Guerrilleros asaltan el museo de Bellas Artes

29 Ago 2022 | Ocurrió aquí

En 1963, cuatro operaciones de alto impacto puso en práctica el movimiento guerrillero venezolano, por intermedio de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), con el apoyo del régimen comunista cubano de Fidel Castro, contra el gobierno democrático de Rómulo Betancourt. El robo de cinco importantes obras de artes (enero), el secuestro de un barco (febrero), la retención del famoso futbolista Alfredo Di Stéfano (agosto) y el ataque al tren de El Encanto (septiembre) fueron las cuatro acciones más notables de la guerrilla venezolana en ese año 1963.

Un comando guerrillero, en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas
Un comando guerrillero, en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas

     El miércoles 16 de enero de 1963, el comando de guerrilla urbana “Livia Gouverneur” de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Las obras robadas eran de Vincent van Gogh (Flores en un vaso de cobre), Pablo Picasso (Naturaleza muerta), Paul Cézanne (Bañistas), George Braque (Naturaleza muerta con peras) y Paul Gauguin (Naturaleza muerta).

     Los cuadros habían sido enviados, en calidad de préstamo, por el Museo de Louvre, para ser expuestos en la mencionada muestra.

     La acción tuvo repercusión informativa y rechazo de la comunidad mundial, incluso llegaron a compararla con el robo de “La Gioconda”, de Leonardo Da Vinci, del Museo de Louvre, de Paris, en el año 1911.

     Afortunadamente, gracias al operativo que emprendió la Policía Técnica Judicial (PTJ) los autores fueron identificados, capturados en muy poco tiempo y recuperadas las obras.

     La policía informó que solicitaba a cinco jóvenes, cuatro hombres y una dama. El entonces Ministerio de Relaciones Interiores declaró que «ocho mil policías están tras las pistas de los culpables».

     La noticia del secuestro de los famosos cuadros franceses recorrió la primera página de la prensa mundial, y fue reseñada ampliamente por las agencias de noticias internacionales.

     Las obras hurtadas del MBA estuvieron desaparecidas por 74 horas aproximadamente antes de su recuperación. El sábado 19 de enero de 1963 son devueltas al Museo de Bellas Artes. La exhibición, que había sido inaugurada el 21 de diciembre de 1962 y cerrada el 16 de enero tras el espectacular robo, fue reabierta al público el 7 de febrero y clausurada cinco días después, el 12 de febrero.

     Cerca de 25 guerrilleros participaron en el robo de los cuadros, 10 de ellos de manera directa en el lugar de los acontecimientos. Uno de los cabecillas que planificó el asalto fue el comandante Máximo Canales, cuyo verdadero nombre era Paul Del Río, quien, ese mismo año, participaría en los secuestros del barco de carga “Anzoátegui” y del famoso futbolista argentino del club español Real Madrid, Alfredo Di Stéfano. 

    Una extraordinaria crónica sobre este suceso fue escrita por el periodista Víctor Manuel Reinoso, en la edición de la revista Elite del 26 de enero de 1963, cuya transcripción ofrecemos a continuación.

 

El robo de los cuadros
Por Víctor Manuel Reinoso

      Una edición extra de cierto pasquín extremista [Tribuna Popular] dio la pista para que la Policía Técnica Judicial (PTJ) detuviera a los asaltantes cuando se dirigían a la casa del senador Arturo Uslar Pietri para devolver los cuadros, asegurados en poco más de 3 millones 300 mil bolívares.

     Eran las 8 y 5 de la noche del sábado 23 de enero. Entonces se produjo un silencio en la conferencia de prensa que ya terminaba. Un hombre delgado, de suave mirada y cara roja, había hecho su entrada a esa sala del piso 11 del edificio de la PTJ.

–Adelante, profesor. Aquí le tenemos sus cuadros completos.

     El que dijo esto fue Remberto Uzcátegui, director de la PTJ, quien separado de los reporteros locales y los corresponsales extranjeros, había terminado de contar cómo habían sido recuperados los 5 cuadros franceses.

     Miguel Arroyo, director del Museo de Bellas Artes, se acercó. Le dio la mano al jefe policial, saludándolo en voz baja. Inmediatamente se inclinó sobre cada una de las 5 obras maestras, cuyo robo había hecho vivir 75 horas del más espectacular suspenso a Venezuela.

     Los fotógrafos se atropellaban tomándolo junto al van Gogh, al Cézanne, al Gauguin, al Picasso o al Braque. Por fin se volvió hacia los periodistas que esperaban sus palabras como una sentencia. Su cara estaba más roja con el calor de las potentes lámparas de los noticieros de TV. Dijo, feliz:

Uno de los cinco cuadros robados fue “Flores en un vaso de cobre”, valiosa obra del artista neerlandés, Vincent van Gogh, elaborada en 1889
Uno de los cinco cuadros robados fue “Flores en un vaso de cobre”, valiosa obra del artista neerlandés, Vincent van Gogh, elaborada en 1889

–Están intactas. No han sufrido deterioro alguno. –Se inclinó de nuevo sobre “Flores en un vaso de cobre”, cuadro pintado por Vincent van Gogh en 1889, y agregó–: Solo éste tiene dos rayitas muy fáciles de hacer desaparecer.

     Así desapareció la última sospecha de que las 5 telas aseguradas en 750 mil dólares no fueran las auténticas. A esa hora ya se había hecho el primer intento de guardarlas en las mismas cajas de cartón donde las tenían embaladas los miembros de las llamadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), organización terrorista de los comunistas locales. Pero esa exposición inusitada de cuadros de Louvre y del Museo de Arte Moderno de París en un piso de la PTJ, no se iba a volver a repetir. Los periodistas estaban allí desde las 7 y media y tuvieron que quedarse hasta después de las 9 para recoger las palabras y hacer las fotografías de las personalidades que se asomaron a celebrar el triunfo policial.

     Cuando Uzcátegui comenzó la conferencia de prensa estaban con él Santos Gómez, director de la DIGEPOL, y Abraham Baíz, jefe de la Dirección Nacional de Información. Después de Miguel Arroyo, apareció por allí el escritor Arturo Croce, director de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación, en representación del ministro Reinaldo Leandro Mora, quien se hallaba en el interior del país. A nombre de la Embajada de Francia concurrió el señor Maurice Castell. El ministro de Justicia Miguel Ángel Landáez, quien había estado llamando a Uzcátegui cada media hora, tampoco resistió la tentación de acudir a la cita triunfal. Había recibido la noticia en su casa y lo primero que hizo fue llamar a “Los Núñez”, al presidente Rómulo Betancourt. Este recibió la noticia con entusiasmo. Durante la semana había llamado varias veces al día no solo al ministro de Justicia sino también a Carlos Andrés Pérez, titular del Ministerio de Relaciones Interiores.

     Funcionarios policiales, a esa hora, sacaban copias fotostáticas de una carta de casi dos cuartillas dirigidas por el Comando Nacional de las bandas armadas comunistas al senador Arturo Uslar Pietri, como también del recibo que llevaban para que lo firmara, apenas le fueran entregados los cuadros.

     Cuando los periodistas se retiraron a sus redacciones, a teclear las crónicas que aparecieron en los diarios del domingo, comisiones de la PTJ llegaban con detenidos o salían con sus ametralladoras colgando de los hombros, a capturar otros, cuyos nombres y direcciones iban saliendo de los interrogatorios a 3 presos: José Hilario Monterrey, que había sido detenido la noche del viernes y los universitarios Winston Bermúdez Machado y Luis Alberto Monsalve Valdés, apresados después de  una balacera, cuando se dirigían al domicilio del doctor Uslar Pietri.

 

La tarde del miércoles

     El suceso que hizo aparecer día a día el nombre de Venezuela en los periódicos de todos los países del mundo, comenzó a las 3 y 15 de la tarde del miércoles 16 de enero. El Museo de Bellas Artes casi estaba repleto de estudiantes de varios liceos que habían concurrido en masa a ver la exposición “Cien años de pintura francesa”, inaugurada el 21 de diciembre por el presidente Betancourt y asegurada antes de que saliera de Paris con destino a México, en 50 millones de dólares.

     Esa tarde llovía en Caracas y cuando el portero del Museo, Gustavo Pérez, vio entrar a 4 civiles con ametralladoras, no se sorprendió. Normalmente, al Museo solo lo cuidan sus vigilantes desarmados y algún policía municipal. Con la traída de esos 143 cuadros de maestros franceses, era distinto. Pero entonces uno de los 4 con ametralladoras, un trigueño alto, de pelo crespo, se le acercó, imperativo.

Al fondo de la sala se encontraba el cuadro de Van Gogh, donde el presidente Rómulo Betancourt se detuvo largo rato el día de la inauguración de la exposición
Al fondo de la sala se encontraba el cuadro de Van Gogh, donde el presidente Rómulo Betancourt se detuvo largo rato el día de la inauguración de la exposición

– ¡Suelte ese aparatico! ¡Suéltelo ya!

     El portero protestó. Con esa especie de reloj de bolsillo que tenía en sus manos contaba el número de visitantes. Hasta ese día eran poco más de 20 mil. Cuando lo hubo soltado, fue obligado a acercarse a la pared. Pronto, los otros 3 que habían pasado con ametralladoras, trajeron encañonados a los 4 guardias nacionales que se hallaban dentro. Junto a vigilantes y secretarias fueron encerrados en la sala ubicada a la derecha de la entrada. Más adentro, en otro cuarto ubicado a la izquierda, ocupado por Lázaro Díaz, el jefe de personal que trabajaba desde 1935 para el Museo, encerraron a otros. Aparte de los de ametralladora, los vigilantes vieron a otros 4 con revólveres y a dos mujeres, armadas también. Los cables de los teléfonos habían sido arrancados y cuando Gustavo Pérez trató de comunicarse con la policía, nada consiguió. Adentro del Museo reinaba la confusión. Los que vieron pasar a los hombres armados creyeron que se trataba de policías. 

     Ellos mismos decían eso. En la sala VI, ubicada a la derecha, más allá de la fuente, su vigilante Carlos Rodríguez vio entrar a una mujer con un revólver en la mano. Era de baja estatura, trigueña, vestía blusa gris y falda anaranjada. Lo mandó a entrar. Otros dos hombres armados mandaron a los estudiantes que tenían más cerca: “¡Ayúdennos a bajar ese cuadro!”. Al fondo de la sala estaba el van Gogh, donde el presidente Betancourt, el día de la inauguración, se había detenido largo rato. Los muchachos, en la confusión, trataban de descolgar el que tenían más a la mano. Los de los revólveres decían “Ese no. Ese Gauguin y ese Cézanne. Queremos los cuadros de más valor”. Así consiguieron la “Naturaleza muerta del abanico”, de Paul Gauguin, las “Bañistas”, de Paul Cézanne, y “Flores en un vaso de cobre”, de Vicente van Gogh. Antes de que los 3 cuadros fueran sacados de la sala VI, la muchacha con revólver que gritaba: “No se asusten. Somos el Movimiento de Liberación Nacional”, hizo entonces un disparo. Enrique Martínez, un liceísta entretenido en hacer unas anotaciones, lo recibió en la pierna izquierda. Los presentes, paralizados, se apresuraron a prestarle auxilio. Los otros salieron en ese instante hacia la calle.

     En la sala XIII, ubicada unos 15 metros hacia el interior izquierdo del Museo, en esos instantes se desarrollaba una escena parecida. Carlos Antonio Ojeda, el vigilante, vio como otros dos hombres y una mujer maciza, de pelo castaño y vestido rosado, tomaron a los espectadores por sorpresa. Ojeda había visto a esa mujer alta y pecosa en la mañana, mirando atentamente los cuadros y haciendo anotaciones. Estuvo más serena que su compañera de la sala VI. Hizo saber que pertenecían a la banda subversiva que usa las iniciales de FALN y gritó algunas consignas. Los hombres sacaron de allí la “Naturaleza muerta” de Pablo Picasso, y la “Naturaleza muerta con peras”, de George Braque.

     Toda la operación no duró más de 10 minutos. Un sacerdote había visto pasar con su revólver en la mano a una de las mujeres y le preguntó a un vigilante de qué se trataba: “Es de la PTJ. Dice que busca a un ladrón que quiere llevarse un cuadro”.

     Miguel Arroyo, el director del Museo, había estado ausente, ocupado en una sala del fondo donde la mayoría de los 28 empleados del Museo preparaba una exposición de arte checoeslovaco. Tres carros que esperaban en la puerta se habían dado a la fuga. Alguien vio que se trataba de un Ford verde modelo 59; otro anotó un par de placas. Fue la primera pista que tuvo la policía un rato después para iniciar sus investigaciones. De los 400 asistentes al Museo, una centena podía hablar de 10 ó 15 asaltantes. El propio Arroyo, avisado del asalto, alcanzó a divisar a 3. Los datos no eran muchos.

Los guerrilleros tenían planeado hacer la entrega de las obras en la residencia del entonces senador Arturo Uslar Pietri, en la urbanización La Florida
Los guerrilleros tenían planeado hacer la entrega de las obras en la residencia del entonces senador Arturo Uslar Pietri, en la urbanización La Florida

La noche y la universidad

     Los cables cubrieron al mundo con la noticia, y el asalto al Museo fue comparado inmediatamente con el secuestro del campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio, 5 años atrás, en La Habana. Era indudable que la sustracción de los famosos cuadros no era con fines de lucro económico porque a nadie podían vendérselos, sino con fines políticos. La exposición “Cien años de pintura francesa”, que había permanecido dos meses en México, iba a ser devuelta a París cuando la Fundación Fina Gómez hizo las gestiones entre los gobiernos venezolano y francés, para que alcanzara a Caracas. Ahora el gobierno venezolano estaba en un serio compromiso con Francia. Los cuadros desaparecidos estaban asegurados en 3 millones 375 mil bolívares. La suma no iba a dejar en bancarrota a Venezuela si llegaba el momento de pagar, pero era un asunto de prestigio. Cuando las patrullas policiales llegaron al Museo, nadie sabía qué vía habían tomado los carros de los asaltantes.

     En la noche las autoridades resolvieron allanar la Universidad Central por haber fundados indicios de que allí habían sido llevados los cuadros robados.

     En la noche las autoridades resolvieron allanar la Universidad Central por haber fundados indicios de que allí habían sido llevados los cuadros robados. El Juez Francisco Villarte, del Primer Juzgado de Instrucción, entró a la UCV a las 8 y 30 de esa noche con un grupo de 8 patrullas y llamó al Rector Francisco de Venanzi por teléfono diciéndole que iba a efectuar una inspección ocular. Mientras el juez Villarte, que iba en una patrulla de la PTJ, acompañado por el inspector Fernando García, jefe de la división de Atracos de la PTJ; Gabriel Arteaga, de la DIGEPOL  y Carlos Vera, hacía su entrada por la puerta de la Plaza Venezuela, por la puerta de Las Tres Gracias entraban otras patrullas. Un buen número de estudiantes y visitantes estaban a esa hora escuchando una conferencia sobre yoguismo. Salieron asustados al escuchar los violentos frenazos de los vehículos negros. De allí en adelante, hasta las 3 de la mañana, se iban a suceder una serie de hechos que crearon una controversia. El Ministerio de Relaciones Interiores iba a sacar un comunicado al día siguiente diciendo que “estudiantes armados trataron de agredir a una patrulla policial y se produjo un intercambio de disparos con un saldo de 4 heridos leves”; y que los funcionarios judiciales fueron practicamente secuestrados, por lo cual el allanamiento solo se pudo hacer 3 horas después, cuando acudió refuerzo policial. Las autoridades universitarias dijeron que los culpables fueron los allanadores al proceder a hacer la revisión armados. Para confirmar o negar esas versiones, dentro de la Universidad, en ese momento, solo había dos corresponsales extranjeros: el representante en Caracas del “Daily Express”, de Londres, y Tony Valbuena, de la UPI. Estos asistieron a la entrevista del juez Villarte y el rector de Venanzi y vieron las residencias cuidadas por vigilantes de la UCV. Los estudiantes, aglomerados en las residencias o fuera de ellas, no veían el allanamiento con buenos ojos. A las 11 de la noche las cosas se pusieron peor cuando un estudiante reconoció en uno de los efectivos de la DIGEPOL, con chaqueta de cuero anaranjada, a un ex condiscípulo suyo y se produjo un incidente entre los dos, el cual degeneró en escaramuza general y hubo varios disparos y detenciones. Luis Ghersy salió de un carro, donde había sido retenido y recibió un balazo en la pierna derecha. Ghersy, militante de Copei, fue a dar al Puesto de Salas, mientras otros 5 estudiantes también resultaban heridos. Tony Valbuena, subgerente de una agencia periodística internacional, que se hallaba presenciando estos hechos, fue detenido. No podía telefonear la noticia porque los teléfonos de la UCV estaban intervenidos. Salió de la DIGEPOL 10 horas después.

Carros y rumores

     El jueves amaneció lleno de rumores. El comunicado de prensa de la Dirección Nacional de Información no solo dijo que los estudiantes armados trataron de agredir a la policía; dijo que la residencia N° 1 era reducto de grupos extremistas, que la policía había encontrado hasta un paquete de marihuana y que el gobierno llamaría a las autoridades  universitarias a discutir las graves irregularidades que se vienen produciendo en la UCV, donde, según la policía, los cuadros permanecieron más de 5 horas.

     En la madrugada apareció la camioneta Chevrolet 57, de color verde y placa H6-6748, en Quebrada Honda, que había sido robada el día martes al repartidor de leche Lucas González; en la avenida Bogotá, de Los Caobos, fue encontrado poco después el Ford verde, modelo 59, placa A6-1385; el Chevrolet 59, color gris y placas C5-4923 apareció en El Valle. Este último, con una antena de radio en el lugar del techo donde debía tener el distintivo de taxi, había hecho las veces de radiopatrulla. Los vehículos fueron trasladados a la central de la PTJ y los técnicos los pasaron al interior del edificio donde los examinaron con el cuidado que un médico chequea a un paciente importantísimo. Allí surgieron las primeras huellas. Los policías empezaron a susurrar el nombre del delincuente Alejandro Gil Bustillos como uno de los participantes en el asalto al Museo.

     La ciudad estaba llena de rumores. Se decía que los ladrones de los cuadros querían cambiarlos por presos políticos, que Arroyo sería destituido.

Miguel arroyo, director del Museo de Bellas Artes, y Juan Calzadilla, uno de los empleados, conversando con el reportero de la revista Élite
Miguel arroyo, director del Museo de Bellas Artes, y Juan Calzadilla, uno de los empleados, conversando con el reportero de la revista Élite

“Mientras Betancourt prosiga en el poder”

     El anochecer del jueves, las agencias noticiosas tuvieron una noticia que no lograron los diarios de Caracas. Las bandas armadas comunistas hicieron llegar un comunicado. A la “France Presse” lo llevaron dos muchachas; a la UPI, asaltada por ellos hace dos años, le tenían menos confianza, llamaron por teléfono: “Escuchen. Habla un miembro de la FALN. En el pipote de la basura, frente a la Jefatura Civil de la Plaza Candelaria, hay un sobre para ustedes”. La agencia está frente a esa plaza. Los empleados bajaron y pasó una hora antes de que hubiera una nueva llamada. El sobre había sido cambiado de pipote. Fue hallado. Contenía un manifiesto. En el pedían “disculpas” al pueblo francés y señalaban que no se trataba de un robo, sino de una acción contra el gobierno del presidente Betancourt. Indicaban que las pinturas no sufrirían daño alguno y que serían retenidas mientras el presidente Betancourt prosiguiera en el poder.

     Eso hacía más serio el golpe. Pero la banda de terroristas que se llama a sí misma “Destacamento Guerrillero Urbano Livia Gouverneur”, que a fines del 61 tomó el avión de Avensa y en septiembre del 62 asaltó El Hatillo, iba a cambiar de opinión el viernes, cuando José Hilario Monterrey fue allanado en la tarde y detenido en la noche.

     En Francia los diarios llenaban páginas enteras con los pormenores del secuestro de los cuadros. La Dirección de Museos de Francia sacó un comunicado diciendo que las telas no eran de primera importancia, pero sí sumamente características en la obra de cada uno de los autores. En Caracas, el Museo de Bellas Artes permanecía cerrado, con una camioneta de Guardias Nacionales al frente. Las fronteras estaban cerradas. Se temía que los cuadros fueran sacados a Cuba. 

     Cada publicación hacía historia de todos los robos de obras de arte realizados en la historia. El robo de los cuadros en Caracas era comparado con el robo de la Gioconda en 1911, desde el Museo de Louvre, por el italiano Vicente Perrugia para “devolver a Italia una obra que le pertenece por derecho propio”, “La Gioconda”, que ahora es huésped de USA, estuvo desaparecido dos años. ¿Los cuadros desaparecidos en Caracas irían a estarlo por el mismo tiempo?

     El tema apasionaba. De Europa y Estados Unidos las publicaciones importantes no vacilaban en hablar media hora por teléfono con sus representantes en Caracas, pidiéndoles el material que querían. Se hablaba de delegados del Lloyd, el más grande asegurador del mundo, de los famosos detectives de Scotland Yard, la Sureté de Francia y del FBI.

Miguel Arroyo en la PTJ

     Para las policías que trabajaban unidas, con la PTJ a la cabeza, las huellas dactilares encontradas en los vehículos señalaron al dirigente sindical José Hilario Monterrey como cabecilla de los asaltantes. 50 radiopatrullas andaban por la ciudad la noche del viernes.

   Monterrey fue detenido en una avenida de la parroquia Sucre, junto a José Montero. Nieves Trujillo fue detenida en la calle Los Alpes de El Cementerio. Las llamadas anónimas ya llegaban a las 500, dando siempre direcciones de dónde se hallaban los cuadros. El sábado amaneció prometedor. La PTJ esperaba que Monterrey diera nombres. Hasta el mediodía no le habían sacado nada. La policía tenía una sola certeza: los cuadros estaban en Caracas. Sus ladrones eran estudiantes y las patrullas empezaban a mirar con especial cuidado y pedir documentos a cuanto vehículo circulaba con más de un joven. Monterrey fue pasado a un calabozo de la PTJ al mediodía del sábado. Para la policía ya estaba clara su participación en el asalto al Museo, pero, fuera porque no quisiera soltar prenda a los reporteros o porque nada concreto sabía, solo prometía noticias importantes para después.

   Un inspector, que estaba trabajando en el caso, dijo a “Élite”, a las 4 de la tarde del sábado: “Estamos sobre la pista. Es casi seguro que vamos a tener los cuadros antes de 24 horas”. Un reportero alcanzó a oír y comentó: “Por supuesto: mañana en la Rinconada, después que se corran todas las carreras del 5 y 6”. Fernando García, el jefe de la sección de Atracos, que llevaba 3 noches sin dormir, se rió cuando supo el comentario. A esa hora, Miguel Arroyo y la totalidad de los empleados del museo, hacían antesala para declarar por los pasillos de la PTJ; después fueron pasados a la celda donde se hallaba Monterrey. Fueron a ver si reconocían a éste como autor del robo. Estuvieron casi una hora detrás de la reja de la fatídica celda de reconocimiento. Por un momento parecía que la policía había decidido dejarlos detenidos. Cuando salieron, nada quisieron decir. Después de las 5, las secretarias y vigilantes del Museo seguían contando lo que habían visto. Era lo mismo que ya habían dicho a los periódicos. Los que interrogaban resolvieron: “Váyanse. Seguiremos el lunes”. Arroyo salió por la puerta sur del edificio con su gente. Los fotógrafos disparaban sus flashes una y otra vez. Todas las fotos perdieron su valor una hora más tarde.

 

“¡Los cuadros! ¡Los cuadros!”

La mayoría de los reporteros se había retirado a escribir sus pistas. Pero a las seis y doce minutos hubo un tiroteo en La Florida y 20 minutos después llegó a la central la patrulla 567, que siempre ocupa el doctor Uzcátegui. El chofer frenó con estruendo, y Bolívar, uno de los dos agentes que participaron en la recuperación de los cuadros, en la avenida Ávila, al llegar al segundo puente, gritaba, loco de júbilo:

– ¡Los cuadros! ¡Los cuadros! ¡Los recuperamos! ¡Los cuadros!

Las dos cajas de cartón fueron subidas al tercer piso, a la sede de la sección Otros Delitos.

El director Uzcátegui llegó en 5 minutos.

   Los cuadros fueron subidos al piso 11 y allí fueron sacados cuidadosamente. Pronto llegaron Santos Gómez y Abraham Baíz. El inspector Casadiego completaba los datos precisos. Los periodistas habían recibido la noticia por una emisora, que llegó a hablar de 3 muertos. A las 7 y media los reporteros y fotógrafos llegaban a la treintena. Uzcátegui comenzó diciendo que la recuperación de los 5 célebres cuadros había sido un triunfo de la policía nacional. Y dio detalles. A las 6 de la tarde la patrulla estaba en su casa cuando la radio del vehículo dijo que un Dodge 55, placas C4-2071, color blanco y azul, llevaba los cuadros por La Florida. El chofer y los dos funcionarios que estaban allí pidieron permiso y corrieron al lugar, ubicando pronto el vehículo e interceptándole el paso. Un policía saltó con su metralleta:

–Salgan con las manos en alto.

   Los ocupantes del vehículo eran dos muchachos y una mujer. Ella dijo no tener cédula. Ellos mostraron sus carnets de estudiantes de la UCV: Luis Alberto Monsalve Valdés, cédula de identidad 1.897.085, tiene 25 años y es estudiante de arquitectura; Winston Bermúdez Machado, cédula 2.063.631, de 21 años, estudiante de ingeniería.

   A Monsalve le hallaron una pistola checa de 9mms. Fueron metidos en la radiopatrulla. Uno de los agentes estaba pidiendo refuerzos para acudieran a llevarse los cuadros que estaban en el asiento trasero del vehículo blanco-azul. Entonces Bermúdez, que había conservado su pistola Supermatic, calibre 22, le apretó el cuello al que llamaba y le puso la pistola en la sien. En ese instante Monsalve y la muchacha huyeron. Bermúdez también lo iba a hacer, pero fue derribado de un golpe. Disparó y los otros ocupantes de la radiopatrulla hicieron fuego con sus metralletas. Los estudiantes fueron heridos: Monsalve en la región lumbar; Bermúdez, en el muslo derecho. La muchacha, de unos 19 años, saltó por un puente y no la pudieron capturar. Todas las patrullas de Caracas convergieron al lugar y rodearon el sector. Hasta la tarde del domingo, cuando fue redactada esta crónica, la muchacha no había sido capturada. Trasladados los cuadros a la PTJ y los heridos al Puesto de Salas, solo faltaba el recuento. Uzcátegui dijo: “En unas horas más, habrá más novedades. Se las diremos”. “Élite” le preguntó:

–¿Nos puede decir si los cuadros estuvieron o no estuvieron en la Universidad?

–Esa será una de las novedades.

–¿Les seguirán un juicio interno a los policías que hicieron fuego en la UCV?

–¿Por qué habría de seguírseles juicio? Ellos respondieron disparos, se defendieron. No hicieron otra cosa que defender sus vidas y cumplir con su deber.

–Las autoridades universitarias dijeron en su comunicado que los estudiantes no tenían armas…

–No tendrían revólveres, pero tenían granadas.

     Los periodistas supieron que el senador Uslar Pietri no estaba en su residencia cuando los estudiantes extremistas se dirigían a ella para entregarle los cuadros. Luego trascendió que la recuperación de los cuadros y la captura de los asaltantes se había adelantado porque un “periódico” extremista los había delatado al publicar la carta que le habían escrito al Senador, aunque en la publicación habían omitido intencionalmente su nombre.

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