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Los fantasmas de la vieja Caracas

     Son muchas las tradiciones y hechos del pasado perdidos en esta inmensa ciudad y entre esas cosas que se fueron y no volverán se encuentran las famosas leyendas de “aparecidos” tan fantásticas en la Caracas de antaño.

     Esos espectros que tanto atemorizaron a los caraqueños, desde tiempos de la colonia hasta principios de nuestro siglo, alcanzaron las formas más diversas.

     Entre ellas encontramos figuras de animales, de mujeres grotescas, de enanos y de objetos diversos.

     Entre los fantasmas más famosos de la época encontramos a “La Sayona”, “La Llorona”, “Las Ánimas”, “El Carretón Fantasma o de Trinidad” y “La Mula Maniá”.

Uno de los más famosos “muertos” del siglo XIX fue “La Sayona”, de quien aún oímos hablar

La Sayona

   Uno de los más famosos “muertos” del siglo pasado fue “La Sayona”, de quien aún oímos hablar.

     Según se cuenta, La Sayona era una mujer altísima, desgarbada y de grotescas proporciones quien siempre iba vestida de negro, con una saya de larga cola que arrastraba en su paso fugaz por las calles caraqueñas. De allí el origen de su nombre.

     Esta mujer de afiladas uñas, que lanzaba una luz rojiza por los ojos, tenía la facultad de desdoblarse, transformándose algunas veces en un agresivo perro o en un gigantesco lobo, de brillantes colmillos.

     Las personas que aseguraban haber visto a “La Sayona” explicaban que en su metamorfosis lo primero que desaparecía era el ropaje negro que la caracterizaba, luego el cuerpo se adelgazaba y por último ésta se tiraba al suelo, en donde se transformaba en la figura de un perro o de un lobo.

     Otras personas afirman que este fantasma tenía la capacidad de alargar algunas partes del cuerpo, tales como sus extremidades y su cabeza.

     Generalmente, “La Sayona” hacía sus apariciones durante altas horas de la noche o en la madrugada cuando había muy poca luz en toda la ciudad..

     Junto a “La Sayona”, según se cuenta, aparecía otro espectro que llamaron en aquella época “El hermano penitente” que acompañaba a “La Sayona” por los lugares más oscuros y solitarios de Caracas.

     “El hermano Penitente” era un alma en pena que se paseaba rezando, confesando sus pecados, y lanzando alaridos de vez en cuando. Los que lograron ver al “Hermano Penitente” cuentan que se presentaba vestido de blanco, con grandes cuentas blancas alrededor del cuello y una cruz del mismo color, cayéndole en el pecho.

 

La Llorona

     “La Llorona” fue otra de las tantas historias de “aparecidos” que tuvo gran resonancia durante el siglo pasado y aún a principios de este.

     Según la leyenda, ésta fue una mujer condenada al eterno dolor por el delito de haber asesinado a su pequeño hijo.

     Contaban que “La Llorona” era una mujer soltera que para ocultar su “pecado de amor” estranguló a su hijo recién nacido, lanzándolo por una quebrada cercana al poblado donde habitaba.

     Con el tiempo, a la mujer le llegó el arrepentimiento y enloquecida por el dolor comenzó a llorar.

 

El carretón fantasma o de la Trinidad

     Esta fue una tradición caraqueña que predominó durante los siglos XVIII y XIX. El escritor Antonio Reyes en su libro “La Fantasía en la Crónica Popular”, hace la siguiente descripción del “Carretón Fantasma”: “Era una carreta gigantesca y desvencijada que sin guía ni ocupante alguno se lanzaba agresiva y amenazadora en un recorrido loco e incesante que solo terminaba con el advenimiento de la aurora. Y ante ese saltar y resaltar sobre el empedrado de las calles, los ánimos más decididos se sentían agobiados por un temor de muy difícil clasificación. El temor a lo desconocido, el “temor” a todo aquello que no está supeditado a la mano del hombre”.

     Algunas personas llegaron a asegurar que dentro del carretón podría observarse que un bulto rojo, con cuernos y rabo, lanzaba fuego por los ojos y la boca.

     El día que prefería para hacer temblar a los asustadizos caraqueños, era el viernes en la madrugada, cuando dejaba escuchar un sonido que en principio era muy suave, pero que se intensificaba cada vez más hasta formar un verdadero escándalo.

     La imaginación de los caraqueños de entonces, fervientes creyentes de los “aparecidos”, le atribuyó al “Carretón Fantasma” un itinerario ya establecido.

     Algunos afirmaban que partía de la Plaza del Panteón, atravesaba todas las calles hacia el Este y se perdía en las inmediaciones de la Plaza Candelaria.

     Otros aseguraban que el viaje lo hacía en dirección al Sur, desde la Plaza de la Trinidad, en San José, hasta la esquina de Las Piedras, en Santa Rosalía.

     Aquellas personas que tropezaban con el carretón, morían en el acto bajo sus poderosas ruedas y las que no encontraban la muerte, quedaban ciegas para que no volvieran a verlo.

     Al “Carretón Fantasma” también se le llamó “Carretón de la Trinidad” porque era en el Barrio de la Trinidad donde comenzaba a hacer su recorrido.

     Este barrio era un terreno ubicado entre el Hospital Vargas y el Puente de la Trinidad, que estaba rodeado de barrancos (Quebrada de Caraballlo) menos en el Norte donde se encontraba el cerro y en donde predominaba una oscuridad total.

 

El rosario de las ánimas

Otros “aparecidos” que no podían faltar, y que recorrieron las calles caraqueñas apenas alumbradas por pequeños faroles o velas de cebo, fueron las “ánimas”, que al igual que todos los fantasmas aprovechaban la oscuridad de la noche para hacer sus espectaculares apariciones.

Según la imaginación popular, las “ánimas” era un grupo de “sombras” que se paseaban en fila por las aceras de la ciudad vestidas de blanco, portando hachas encendidas, entonando un cántico que para Don Teófilo Rodríguez era. . . “fúnebre, monótono, modulado por voces que parecían salir de las entrañas de la tierra. . .”

“El enano de la Torre y la Mula Maniá”

     Son muy pocas las personas que conocen la leyenda del “Enano de la Catedral” y la “Mula Maniá”, sin embargo, no fueron desconocidos para los habitantes de la Caracas de 1800 y causaron el mismo terror que “La Sayona”, “La Llorona”, “Las Ánimas” y “El Carretón Fantasma”.

     El Enano de la Torre de Catedral, aseguraban los crédulos caraqueños, era un enano de desagradable voz, que salía después de las doce de la noche, asustando a los aventureros y trasnochadores.

     Este “aparecido” tenía la facultad de crecer de tal forma que llegaba a la estatua de la Fe ubicada en lo alto de la torre.

     Por su parte, la “mula maniatada o maniá”, fantasma del siglo pasado, fue una mujer chismosa y escandalosa a quien Dios castigó convirtiéndola en este animal, lanzando relinchos como el caballo y rebuznando como el asno.

     Las personas preferidas para sus ataques fueron los enamorados que tranquilamente conversaban en las ventanas y aquellos individuos que por cualquier emergencia tenían que salir a altas horas de la noche.

     Parece ser que la historia de la “mula maniá” fue una invención de los vecinos caraqueños para contener las murmuraciones y chismes de las viejas, amigas de “darle a la lengua”.

 

El mejor aliado, la oscuridad

     Todos estos fantasmas que hacían sus “apariciones” en nuestra vieja ciudad, escogían la madrugada y altas horas de la noche para asustar a sus creyentes pobladores.

     Esto era debido a la oscuridad reinante en aquella época, puesto que aún no había llegado la luz eléctrica y las calles y casas se alumbraban con mecheros de kerosene y velas de cebo.
A lo que se agrega la abundancia de matorrales, quebradas, barrancos y acequias que rodeaban la ciudad.

 

Ardid de los enamorados

     Como a las señoritas de aquella época no se les permitía salir de noche, y a las diez de la noche tenían que quitarse de la ventana, para evitar murmuraciones y “el qué dirán”, los enamorados ingeniosos inventaron la historia de aparecidos para verse a solas con las niñas.
Y mientras la familia atemorizada por la aparición de un fantasma, se reunía en la sala, para rezar el rosario, la jovencita cómplice corría hacia el corral o fondo de la casa para encontrarse con su amado.

     El miedo por estos espectros era sentido por todos en general. Sin embargo, la creencia firme de que estos seres provenían del más allá era más acentuada entre los esclavos y las criadas descendientes de éstos.

     La llegada de la luz eléctrica, la ilustración y presencia de policías, contribuyó a la desaparición de estos fantasmas.

 

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 22 de febrero de 1974

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