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El día que “Chiquitin” frustró un magnicidio

     El legendario periodista deportivo y multiatleta, Herman “Chiquitín” Ettedgui Landaeta, fallecido a la edad de 93 años, el 17 de junio de 2012, cuenta cómo se enteró y anticipó a las autoridades militares el desarrollo de  un complot para asesinar el 19 de abril de 1958, en el Nuevo de Caracas, durante la pelea de campeonato mundial entre el campeón argentino Pascual Pérez y el retador venezolano Ramón Arias, al Contralmirante Wolfgang Larrázabal, líder de la Junta de Gobierno que dirigió a Venezuela tras el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez , el 23 de enero de 1958.

Este es su interesantísimo relato

     1º de enero de 1958. Pocas veces, muy pocas, mi familia disponía del tiempo necesario para ir a la playa. Los quehaceres hogareños de mi esposa Hilda y su preocupación por los estudios y los deportes de nuestros cinco hijos: estudios, exámenes, entrenamientos y demás controles. Mi primogénito Herman tenía 18 años cuando se casó con Ana Barrios Figueroa, de su misma edad, y ya tenían un varón: Herman III, de catorce meses de edad para este primero de enero. Norman había concluido sus estudios de bachillerato y también Morella. Alberto y Myriam estudiaban sus últimos años de la misma rama educacional.  Eso quiere decir que Hilda y yo éramos abuelos a los cuarenta años.  Después vendrían más nietos y bisnietos para formar una familia que superaba los cuarenta descendientes.

     Ese 1º de enero, miércoles, todo el mundo encontró el espacio necesario para ir al Litoral. Como si se tratara de un viaje alrededor del mundo, el 30 de diciembre planeamos” la gira a la playa”. El 31, después de la tradicional “Caimanera” de padres contra hijos en el Club Los Cortijos, acondicionamos y aperamos la camioneta ranchera para el siguiente día. Un viaje, común para todo el mundo, era una odisea para nosotros. Desayunaríamos en Camurí Grande, baños de mar y almuerzo en las Quince Letras, antes del regreso a Caracas. Cuento lo del viaje porque era apenas la segunda vez que la familia hacía el viaje a la playa. El anterior distaba aproximadamente cinco años.

     Bien temprano, con ansiedad insospechada, salimos de nuestra casa de Las Acacias. Al pasar por El Silencio vimos movimientos de soldados, lo que atribuimos a las festividades del Nuevo Año. Nos impresionamos por la agilidad y severidad de los ejercicios de la Infantería de Marina frente al Palacio de Miraflores. Habíamos escuchado ruido de aviones. Nada sospechamos de lo que sucedía en realidad, por lo que atravesamos Catia y enfilamos hacia el Litoral por la moderna autopista que había reducido en 48 minutos el viaje hasta Maiquetía, La Guaira y demás poblaciones litoralenses. Era una novedad aquella excursión. 

     La pasamos de lo mejor los nueve; ¡Herman II, Ana, Herman III, Norman, Morella, Alberto, Myriam, Mamá y Papá! Todo como había sido planificado. La presencia del nieto y sus zambullidas en el mar habían sido espectaculares y provocaron el regocijo de toda la familia. Cuando finalizamos el almuerzo en “Las Quince Letras”, nos enteramos del movimiento ocurrido en horas de la madrugada, con el levantamiento de la Aviación de Guerra. Aparentemente el Gobierno de Pérez Jiménez había controlado la situación. Los “rebeldes habían huido” a Barranquilla, pero la simiente estaba sembrada: 22 días después triunfó el Movimiento Cívico Militar. Pérez Jiménez y muchos de sus adictos más cercanos habían abandonado el país. Se constituyó una Junta de Gobierno y la presidió el oficial de más alto rango, el Contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, quien encontró receptividad en el pueblo caraqueño. Organizó en menos de un año, la situación política, con democracia total, y a finales de 1958 luchó democráticamente por la Presidencia de la República.

     A comienzos de abril de 1958, Larrazábal fue invitado para asistir al combate por el campeonato mundial peso mosca entre el titular Pascual Pérez, argentino y Ramón Arias, joven venezolano que contaba con gran legión de admiradores. La pelea, que se realizó el 19 de ese mes en el Nuevo Ciro de Caracas, tuvo una gran promoción y aunque a Pascual Pérez se le consideraba como uno de los más grandes de la historia, había gran esperanza en el joven maracaibero por su pundonor, coraje y buen boxeo.  Poco después del 23 de enero, en la reorganización del hipismo nacional recibí una llamada telefónica del nuevo presidente del Hipódromo, Teniente de Aviación José Luis Fernández quien me manifestó que se habían tomado muy en cuenta mis antecedentes hípicos para designarme Comisario de Carreras. Le respondí que agradecía profundamente la decisión de la Junta Directiva, pero que antes de aceptar debía conocer el nombre de mis compañeros. Me dijo que precisamente, ellos habían dicho lo mismo. Por supuesto, que al conocer la selección de Pedro Juliac y Jesús González Cabrera, no tuve objeción. Prestamos el juramento de rigor y comenzamos a desempeñar nuestras funciones.

     Ocurrió, como sucede casi siempre después de un cambio violento de régimen político, una tremenda protesta del público por triunfos en febrero de la yegua Inquietud y el caballo Montecristo. Hubiera preferido seguir mi carrera periodística, pero la protesta del público y las consecuente manifestaciones me obligaron a ejercer la administración de justicia en la hípica, cargo, por lo demás, muy honorable, especialmente después del cambio de régimen. Por otra parte, habría quedado como un cobarde ante la opinión pública. Así, pues, concluyeron 22 años de actividad profesional en el diario que me había hecho periodista: “El Universal”. Lo que me esperaba como Comisario de Carreras era una labor sumamente difícil por la conducta alebrestada de los aficionados y por la cantidad de intereses que regían y rigen nuestro hipismo. Pensé, también, que en poco tiempo volvería a mis actividades de periodismo escrito, lo cual resultó una razón equivocada: Me aguardaban quince años con diferentes equipos en el rango de Juez de Hipismo. Por otra parte, me animaba el hecho de la compañía de hombres honorables como González Cabrera y Juliac.

     Así estaba el ambiente en los comienzos del año 1958. Antes del fin de año habría elecciones presidenciales, pero las intentonas o conspiraciones eran frecuentes pues existían intereses de la reinstauración de una dictadura. Wolfgang siempre fue un hombre tranquilo, de actitudes cívicas muy pronunciadas. Había gente interesada en una revolución y ante la perspectiva de que Larrazábal estaba dispuesto a la celebración de elecciones libres antes de fin de año, precipitaron movimientos que nunca pudieron fructificar. Nadie sabía, pues lo que se preparaba antes de la fecha patria del sábado 19 de abril, precisamente la elegida para la pelea de campeonato mundial mosca entre Pascual Pérez y Ramoncito Arias. El 17 de abril tuve un contacto, verdaderamente inesperado, por lo que significaba; mi amigo y colega Eduvigis Tenorio, periodista político de “El Universal”, esperó mi salida del Ministerio de Relaciones Exteriores por la puerta de Principal a Conde. El Universal tenía su sede, precisamente, en la misma dirección, Edificio Ambos Mundos.

     Herman -me abordó- necesito hablar contigo algo de mucho interés, de vital importancia. Guardando las distancias, debo decirte que está encima el 19 de abril y que en 1810 Vicente Salías le dijo a Vicente Emparan que debía ir “a Cabildo porque está en juego la Salvación de la Patria”, o algo así.  Pues, con el debido respeto este 19 de abril de 1958 también está en juego la “salvación de la patria”.

     No pude menos que reírme, pues sabía que Tenorio, en ocasiones, era dramático y apelaba a recursos iguales para impresionar. Ni me imaginaba, ni tenía remota idea de lo que me quería informar mi amigo. Pero al ver mi expresión despectiva, reilona, me recriminó: Herman, ¡no es para reírse! ¡Lo que te voy a contar es auténtico y terrífico! Te lo voy a decir rápidamente y sin ambages: “Hay un complot para asesinar a  Larrazábal el 19 de abril cuando estén peleando Ramoncito Arias y Pascual Pérez.”

     Me quedé hecho una pieza. Jamás en mi vida había recibido una noticia tan escalofriante., Tenorio prosiguió: Yo sé que tú eres íntimo de  Larrazábal y tienes medios para hacerles llegar esta información. Si quieres, puedes hacer uso de mi nombre. Hay que hacerlo pronto. La cosa es seria: los conspiradores se reúnen en una hacienda del Guárico y tienen municiones y están dispuestos a todo. Si llega el caso, pretenden asesinar a los dos boxeadores, a Larrazábal y a todos sus acompañantes.

      Un terrible miedo se apoderó de mí. Tenorio hablaba con resolución y valentía. Le dije que si se lo decía a Wolfgang no me haría caso: “Lo resolveré, Tenorio. Muchas gracias” ¡La Casa Militar, si, La Casa Militar! era mi único recurso. Tenía muy buena amistad con el capitán Germán Peña Arreaza, jefe de la Casa Militar.  Estaba seguro de que procedería. Era un incondicional del presidente. Inmediatamente me fui para su casa en Santa Mónica.

  -Tengo algo que contarte, pero es una cosa seria. ¡Lo único que se me ha ocurrido es decírtelo a ti, aunque no me lo creas…!

-Te creo todo lo que me digas, porque tu rostro es de mucho miedo… Estás temblando.  ¿Qué pasa?

-Tengo un amigo periodista y me ha dicho que tiene una información precisa. Mira, Germán van a matar a Wolfgang el 19 de abril en la pelea de Pérez con Ramoncito. ¡Se puso más pálido que yo! ¡Lo juro! Y me conminó: “! ¡Dame los detalles que tengas!”

-Mi confidente es un hombre de toda mi confianza. Me autorizó para darte su nombre, si es necesario. Me ha dicho que hay un golpe el 19 de abril y que matarán a Wolfgang, a los ministros que vayan y hasta a los dos boxeadores. ¿Se lo decimos a Wolfgang?

– ¡Ni locos! Si se lo decimos irá de todas maneras. Lo que te voy a decir es que estoy confuso, porque no sé cómo se enteró tu amigo de lo que considerábamos como un secreto de Estado. Todo lo que te ha dicho es verdad, pero no te apures. ¡Hemos invadido la hacienda, decomisamos todo el arsenal: ¡Tenemos más de cien presos! Todo está controlado. Muchas gracias por tu valentía y también se lo agradecemos a tu amigo.  No pasará nada, pero de todas maneras tenemos que tomar toda clase de precauciones.

Fíjate lo que vamos a hacer: Me puse lo más atento que pude y confieso que me dio una tranquilidad pasmosa lo que me revelaba Peña Arreaza. Me dio gusto saber que la Casa Militar lo tenía todo controlado, pero, para mí, lo mejor venía a continuación: Mira, Chiquitín, la pelea la va a transmitir Radio Caracas Televisión. Está en un sitio donde no hay problemas. La pelea por radio va por “Ondas Populares” y el locutor es Yanes.  O, mejor dicho, era Yanes. Tú vas a ser el narrador de la pelea por radio. La mesa de transmisión quedará en la noreste y detrás de tu mesa estarán Larrazábal y los ministros.

Debió haber visto que me invadió el pánico cuando dije: – ¡Ah! Pero a mí…

No me dejo continuar: – “No, a ti ni a nadie le pasará nada. Todo está controlado, pero siempre son buenas las mayores precauciones. Larrazábal no sabe nada, tampoco los ministros. Cada vez que termine un round te paras frente al presidente y, si puedes, le buscas conversación.” Por supuesto, que nada contesté. Sólo tenía alientos para asistir moviendo la cabeza, hacia abajo y arriba. Debo confesar que las piernas me temblaban.

El presidente y sus ministros fueron puntuales; también los boxeadores y la ceremonia antes del combate. Dos jueces venezolanos: Santos Arismendi y doctor Luis Jota Rodríguez. El árbitro estadounidense Ben Maculan.

– ¡Todo está controlado! ¡No te preocupes! Me había dicho mi amigo el jefe de la Casa Militar. Y yo le creí fielmente.

“Pepe” Pedroza anunció los pesos de los boxeadores: Pascual Pérez, el campeón del mundo, 48 kilos 400 gramos, 106 libras y un cuarto; Ramón Arias, de Venezuela, 50 kilos y medio, 110 libras y media. Sonó la campana y se escuchó la gritería del público.  Ramoncito había ido al encuentro del campeón con su mano izquierda adelante. Lo jabeó y tiró su cruce que, el campeón, sereno, evitó con un brinquito hacia atrás.  Ramón atacó otra vez y entraron en abrazo fuerte, persistiendo el campeón en entender los atrevidos intentos del retador. Una buena derecha de Pérez paró al fogoso muchacho de Maracaibo antes de que sonara la campana. El segundo round se preveía de “espanto y brinco” como decían los muchachos de la época. Me había parado frente al presidente y le dije: “está bien, ¿verdad?” – Me contestó: “Sí, pero debe tener cuidado porque Pascual Pérez es un veterano y sabe mucho.” Al tirar su derecha en cruce, el venezolano demostraba no tener respeto por la jerarquía del campeón, pero valía la pena la acotación: respetar la jerarquía sin excederse. Y no se excedió.  Ramoncito siguió los planes: ¡Jab y cruce!; ¡Jab y cruce! Vino el cruce, tras un ganchito corto. El derechazo de Ramón fue tan convincente que, al recibirlo Pérez, trastabilló y cayó sentado, sorprendido de tener las posaderas en la tarima. Se levantó a la cuenta de cuatro y el árbitro le dio protección. El venezolano se fue encima y buscó desesperadamente otro cruce. En vano. El argentino era un veterano de mil lances y evitó los impactos, a veces retrocediendo, a veces agarrando. Lo cierto es que terminó el asalto y no parecía acusar el impacto: – ¡Tremenda derecha! dije.

– ¡Muy buena y con efecto. ¡Te aseguro que nunca pensé que Pascualito sería tumbado por Ramón!

     Había invertido los términos, picarescamente: al venezolano lo llamó Ramón y al argentino Pascualito. Antes del careo todo el mundo decía ¡Ramoncito y Pascual! El público gritó de lo lindo. Pensó en lo más grande. En un triunfo. Y la verdad es que faltó poco. Porque el combate fue bastante parejo, con esos dos puntos privando en la cuenta de los jueces por buen tiempo. En el cuarto asalto hubo choque de cabezas y Ramoncito –vale el diminutivo- salió malparado. Una herida sobre el arco superciliar izquierdo. Por allí pareció írsele el triunfo, porque en realidad fue perdiendo fuerzas a pesar de que con un gran coraje tenía pequeña ventaja hasta el asalto número doce.  Hasta entonces –con todos mis labores- pude llevar la puntuación- Ramoncito estaba adelante. No pudo más. Los tres últimos rounds fueron un calvario. Le pesaban las manos. Pérez terminó con una ventaja de dos puntos, según mi cuenta. Según la del árbitro el campeón tenía cinco puntos de superioridad 143-138. Los jueces venezolanos la vieron como yo: Arismendi 141-139, Luis Jota 146-144: ¡dos puntos favorables al campeón!

Mi consabida parada, esta vez al terminar el combate: – ¿Cómo la vio el presidente?

-Yo creo que peleó bien y fue valiente, pero no tuvo final. ¡Se agotó! –Era la opinión presidencial.

Me despedí de la audiencia, sin saber que a mitad de la pelea entre Ramoncito y Pascual se le había ido el “audio” a Radio Caracas TV. No hubo más remedio que tomar mi narración de “Ondas Populares” y así fue como transmití. Por Televisión, un combate de boxeo como si se tratara de narración por radio. Pero antes de salir del circo me apretó una mano fuerte por el brazo derecho. “Señor Ettedgui, por favor, ¡lo solicita el jefe de la Casa Militar! “Chiquitín” vas a tener que lanzar el “not hit no run”. ¡Te podemos necesitar si hay un mensaje por radio! Entré a la patrulla militar y hacia “La Guzmania” se ha dicho. No hubo necesidad de usar mi título de locutor. Pero me enteré de muchas cosas: Una conversación de Wolfgang Larrazábal con alguien. Supuse que era Castro León. Entendí muy bien las últimas palabras del presidente: ¡General, es mejor que usted se venga para La Guzmania! “De La Guzmania a la Planicie hay la misma distancia que de la Planicie a La Guzmania!” Hacía rato que habían mandado a encender las calderas de los barcos de guerra surtos frente a Mamo. Acompañado el presidente y sus ministros de fuerte escolta militar, especialmente de Infantería de Marina, volvimos a Santa Mónica.

– ¡Terminó tu labor, amigo Chiqui!  ¡La Nación te está profundamente agradecida! ¡Un abrazo y hasta mañana!

Con un simple ¡Encantado! Tuve la suerte de que lo de “hasta mañana” no tuvo lugar.

     Mas adelante, en mayo de ese año 58 vino al país el presidente estadounidense Richard Nixon: una crisis que estuvo a punto de estallar cuando no se le permitió llegar al Panteón Nacional. Y entre el 23 y el 24 de julio, otra vez el “Cabito”, remoquete que J. M. Castro León heredó de Cipriano Castro, fracasó en otro golpe. Una enorme manifestación respaldó a la Junta de Gobierno en el Silencio. Otro golpe que no cristalizó fue en septiembre, con el resultado de varios oficiales comprometidos sometidos a Consejo de Guerra. Otra vez Larrazábal recibió respaldo gigantesco de Caracas entera. En las elecciones del 8 de diciembre, Rómulo Betancourt le ganó la decisión a Wolfgang Larrazábal por la Presidencia de la República.

     Es una historia inédita que viví con verdadera emoción y mucho miedo. Pero también con patriotismo. ¡Lo juro!

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