CRÓNICAS DE LA CIUDAD
Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II
Urbanización Los Chorros
De nuevo Don Eugenio Mendoza, un ciudadano al que mucho le deben los caraqueños en realizaciones urbanas, busca lo pintoresco del paisaje. Los Chorros son el norte. Hacia allá van los caraqueños a bañarse en sus pozos La Llovizna y ño Leandro. Don Eugenio, con ideas pero sin capital, logra interesar a su amigo Don Salvador Álvarez Michaud, hombre dinámico en la empresa de urbanización. Fundan la “Compañía El Ávila” y comprometen al doctor Alfredo Jahn para los planos y el presupuesto.
Alvarez Michaud compra otras haciendas adyacentes para sumarla a “Los Castaños” y ampliar la urbanización. Los terrenos son ofrecidos a locha y a medio el metro cuadrado. No obstante, la gente todavía reticente a moverse de su casa de Caracas, no se decide a vivir en Los Chorros. Se tropezaba con la lejanía y la falta de comunicación. El Dr. Santos Dominicci a quien Don Eugenio le ha apartado un terreno lo rechaza con estas palabras: “necesitaría levantarme a las cinco de la mañana para transportarme a mi Clínica en Coche, pues gastaría dos horas para ir y dos para venir”.
Míster Cherry, gerente inglés del tren de Petare, tenía la solución: llevar una línea desde Agua de Maíz hasta los Chorros. Don Eugenio, Gerente venezolano de los tranvías Caracas, por fin lo convenció vendiéndole además un lote de diez mil metros. El doctor Alfredo Jahn hizo tender un puente desde la casa de Louis Schlageter hasta la urbanización, Don Louis, que tenía una casa de temporadistas desde antes de construirse la urbanización de Los Chorros, no se cansaba de alabar su agua. La ofrecía a sus visitantes como si fuera un refresco.
Las primeras casas que surgieron allí fueron las de Alfredo Pardo, Silvestre Tovar, Lorenzo Herrera Mendoza, Bartolomé López de Ceballos, Andrés Pietri, Manuel Felipe Núñez, José Loreto Arismendi, Pedro Mendoza, Carlos Siso, Helena Sanabria de Vegas, Soledad Braun, Felicia de Guzmán. La mayoría de estas personas estaban animadas de un gran amor por la naturaleza; empezaron por plantar grandes árboles para robustecer la flora y detener las crecientes de la quebrada de Tócome. La Compañía El Ávila en aquel tiempo no tuvo ayuda alguna del Gobierno, hizo cloacas y carreteras. La urbanización nunca se inundó.
Mister Cherry, totalmente enamorado del paisaje, fabricó allí una magnífica casa que amobló a todo lujo. Solía decirle a Don Eugenio en su español enredado: ̶ Oiga colega, yo me conozco toda Europa, África, Asia y Oceanía y me parecen mejor Los Chorros. Conozco los Llanos y los Andes de Venezuela, las playas del Orinoco y del Caribe y me parecen mejor los Chorros. De modo que si los Chorros son mejor que todo lo que conozco no hay un sitio mejor en el mundo.
Paseo Los Caobos
Caracas era una ciudad rodeada de haciendas. Hacia abril de 1920 la Compañía El Ávila, que después se denominó “Compañía de urbanización del Este”, adquiere para urbanizar las haciendas La Guía y La Industria de José Antonio Mosquera, hoy el hermoso paseo de Los Caobos. Al frente de dicha compañía están de nuevo Don Salvador Álvarez Michaud y Don Eugenio Mendoza.
La Hacienda constaba de 563.000 metros cuadrados vendidos en un millón cuatrocientos mil bolívares. Una fortuna crecida para la época. Don Eugenio logra reunirla en noventa días. Vale la pena copiar párrafos del documento: “Cuánto dinero no han ganado personas que han adquirido terrenos en El Paraíso, El Ávila y después los han vendido. Esta pregunta sería contestada por quienes han triplicado sus inversiones en poco tiempo con esta clase de operaciones”.
El primero que contestó fue el General Gómez, suscribiéndose con Br. 100.000. Lo siguió Don Juancho Gómez con cincuenta mil, Rafael Requena, Félix Galavis, Gertrudis López de Ceballos, y su hijo, Bartolomé, Juan Manuel Díaz y otros compraron acciones. La venta de los terrenos fue de Bs. 8, 7, 4, 3, el metro cuadrado. La Municipalidad prestó su apoyo tendiendo un puente sobre el río Anauco.
Pero luego la operación se estancó porque Gómez trató de que le cedieran gratuitamente el lote del Museo de Bellas Artes y la Compañía se opuso. Los Caobos fueron conservados contra viento y marea por Don Eugenio Mendoza que rechazó jugosos negocios para explotar allí madera.
Las primeras casas que allí surgieron fueron las de los doctores Tomás Bueno, Ricardo Razetti, la Clínica de Salvador Córdoba, la del doctor Carlos Acedo Toro y la de Don Eugenio. Por mucho tiempo estuvo allí instalado el Jai-Alai y el Restaurant La Suiza.
San Agustín y El Conde
En 1925 ya se está enseñoreando la fiebre de oro de Venezuela, valorizando los terrenos. No pueden hacerse ya grandes mansiones sin desembolsar grandes cantidades de dinero. Por aquel tiempo surge una clase de urbanización nueva, al alcance de la clase media y la clase obrera, simbolizados en San Agustín del Norte y del Sur. Nace el “Sindicato prolongación Caracas”, dirigido por Don Luis Roche y Juan M. Benzo. Los acompañan para iniciar la equitativa urbanización: Alfonso Rivas, Tomás Sarmiento y Juan Bernardo Arismendi.
Sobre los terrenos de La Yerbera, de la sucesión Guzmán Blanco, se levantaron hileras de casas pequeñas, uniformes, donde se ha aprovechado minuciosamente el espacio. Algunas tienen las ventanas cambiadas por balcones. Cada quien puede tener su casa por las facilidades que se donan.
Ya la casa de ventanas españolas, amplia y acogedora, es un recuerdo del pasado. La primera guerra mundial ha traído como consecuencia que la casa se visite de noche cuando se regresa del trabajo. La casa se transforma en dormitorio. El amor sale a dialogar a los parques, a los clubs, a los bailes.
Hacia 1927, en los terrenos de la antigua hacienda del Conde San Xavier, nace la urbanización El Conde para la clase media. Con cierta amplitud sobre las casas de San Agustín, intercalándose algunas hermosas quintas, según la fortuna del comprador, el Conde viene a ser una prolongación de San Agustín. La construyeron los hermanos Machado Hernández.
Urbanización la Florida y otras
Por 1928 Don Luis Roche y Arismendi compran una hacienda de frutos menores del doctor Tomás Bueno para construir La Florida. La nueva urbanización fue la primera en Caracas con 22 metros de ancho y es la que abre el camino hacia el Este.
También por aquel tiempo Don Eugenio Mendoza construye a Sebucán, haciendo los planos Hermán Steling, Edgard Pardo y Henrique Sibletz. Cincuenta bolívares se pagaba como cuota inicial del terreno. Fue una urbanización para ricos y pobres. Sebucán nació el 15 de junio de 1928.
Caracas crece, se mete en la hacienda, la hacienda se mete en la ciudad. La Hacienda Blandín, donde se tomó la primera taza de café en Caracas, fue transformada en el Country Club. Sus propietarios compraron aquellos terrenos a Bs. 5 el metro cuadrado.
Nacen los Claveles en 1932, entre Puente Hierro y la Roca Tarpeya, urbanización también de Don Luis Roche, después de haber construido Don Bosco, al lado de la Florida. Se urbaniza el peaje, propiedad de Don Eugenio Mendoza que casi regala a la gente pobre aquellos terrenos. Su consigna fue que “ningún rico podía hacer allí inversiones”
Fue la urbanización para la gente de escasos medios. Nombres de trabajadores hoy bendicen su nombre, como sus primeros pobladores: Valerio Piña, Jacinto Arias, Martín Herrera.
Las haciendas siguen parcelándose. En la de San Felipe nace La Castellana. La hacienda de Andrés Ibarra se convierte en Bello Monte. Su trapiche es hoy la Ciudad Universitaria. Los campos de nardos, cercanos a Petare, alabados por Arístides Rojas, son hoy La California, La Carlota. Mariperez es la hacienda de Chacao, de María Pérez. Las haciendas de melojo, de Don Cruz Orta, forman parte de la segunda etapa de Los Caobos. San Bernardino se levanta sobre las frescas campiñas de Gamboa, pobladas de durazno y de flores.
Luego viene Altamira, iniciada igualmente por Roche, más o menos en 1942. Esta urbanización ostentará la mayor plaza de la capital, de 28 mil metros cuadrados. Será el centro del Este, una población nueva que crece apresurada, hermosa y moderna.
El Silencio
En 1942, día aniversario de la Fundación de Caracas, el presidente Medina Angarita iniciaba el primer paso para construir sobre un barrio miserable la Caracas magnificente del porvenir. Trescientas treinta y una casas ocupadas por 3.100 personas cayeron bajo la pica demoledora para levantar allí las airosas y pesadas torres de la Avenida Bolívar. Sería ya la arquitectura recia, el bloque de cemento entronizado, el vuelo vertiginoso de una ciudad que se incorporaba para siempre al progreso avanzado del mundo.
Lo interesante sería saber si Caracas está construída con arte, técnica y belleza, para que en ella viva feliz una humanidad que supo encontrar antaño en la paz sus mejores goces. Una ciudad que fue esencialmente romántica. Una ciudad donde la casa era lugar de armonía y recogimiento.
Solo podrían contestarlo los señores arquitectos que hoy se reúnen a su sombra a dialogar.
Guinand, por ejemplo, no se ha acostumbrado nunca al maquinismo de la época y prefiere el crecimiento limitado de la ciudad, para que no desaparezca la vieja fachada con su rezumo de magnolias y jazmines. El arquitecto Rafael Seijas Cook, constructor de aquel original Teatro Pimentel y viajero del mundo, desde su despacho de la torre sur de la Av. Bolívar, compara la técnica en el tiempo con otros países y emite el juicio alentador de que estos rascacielos son buenos en cualquier parte del mundo. Pero para la mayoría de las personas la Avenida Bolívar no fue construida con toda la técnica armoniosa. Sus avenidas señalan al viajante casas a la mitad o superficies de aleros que roban la generosidad del paisaje.
Para nosotros la ciudad no es la misma que añoramos con depósitos de tradición. Quedan por ahí plazas antiguas, viejas estatuas que la gente no conoce. Todo está simplificado, duro geométrico. El árbol airoso de la hacienda ha muerto en la ciudad. El Ávila refulgía como una esmeralda. Para encontrarlo hemos tenido que tomar un ascensor.