CRÓNICAS DE LA CIUDAD
Los viejos restaurantes de Caracas
Por Lucas Manzano
Bien merecido tienen el reposo al lado del Justo, los hombres que vivieron los tiempos nebulosos del mil ochocientos hasta muy avanzado el mil novecientos cuarenta; tiempo en el cual comenzó a declinar la afición a la buena mesa que en los primeros tiempos, la generalidad de los acontecimientos que merecían el honor de no dejarlos inadvertidos, eran festejados con viandas bien sazonadas, excelente vino y poco alcohol porque no había hecho su aparición por esta parte del mundo el whisky ni su similares.
Fue por este motivo que el Restaurante de Puente Hierro, fundado especialmente para congregar en aquella parte de la ciudad las cabalgatas integradas por las más bellas mujeres y los apuestos mocitos de alto mundo; y los innumerables carruajes tirados por briosos corceles a cuyo bordo iban las Doñas a embriagarse de aromas en los jardines en medio de consumaciones de refrescos, bajo la risa cantarina del Guayre y de la Acequia Espino.
Fue precisamente en el Restaurante de Puente Hierro donde el General Presidente de la República homenajeó a los jóvenes Comandantes del Escuadrón de Húsares, que había de hacer los honores durante la conmemoración del Centenario del Nacimiento del Ilustre Prócer de la Independencia, General José Gregorio Monagas, suceso a conmemorarse en el año mil ochocientos noventa y cinco.
En aquellos mismos días los cronistas Federico León, Job Pim, Leo y el autor de esta crónica concebimos la idea de hacernos imprimir una película con Zimmerman, la cual exhibimos en el “Teatro Caracas” en función de gala a beneficio de los chicos de la prensa. El argumento no pudo ser más original; parodiamos “La dama de las Camelias” con el mote de “La Dama de las Cayenas”.
Sin preocuparnos por las tomaduras de pelo que habrían de llovernos de colegas no invitados al beneficio, repartimos los papeles como nos vino en ganas. Yo hice el Armando Duval, Aurora Dubain la Margarita, Leo, Job Pim y Federico León otros papeles no menos pintorescos, para interpretar los cuales nos dábamos cita en lugares elegidos por los cameraman.
Restaurante La Opera que funcionaba en tiempos de Guzmán Blanco
Resonancia y muy bien justificada tuvo el restaurante “La Opera”, cuyas puertas abrieron sus promotores el día en que inauguraban el “Teatro Guzmán Blanco”, ahora “Teatro Municipal”, relegado inexplicablemente casi al olvido por cuanto consta en mil infolios, que durante su trayectoria no lograron en los retozos democráticos ni las alternativas de los malos tiempos, influir en los desastres que sufren en estos últimos tiempos las empresas de espectáculos que lo han extrañado por maniobras de todos conocidas a un término de ínfima categoría.
Años después de haber entornado sus puertas “La Opera”, se establecieron en ese mismo ramo, Sixto Lameda cuyo restaurante calzó el mote de “El Gato Negro”, ubicado en la esquina de “El Chorro de San Francisco”; Luis Salazar con el negocio “La Marcial”, que se dio el regalo de atraer hacia sus salones buena gente por la variedad de las viandas por él confeccionadas: no duró más de diez años.
Don Augusto Guinand y sus amigos fundaron un salón suntuosísimo, confortable y amoblado al estilo de París, en mitad de la cuadra comprendida entre Las Gradillas y San Jacinto, lo titularon “THEA ROON ÁVILA”, servían allí los mesoneros impecablemente trajeados de frac, licores y ciertos comestibles como langostas, buen caviar y ciertos platos de consumo en los grandes restaurants de Francia. Lo malo era que se hablaba tan bajo que los mesoneros no entendían los pedidos del cliente. Cierta vez vino de Calabozo el General Manuel Sarmiento, presidente del Guárico, en uso de licencia, nos pidió a Bernardo Planas a Yayo Pérez y al que esta crónica escribe, que lo llevásemos a conocer el “Thea Roon”. Fuimos a complacerle y nos moríamos de risa cuando al observar Sarmiento que todos hablaban en voz queda, nos interrogó esta suerte:
¿Quién es el enfermo…?
Aquello dio por resultado un cocktel de champaña y varios palitos consumidos en copas de bacarat, por cuenta naturalmente de Manuel Sarmiento.
Muerto trágicamente “El Thea Roon”, estableció Pierre René Deloffre un nuevo y más amplio local situado en una edificación de la Quinta “El Deleite”. Fueron objeto sus elegantes salones de varios convites y acontecimientos a cual más interesantes por la calidad y cantidad de los anfitriones.
El banquete más suntuoso fue servido en homenaje al Coronel Isaías Medina Angarita para festejarle su ascenso a General de Brigada. Más de trescientos comensales tomaron asiento en la gran mesa en “El Trocadero” de P. René Deloffre; ello según se dijo entonces influyó poderosamente en la decisión del Presidente General Eleazar López Contreras para la candidatura presidencial de Medina.
En aquel ágape nació la idea de ofrendarle a Medina Angarita la Espada de Oro como homenaje de la Oficialidad de las Fuerzas Armadas; proposición del General Juan de Dios Celis Paredes que fue aceptada por unanimidad en la Institución Castrense.
Isaías Medina Angarita recibió en El Trocadero un emotivo homenaje con motivo de su ascenso a General de Brigada
Mala suerte tuvo luego “El Trocadero”, pues saqueáronlo y echaron a la calle cuanto de valor conservó Deloffre en licores de las mejores marcas francesas, y para remate convirtieron “El Trocadero” en depósito de adversarios que no resultaron bien librados bajo hordas en cuyas manos pusieron las vidas de los detenidos.
Despedida del ministro de Inglaterra en compañía de varios diplomáticos y periodistas
La gráfica que ilustra esta página, copia el momento en que los empleados del Ministerio de Relaciones Exteriores en su más amplia totalidad festejaron con un banquete en el Restaurante de Deloffre a Julio Michelena con motivo de sus 25 años de servicios en la Cancillería. Fue aquello un estupendo banquete, ofrecido en el Restaurante que regentaba Deloffre como ningún otro Maitre francés.
Eran aquellos tiempos en que los acontecimientos eran festejados por medios de convites en los Restaurantes de la ciudad, con la muy simpática particularidad de que los gastos de aquéllos ocasionaban eran compartidos por los anfitriones.
El banquete más suntuoso fue servido en homenaje al Coronel Isaías Medina Angarita para festejarle su ascenso a General de Brigada. Más de trescientos comensales tomaron asiento en la gran mesa en “El Trocadero” de P. René Deloffre; ello según se dijo entonces influyó poderosamente en la decisión del Presidente General Eleazar López Contreras para la candidatura presidencial de Medina.
En aquel ágape nació la idea de ofrendarle a Medina Angarita la Espada de Oro como homenaje de la Oficialidad de las Fuerzas Armadas; proposición del General Juan de Dios Celis Paredes que fue aceptada por unanimidad en la Institución Castrense.
Mala suerte tuvo luego “El Trocadero”, pues saqueáronlo y echaron a la calle cuanto de valor conservó Deloffre en licores de las mejores marcas francesas, y para remate convirtieron “El Trocadero” en depósito de adversarios que no resultaron bien librados bajo hordas en cuyas manos pusieron las vidas de los detenidos.
La gráfica que ilustra esta página, copia el momento en que los empleados del Ministerio de Relaciones Exteriores en su más amplia totalidad festejaron con un banquete en el Restaurante de Deloffre a Julio Michelena con motivo de sus 25 años de servicios en la Cancillería. Fue aquello un estupendo banquete, ofrecido en el Restaurante que regentaba Deloffre como ningún otro Maitre francés.
Eran aquellos tiempos en que los acontecimientos eran festejados por medios de convites en los Restaurantes de la ciudad, con la muy simpática particularidad de que los gastos de aquéllos ocasionaban eran compartidos por los anfitriones.
De vez en cuando como observara el lector de esta página, los organizadores lanzaban invitaciones a periodistas y escritores amigos. Es por ello por lo que en uno de los grupos de esta página figuran Villanueva y López Uralde, en representación de “El Heraldo” y el Director Propietario de “Billiken”.
Comilona en el restaurante Gato Negro a los periodistas fundadores del diario El Universal
Para congregarse en torno a la mesa de un Restaurant, motivos no escaseaban. Era suficiente que un miembro de la vieja guardia, lanzara la iniciativa de ofrecerle una comida a quien le viniese en ganas, para que cada quien vistiese lo más elegante posible, afrontase su cuota para el pago del condumio y eligiendo para centro de la operación a un destacado personaje, se encaminasen en su grata compañía al Restaurant elegido al efecto.
Hemos hablado de los viejos comederos destinados al mundo “bien”; y claro está que como la gente de la clase media y los del mundillo integrante de la parte llana, también se daban el lujo de comer, hacían uso de establecimientos destinados a la misma finalidad como lo eran el Restaurant “La Lira”, situado entre El Principal y la Santa Capilla. Allí los poetas se daban el lujo de citarse para fingir que comían, cuando la verdad es que hacían uso de un mondadientes para cuando el vate amigo les interrogaba si habían cumplido con las mandíbulas y el estómago, exclamaban:
Eso dicen…
Y seguían tan contentos como si hubieran devorado el más apetitoso condumio. Otro Reparador estableció un Musiú Fratte en mitad de la cuadra que va de Padre Sierra a La Bolsa, lo intitulaban “El Plato Fijo”. El título correspondía a la preocupación del dueño, quien cansado de que lo robasen los cubiertos y en ocasiones los platos, fijó estos por medio de clavos en la mesa y a los cubiertos con un hilo. Así se servían los comensales. Una vez concluida la faena del cliente, el mesonero se enredaba la servilleta en el codo, limpiaba platos y cubiertos, y sin el menor escrúpulo tomaba asiento quien esperaba el turno; se hacía servir.
Tal era aquella Caracas que se fue y que quisieran vivir los que no creen en la personalidad y la manera de vivir de los hombres de la vieja guardia que sabían honrar los calzones que usaban ajustados a las pretinas.