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Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte II

Pedro Estrada, máximo exponente del cinismo que caracterizó al regimen dictatorial de Pérez Jiménez

“El cuarto de las bicicletas”

     Entre desmayos, golpes y ring, desnudos y sin probar comida, transcurrieron tres días. A Consalvi y a Castro los pasaron primero a los calabozos, mientras yo, incomunicado y maniatado, permanecía tendido en el suelo, en el tenebroso “cuarto de las bicicletas”, en el sótano del edificio. En la mañana del 12 de junio se presentó de nuevo al cuarto de torturas el “Bachiller” Castro y arrojándose sobre la cara un periódico me dijo: “Mira gran c…, igual suerte correrán todos ustedes” Era “Últimas Noticias”. En su portada aparecía una foto de Pinto Salinas, una gráfica con una camioneta de la Seguridad Nacional baleada y el siguiente truculento comunicado: “La Dirección de Seguridad Nacional cumple con informar al público que en horas de la mañana de hoy (11 de junio de 1953), en las cercanías de San Juan de los Morros, individuos que viajaban en un automóvil hicieron fuego contra una camioneta perteneciente a esta Dirección. Los agentes respondieron de inmediato, resultando herido uno de ellos y muerto uno de los ocupantes del vehículo de los agresores, quien resultó ser el Licenciado Antonio Pinto Salinas, solicitado desde hace tiempo por las Autoridades, como organizador de numerosos atentados terroristas. Los acompañantes de Pinto Salinas fueron detenidos”.

     Pocas veces he sentido mayor angustia y mayor dolor. Confieso con orgullosa hombría que lloré silenciosamente la muerte de quien había sido, desde la adolescencia, no solo un compañero de luchas e inquietudes, sino un hermano entrañable. No se merecía Antonio una muerte semejante. Él, el más humano y tierno de nuestra generación, poeta y alma noble, incapaz de proporcionar mal alguno a sus semejantes. 

     Quienes le conocimos en su exacta dimensión de hombre y combatiente, jamás habremos de comprender cómo la diabólica violencia de unos seres desnaturalizados pudieron descargar la metralla asesina sobre su magra figura con rostro de niño. En aquellos momentos de dolor ̶ más espiritual que físico ̶ olvidé mis propias torturas y me hice el propósito de honrar de por vida, sin mancilla y sin flaquezas, las banderas de redención que con tanta firmeza revolucionaria habían enarbolado las manos del poeta.

Un crimen horrendo

     Pero he aquí los hechos en su descarnada realidad, completamente diferentes a como los presentó la farsa el cinismo oficial.

     Revelada por Mascareño la ruta que llevaba Pinto Salinas, todas las alcabalas de la vía estaban ya en actitud de alerta. Fue así como resultó fácil apresarlo a la salida de la población de Pariaguán en horas del mediodía del 10 de junio. Inmediatamente fue conducido a las Oficinas de la Seguridad en la vecina población de El Tigre, donde los alcanzó la comisión despachada desde Caracas. El mismo día, en horas de la tarde, emprenden con el detenido el aparente viaje de retorno a la capital. Esperan la llegada de la noche en Valle de la Pascua, donde se le separa de sus dos restantes compañeros (Contreras Marín y el conductor Eulogio Acosta) y la caravana, hasta perder de vista a los demás. Sería la 1 y 30 de la madrugada. Detienen el auto en una curva del camino. A empujones sacan al detenido y lo conducen a un lugar próximo a la carretera. En la obscuridad de la noche se escucha una voz imperativa: “Prepárate porque te llegó tu hora”. . . Y una respuesta con acento firme: “Estoy preparado desde ayer”. . . Luego la brutal descarga de fusilería, confundida en un mismo hecho trágico con la apagada voz del poeta que caía acribillado cobardemente por sus perseguidores políticos. Quedaba sembrado allí, en aquella madrugada del 11 de junio de 1953, como testimonio de una vida heroica truncada por la violencia dictatorial.

     Contaba apenas 38 años. Había nacido el 6 de enero de 1915, frente al paisaje maravilloso de la cordillera andina en la población de Santa Cruz de Mora del Estado Mérida.

     Veamos ahora, a título de curiosidad histórica, cómo narra el Juez de Primera Instancia en lo Penal de San Juan de Los Morros, la forma como fue encontrado su cadáver: “A las cuatro horas y cincuenta minutos del día de hoy (11 de junio de 1953) la Seguridad Nacional ha informado a este Tribunal que aproximadamente en el kilómetro seis de la carretera de los llanos, en el punto denominado “Cueva del Tigre”, entre esta ciudad y el vecindario “Los Flores”, se ha hallado una persona muerta, disponiéndose abrir la averiguación sumaria correspondiente”

     Más adelante agrega: “Al margen derecho de la carretera el Tribunal constató la presencia de una persona aparentemente muerta: de las siguientes características: persona de regular estatura, de mediana contextura; camisa de color kaki, pantalón de casimir a rayas gris”. Y sigue describiendo los objetos que portaba, entre ellos “una estampita de la virgen de Coromoto, una cadenita de oro, pendiente del cuello, con dos medallitas, una con la efigie de Nuestra Señora del Carmen y la otra con la efigie de Nuestra Señora de Coromoto. . .”

     “Presente el médico forense de esta Circunscripción Judicial ̶ prosigue el expediente ̶ examinó en el mismo acto el cadáver, el cual presentó las siguientes heridas producidas por arma de fuego: herida en la sien derecha; herida en la región malar derecha; orificio en la región deltoidea derecha; orificio de herida axilar derecha; orificio en la región pectoral derecha y otro en la misma zona, separados uno de otro por una distancia de cerca de dos centímetros. . . ”.

     Como puede observarse en esta patética descripción del juez que ordenó el, levantamiento del cadáver, Pinto Salinas fue acribillado de la manera más salvaje e inhumana; sin embargo, los esbirros quisieron aparentar que el cadáver se encontraba abandonado y sin identificación, por lo que el mismo Juez asienta en el acta que el Tribunal hubo de trasladarse a las oficinas de la Seguridad en San Juan de los Morros, “a fin de identificar, por los medios necesarios, el cadáver de la persona fallecida”. . . Y mientras en el lugar del suceso la Seguridad montaba la farsa descrita, en Caracas Pedro Estrada, con ese cinismo que caracterizaba al régimen dictatorial, publicaba en la prensa diaria el breve comunicado aludido anteriormente, desvirtuando completamente los hechos y pretendiendo hacer ver que había ocurrido en un encuentro armado entre Pinto Salinas y una brigada del mencionado cuerpo represivo. En forma tan burda la Seguridad pretendía ocultar la verdad de tan monstruoso crimen.

Última morada

     Pinto Salinas fue sepultado en el cementerio de San Juan de Los Morros, en la misma fosa que la dictadura había reservado para Alberto Carnevali, fallecido 22 días antes en un camastro carcelario de la Penitenciaría General de Venezuela, y trasladado finalmente su cadáver a la ciudad de Mérida al día siguiente de su muerte. Durante seis años permanecieron los restos de Pinto Salinas en tierras de Guárico, hasta que fueron trasladados al Cementerio General del Sur, en la fecha aniversaria del 11 de junio de 1959, en la cual también sus compañeros de partido le erigieron un monumento a su memoria, en el propio sitio de su asesinato. Allí, la lápida de mármol recoge unas palabras mías: “Antonio Pinto Salinas, poeta de la ternura infinita, habría de escribir con su propia sangre, en la hora suprema de su sacrificio, el poema perenne de la rebeldía”.

     Hemos querido recoger este relato como un testimonio de uno de los crímenes más sombríos que pesan sobre la conciencia de los hombres que escarnecieron el gentilicio venezolano durante una década de oprobio y dictadura. El asesinato de Pinto Salinas, como el de muchos otros venezolanos sacrificados cobardemente por la tiranía, debe tener para las generaciones del presente y del porvenir ̶ ya lo hemos dicho otras veces ̶ el categórico acento de una irrenunciable determinación cívica de impedir por siempre el ominoso retorno a nuestra tierra, de regímenes signados por la barbarie y la opresión.

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