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La Quinta Anauco

Casa de Los Erasos

La Quinta Anauco fue donada al Estado venezolano en 1958

     La Quinta de Anauco sirve hoy de espacio físico para el Museo de Arte Colonial de Caracas, exhibe objetos y artículos de la época colonial.

     El Museo de Arte Colonial, institución que cobija una de las colecciones de arte colonial más valiosa y mejor conservada de Venezuela, fue fundado el 16 de diciembre de 1942, por Alfredo Machado Hernández, en la casa de la esquina de Llaguno. Luego de que el edificio fuera demolido en 1953, el museo cerró por espacio de ocho años, hasta que, en 1961, fue trasladado a la Quinta Anauco, donde aún funciona. En 1958, fue donada por la familia Eraso al Estado venezolano.

     Fue concebida como una casa de campo, de una planta, con varios niveles y pasillo exterior, con más de 700 metros de construcción, con dos patios internos y las habitaciones en hileras, las cuales se comunican interiormente.

     En 1827, se hospedó en ella el Libertador Simón Bolívar entre el 2 y el 6 de julio, fecha en que partió rumbo a Colombia para no regresar jamás a la Patria.

     Antes de que la casa pasara a manos del Estado venezolano, la revista Gente Nuestra realizó una visita a la familia Eraso, propietaria entonces de la hermosa casa colonial y, en su edición del mes de diciembre de 1954, publicó un reportaje en el que “recorre los corredores y jardines de la casona, vieja de siglos, remanso de paz sosiego y belleza que parece imposible de lograrse apenas a unos minutos del agitado centro de Caracas.

     Gracias a la gentileza de doña Dolores Aguerrevere de Eraso y de Cecilia Eraso de Ceballos Botín, que habitan hoy la casona de Anauco, propiedad de la familia Eraso hace más de cien años, podemos invitar a los lectores de la revista Gente Nuestra a compartir con nosotros el placer de conocer parte de la historia de esta emblemática casa caraqueña.

     Comprendemos muy bien a Cecilia Eraso cuando nos dice: ‘Salimos muy poco, casi no vamos nunca a Caracas’. Esta deliciosa casa colonial, con sus corredores y ventanas de otra época, sus amplios jardines llenos de frondosos árboles, invitan verdaderamente a no abandonarla nunca, como han hecho los Eraso a través de los años, en los cuales Anauco ha representado el lazo de unión de la familia.

     Anauco, ligado íntimamente a la historia de nuestra ciudad, evoca con su nombre reminiscencias de varios siglos de vida caraqueña. Primero el río Anauco, que cuando la fundación de Caracas corría limpio y caudaloso a través del fértil valle, marcando el lindero Este de la ciudad. Luego en la Colonia fue la casa de Anauco plaza fuerte, con su garita orientada a la montaña para prevenir el peligro de posibles atacantes que bajaban por ella, generalmente piratas que asaltaban nuestras costas.

     Más tarde, en el estilizado siglo dieciocho, morada de la aristocracia criolla, personificada en el Marqués del Toro. Y surge entonces la figura leyendaria de la linda Marquesa, la cual en recuerdo y fidelidad a un gran amor, divino o humano, manifiesta a Don Francisco, en el día de sus bodas, su inquebrantable decisión de ser su esposa tan sólo en nombre. Y se hace construir sus habitaciones en la parte alta de la casa, y allí vive recluida, bajando únicamente dos o tres veces al año, para atender dignamente al señor Obispo, cuando viene a celebrar festividades religiosas en el Oratorio de la casa, mientras Don Francisco se consuela dando alegres y elegantes recepciones en sus amplios salones, alumbrados con las bellísimas arañas de cristal y plata, que había encargado su padre al virreinato de Méjico, y habían llegado poco antes de su boda.

     Y cuando el vendaval de la Independencia estremeció hasta sus cimientos el andamiaje de la vida colonial, el Marqués del Toro, siguiendo a su amigo Simón Bolívar, cuyos ideales compartía, corrió a ponerse al frente de su batallón de las Milicias de Aragua.

     Y luego, en la agitada época que siguió, y en sus breves visitas a su ciudad natal, el libertador visitaba Anauco con frecuencia, saboreando como goce raro para él, el ambiente reposado y apacible de la casona. Y en su última visita, el año 27, decepcionado y triste, pudo decir a su amigo de siempre: “Dos cosas no han cambiado en Caracas, Marqués, Ud. y el Ávila”.

     Después de la muerte del Marqués de Toro, Anauco decayó, empobrecido por las guerras civiles. A mediados del siglo diecinueve fue ocupado por un Ministro inglés, míster Boggan, que fue comprando poco a poco todos los bellísimos muebles. Se llevó a Londres todas las maravillosas arañas de cristal y plata encargadas con todo detalle al virreinato de Méjico, las que quizá alumbraron en un baile la belleza de las Aristeiguieta, en las postrimerías del siglo XVIII caraqueño, y la cama señorial de enormes pilares de plata bruñidos, provenientes también de las minas de Taxco, que cobijara los insomnios del Marqués en las peligrosas noches que precedieron la revolución de la Independencia.

La Quinta de Anauco es en un portal a la Caracas colonial de indudable valor histórico y cultural

     Mr. Boggan estaba animado de un espíritu destructivo. Las flores y los árboles de los jardines de Anauco no podía llevárselos a su país, pero se entretenía en cortar los troncos de los árboles de canela que rodeaban la casa para alimentar el fuego con que asaba los pollos que llevaban a su mesa, a los que la perfumada corteza tropical daba sabor exquisito.

     Se cuenta también de él que era poco hospitalario. Cuando llegaba a la casa un visitante del que deseaba deshacerse pronto, le preguntaba con toda cortesía: ¿Quiere usted fumar, amigo? Y ante la respuesta afirmativa del incauto, llamaba en voz alta: Muchacho Tabaco y Candela e inmediatamente se presentaban amenazadores tres enormes mastines que atendían a estos originales nombres, haciendo marchar al visitante más que de prisa.

     Do Domingo Eraso, atraído por la belleza del histórico sitio, adquirió Anauco en los alrededores de 1860, y lo restauró completamente. Gran parte de los árboles que hoy dan sombra a los jardines, fueron plantados por él en esa época. Don Domingo pasaba seis meses del año en su finca de Anauco, y los otros seis en Europa, especialmente en Inglaterra, donde educaba a sus hijos.

     A fines del siglo pasado en los primeros años del novecientos, Anauco se convirtió en el “salón” de la sociedad de la época, cuando vivían en él Luis Eraso, hijo de Don Domingo y su señora Helena Bunch, hija de un diplomático inglés acreditado en Caracas. Helena transformó los alrededores de la casa en bellísimos jardines, creados por jardineros profesionales. Hizo construir una cancha de tennis, y fue en Anauco donde se jugó tennis por primera vez en Venezuela. Se reunía allí, unas veces a jugar tennis, y otras a tomar té (dos enormes novedades para el momento), la juventud caraqueña de entonces, que también aprovechaba la oportunidad para enredar noviazgos, muchos de los cuales se convirtieron en matrimonios felices.
Allí iban Amelia, Mercedes, Josefina y Panchita Eraso Larráin, Isabel Sturupp, Berta Braun, Guadalupe y Carmelita López de Ceballos, Aquiles Pecchio, Lorenzo Marturet Rivas, Miguel Castillo Rivas, Bartolomé y Juan Antonio López de Ceballos, los Yánez, Totón Olavarría y sus hermanas Mimita y Lucía, Roberto Todd, Antonio Martínez Sánchez, entonces edecán del General Crespo, Eduardo Eraso, Bernardino, José Antonio, Carlos Vicente y Alfredo Mosquera y para dar el acento inglés, Mister Wallis, Mister Cherry y otros.

     Mister Cherry vivió más de cincuenta años en Venezuela y llegó a ser una institución que representaba al ferrocarril inglés.
En momentos en que la compañía que había contratado el ferrocarril para el Tuy quebró, Mister Cherry, que había venido como administrador o contable, y no tenía nada de ingeniero, decidió comprarlo e instalar el ferrocarril por su cuenta. Esta decisión fue la responsable del modo sui-géneris y pintoresco como se condujo el ferrocarril inglés entre nosotros, que al decir de los contemporáneos, cuando el tren se atascaba en medio del camino, bajaban los funcionarios a la vía y ordenaban drásticamente: “los de segunda a empujar”. Y también decían los chiquillos, cuando la máquina llegaba cansada y dando resoplidos a la estación pueblerina, imitando el ruido de la locomotora: “Poco a poco, Mister Cherry, que se acaban los carbones”.
En esa época hizo Joaquín Crespo un Hipódromo en Sabana Grande. Era una sola recta, y allí llegaban los elegantes coches. Luis y Elena Eraso causaban sensación cuando aparecían montados en briosos caballos, ella trajeada de amazona, y recorrían la pista después de las carreras.

     Otro de los asistentes era el conde italiano Mestiati, que había venido a parar a Venezuela gracias a una historia tragicómica, casi de opereta. Parece que el conde, hombre simpático, alto y pelirrojo, primo del Rey de Italia o casi, le gustaba el vino, las mujeres y las cartas un poquito más de lo que le era permitido a un oficial del Ejército. Y su familia, para evitar mayores males, decidió casarlo. Le escogió novia entre la aristocracia italiana y fijó la fecha de la boda. Los amigos el conde quisieron darle una inolvidable despedida de soltero la noche antes, ya que después iba a entrar al buen camino. Y la despedida fue tan completa, los regocijos fueron tales, que en vez de una noche duró dos días, uno de los cuales era el de su boda. Y cuando se presentó a su casa, su padre desesperado por el escándalo dado y el desaire infligido a la novia, que pertenecía a la más alta aristocracia, todo lo cual había acabado con su carrera, lo puso a escoger entre pegarse un tiro o irse a América, y él optó por lo último. Años después. Ya viejo, vivía en una hacienda por Los Chorros, convertido en una figura leyendaria y popular, con sus ojos azules y una gran barba blanca que le llegaba al pecho. Y entre los temporadistas de Los Chorros (cuando se temperaba allí) era un programa hacer una excursión a “Mestiati”, como llamaban a la pequeña hacienda enclavada en una loma.

     Otro era Míster Middleton, que fue Ministro inglés en Caracas, y le gustó tanto esta tierra que cuando le llegó su jubilación, resolvió quedarse a vivir aquí. Todas las tardes salía vestido de levita gris, a pasear por los barrios pobres, donde conversaba con las gentes y se enteraba de sus necesidades. Cuando veían que en una casa faltaba verdaderamente algo, al día siguiente enviaba dinero o víveres, y muchas veces, cuando ya conocía a la familia, metía por la ventana los billetes y seguía su paseo. Ya la gente sabía que eso era ‘cosas del inglés’.

     Pero volvamos a Anauco. Años después lo habitó Don Guillermo Eraso, hijo también de Don Domingo, y a su muerte, su hermano Don Enrique y su familia lo vivieron por mucho tiempo.

     Don Enrique Eraso, prototipo del terrateniente criollo, dio un gran impulso a nuestra agricultura, ocupándose personalmente de sus haciendas en el valle de Caracas y en los valles del Tuy. Sus hijos fundaron hogares que son ornato de nuestra sociedad. Hoy viven en Anauco, bajo recuerdos centenarios, depositarias de la mejor tradición caraqueña, Doña Dolores Aguerrevere, viuda de Don Enrique Eraso, y su hija Doña Cecilia Eraso, viuda de Ceballos, con su hijo Pablo Ceballos Botín Eraso, a quienes repetimos las gracias por su amabilidad y gentileza al habernos permitido presentar este reportaje.

     La Quinta de Anauco es en un portal a la Caracas colonial de indudable valor histórico y cultural”.

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