Según William Duane, los mayores daños del terremoto de 1812 fueron ocasionados por el material con el que estaban construidas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra.
De su visita a la República de Colombia, a principios de la década del veinte del 1800, el coronel estadounidense William Duane redactó sus impresiones en un texto que fue publicado en Filadelfia el año de 1826. El título del mismo fue “Una visita a Colombia entre los años de 1822 y 1823”. Aunque cita a autores del canon de la época sus argumentaciones fueron configuradas a partir de sus propias observaciones y redactadas con un estilo periodístico.
Entre algunas de sus observaciones se puede recordar los señalamientos respecto al terremoto de 1812. Del que se puede decir que fue una suerte de hito para quienes visitaron Venezuela a lo largo del 1800, Duane no fue la excepción. En las líneas redactadas por este coronel del ejército estadounidense de la época no dejó de ponderar y, a la vez, corregir los señalamientos dispuestos por el naturalista alemán Alejandro de Humboldt. Uno de ellos tuvo que ver con la mortandad que se produjo en la comarca con aquel movimiento telúrico.
En referencia con este asunto señaló que su intención no era corregir las cifras y números ofrecidos por el ilustrado alemán. “Mi primera impresión fue que los mayores daños del sismo fueron ocasionados por el material con el que están construidas casi todas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra”. Para dar fuerza a su reflexión puso a la vista de los lectores el ejemplo de La Guaira y la casa que ocupaba un anterior cónsul del gobierno estadounidense. Escribió que la parte que se había derrumbado de ella era la que se había edificado con tapia y tierra., mientras que la parte edificada con piedras había permanecido en pie.
Por otra parte, hizo referencia a los miembros del ejército que conoció por primera vez. De los oficiales expresó que le causaron buena impresión, “pues era evidente que procedían y pensaban como verdaderos militares”. En cambio, en lo atinente a la tropa dejó anotado “en cuanto a los soldados rasos, mi opinión no fue al principio tan satisfactoria”. No obstante, agregó que luego de una mirada y reflexiones configuradas con mayor cuidado, “pude comprobar que había sido errónea la apresurada opinión que me formé en el primer momento en mi condición de recién llegado; y que un incidente pasajero me había impulsado a separarme del sistema que empleo habitualmente para formarme un criterio, o sea eliminando los factores adversos, después de haber sopesado los favorables”.
El “incidente” al que hacía referencia fue el encuentro con un par de centinelas y uno de ellos le había pedido “un real”. “En la súplica no se traslucía en absoluto la insolencia de la mendicidad, sino más bien cierto airecillo de confiada persuasión, la cual revelaba que no se sentían avergonzados de pedir, y que consideraban más bien que sería una vergüenza para el señor negarse a conceder un donativo tan pequeño como un real”. Ante esta circunstancia contó que no le quedó más que sonreír ante un evento poco usual para él. Al respecto escribió “las diversas ideas que cruzaron mi mente me trajeron el recuerdo de una brigada de Rohillans y Patans, también hombres de tez muy diversa, pero a quienes el servicio de sastrería y la fábrica que suministra los aprestos militares les permiten mostrar la irreprochable limpieza y elegancia que se requiere para llevar con distinción armas y uniformes, cuyo perfecto orden queda asegurado por la diaria inspección a que están sometidos”.
El arrojo de los soldados venezolanos era admirable, pues, eran hombres que, sin el auxilio de cañones, se enfrentaban al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo.
Bajo este marco dio rienda suelta a sus recuerdos para llevar a cabo comparaciones con los combatientes de la República de Colombia que tuvo al frente. En este sentido vale la pena citar de modo íntegro su descripción del soldado gran colombiano. Su representación fue como sigue: “fornidos, carirredondos, de anchos hombros, musculosa contextura, rostro oval, y pies descalzos; con sus pantalones y guerreras de dril, cuya calidad sólo podía inferirse a través de las manchas dejadas por lo vivaques, o de la suciedad producida por su único lecho sobre la desnuda tierra: el cuero de res sobre el cual están acostumbrados a tenderse para dormir, cuando disponen de alguno, lo que consideran un lujo; con sus cuellos, puños y pecheras de color amarillo, azul o rojo, donde faltaban muchos botones que se habían despedido sin licencia; sus gorras de cuero, su pelo negro y lacio, cortado casi al rape, con el cuello de la camisa abierto, que probablemente había sido lavada en tiempos muy remotos; con toda la indumentaria cubierta de polvo, y con fusiles y correas que en otra época debieron tener un color definido”.
Dejó escrito que esta impresión lo llevó a recordar los soldados de las campañas de los espahíes en Massur. Pero sus divagaciones fueron interrumpidas por un toque en su hombro. En ese preciso momento uno de los soldados le recordó lo del real. En su relato contó que les había reprochado que era indigno pedir limosnas por parte de cualquier soldado, a la vez que les intentaba estimular la importancia de la dignidad y de lo que de sí mismos se debían. Agregó que la respuesta que recibió fue de uno de los soldados, quien le preguntó de manera conciliatoria y suave, ¿cómo era posible que un caballero de tan respetable presencia vacilara otorgar un real a unos soldados que habían luchado en las batallas colombianas y que, además, llevaban seis meses sin obtener ninguna compensación monetaria, todo ello debido a que el tesoro público había quedado exhausto por haber sido invertido el dinero en la expulsión del país de los godos?
Ante esta interrogación a la que Duane calificó como una lógica natural y que hasta un profesor de lógica no hubiera podido exponer sus ideas con tan prístina claridad, añadió que no podía explicar la situación, ya lo fuera por su mala pronunciación del castellano o lo fuera por su expresión desembozada, que produjo en el soldado que le pedía una moneda una leve sonrisa. Según escribió ambos se distanciaron con una mejor opinión acerca del uno con el otro. De nuevo recordó su experiencia y conocimiento de soldados de otros lugares del mundo que había conocido y llegó a otro entendimiento.
Indicó que luego de un momento de sosiego y en búsqueda de otras explicaciones, para determinar el porqué de lo que había observado, confesó “al contemplar una vez más aquellos rostros ovalados, alegres, satisfechos y mofletudos, así como la hermosa simetría de sus cuerpos que no lograban ocultar del todo sus gastados y desvaídos uniformes, recordé a su vez que, apenas doce años atrás, habían sido llamados desde sus plantaciones de cacao o de maíz para ocupar fortalezas y llanuras, donde la detonación de un fusil debía resonar en sus oídos tan terrífica como un trueno; los volví a ver cómo, a pesar de carecer de formación marcial, y sin jefes de suficiente experiencia para entrenarlos, constituyeron batallones, realizando marchas de tal magnitud que hacían reducir a simples operaciones militares las de Aníbal y Alejandro”.
Con tono de admiración alcanzó a describir a estos soldados que habían combatido a avezados hombres de armas, como lo eran los españoles. Soldados que sin tener el auxilio de cañones o contar con una moderna estrategia de guerra peleaban cuerpo a cuerpo con sus contendientes y los vencieron. “Fueron estos hombres, y otros iguales a ellos, creados por la libertad y la revolución, a quienes se amenazó con el exterminio – amenazas que se llevaban a la práctica, cada vez que era posible, contra los infortunados cautivos – y después de una lucha que se prolongó durante doce años, han vencido, destruido o expulsado a 43.000 veteranos españoles, que habían tratado de intimidarlos con la destrucción total”. Agregó que logró conocer, en Valencia, a soldados de estirpe militar.
Al viajero Duane le pareció Maiquetía un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía.
Bajo estas consideraciones escribió creer que subsanaba sus primeras impresiones respecto a los soldados que había conocido en La Guaira. Agregó que se había dejado llevar por una actitud poco reflexiva y algo apresurada por encontrar que el lugar de entrada a una linda ciudad no contara con una mayor y confiable autoridad militar. Dejó en claro que tanto los espacios territoriales ocupados por La Guaira como los caminos que conducían a Caracas podían ser mejorados con un “desembolso prácticamente insignificante”. Pero invertir en mejoras no era la política de la Corona española, de acuerdo con la opinión de Duane.
Según lo escrito por este coronel estadounidense, Cartagena, Puerto Cabello, La Guaira, Porto Bello o San Juan de Ulúa no eran más que la entrada o la puerta que representaban las portezuelas de una cárcel, “a través de las cuales debía mantenerse un monopolio mediante la fuerza y el terror”.
En el territorio venezolano estas mejoras en los puertos llevarían al aumento de los precios de las distintas propiedades, además de incrementar la seguridad frente a las aún amenazas de invasión española.
Describió que la vía que llevaba a Caracas estaba en la parte meridional de Maiquetía. Acerca de esta localidad escribió que mostraba un paisaje muy agradable y que por su ubicación y dinamismo llegaría a ser un lugar de prosperidad. Asentó que el viajero se sentía sorprendido al corroborar que la ubicación de Maiquetía, tan idónea para la fundación de una ciudad, no hubiese sido tomada en consideración por parte de los pobladores que decidieron trasladarse a Caraballeda y no aprovechar las potencialidades que ofrecía aquella localidad.
Por lo demás, escribió que era un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía. En uno de esos días, contó en su relato, él junto al teniente Bache se habían quedado contemplando el paisaje nocturno cuando escucharon una alegre música que llamó su atención. Decidieron ir en dirección al lugar donde se escuchaba la melodía, una pequeña casa, cobijada por grandes palmeras. Al pasar por el frente de ella, estampó Duane en su relato, fueron invitados a pasar a la parte de adentro. En la misma observaron varias mujeres y algunos niños de distinto sexo. Agregó que de inmediato de tomar asiento, una de las damas tomó la lira y continuó su ejecución del instrumento musical.
Por la descripción que proporcionó Duane, se trataba de la ejecución de un arpa que, según su descripción, del instrumento musical, era muy parecido al arpa irlandesa. Contó que, al cabo de un momento, un grupo de jóvenes comenzó a bailar, “y nos causó especial agrado, conjuntamente con la agilidad y gallardía de los danzantes, el novedoso estilo de sus pasos; era una especie de danza pantomímica, sin ágiles saltos, figuras ni piruetas con los pies, sino a base de movimientos en que se avanzaba y retrocedía de modo cadencioso”. Llamaron también su atención otras danzas ejecutadas por los más jóvenes que integraban la velada por el ritmo cadencioso y el compás equilibrado.
Resaltó la entonación de coplas y “las habituales canciones patrióticas, en las que no dejaban de figurar las alusiones a Bolívar”. Indicó que una de las jóvenes se retiró un momento para luego aparecer con refrescos y frutas variadas para las visitantes desconocidas. Al ver tan esplendoroso recibimiento ofreció unas monedas como forma de compensar la velada que habían disfrutado él y Bache. Gesto que no fue aceptado por las jóvenes que interpretaban melodías cadenciosas para el baile. Dejó anotado que, “Sea cual fuere la superioridad de los estudios profesionales frente a la formación de estos músicos por naturaleza, confieso que mi placer fue tan completo y agradable como el que haya podido producirme en cualquier época la orquesta mejor combinada. Quizás la buena predisposición en que nos encontrábamos, la hora, el paraje e incluso lo inesperado del acontecimiento, contribuyeron a hacer más vivo el efecto y a intensificar nuestro deleite”.
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