POR AQUÍ PASARON
Exaltación de la figura de José Antonio Páez
Para abril de 1888 se hizo un homenaje póstumo al “Centauro de los Llanos”, José Antonio Páez, que sirvió para ensalzar su figura como prócer de la Independencia y ex presidente de la República de Venezuela, a propósito de la repatriación y el sepelio de sus restos mortales en el Panteón Nacional. El encargado de la presidencia de la república en Venezuela para este año, Hermógenes López, escogió la denominación “Apoteosis de Páez” para llevar a cabo aquel propósito. El encargado de redactar la crónica de este acto fue el publicista e ideólogo venezolano Laureano Vallenilla Lanz, cuya impresión y edición fue realizada en la Imprenta y Litografía del Gobierno Nacional. Fue titulada: Apoteosis de Páez descrita por el Doctor Laureano Vallenilla Lanz de orden de la Junta Directiva.
Desde Nueva York fueron trasladados hacia Venezuela los restos mortales de Páez a bordo de la fragata Pensacola y llegaron al puerto de La Guaira el 7 de abril de 1888. La urna fue recogida por una procesión de lanchas enlutadas, tripuladas por marinos vestidos de gala.
Ya en tierra, el ataúd fue cubierto con las banderas de Venezuela y de los Estados Unidos de Norteamérica. Como tributo fue provista de una guirnalda de siemprevivas, coronas de flores y laurel, y distintas pertenencias de próceres de Venezuela. En el muelle ondeaban banderas de Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Venezuela, junto con unos escudos de laurel con los nombres de las batallas ganadas por Páez. Luego, un numeroso cortejo condujo sus restos funerarios hacia el tren Caracas–La Guaira.
Fueron veintidós jóvenes guaireños los encargados de trasladar la urna hacia el vagón del ferrocarril. Seis niñas, con vestimentas a la usanza romana, con túnicas rojas y medias rosadas, la frente ceñida por una corona de laurel, llevaban sobre los hombros la bandera de la nación que representaban, iban regando flores recogidas de un canastillo colgado de su brazo. A la vera de cada jovencita marchaba un general enarbolando una bandera del país que representaba. El traslado desde el muelle hasta el ferrocarril tardó cerca de dos horas. Próximo al mediodía se pudo colocar el ataúd en el lugar al que estaba destinado inicialmente. Ya en el ferrocarril sobre la urna las seis niñas colocaron las banderas del país que representaban. De inmediato, quien presidió el acto, administrador de la aduana, Juan Bautista Arismendi invitó a la comitiva a un banquete en el salón principal de la aduana. En el salón estaban exhibidos un busto de Páez y retratos de los presidentes estadounidenses Washington, Lincoln, Grant y Garfiel en medio de banderas de Venezuela y los Estados Unidos.
Luego de haber concluido el banquete la comitiva abordó el ferrocarril con la caja fúnebre. El tren arribó a la estación central de Caño Amarillo en la capital de la república cerca de las seis de la tarde. El presidente López y su tren ejecutivo fueron los encargados de recibir la comitiva y el ataúd, ante la espectral mirada de algunos lugareños. Al son de marchas fúnebres la urna fue transportada en procesión. El féretro fue llevado a la capilla ardiente instalada en el adoratorio de Lourdes, en la cima de El Calvario. A las nueve de la noche fue colocado allí entre los días 9 y 17 de abril.
En horas de la mañana del 17 de abril el cajón mortuorio fue transportado a un arco de triunfo efímero en la estación de Caño Amarillo. Este arco fue descrito por Vallenillla Lanz como sigue. Al este del arco se apreciaba la figura de Páez, rodeada de armas y de escudos de Venezuela y otras repúblicas, y el león de España, herido, bajo la bandera de Colombia. Dos ángeles se inclinaban sobre el féretro, en posición de colocar en él las coronas de laurel. En un lado estaban las estatuas de la Libertad y la Justicia, y en el otro las de la Paz y la Ley. La bóveda del arco estaba cubierta de luto y el pavimento alfombrado. En el ángulo sureste del monumento, y como a dos metros de su base, flameaba el estandarte de la república, de dimensiones colosales, enarbolado sobre un mástil al nivel de la cúspide de la colina.
El mismo día 17, a las cuatro de la tarde, estaban en la estación del ferrocarril el presidente de la república, autoridades civiles y militares, gremios científicos, industriales y comerciales, integrantes de la universidad, periodistas, académicos, colegiados, representantes de legaciones extranjeras, sociedades de beneficencia y varias personas. De inmediato, varios escuadrones de soldados tomaron posición, al igual que el cuerpo de matemáticos, la guardia de honor de la infantería y la guardia del presidente, todos vestidos con uniforme de gala, junto con todos estos se encontraban con hábitos de ceremonia, portando cruces ceremoniales, el clero y seminaristas quienes hacían coro al arzobispo de Caracas, enfundado de pontifical. El ataúd fue situado en un carro de guerra formado con cañones y banderas, adornado con trofeos y escudos de armas de Venezuela y de Estados Unidos de Norteamérica, del que halaban seis caballos cubiertos con mantillas de tul negra y guarnecidas con flecos de plata.
Desde las cuatro de la tarde, la procesión, encabezada por la caballería, transitó por una calle sembrada de cipreses naturales, el paso por el puente de Caño Amarillo estaba adornado con palmas, cipreses, follaje y pendones en el que se levantaba un segundo arco triunfal compuesto por columnas de gran altura y rematadas con banderas y símbolos de guerra, el recorrido continuó hasta la esquina de Solís donde había otro arco de triunfo. Las calles fueron ataviadas con estandartes, cortinas y pendones, en sus aceras, puertas y ventanas podían verse el nombre de Páez y los escudos de Venezuela y los Estados Unidos entre guirnaldas de flores o laurel.
El ornato utilizado para esta ocasión era en esencia bélico. En la esquina de Padre Sierra se estableció un arco a la usanza del Renacimiento, rojo escarlata, con molduras de oro, en cuyos perfiles brillaban escudos decorados de Venezuela y Norteamérica. En el llamado boulevard del Norte se apreciaban altos cipreses de flores de colorido diverso en recipientes blancos de un metro de alto, asentados sobre columnatas de mármol, enlazados unos con otros por anchas cintas de tela que fingían los colores de la luz. Otro arco cubría la esquina de la Municipalidad. Uno de estilo árabe de diez metros de altura, en las Gradillas. Entre los dos estaba el de las Queseras del Medio el que había sido conformado con ciento cincuenta lanzas, en alegoría de los ciento cincuenta héroes presentes en la batalla, cada cual, con una bandera tricolor, y en ella inscrito el nombre de los vencedores.
La calle que cruzaba entre las esquinas de Gradillas y Municipalidad presentaba, cada tres metros de distancia, floreros con rosas sostenidos sobre columnas onduladas y, alternando entre éstas, pirámides grises con banderas venezolanas y americanas, en tanto que los árboles ostentaban colecciones de banderas atadas con cinta amarilla. Entre las esquinas de Gradillas y la Torre, diez cañones de bronce en posición vertical sobre bases triangulares cubiertas con pabellones de lanzas, de cuyas puntas colgaban guirnaldas, formaban una vía de triunfo militar. Semejante pompa guerrera se complementaba con otro arco de triunfo erigido en la esquina de la Torre, basado en un modelo de fusiles y bayonetas sustentado en piezas de artillería y coronado con un gorro frigio, entre tambores, espadas, lanzas y cornetas.
A las seis de la tarde el receptáculo con los restos mortuorios de Páez llegó a la catedral. Quedó aquí depositado durante la noche para que al día siguiente recibiera tributo del público en general. La catedral presentaba el arco principal con una inmensa cortina de lienzo negro con cordones de plata, la nave mostraba grandes crespones negros que caían cual ondas del centro de los arcos, velos con lágrimas de plata cubrían los capiteles, de las columnas colgaban escudos elípticos circundados de laureles con inscripciones conmemorativas de la vida de Páez. Ataviados con guirnaldas de laurel y pendones nacionales, cinco monumentos situados a la izquierda de la nave y cuatro más a la derecha, tenían estampados los nombres de los estados de la Unión y del Distrito Federal, sostenían mecheros funerarios en copas de plata. Del centro de los arcos caían sesenta arañas de cristal, ocho de bronce ocupaban el medio de la nave central, el presbiterio resplandecía con altos candelabros de doce luces cada uno. Cerca del altar mayor se había ubicado un solemne catafalco.
A las nueve de la mañana del 18 de abril el arzobispo de Caracas, Críspulo Uzcátegui, comenzó el oficio de difuntos, de modo simultáneo una orquesta de cien músicos entonaba el Réquiem de Mozart y otras piezas de Beethoven. Al mediodía desde el púlpito pronunció un extenso panegírico a la gloria del extinto héroe. Al concluir los actos litúrgicos, a la una de la tarde, Hermógenes López, su gabinete, representantes de los estados de la Unión y de los Concejos Municipales, asociaciones, gremios, academias, institutos y escuelas, la universidad, el clero y otras agrupaciones culturales, sociales y benéficas posaron sobre el catafalco coronas y ofrendas florales, bajo el canto de himnos en la catedral hasta las diez y media de la noche.
Para el día 19 de abril de 1888, a las nueve de la mañana, se inició el traslado de las cenizas de Páez desde la catedral hasta el Panteón Nacional. Conducidos por palafreneros vestidos con elegancia, tiraban el carro fúnebre ocho caballos enmantillados con tela blanca guarnecidas con flecos de seda, cada uno con el nombre de un Estado con letras de oro, ceñida por cadenas de plata y acicalada con plumas blancas. La marcha del cortejo lo abrían las más altas autoridades nacionales, regionales y municipales, representantes de la industria, del comercio, la masonería, gremios, asociaciones, academias, universitarios, colegiales y otros grupos de la sociedad. Detrás de la urna venía el presidente de la república y su tren ministerial junto con otros miembros del gobierno.
El trayecto entre la catedral y el Panteón Nacional fue decorado con gran magnificencia. Entre las esquinas de la Torre y Veroes la calle estaba adornada, de manera refulgente, con banderas americanas y europeas. En la esquina de Veroes se había colocado un marco de estilo toscano, con presencia de trofeos, en la cima estaba un retrato de Páez en su caballo de batalla, custodiado de la estatua de la Libertad y la República. El camino entre la esquina de Veroes y el Panteón Nacional mostraba matas de azucenas, magnolias, rosas, dalias y malabares sobre trípodes adornados con ramos de trepadoras multicolores que alternaban con festones de hojas, espigas, flores y botones. En las paredes de las casas había cuadros que figuraban las acciones bélicas del héroe apureño, también se exhibió un retrato de tamaño natural en traje militar, en el que lucía la condecoración del rey de Suecia, la banda de General en Jefe de Colombia y la espada de oro que le otorgó el Congreso de 1836.
A lo largo de la calle había gorros frigios, coronas de flores entre pendones y banderas con los nombres de las hazañas de Páez, símbolos de guerra, escudos, palmas y trofeos combinados, cortinas y estandartes en las puertas y ventanas de las casas, mientras el suelo estaba cubierto de hojas olorosas. Al ritmo de cantos y música marcial y en compañía del ruido de los cañones el desfile fúnebre alcanzó el frente del Panteón Nacional. Luego de cruzar el último arco de triunfo que realzaba acciones bélicas ingresaron al Panteón, donde había elipses plateadas con los nombres de las campañas bélicas del fallecido. Llevada en hombros hasta la nave central, la urna se dejó expuesta para recibir el último homenaje de los concurrentes. Al concluir el panegírico fúnebre, se procedió a la lectura del acta del sepelio y se inhumaron los restos en la capilla que se tenía reservada para ello.