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Una “fría” en El Donzella, parte de la historia caraqueña

En la primera mitad de siglo XX, la Cervecería Donzella, ubicada en el centro de la ciudad, se convirtió en el destino favorito de los caraqueños de todas las clases sociales

     A la famosa cervecería del centro capitalino acudían a refrescarse los más diversos personajes de las décadas de 1920, 1930, 19 40 y 1950. En ese local nació la célebre “Lisa”

     En la primera mitad del siglo XX, un local del centro caraqueño se convirtió en el destino favorito de los parroquianos de todas las clases sociales que acudían a disfrutar de una cerveza bien fría y a divertirse con los cuentos y anécdotas de personajes legendarios de las más diversas profesiones.

     Ubicado al norte de la Plaza Bolívar, entre las esquinas de Torre a Principal, abrió sus puertas por iniciativa del alemán Gustavo Strich, quien lo denominó Cervecería Strich. En la barra atendía un caraqueño descendiente de italianos, José J. Donzella, también conocido como el “Catire” Donzella o “Pepe” Donzella, quien terminó comprándole el negocio a Strich y le cambió el nombre por “Cervecería Donzella”, nombre con el que alcanzó mayor fama y se llenó de historia porque entre sus asiduos clientes figuraban las mentes más brillantes de la época.

     Entre cosas que formaban parte substancial de una Caracas añorada y singular, el recuerdo de los que andamos la treintena siempre tiene especiales menciones o favoritas nostalgias. 

     Así iremos evocando. . . ¡Plazas como la de “El Venezolano” ̶̶̶ hoy convertida en el espacio gris y seco de un estacionamiento ̶ cuyo colorido y algarabía se iniciaba con la venta de pájaros y bastones en San Jacinto! Granjerías como las conservas de “La Cojita”, tan sencillas, ¡pero tan dominantes como los azafates! ¡Vehículos como el tranvía! El amable “morrocoy”, que presumía de “tardío pero seguro” y también de su cabal reivindicación cuando la escasez de cauchos motivada por la II Guerra Mundial. Botiquines como la “Cervecería Donzella”, caraqueñísimo rincón que derramó sus sifones, abrió sus botellas y fue para tres generaciones de venezolanos ̶̶̶ además de refugio ̶̶̶ oficina de negocios, tertulia, redacción, estafeta de correos, banco y hasta casa de préstamo y empeños. La pluma “hereje” y “el reloj en bruto” quedaron en rehenes de copas mal administradas, aunque la casi anti-comercial amabilidad del “Catire” Donzella ̶̶̶ y después la de sus hijos ̶̶̶ era más propicia a aceptar “la firma del vale”, operación que con “los de la casa”, los “clientes de confianza” que formaban legión, llegaba a extremos tan insólitos como el que de seguidas se narra.

     Cierta vez un poeta del que puedo acordarme, pero cuyo nombre no es imprescindible para la veracidad de la anécdota, le dijo a Donzella:

̶̶̶ Mira Pepe, te voy a firmar un vale. . .

̶̶̶ Como no, chico ̶̶̶ le dio el “Catire”, ofreciéndole hasta la pluma.

     Pero el poeta no iba a firmar copas sino un dinero que pedía en efectivo. Como algo normal con determinados clientes, Donzella le entregó un reluciente verdín al poeta, que se despidió.

     Poco después, Donzella salió hasta la acera de su negocio a coger fresco y como divisó al poeta en la fuente de soda de enfrente, lo llamó a voces y le dijo:

̶̶̶ ¡Cónfiro, chico, cuando pidas unos reales en efectivo a la caja, siquiera gástartelos aquí. . .

     Pero se lo dijo en tono comprensivo, pues bien sabía el “Catire” Donzella que si el hombre estaba enfrente sería por algún compromiso de esos ineludibles que se le aparecen de repente al venezolano. Y la “Cervecería Donzella” estaba instalada en Caracas no solamente para “dar de beber al sediento”, sino para hacer infinidad de favores. Gama de favores que iba desde recoger para un entierro, recomendar un libro, conseguirle puesto a un “candidato” con altos funcionarios que frecuentaban la “Cervecería”, hasta recibir la correspondencia de sus parroquianos y prestarle el teléfono a todo el mundo que entraba por un rato o por un día a aquella especie de plaza cerrada cuyo techo decoraba un inmenso ventilador que se parecía a las hélices del avión de Lindbergh.

Última foto del “Catire” Donzella (el de lentes). Se la tomó durante la Serie del Caribe de 1949; lo acompañan Heriberto Herrera, Jaime Vivas (dueño de un célebre restaurante) y Antonio Legorburu

Génesis de la lisa

     La Cervecería Donzella tuvo su origen en la Cervecería Strich, donde J. J. Donzella se inició en el rito de la espuma lupulosa como hombre de confianza de Gustavo Strich. Alternaba con sus clientes en tarros, conversación y cachito, mientras Donzella, como segundo de abordo, estaba atento al negocio de su compadre y amigo.

     Hijo de italianos ̶̶̶ el genovés Antonio José Donzella y Magdalena Zanella, de San Remo ̶̶̶ Pepe Donzella nació, vivió y murió en Caracas, como ciudadano muy del patio. Había nacido en 1883 en la esquina de La Aurora y entre otras esquinas pastoreñas ̶̶̶ Toro a Dr. González ̶̶̶ murió en 1949 a raíz de un ataque cardíaco que le sobrevino al regresar de la primera Serie del Caribe de béisbol, jugada en La Habana, en febrero de 1949. Huérfano a los trece años, el muchacho se puso a trabajar en una renombrada panadería que quedaba en la esquina de San Pablo y después de la entrada de las tropas de Cipriano Castro a Caracas, en 1899, se empleó en La India, donde atendiendo la “selecta clientela”, de la cual se enorgullecía este negocio, iba a empezar a relacionarse con “todo el mundo” en Caracas.

     Cuadra y media más arriba, es decir, en plena esquina de La Torre ̶̶̶ un permanente chorro de cerveza y otro de cordialidad lo harían intimar con literatos, comerciantes, actores de teatro, músicos, toreros, agentes viajeros. . Porque “tutilimundi” pasaba tarde o temprano por la “Cervecería Strich”, la que le daría nombre a la “lisa”. El asunto fue así. . . En la primera guerra mundial empezaron a escasear los grandes tarros de cerveza bautizados por los caraqueños como “pumpás”, así como los chicos llamados “camaritas”, en honor a muchos sombreros de la época.

     Como proseguía la guerra ya quedaban pocos “pumpás” y “camaritas”, cuya importación de Alemania se dificultaba, Strich tuvo que poner en uso unos tarros lisos, es decir, sin los cortes y adornos ̶ ni las tapas ̶ de los tarros alemanes. Mucha gente que prefería el cristal más delgado de los nuevos vasos empezó a diferenciar al pedir su cerveza a los mesoneros:

̶ Mira, Lupercio: dame una bien fría en vaso liso.

O pegándole “chapa” y grito al veteranísimo Romero:

̶ ¡Ah, Cochino: la mía en uno de esos bichos lisos!

Y así, poco a poco, se fue imponiendo el femenino de esa catira con alba melena que es la cerveza:

̶ ¡Viejo Soto: dame una lisa!

    Quedaba bautizado en venezolano el vaso sifonero de cerveza. El ambiente de la Cervecería Donzella fue tema de muchas publicaciones, cuyos caricaturistas, reporteros, columnistas y colaboradores eran asiduos visitantes del local. Algunos de esos genios del ingenio criollo le dedicaron en Élite este soneto para ilustrar una caricatura, con el título: “El Rey de la Cerveza”

Esta que veis, genial caricatura
que nadie, en mi opinión,
mejor la haría es la de un buen señor que cada día
impone en nuestra vida su figura.

¿Quién, en efecto, tras la brega dura
no va a la popular cervecería
a buscar la beatifica alegría
que la virtud de los “pumpás” procura”?

 

 

Tiene en su nombre Don, Pepe Donzella
y don de gentes además revela
en su trato cordial y en su largueza;
y yo, en elogio de tan buen sujeto
quisiera hacerle un singular soneto
con catorce cacharros de cerveza

De izq. a der., el fotógrafo Marcelino Ramírez, Rafael Otazo, José Benigno Hernández (hermano del Dr. José Gregorio Hernández) y el propietario de la Cervecería, Pepe Donzella

La infinidad de los habituales

     De otros versos también estaba muy orgulloso el “Catire” Donzella; no a él dedicados, pero sí escritos a lápiz en el mármol de una mesa de la Cervecería en momentos de inspiración y turbulencia por el padre Carlos Borges (1875-1932). Desde este notable poeta y eminente orador sagradoh asta un Alfredo Sadel de voz adolescente pasaron por aquellas mesas. Novelistas como José Rafael Pocaterra y Andrés Mariño Palacios, para englobar varias épocas. Poetas como Sergio Medina, Andrés Eloy Blanco, Pedro Sotillo, Ángel Miguel Queremel, Luis Pastori y de más recientes promociones. Cuentistas como Joaquín González Eiris y Ramón Hurtado. Saineteros como Rafael Otazo. Dramaturgos como Alejandro Fuenmayor. Actores como Antonio Saavedra, Celestino Riera, Roberto Hernández, hasta Chuchín Marcano que lucía en graciosos cuentos cuando ni soñaba en actuar en televisión. Músicos como un venezolano que ahora es mundialmente conocido como director de orquesta y triunfa en Inglaterra, Edmundo Ríos.

     Un cordialísimo militar que llegaría a la Presidencia de la República: Isaías Medina Angarita. Ministros en ejercicio como los titulares de Obras Públicas, Tomás Pacanins, Enrique Jorge Aguerrevere y Edgard Pardo Stolk. Y abogados, médicos, ingenieros, billeteros de clientela fija que la tenían allí, vendedoras de arepitas como Emiliana, periodistas, empleados públicos.

  ̶ ¡Infinidad de “habitués”!  ̶ como recuerda Gustavo Donzella.

 

La escala zoológica

     Y si del MOP iban los ministros de Relaciones Exteriores iba el Ministerio en pleno, acostumbrado a la buena vecindad de la Cervecería, así como muchos de nuestros diplomáticos que allí se saturaban de venezolanidad cuando pasaban una temporada en el país. Entre tan heterogéneos grupos resaltaban los apodos que el ingenio caraqueño ha puesto a muchos ciudadanos.  Apodos que solamente en el aspecto zoológico y a guisa de unos cuantos ejemplos van de seguidas como retumbaban en los saludos o exclamaciones de la Cervecería:

̶ ¡Mira Guaquita: dile al Mono que lo llama el Conejo por la cabuya!

Eran   ̶ y aquí van ̶   la Guaquita (Oswaldo Rodríguez), el Conejo Ávila, el Mono Aguilar, el Pelícano Almenara, Cucaracha Cabrera, Caballito del Diablo Marcano, el Bisonte Todd (Guillermo), el Cochino Todd (Roberto), el Avestruz Todd (Jimmy), la Guaca Estévez, las otras Guacas   ̶ los Rodríguez ̶ catalogadas como Guaca Mayor, la Guaquita y la Guaca intermedia (Alberto), el Guaro Aguirre, el Macho Lugo, el Chivo Jiménez y tantos otros de diversas épocas.

Recordando todo esto con Gustavo Donzella, él agrega:    

̶ Bueno y todos los “toros” de apellido, que eran bastantes y por asociación de ideas:  

Antonio José Legórburu, “Car’e Ganao”, sin olvidar a mi hermano Tony que era el Búho, yo que era la Foca, e incluyendo (aunque no corresponda a esta escala zoológica) un alias tan sonoro como el de “Pichagua” Jaime y el de aquel Mayor que le gustaba tanto “la noble y vieja” que allá mismo lo bautizaron como el “Mayor de Licores. . .”

 

¡Mira donzella: que nos aparte una mesa. . .!

     Poniendo en juego nuevamente la maquinita esa de la asociación de ideas vienen en tropel rostros, sucesos, chistes, situaciones y a través de todo se memorizan clientes como el coronel Becerra que según Gustavo “se ponía bravo cuando no abrían a las nueve, ya que la Cervecería tenía mucho de oficina para él y allá establecía muchos contactos personales y telefónicos”. Y así como el coronel, “que fue de los que vino con el siglo y con Castro”, un hombre del 28 como Raúl Leoni, un Gobernador como Alberto López Gallegos, un clientazo como “Arepa” Vásquez y aquellos grupos de las colonias extranjeras que desde el viejo Vollmer (cuando cogía el tranvía en la avenida que hoy lleva su nombre para ir a la Cervecería) hasta los inmancables de la Shell, tenían “mesa fija”, o la apartaban por teléfono. Apartado que consistía en encaramarles las sillas a las mesas. Abuelos alemanes, franceses, italianos, ingleses, tuvieron en la Cervecería de Strich o de Donzella sus peñas; y más recientemente ciudadanos menos integrados pero que trabajan¿bnan en el país  ̶ como esos “musiúes” de la Caribbean: Kingsmill, Millar, Kane, Weller, Teasdale ̶  tenían su bien refugió allí con la “beatífica alegría que la virtud de los “pumpás” procura…”

     El imperio de la cordialidad en la Cervecería ̶ donde el viejo Donzella era samario, es decir, furibundo partidario del team guaireño “Santa Marta” ̶ lograba que se entendieran bien royones y magallaneros, como lo habían hecho fanáticos del “Samanes” y del “Independencia” y como lo harían gente apasionada por Julio Mendoza o por “Rubito”. Era un clima de camaradería, de verdadera y cordialísima unidad. Esto permitía, con el sin par igualitarismo criollo, que alternaran un ministro y un billetero. Ni siquiera los odios políticos y los rencores que se sembraron a partir de 1945 alteraron este clima tan especial e inolvidable. Por otra parte: aunque la última dictadura afectó notablemente al negocio y a los sucesores del viejo Donzella allí ̶ lugar con buenas antenas de sensibilidad y negocio de caras conocidas ̶ cualquier sicario o “auditor” por más listo que fuese pasaba más trabajos que un ciego prendiendo un cohete. . .

Caricatura de J. J. Donzella elaborada por el célebre humorista Leoncio Martínez

“Una amable cerveza a tu memoria”

     En medio siglo la Cervecería, que primero fue de Strich y después de Donzella y siempre fue de todo el mundo, hasta del famoso perro “Cenizo” que allí se metía todos los días.  La Cervecería pulsaba la alegría y conjugaba el dolor de la ciudad. Allí se ampliaba la noticia del momento, nacía el chiste, crecía el rumor, se ideaba el ensayo, el capítulo de una novela o brotaba la inspiración de algunos versos.  Y se celebraban grados universitarios, grandes faenas taurinas o triunfos deportivos, como el alcanzado por el equipo venezolano al titularse campeón mundial de béisbol amateur en La Habana en 1941. Entonces se tiró la casa por la ventana y el viejo Donzella llamó a Benito Canónico ̶ padre del “Chino” Daniel héroe desde la lomita de La Tropical habanera ̶ para que con su conjunto y su desquiciante “Totumo de Guarenas” amenizara la desbordante alegría en el local de la Cervecería . 

     Este local de Principal a Santa Capilla vio también la fiesta que con sus señoras dieron los médicos de la promoción de 1920 para celebrar sus bodas de plata en 1945. 

     Veinticinco años atrás estos médicos habían celebrado el grado en la Cervecería. Entre una y otra celebración solo una baja ̶ el Dr. Arístides Tello Olavarría ̶ había sufrido este grupo, integrado por los doctores y clientes Antonio José Castillo, Julio García Álvarez, Pedro del Corral, José Ignacio Baldó, Pedro Blanco Gásperi, Bernardo Gómez h., Pedro González Rincones, Pedro Antonio Gutiérrez Alfaro, Andrés F. Gutiérrez Solís, Guillermo Hernández Zozaya, Héctor Landaeta Payares, Gustavo H. Machado, Pedro Rodríguez Ortiz y Martín Vegas.

     Todos quedaron contentos, pero mucho más el “Catire” Donzella al constatar con gestos como este que el aprecio hacia su negocio no lo borraban ni los años, y que incluso se transmitía de padres a hijos y a través de promociones de tan diversos profesionales que formaban su clientela. Esa clientela, esas amistades, con gran sentimiento lloraron un 3 de marzo de 1949 la muerte del “viejo bregador de Strich”, del gran “Catire” Donzella, a quien otro as del humorismo caraqueño y finísimo poeta, Aquiles Nazoa, despidió desde la primera página de “El Morrocoy Azul” con estos versos:

También tú te nos marchas buen Donzella

te vas de esta Caracas tuya y mía

que bebió en tus sifones la alegría

de los tiempos del coche y la zarzuela

“Todo se está acabando en Venezuela”

me dijiste en la Torre cierto día

recordando unos versos al tranvía

en que yo hablé de “tu mejor clientela”

Y dijiste verdad: feliz testigo

de un tiempo que pasó junto contigo

se muere un poco de local historia

Descansa, pues, en paz, mientras sin llanto

bajo el cielo de marzo yo levanto

una amable cerveza a tu memoria

FUENTES CONSULTADAS

  • Misle, Carlos Eduardo. La Cervecería Donzella, allí nació la lisa. Elite. Caracas, julio de 1967.
  • Fantoches. Caracas, abril de 1923.
  • El Universal. Caracas, 3 de marzo de 1949
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