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Secuestro y asesinato de Julio Iribarren Borges (Parte I)

     El viernes 3 de marzo de 1967 fue hallado en las inmediaciones de una quebrada cercana a la carretera Panamericana, el cuerpo del médico Julio Iribarren Borges, ex director del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, quien fue secuestrado por integrantes del movimiento guerrillero Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) en la urbanización caraqueña de los Palos Grandes, la mañana del miércoles 1 de marzo.

     Desde La Habana, Cuba, el 4 de marzo, Elías Manuitt Camero, un ex capitán del ejército venezolano, convertido en comandante guerrillero de las FALN, emitió declaraciones atribuyéndole el vil asesinato a su organización como “aplicación de justicia revolucionaria sobre un alto personero del gobierno, cómplice de engaño, de los desafueros que se cometen con los obreros venezolanos a través del Seguro Social Obligatorio, que hasta hace pocos días él dirigió, donde además realizó labor de espionaje y delación en favor de la DIGEPOL”. 

     Fidel Castro, gobernante comunista cubano, negó vínculos con el asesinato, mientras la plana mayor del movimiento subversivo-terrorista venezolano anunció que tomaría medidas contra los autores del crimen, que provocó que el gobierno nacional dictara una nueva medida de suspensión de garantías.

      La revista caraqueña Élite, en su edición del 18 de marzo, presentó una detallada crónica del secuestro y asesinato del doctor Julio Irribarren Borges, hermano de Ignacio Iribarren Borges, quien para entonces era el canciller de la República, la cual transcribimos a continuación:

El día anterior secuestraron a un comerciante al confundirlo con Iribarren

     El abogado Julio Iribarren Borges desapareció la mañana del miércoles 1° de marzo, mientras su esposa hacía las compras en un mercado del este de la ciudad. Pero la historia espeluznante había comenzado en realidad el día anterior. El martes 28 de febrero, poco antes de las 8 de la mañana, un hombre alto, de unos 50 años y de rostro arrugado, detuvo su Chevy II de color azul frente al edificio Saint-Morris, en el cruce de la calle Andrés Bello con la Segunda transversal de los Palos Grandes. El conductor esperaba distraído a uno de los hombres que trabaja con él en la firma Fitzer en Los Ruices. Entonces se le acercaron dos muchachos, que no querían preguntarle la hora, precisamente: “¡Córrase hacia el centro!”, le dijeron mientras uno le mostraba un revólver. Joaquín M. Portas, que así se llamaba el asaltado, no tuvo más que obedecer. Inmediatamente le pasaron unos anteojos que tenían adhesivos negros por dentro. Le colocaron esparadrapo en los ojos y le dijeron: “Póngase los anteojos”. Y como si eso no bastara, enseguida le pasaron un periódico: “Lea”. Y Portas tuvo que sujetar el diario en sus manos, como si la noticia que miraba lo tuviera muy entretenido, porque sentía el cañón del arma en sus costillas.

     Portas ha contado que lo llevaron por un lugar donde el tráfico estaba muy congestionado. Luego sintió el aire en su cara y el sonido de los cauchos, señal inequívoca de que iban por una autopista, a gran velocidad. Después metieron el carro por un campo tortuoso que lo hacía saltar en el asiento. Lo hicieron bajar, lo tomaron de un brazo y caminaron con él a través de un cerro. Cuando bajaron a una quebrada, lo registraron. Hallaron sus papeles. Portas oyó que uno decía: ¡” Qué broma”! Este no es el doctor Iribarren Borges. Eso, sin embargo, no cambió la situación de Portas. Permaneció en la quebrada como hasta las 3 de la tarde. Habían pasado 7 horas que a él le parecían más largas que todos los años que había vivido. Uno de los secuestradores le dijo entonces que lo iban a dejar libre, que no intentara salir antes de 20 minutos, porque le podía pesar. Portas dijo que no podía saber cuánto tiempo permaneció allí, porque le habían quitado no solo los documentos, sino también el reloj. Le contestaron: “Sus cosas se las dejaremos en la guantera de su carro. Para que no se cree problemas, cuente sin apuro, hasta 500, y entonces se saca la venda”. Portas dijo que haría eso. Cuando pasaron unos minutos se sacó el adhesivo de sus ojos y en el primer instante creyó que no podía ver. Después se dio cuenta de que estaba en una quebrada. Un sendero lo condujo hacia la carretera. Estaba cerca de Los Teques; Se aproximó allí y puso la denuncia.

     La policía no alcanzó a investigar ni a prevenir. A las 8 de la mañana del día siguiente fue secuestrado Julio Iribarren Borges.

Secuestrado el Dr. Iribarren Borges

 

     Julio Iribarren Borges, después de la larga batalla que dio por la ley del Seguro, había quedado agotado. Cuando nombraron una nueva directiva del IVSS, decidió descansar un tiempo antes de aceptar un nuevo cargo público o volver a su profesión de médico. Había pensado viajar a España por 3 meses. La noche del martes 28 de febrero salió a buscar distracción. Estuvo en el night club donde José Feliciano arrancaba aplausos. Por eso se acostó tarde. La mañana del miércoles se hubiera quedado en la cama hasta tarde, de no haber tenido que llevar a Julito y Cristina, sus hijos de 9 y 8 años, a sus colegios. Miguel Nai, el chofer de la familia, podía haber hecho eso, pero él se había acostumbrado a ello, y además, después de las 7 de la mañana jamás podía dormir. Su esposa, Chichí Sucre de Iribarren, decidió ir con él y pasar por un mercado. Julio Iribarren Borges no pensaba bajarse de su Cadillac modelo 1954 y por eso no se puso zapatos. Para no llamar la atención se puso un flux gris claro sobre el piyama con flores, y salió en pantuflas a ponerse al volante de su automóvil.

     De su residencia, la quinta “San Juda Tadeo”, ubicada en la avenida principal del Country Club, la familia salió poco antes de las 8 de la mañana del miércoles 1° de marzo de 1967. En el asiento delantero iba el matrimonio y, atrás, los dos hijos, y Juanita, una muchachita de uno de los servicios de la casa. Los niños iban a ser dejados en los colegios San Juan Bautista y San Ignacio de Loyola. Julito, sin dejar de moverse en el asiento trasero, vio que 3 hombres jóvenes los seguían en un auto deportivo rojo: “Los dos que iban en los asientos delanteros me parecieron bien jóvenes; el que iba atrás, en cambio, me pareció más viejo. Yo le dije a papá que esos hombres parecían estarnos siguiendo. Él me contestó que no me dejara influenciar por la televisión”. El muchacho dice que los del auto los siguieron siempre, que él los vio, hasta que se bajó en el Colegio San Ignacio de Loyola. “El carro tenía una parrilla, y sobre ella, los hombres llevaban una bolsa de papel. Tal vez allí llevaban sus pistolas y la cuerdas para atar a mi padre. Pero, ¿por qué lo hicieron?” Y el muchacho que cursa tercer grado volvió a sollozar.

     Después de haber dejado a los colegiales, el matrimonio Iribarren-Sucre se dirigió a Los Palos Grandes. Iribarren Borges detuvo su carro frente a los edificios “Lassie” y “Pinale”, en la esquina de la Primera Avenida y Primera Calle de Los Palos Grandes. La señora Chichí de Iribarren se bajó para hacer unas compras en el supermercado “La  Lucha”. Su marido se quedó en el auto, sentado al volante.

     Unos 20 minutos después, cuando salió con su bolsa de víveres, por la que había pagado 51 bolívares y 15 céntimos al cajero José Rodríguez, no vio el carro donde había quedado estacionado. Aunque a esa hora, por allí no había tanto tráfico, pensó que su marido se había aburrido esperándola y estaba dándole vuelta a la manzana para entretenerse. Lo esperó en la esquina más de 5 minutos y cuando el Cadillac negro no apareció, comenzó a impacientarse. Recordó que, a raíz de la ley del Seguro Social, su esposo había sido amenazado por voces anónimas, más de una vez. Recordó también que el 24 de diciembre del año pasado, entre los presentes mandados a su marido había una vela de regular tamaño con una tarjeta fúnebre que decía: “Tus días están contados”. Doña Chichí Sucre de Iribarren  regresó al supermercado y preguntó si su marido había pasado buscándola. Le dijeron que no. Ella llamó entonces a su casa y de allí le contestaron que el señor no había regresado.

El Cadillac negro que conducía Iribarren Borges al momento de su secuestro

     Después de esperar unos minutos más, ella volvió a su casa en un taxi y cuando había pasado más de una hora y su marido no la llamaba, ella llamó a la policía. Si él hubiera salido vestido, su desaparición lo habría extrañado menos. Pero así, con pantuflas, y el piyama asomándosele por debajo del pantalón, no podía ir a ninguna parte. Era posible que hubiera sido asaltado.

     Desde ese mismo momento las policías de Caracas, bajo un comando unificado, comenzaron a buscar al ex Director de los Seguros Sociales. Buscaban un Cadillac negro, placas B7-18-22.

     A las diez de la mañana, la presunción se había convertido en una certeza y la esposa de Iribarren, víctima de una gran crisis nerviosa, no podía atender a los policías y periodistas.

     Mientras las patrullas recorrían la ciudad de Caracas y sus alrededores y eran visitados los estacionamientos, a la quinta “San Judas Tadeo” comenzaron a llegar los amigos de la familia. A la una y media de la tarde del miércoles, llegó a la quinta el presidente Leoni y su esposa. La señora de Iribarren Borges, sollozando, les dijo: “Estoy loca con esto que está pasando”. El presidente Leoni la consoló. Toda la policía buscaba a su marido. Quienes lo tuvieran secuestrado lo pondrían luego en libertad, cuando supieran que detectives y guardias nacionales les pisaban los talones.

      Pero el miércoles terminó sin que la policía tuviera la menor pista. En otras oportunidades, los secuestradores, miembros de una  organización clandestina, se habían apresurado a llamar a las radios, dando la nueva. Esta vez no. En otras oportunidades los policías habían conseguido luego el carro utilizado en la operación. Esta vez el Cadillac tampoco aparecía.

 

Información tomada de la revista Élite. Caracas, N° 2.164 18, marzo de 1967; Separata de 8 páginas

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