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Secuestro y asesinato de Julio Iribarren Borges (Parte II)

Tras el macabro hallazgo, bomberos y policías trasladan a la morgue los restos de Iribarren Borges

El jueves apareció el carro

     Las centrales de policía recibieron llamadas, pero eran imprecisas. Las patrullas corrían tras ellas en busca de una pista. Los allanamientos estaban a la orden del día. El jueves a las 3 y media de la tarde, cuando ya habían pasado 31 horas de la desaparición del doctor Julio Iribarren Borges, el 80, número de la Policía Municipal de Caracas, recibió un llamado: “El Cadillac que ustedes tanto buscan está en Coche, no lejos del liceo Pedro Emilio Coll”. El operador quiso conseguir más detalles, pero el que llamaba ya había colgado.

     Inmediatamente se dio la nueva a las patrullas. Las 5 que andaban por el sector no tardaron en confirmar que el que había llamado no había mentido. A 300 metros del liceo de Coche se hallaba el Cadillac que Iribarren Borges manejaba en el momento en que desapareció. No tenía las placas B7-18-22 sino las A3-74-33, que cuando se revisó los libros de la Dirección Nacional de Tránsito, también estaban a nombre de Julio Iribarren Borges. Y entonces se aclaró un error. Las placas señaladas el día anterior pertenecían a un Mercedes Benz de la familia, que con el nerviosismo, habían sido dadas a la policía.

     El carro fue remolcado hasta el estacionamiento de la PTJ con todos los cuidados para no perder detalles y huellas que los secuestradores pudieron dejar. En la guantera no encontraron ningún objeto que les señalara una pista. Solo un mapa de Caracas. Pero había una posibilidad. Algunos datos dados por teléfono decían que los secuestradores estaban por el lado sur de la ciudad de Caracas. El que hubieran dejado el carro abandonado por allí significa que los datos no eran peregrinos del todo. Había que seguir con los allanamientos.

     Cuando, los reporteros  les preguntaban a los funcionarios policiales cuántos habían hecho hasta esa tarde, contestaban: “Yo  creo que pasan de 400”. Pero Iribarren Borges seguía sin aparecer. Su hermano, el Canciller, Ignacio iribarren Borges, despues de asistir a la Conferencia de Cancilleres celebrada en  Buenos Aires, estaba en Brasil y allí se había enterado de la ingrata noticia. Tenía proyectado permanecer varios días en el país carioca, pero ahora cuando su hermano había desaparecido, adelantó su regreso para el viernes 3 de marzo.

     Personalidades de todos los sectores seguían acudiendo a la quinta “San Judas Tadeo”, donde Julito no dejaba de llorar, de dar mensajes para los secuestradores de su padre pedir que no le hicieran nada. Entre los visitantes de la señora Chichí de Iribarren estuvo el Cardenal Humberto Quintero. Cuando los reporteros le preguntaron su opinión sobre el secuestro, dijo: “Quiero aprovechar la visita a la familia del doctor Iribarren Borges para hacer un llamado a los secuestradores a fin de que procuren ponerle fin a la inmensa angustia en que se encuentra la mamá, señora honorable y de avanzada edad, así como también su esposa”. Y agregó: “En nombre de Dios hago este llamado con tono paternal, puesto que, como arzobispo de Caracas, soy padre espiritual de la familia venezolana y de los secuestradores”.

     Pero los secuestradores que en otro tiempo dejaron en libertad al futbolista Di Stefano y a los coroneles Smolen y Chenault, esta vez buscaban otro propósito. En los anteriores secuestros, todo había sido publicidad. Ahora el secuestro había sido para producir terror

 

El hallazgo macabro

 

     El viernes 3 de marzo las cosas no habían cambiado demasiado. La policía, como siempre, decía que a través de las huellas encontradas en el vehículo esperaban llegar hasta los secuestradores, a dos de los cuales ya tenían identificados. Incluso se habló de un oficial que, hace unos años, se fugó del Cuartel San Carlos.

     Pero pistas concretas no había. Las llamadas a la misma casa del secuestrado decían que sería puesto en libertad en el curso de la tarde. Esas llamadas decían que los que habían llevado a cabo el secuestro eran las Unidades Tácticas Urbanas, y que Máximo Canales (Paul del Rio) no había intervenido en ellas.

     Las llamadas comenzaron a ser precisas a las 5 y media de la tarde del viernes. A los diarios y a las radios llamaban diciendo que si querían encontrar al doctor Iribarren Borges que lo buscaran en una quebrada cerca de la entrada de Pipe, al borde de la carretera Panamericana. Los periodistas recibieron las llamadas y corrieron hacia el sitio señalado. Los policías también habían recibido llamadas en el mismo sentido y cuando llegaron al lugar, la primera patrulla de la Digepol ya había llegado.

     Desde ese momento se llevó a cabo una búsqueda que las sombras de la  tarde, y luego la oscuridad de la noche, hicieron más sigilosa. Policías y periodistas buscaban entre los matorrales y, cuando la claridad desapareció, debieron alumbrarse el camino con linternas.

     Lo único que sabían era que el doctor Iribarren Borges estaba en una quebrada, cerca de la entrada a Pipe. Las quebradas eran examinadas y los ranchos también. Los campesinos que hallaban eran detenidos preventivamente. Los agentes de la Digepol avanzaban con demasiadas precauciones. Temían una emboscada y, para evitar sorpresas, hasta se habían puesto de acuerdo en un santo y seña.

     La búsqueda duró unas dos horas y media. Y fue un chofer de un diario el que divisó, más allá de una brecha entre la maleza, una pantufla. Cuando se acercó vio el cuerpo sin vida de Julio Iribarren Borges.

     El espanto y el horror fueron las primeras reacciones de esos hombres, acostumbrados a las escenas terribles. Antes de tocar el cuerpo del abogado que había sido muerto a tiros, llamaron a un especialista en desmontaje de bombas para evitar sorpresas. Ese funcionario se encargó de revisar los bolsillos de Iribarren Borges. Este fue quien le halló sus anteojos en uno de los bolsillos interiotres de la chaqueta. Y el que le soltó las manos, que tenía entrelazadas sobre el pecho.

Todos condenan el crimen

 

     Desde que se confirmó la noticia de que Iribarren Borges había sido asesinado por sus captores, el ambiente de Caracas volvió a enrarecerse. Todas las personas entrevistadas por los reporteros de radios y diarios decían que se trataba de algo terrible y cobarde. Iribarren Borges no había sido un hombre de partido, ni siquiera era líder de su calle. Era un hombre independiente que había sido funcionario del gobierno y que había tenido sus inconvenientes como todo el mundo por mantenerse firme en sus ideas.

El presidente Raúl Leoni llora la muerte de su entrañable amigo Julio Iribarren Borges

     El canciller Ignacio Iribarren Borges habían regresado al país poco después de las 5 de la tarde. Había ido inmediatamente a saludar a su afligida cuñada. Horas después debía volver a darle el pésame.

     Cuando las noticias ya no dejaron lugar a dudas, líderes políticos de todos los partidos fueron a la casa de Iribarren Borges a darle el pésame a su viuda y sus familiares. El presidente Leoni también fue una vez más a la quinta de la Avenida principal del Country Club.

     Las radios emitían noticias hasta después de la media noche. A esa hora desde la Televisora Nacional, se produjo una transmisión en cadena. Habló el ministro de Relaciones Interiores, Reinaldo Leandro Mora. Muchas radios que esperaban hacer cadena con Radio Nacional se quedaron esperando y cuando supieron que el ministro de había dirigido al país desde otra emisora, su comunicado había terminado. Leandro Mira dijo que cerca del cadáver de Iribarren Borges habían sido halladas hojas de propaganda del FALN, donde decían que desatarían una ola de terror. “Por cada hombre que nos maten ultimaremos 3 del gobierno”, habían dicho esos comunicados en noviembre del año pasado. El ministro del Interior terminó su alocución con estas palabras: “El Gobierno quiere advertir claramente que realizará todos los esfuerzos posibles para que los asesinos del doctor Iribarren Borges sean castigados con todo el peso de la Ley, y al mismo tiempo hace un llamado sereno y firme, a todos los sectores que forman parte de la colectividad de que es hora de definiciones terminantes en beneficio de la República que todos anhelamos construir”.

     Una interminable caravana de automóviles acompañó a Iribarren Borges a su última morada el sábado 11 de marzo de 1967. A esa hora los policías y los periodistas seguían examinando el sitio donde había sido cobardemente asesinado el ex Director de los Seguros Sociales. Cuando los reporteros de “Élite” volvieron al lugar, los policías ya había limpiado el sitio de maleza y no querían que nadie se acercara. Esperaban conseguir la bala que había ultimado al médico valenciano.

     Los diarios de la tarde iban a publicar lo que el presidente Leoni y sus ministros habían acordado de una a 3 de la mañana, en La Casona: Las garantías, recién restituidas, volvieron a ser suspendidas, parcialmente. El ministro Leandro Mora llevó los decretos el sábado por la tarde.

 

Información tomada de la revista Élite. Caracas, N° 2.164 18, marzo de 1967; Separata de 8 páginas

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