CRÓNICAS DE LA CIUDAD
Circo metropolitano escenario para el deporte y la cultura – Parte I
En 1896 se inauguró el Circo Metropolitano, situado entre las esquinas de Miranda y Puerto Escondido, en el centro de Caracas
[En 1894], “se acometió la tarea de edificar un verdadero coso en un terreno situado entre las esquinas de Miranda y Puerto Escondido, y apareció así el “CIRCO METROPOLITANO”.
Esta plaza de toros, aparte de que significó un adelanto material, porque dotaba a la capital de un inmueble para el fin al cual se destinaba, imprimió nuevos alicientes a la vida caraqueña y vino a satisfacer una vieja aspiración de los taurinos. La afición renació jubilosa, alentada por la donosa pluma de jacarandosos cronistas, quienes ensalzaban la estupenda idea de D. Pedro Salas Camacho, capitalista del moderno coso.
La administración de los trabajos fue encomendada al señor E. Franco López y de nada valieron para el avance de la obra los esfuerzos desplegados en contrario por la señora Adelaida Almeida de Crespo, esposa del Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Brasil y Presidenta de la famosa “Sociedad protectora de Animales”, empeñada en obtener de las autoridades la prohibición de las corridas de toros.
Echadas las primeras bases en los años 1894 y 1895, y mientras avanzaba la edificación, se adelantaba por parte de los empresarios conocedores del negocio la tarea de estudiar las ganaderías en las cuales habría de seleccionar los animales de lidia, y de contratar en las más prestigiosas plazas taurinas, diestros de renombre, capaces de satisfacer el popular entusiasmo. Los resultados fueron singularmente halagüeños.
La plaza resultó con una capacidad para cuatro mil personas. En su estructura predominaba el hierro y el cemento. El ruedo medía treinta y seis metros de diámetro.
Desde días antes de que el circo abriera al público sus puertas, las entradas se habían agotado totalmente y el entusiasmo retozaba visiblemente entre los aficionados.
Grandes figuras internacionales del toreo
La inauguración tuvo lugar el 2 de febrero de 1896 con asistencia del gran caudillo llanero, General Joaquín Crespo, Presidente de la República. Entre los diestros actuaron los matadores gaditanos Manuel Hermosilla y Francisco Jiménez, Rebujina, en medio de la aprobación de los asistentes. Posteriormente, se dividió el redondel del “Metropolitano” en dos mitades, separadas por obstáculos y se soltaba un toro en cada una de ellas, de tal manera que, al igual de cómo se efectúa en algunas partes de Europa respecto de los circos de caballitos y de otros espectáculos, el público caraqueño pudo darse el lujo entonces de presenciar dos corridas a la misma hora. Más tarde se dotó al circo de una planta eléctrica y se dictó un Reglamento, al cual se le hicieron modificaciones posteriormente.
En los tiempos subsiguientes el “Circo Metropolitano” gozó del más claro prestigio. El solaz de los caraqueños se regodeó allí con los intereses de D. Pedro Salas y de los empresarios, para quienes el éxito de taquilla y otras derivaciones del negocio se traducían en utilidades jugosas.
Esta plaza de toros imprimió nuevos alicientes a la vida caraqueña y vino a satisfacer una vieja aspiración de los taurinos
Repletos de público los palcos, los tendidos y demás asientos, fueron muchas las tardes durante las cuales la afición logró presenciar lucidísimas faenas. Altas figuras internacionales del toreo de entonces recogieron allí los aplausos, los olé, los gritos de aprobación y otros homenajes que, puesta de pie, les tributaba aquella abigarrada multitud poseída de férvido entusiasmo.
Hasta el último momento de su preclara existencia y como reminiscencia de aquellos días esplendorosos para él, el “Circo Metropolitano” lució en uno de sus muros la placa de mármol consagratoria del triunfo alcanzado allí en una rutilante tarde caraqueña por D. Juan Belmonte, el más grande torero de todos los tiempos y quien hizo historia en el toreo, y al igual del sin par “Manolete”, logró reunir con perfecto dominio las escuelas sevillana y rondeña.
D. Juan Belmonte nació en Sevilla en abril de 1892 y murió de un síncope cardíaco en la misma ciudad el 8 de diciembre de 1962, o sea, a los setenta años. Algunos aseguran que se suicidó. Se inició en su carrera completamente pobre y a su muerte dejó una gran fortuna. Se retiró en 1927 después de haber actuado en primer plano en más de cuatrocientas corridas. Debutó en Elbas, Portugal. Fue el gran rival de José Ortega, “Joselito” y maestro de “Manolete”, otro gran genio del ruedo. Debido a su prestigio, se dice que la historia del toreo se divide en dos partes o épocas: antes y después de Belmonte.
Contratado por Eloy Pérez, llegó Juan Belmonte a Caracas en 1918. Fueron días durante los cuales la afición vibró en todos los tonos en la capital de Venezuela. Desde diversos puntos del interior de la República muchas personas vinieron a Caracas a admirar al formidable diestro. Dio cuatro corridas en el “Metropolitano” y por ellas cobró cerca de noventa mil pesetas españolas. Para la primera corrida las entradas costaban: asiento de palco, cien bolívares; tendido de sombra, cuarenta y seis bolívares y tendido de sol, veintiocho bolívares. Tales precios disminuyeron en las subsiguientes funciones.
Resultaría difícil, prolijo y en extremo tedioso, hacer una enumeración siquiera aproximada de los diestros que, además de Belmonte, actuaron en el “Metropolitano” a todo lo largo de su trayectoria.
Los hubo de calidad mediocre, pero también de máximo cartel. Con ayuda de las fuentes consultadas y de nuestra propia memoria, recordaremos a los siguientes: “Potoco”; Vicente Ferrer; las toreras Laura López, la Sorianito, y Pepita y Finita; Fortuna; Saleri Segundo; Almanseño; Chiquito de Begoña; Calerito; Chicuelo (creador de la chicuelina); Cagancho; Manolete Segundo y el padre del infortunado Manolete; Machaquito de Sevilla; Sánchez Mejías (uno de los más espléndidos banderilleros de la época, quien practicó el toreo sentado contra la barrera al igual de como El Gallo lo hacía en una silla y lo hizo en el “Metropolitano”); el ya citado Vicente Mendoza, El Niño, quien no tenía gran estilo pero, en cambio, despachaba los toros de una sola estocada, en ocasiones admirable; Dominguín; Carnicerito de Málaga; el ya nombrado Rafael Gómez, El Gallo; Pablo Lalanda; Gaonita; el padre de los Bienvenida, alias El Papa Negro; Rubito; El Diamante Negro; y el famoso caraqueño Joaquín Briceño o El Trompa, infeliz y explotado histrión quien entró a la historia del toreo vernáculo en alas de sus payasadas y su audacia, en virtud de las cuales atraía numeroso público. De su popularidad quedó como recuerdo el refrán. Se zumbó como el Trompa, aplicable a los casos en los que una persona procede irreflexivamente o con gran temeridad. Porque ha de saberse que tan pronto salía el toro a la arena, nuestro inefable compatriota se lanzaba como loco y era él quien embestía. De ahí que su inmortal celebridad descanse sobre un pedestal de revolcones, topetazos y cornadas.
Por cierto, que El Trompa fue de los organizadores de una corrida de aficionados realizada en junio de 1906 en el “Metropolitano” y a la cual asistió el entonces Encargado de la Presidencia de la República, General J. V. Gómez, el futuro Benemérito, por invitación que, además de El Trompa, aparecía firmada por Rafael Aniceto, Sevillano; Luis Navarro, Giraldillo; Enrique Neun, Llaverito; S. Arias R., Poquito Pan; José Francisco Canelo, Canelo; Luis Olivo, El Simpático; Francisco Tovar, Carrillito; Juan B,. Arribillaga, El Bisojo y Esteban Flores, La Vieja.