CRÓNICAS DE LA CIUDAD
Trayectoria del automovilismo en caracas
En sus inicios el automóvil era solo para la gente pudiente
El general Taborda, viejo y taimado de Los Teques, expresaba “En mala hora llegaron a nuestras ciudades esos peroles, que no obstante el brillo deslumbrante en sus carrocerías, las circunstancias de ser impulsados por una fuerza extraña que llaman gasolina y el postín que se da el hombre que lo maneja, sucede que cuantas veces se accidenta el vehículo en vadear un río, o salvar una charca de las innumerables que ofrecen nuestros caminos, siempre tienen que apelar al par de ‘güeyes’ para que los empuje”. Así le oyeron decir a Taborda frente al primer automóvil que llegó a tierra caraqueña, traído de Europa por el señor Boulton, promediado el año de 1906.
Aquel vehículo que causó expectativa en los círculos integrados por gentes adineradas, entre quienes, sin estarlo, laboraban para figurar con los ricos en lo referente a la vida arrastrada, era un carro color negro, tipo sedán, con el asiento del chofer colocado de manera tal que éste no escuchase lo que hablaban los señores. El tópico obligado era la política y el hombre de Capacho. Los aurigas lo mencionaban con el mote de “Yon Boulton”, apodo que le tenía sin cuidado al dueño, porque ni quebraba huesos ni dañaba la epidermis. Lo grave estaba en que cuando el automóvil se accidentaba los cocheros reían a más no poder, sin prestarle ayuda al conductor, dizque porque ese aparato venía a erradicarlos del mercado.
Y así aconteció pues meses más tarde regresaron de París de una gira triunfal los Generales Manuel Corao y Román Delgado Chalbaud, trayendo un automóvil del mismo tipo que el anterior para la primera dama de la República, señora doña Zoila Rosa de Castro; naturalmente que cada nuevo coche de su naturaleza, venía con un conductor; pero cuando menos lo esperaba aprendió a maniobrar el volante Edgar J. Anzola y dejó de ser un mito la conducción de automóviles.
Existía en ese mismo tiempo establecido en esta ciudad en ramo de óptica el itálico signore Vanzina, quien adquirió un carrito para explotar su físico, con tan mala suerte que el vehículo se accidentaba como el “mozo de la Zarzuela”, “El Pobre Valbuena”, que por entonces ocupaba la atención de los concurrentes a las tandas en el teatro Caracas.
El pobre Vanzina se desmayaba en la cuesta de veinte y cinco grados que existía entre las esquinas del Hoyo y Los Cipreses. Vanzina descendía del carro y se entregaba a la meditación frente a la máquina, en espera de voluntarios que surgían cuando un billete de veinte bolívares estaba a la vista. Esa era la única manera de poder continuar el paseo, en su flamante automovilito.
Antes de ser introducido en la ciudad el primer automóvil, suceso que ya hemos dicho que tuvo lugar en el mil novecientos seis, los elegantes y los pudientes eran poseedores de vehículos lujosamente tapizados, y tirados por pencos de bien maiceada presencia. Don Gumersindo Rivas, había adquirido para su mujer y su hija una lujosa victoria tiradas por dos hermosas yeguas americanas.
Tiempos como eran aquellos en que quien no tenía un apodo podía ser considerado lo contrario de granito de oro, dio margen para que al cochero que guiaba el vehículo tirado por dos yeguas y en el interior del rodante dos elegantes damas, motejaron al auriga con el alias de “suplicio de Tántalo”, que le venía que ni de perlas.
En 1911, importó Mister Phelps el primer “Ford” que, manejado diestramente por Anzola, fue el mejor señuelo para el gran negocio de automóviles que arrancó de aquella fecha. Al “Ford” de tablitas para ir de Caracas a Petare, había que llevar una perola con agua por si el motor recalentaba como ocurría de vez en siempre; le hicieron la mar de chistes, uno de ellos que causó más hilaridad circuló cuando un fordcito pisó una gallina en plena carretera; la plumífera se incorporó y al sacudir sus plumas exclamó enardecida:
̶ ¡Qué gallo tan bruto, miren como me puso!
Con ser tan defectuoso el “Ford” de tablitas con la variedad de cambios que había que hacer para que entrase en marcha, se impuso y despertó la animación de Domingo Otatti, quien estableció el primer servicio de automóviles de alquiler. Al módico precio de 10 bolívares la hora. Un viaje a La Guaira costaba cien bolívares y hubo quien los pagó sin pestañear.
El 1913, un grupo de la aristocracia caraqueña, fundó el Automovil Club, cuyo directiva estuvo presidida por el doctor Juan Iturbe
Los elegantes de Caracas creyeron llegado el momento de fundar el “Automóvil Club”, suceso que tuvo lugar en la Estancia La Floresta de Chacao, históricamente famosa por haber sido en sus dominios donde el padre Mohedano plantó el primer cafeto, de donde arrancaron los amigos de la música para fundar lo que filarmónicamente tenemos ahora tantas veces comentado como especialistas en el arte.
De moda estaba el volante cuando promediado el 1913, se congregaron el doctor Juan Iturbe, Don Alfredo de la Sota, Eduardo Arturo Eraso, Santos Jurado López Méndez y además el Cronel Guillermo Behrens, Isaac Capriles, los hermanos Guzmán Blanco, John Boulton, Gustavo J. Sanabria, Federico Vollmer y otros caballeros amantes del deporte y de las mujeres bonitas. Trataron de la oportunidad que existía para fundar el “Automóvil Club” y quedó instalada la Directiva que presidió el doctor Iturbe, dueño del automóvil que prestigiaban las muchachas del gran mundo caraqueño, cuando a la caída de la tarde tripulaba el vehículo Juan, el chaufer y el precioso mastín traído de tierras nórdicas.
Los caraqueños, que para imponer un mote estaban que no el Padre Cura, hicieron suya la popularidad de que gozaba la columna dedicada a reseñar las cosas de la gente aristocrática en “El Universal” y asignáronle al automóvil de Iturbe el mote “Sociales y Personales”.
En la gráfica que ilustra esta crónica está el para entonces elegante automóvil con su perro ocupando el asiento trasero. En “La Floresta” de los Sosa, en los Palos Grandes, sesionaba la Junta; allí tenían lugar bailes, pic-nic, y suntuosas recepciones para homenajear a las personas de patrias lejanas porque entonces era un honor para el caraqueño de alto copete y cuello parado, sentarse al lado del Míster, aunque luego vinieran noticias de buena fuente, poniendo en tela de juicio al “musiú” con pelos y señales.
La primera recepción dada por la Junta Directiva del “Automóvil Club” en “La Floresta” dejó para el recuerdo la gráfica en que aparecen los miembros de la Junta: el Doctor Juan Iturbe, Miguel Herrera Mendoza, San Jurado, Andrés Mata, director de “El Universal”, Eduardo Arturo Eraso, Panchito Azerm, Doctor Pedro Manuel Reyes y un ilustre desconocido. La nota más espectacular de automovilismo tuvo escenario en la Calle Real, cierta mañana septembrina cuando una dama del gran mundo conducía el automóvil movido por acumuladores, vehículo que era una monería por la pulimentación de sus piezas niqueladas y todo cuanto en él había volcado la técnica germana.
Dama del mantuanismo tripulaba el rodante con tan mala suerte que los accidentes sufridos por el descargo de los acumuladores, daban motivo para la burla de los peatones y los cocheros enemigos de aquella novelería. Ello dio, como era natural, motivos para que el dueño restara su vehículo a la circulación.
Lucas Manzano (1884-1966), prolifero escritor, autor de numerosas crónicas de corte costumbrista sobre la historia caraqueña
Un desaire a medias sufrió el “Automóvil Club de Venezuela” en sus primeros días. Esto ocurrió cuando el general Martínez Méndez, cuñado del Benemérito, se hizo precandidato del Club y los miembros alegaron que el propuesto no era deportista, ni general, no chicha ni limonada; por eso lo bolearon.
Días más tarde le ofrecieron al general Gómez un cóctel en su honor, pero el presidente que no era deportista, expresó que aceptaría una fiestecita social siempre que fuese en Caracas, ya que, por la Constitución, el presidente no podía abandonar la Capital, sin dejar al Vice en ejercicio. Fue entonces cuando Don Alfredo y Doña Concha homenajearon al Benemérito, quien quedó satisfecho y abrumado por las atenciones recibidas.
El más popular de los automóviles de la época, cuyo propietario fue el inolvidable Domingo Otatti, era un torpedo N° 11 de dos asientos pero que alojaba a cuatro; a bordo de aquel practicábamos visitas a los pueblos de Miranda, Valles de Aragua y otros lugares, los íntimos de Otatti, quien para atender su clientela estableció una Agencia de Carros de Alquiler, la que calzó el mote de “La Veloce”.
Seguramente que atraído por el éxito de Otatti, los Paúl importaron las Victorias, automóviles que le daban la vuelta al Paraíso, partiendo del lado este del Capitolio, y regresaban al mismo lugar por un solo bolívar. La actividad de los miembros del “Automóvil Club”, influyó en la compra de autobuses de pasajeros, el más desgraciado de los cuales fue el de la línea “La Vega”, cuyo dueño era Don Carlos Delfino. El vehículo se incendió, ocasionando el primer desastre que se recuerda. Esta vez la familia Carreño compuesta de tres señoritas, murieron incendiadas, debido a que el rodante no tenía puerta de escape para casos de accidentes.
Un tal López trajo el primer “Packard”, reconstruido naturalmente. Habría hecho mejores negocios a no ser que se dejó ver la puerta, como se dice en criollo; y el Benemérito, a quien le vendió ese carro reformado, le retiró el exequatur y tuvo que ausentarse, creo que, sin maletas, por miedo a las consecuencias que el caso ocasionaría.
Esteban Ballesté asumió la agencia del “Hudson” donde ganó dinero. Luego entraron a competir varias marcas y se fundó otro Club de Automovilistas, cuya presidencia confiaron al Doctor Alfredo Jahn. Estaban en la directiva, entre otros deportistas: Segundo González Jordán, Ángel G. Pinedo, Luis Álamo, Juan Simón Mendoza, Edgar J. Anzola, José Manuel Sarmiento, Gustavo J. Paúl, John Phelps, Alberto Reina, H. J. Brandt, Policarpo Mata Sifontes y Avelino Martínez, quien desempeñaba la Secretaría.
Allí puede decirse que culminó la fiebre automovilística del viejo tiempo. Así transcurrieron los primeros años del automovilismo en Caracas, cuando era una proeza salirse del perímetro de la ciudad, porque los caminos desconocían el pavimento de concreto con que los dotó el Benemérito, muy acertadamente, por cierto”.
Fuentes consultadas:
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Manzano, Lucas. Élite. Caracas, 27 de Abril de 1963