se haría una edición en castellano para 1961. Entre los objetivos de su expedición, a esta comarca, era el de dar continuidad al trabajo que había comenzado otro alemán, Ferdinand Bellerman (1814-1889). Luego de 1859 marchó a su tierra natal a descansar por males de salud, contraídos en su estadía venezolana. Para 1872 regresaría con el objetivo de explorar la Guayana Inglesa, hoy Guyana, donde encontraría la muerte a manos de indígenas silvestres.

     Appun fue un naturalista y explorador con ciertos rasgos de romanticismo, pero con una fuerte inclinación realista en lo que a sus planteamientos teóricos se refiere. Una de las características de su escritura es que redactaba en primera persona y que sus descripciones estuvieron marcadas por una chispeante, y por momentos, jocosidad. Se debe agregar que fue dueño de una prosa limpia y elocuente en la que combinó las descripciones alrededor del mundo natural y los actores sociales en una dinámica social que observó con admiración y rechazo, disposición muy propia de la visión del viajero, con independencia de su lugar de origen.

 

     Durante su estadía por estos parajes visitó casi en su totalidad las costas venezolanas, entre las que destacaron La Guaira y la gran extensión marítima de Puerto Cabello. Igualmente, examinó las costas y las aguas del Lago de Maracaibo. Hacia el lado sur del país hizo lo propio en las aguas del Orinoco, pasó por Guayana y recaló en Georgetown.

     La Caracas que conoció Appun se diferenciaba poco de la de los primeros años del 1800. Era la ciudad de los arrieros, recuas, vías empedradas y de la mula como medio de transporte fundamental. Los años que pasó en este país, de Suramérica, los ríos eran las arterias viales de mayor importancia para el tráfico de bienes dirigidos a la exportación, como el añil, el tabaco, el café del piedemonte andino y los cueros que iban a los puertos desde donde serían trasladados a Europa. Arteria fluvial junto, ya pasada la temporada lluviosa, con el tránsito por tierra de bienes de consumo. Éstos provenían de la parte sur del país. Constituían cargamentos cuya dirección era hacia el norte de Venezuela, adonde se ofrecía el pescado seco o salado, manteca de cerdo, cueros, tasajos de res y chimó sin procesar recogidos en los llanos venezolanos.

     La pulcra prosa de Appun describió estos procedimientos de circulación de mercaderías, así como que destacó la importancia de la región llanera, en la dinámica económica venezolana en la mitad del siglo XIX. Como quedó dicho él tuvo en Humboldt su guía teórica, así como su mentor intelectual. Fue éste quien lo recomendó ante el gobernante prusiano Federico Guillermo IV, quien ofreció el apoyo económico requerido por el naturalista alemán para su incursión en estos parajes. Si bien es cierto que su tarea era la de explorar el mundo de la naturaleza, los señalamientos relacionados con la vida de los pobladores de esta comarca fueron de destacada relevancia.

     Uno de los aspectos a los que prestó importancia, con cierta amplitud, fue el de los hábitos de consumo y costumbres alimenticias de los venezolanos. Destacó los productos de mayor consumo que se ofertaban en pulperías y en el mercado. Uno de los hábitos que llamó su atención era que los habitantes se aseaban las manos antes y después de consumir sus alimentos. Aunque, observó el alto consumo de carnes de origen animal. Escribió respecto a esta inclinación y agregó que la carne era la consigna del día en Venezuela, “como la cerveza en Baviera”. En cuanto a su presentación o lo era frita, o bien salada o sancochada, tres veces al día, describió con sorpresa, tanta fue su impresión que consignó que su ingesta parecía una especie de reglamento que se cumplía con rigor. Igualmente, recordó que un venezolano de nacimiento vería frustrada su existencia sin el diario sancocho y el plátano asado.

     Algunos cortes de carne le causaron desagradable impresión. En una ocasión apreció unas tiras, de color oscuro, guindadas de un palo que semejaban correas de cuero. Confesó que lo que experimentó, en un primer momento, fue repulsión tanto por su aspecto exterior como por el fuerte olor que de ella percibió. Lo que estimuló esta reacción fue el tasajo o tiras de carne salada que se ofertaban al consumidor. Más adelante recordó que, como no se producía trigo a gran escala se producía pan de dos tipos, de maíz, que aquí se denominaba arepa que, según su gusto, era muy agradable si se consumía caliente y de yuca que era el casabe sin precisar que le gustara.

     A lo largo de su narración exhibió sus dotes de buen prosista. Uno de ellos se refiere a uno de los momentos cuando le provocó darse un baño en las aguas de un río. No obstante, el escogido para ello estaba ocupado, en algunos puntos de su orilla por negras que lavaban en él. Ante tal circunstancia recurrió a encontrar un espacio menos concurrido. Al fin logró su objetivo y en los momentos que disfrutaba de las cálidas aguas de riachuelo percibió que, a un lado, de donde el disfrutaba su sumersión, entró al agua un largo ejemplar de largo hocico que, ante tal eventualidad, hizo que él saliera presuroso del río. Reconoció que era un caimán, por estos predios lo “llamaban baba”, anotó. Confesó que luego se enteraría que era una “especie inofensiva para el hombre”. Agregó al final de este evento que debió salir, cual vestiduras adánicas, a la vista de quienes en un principio el buscó eludir.

     Contó que, en una oportunidad le atrajo una “música horrible y voces ruidosas”. Se trataba de una fiesta a la que se acercó y describió así: las parejas no se movían alrededor una de la otra, sino que practicaban “raros” movimientos en un mismo sitio a lo que agregaban saltos y brincos. Dijo, a este respecto, que sólo observó dos de estas “danzas”, la “baduca y el zapatero”. Resaltó que no describiría de manera pormenorizada lo que vio en el salón de baile, porque, aunque eran ejecutados con gracia, “no pueden contarse entre las decentes”. Por si fuera poca su aversión, ante movimientos poco ortodoxos para él, sumó a su descripción que no era posible continuar exponiendo sus órganos olfativos al “picante” aroma que impregnaba el lugar, “estuve contento al encontrarme de nuevo en la calle”.

Portada del libro del alemán Karl Ferdinand Appun

     En su relato se aprecia la intención de precisar con detalles sus vivencias y de mostrar de modo espléndido tanto los momentos afines con sus costumbres como aquellos que le produjeron sensación de vergüenza, en especial, por desconocimiento no premeditado. Así, recordó uno de estos últimos cuando confundió un ají con un tomate. A este último lo tenía como un fruto de excelente textura y sabor. La forma cómo corroboró la diferencia entre uno y otro lo contó cómo sigue. En una oportunidad, al elegir lo que por su color rojo creyó era un tomate lo colocó en su plato de comida, ante la sorprendida mirada de otros comensales, luego llevó a su boca “una de las frutas de tan lindo color”. Recordó que, a la primera dentellada evidenció la equivocación en la que había incurrido. Aunque, de inmediato, escupió lo que creyó era un tomate al experimentar una sensación de quemazón en labios y boca, junto con una especie de dolor en la misma. Relató que sintió vergüenza y no encontró manera de contener el lagrimeo que acompañó el efecto del picantoso fruto. Contó que a pesar del tiempo transcurrido recordaba aquella escena con espanto.

     Quien se dedique a leer lo que Appun presentó como apuntes de viaje, podrá corroborar su fina mirada y la claridad de su exposición cuando describe, con la intención clara de no dejar escapar detalles, asuntos relacionados con las prácticas humanas. De igual manera, lo que presentó en su obra no se restringió a Caracas, sino que tuvo la disposición de mostrar la mayor cantidad de aspectos relacionados con la Venezuela de los Monagas. Esta disposición se puede constatar en su descripción del llanero venezolano a quien representó como hombres que cabalgaban semidesnudos, por las llanuras del territorio venezolano. En lo atinente a su vestimenta indicó que avanzaban por las llanuras venezolanas “semidesnudos”. Sus investiduras constaban de pantalones cortos y llevaban en su cabeza el “fuerte sombrero de palma”. Portaban en su mano una lanza y la soga utilizada para enlazar al toro colgaba al lado derecho de la maciza silla de madera cubierta de cuero. Relató que no temían a su “principal” enemigo, el tigre, al que cruzaban con su lanza. Agregó que de ellos no se debía pensar como hombres de letras o de gran cultura. “Su naturaleza, generalmente de origen indio, no desmiente su ascendencia”.

     Así como describió los elementos naturales del país, intentó una caracterización de los actores sociales que lo componían. Así, no debe entrar a duda que su percepción del “hombre venezolano” no fue sujeto a generalización. Ofreció las representaciones de lo que para él era ajeno, repulsivo o repugnante junto con el reconocimiento de virtudes en el otro. Es lo que se puede colegir de su percepción del llanero, si bien inculto, de acuerdo con su mapa mental y experiencia de vida, resaltó que el mismo mostraba una honradez, poco generalizada en la comarca. Anotó que el llanero iracundo, vengativo, aficionado al juego y endurecido por lo feraz de su ambiente natural, y por su modo de vida, contaba con una innegable disposición hacia la honradez y la sinceridad, “en lo que se diferencia favorablemente de todas las otras clases incultas del pueblo venezolano”.

APPUN

     Lo que parecería ser una regla, entre los viajeros que pisaron esta comarca en el 1800, se refería a los encantos y belleza de la mayoría de las venezolanas. Dejó asentado que, para cualquier hombre era difícil no percibir el primor y beldad de las damas del país. Subrayó que, las indígenas, las trigueñas, negras y las criollas poseían una tez “rara”, lo que no desmerecía sus encantos. Por otro lado, hizo referencia a los habitantes primigenios u originarios de estos espacios territoriales de quienes ofreció, en contraste con elucubraciones de los criollos venezolanos, una imagen en la que ensalzó el grado de organización social, las técnicas para defenderse de los enemigos y el conocimiento que mostraban de la flora y fauna silvestre. Bajo similar perspectiva, agregó sus alabanzas por la aplicación de remedios tomados de plantas medicinales, lo que lo llevó a reconocerles sus conocimientos de botánica.

     Sus opiniones políticas no fueron muy destacadas, aunque si mostró ser un agudo observador al apreciar los signos de cambio generalizados, en las postrimerías de la década del cincuenta. Contó que en una oportunidad a él y sus acompañantes los habían confundido con espías del gobierno de los Monagas. Quienes así lo hicieron los interrogaron acerca de la figura de Páez y quienes estaban al mando de las fuerzas oligárquicas. En virtud de esta circunstancia contó que él y sus acompañantes se dirigieron a una pulpería en la que escucharon improperios contra el gobierno imperante. Esto lo llevó a pensar que se estaba preparando una rebelión contra el presidente Monagas. Para hacer frente a diversas preguntas, provenientes de caballeros que mostraban inquina contra representantes del gobierno, decidió, en conjunto con sus acompañantes, contestar que eran oligarcas y, además, amigos de Páez.

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